Por Belen Zavallo –
La literatura absorbe todas las esferas discursivas, desde la teoría de Bajtín, sabemos eso en primer año de la carrera del profesorado y como docente establecemos ese parámetro en las aulas de cada año en el que estemos impartiendo nuestras clases. Lo literario se alimenta de la oralidad, de los discursos institucionales, de las estructuras primarias que nos sirven para comunicarnos y que compartimos y actualizamos según donde estemos inscritos como enunciadores. Por eso es más compleja, es más viva y más real aunque no tiene que ver con la realidad, la interpela como nada, aunque no es verdadera en términos comprobables, justamente por eso, encarna las verdades universales.
Cometierra de Dolores Reyes está dedicada a Araceli Ramos y a Melina Romero, la que Clarín tituló Una fanática de los boliches, Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria la víctima de feminicidio que no era tomada como víctima porque la chica disfrutaba de su juventud en el margen de lo que Clarín considera “lo bueno”, “lo correcto”, “lo que se puede hacer”. Una moralidad desde el centro mismo de la comodidad burguesa, aleccionando a todas las pobres de barrio que salieran a bailar y fumar: si las asesinan, contaremos que fue porque ustedes lo buscaron.
Cometierra es una ficción que profundiza en las desigualdades, la protagonista come tierra en la tumba de su madre y descubre que su padre la mató a golpes, después que su adorada maestra está en un container. Todo lo hace tragándose lo que le sobra a los que no tienen nada, como a los gorriones sin alas. La oscuridad de los grumos en la boca, la desintegración de ese polvo en la saliva y con cada bocado la visión de lo que le sucedió a otras. Este don se empieza a conocer y le llegan macetas, terroncitos de canteros, botellas como ofrendas que comienzan a ajustar su casa. La Cometierra es huérfana, vive en el conurbano con su hermano el Walter, cuando les alcanza compran para hacerse panchitos, sino duermen, escuchan cumbia, se esconden hasta de ellos mismos, por el dolor, el abandono y la violencia a la que sobreviven.
Esta es la base de la narración, pero lo que crece entre líneas es más potente, como toda buena literatura, que crea un mundo verosímil dentro de sí mismo, logra que ese cascarón se resquebraje, que pensemos más allá de nosotrxs mismxs, que nos sensibilicemos con esas subjetividades desconocidas, con calles que no transitamos, que nos familiaricemos con historias que no nos pertenecen.
Las primas de Aurora Venturini lo hace desde una artista con retraso mental, lo hace con humor nombrando todo y parodiando con astucia las formas bien del decir. Por eso causa gracia, es tan tierna Yuna Riglos como descarnada, su familia es una familia llena de pudrición como la de cualquiera que mientras lee puede desmenuzar la propia.
Incomoda la literatura ¡y cómo!
Las malas de Camila Sosa Villada recrea el mundo de unas travestis que encuentran a un bebé abandonado en el parque donde ejercen y padecen el oficio más antiguo del mundo. Crían a ese niño en la clandestinidad de un amor que asusta a los “normales”. En Las aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara, reciente ganadora del Sor Juana, la mujer de Martín Fierro tiene una historia de amor con Liz, una inglesa que atraviesa La Pampa con sus té y sus sofisticadas palabras. En Enero (de 1958), la genial Sara Gallardo escribe cómo Nefer, una campesina violada en un baile de campo, busca abortar andando fuerte a caballo. En Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez unas mujeres se queman como si se bautizaran pero con fuego para que los hombres les tengan repugnancia, y no deseo, porque que los hombres te deseen es peligroso.
La literatura es un escándalo para los literales.
Hace unas horas, charlando con el poeta Miguel Ángel Féderik y riéndonos de este tema de la censura de libros por parte de estos nabos que nos gobiernan, pensábamos en el absurdo. Me dice MAF imagináte que estén en misa y escuchen: este es el cuerpo de Cristo y esta es la sangre de Cristo. Pensarán que todos los que comulgan se convierten en caníbales. Y la lista podría ser interminable, alusiones sexuales en Pedro Páramo, la gran obra de Rulfo que retrata al cacique que es padre de Comala porque ha violado casi a todas sus mujeres, los pasajes eróticos explícitos en El entendado de Saer, Lolita de Nabokov y cientos de libros que moralmente serían reprochables, o incluso la idiotez de querer que el artificio artístico “diga bien” y que no involucre todas las fases del lenguaje.
Hay una historia atrás de la censura de libros, y sabemos que es nefasta. Pero en esta época la censura es a autoras mujeres argentinas que son reconocidas y prestigiosas internacionalmente, y ese detalle no es menor.
Cuando caímos en este subsuelo de la democracia, circuló mucho en redes la imagen de Margaret Atwood, la distopía que propone en El cuento de la criada. Mujeres sometidas al sistema patriarcal, mujeres sin poder de decisión, amedrentadas entre ellas por el poder impuesto por varones desde la violencia y la lección, nada de esto es asombroso desde fuera, es la historia de la que venimos. Asusta sí, que esa distopía se sitúe en un tiempo en presente, que se proyecte hacia el futuro. La literatura es poderosa mostrando las posibilidades de sus mundos, genera incomodidad, un malestar que desnuda la idiotez, la ignorancia preñada de prejuicios, la brutalidad de los que sueltan posteos en las redes sociales sin siquiera haber abierto uno de los libros mencionados nunca. Así imagino que nacen los Comemierda, personajes de cartón mojado que se van deshaciendo mientras abren la boca. Pero esa es otra historia, que aún no ha encontrado talento (ni ganas) para ser escrita.
(fuente: ahora.com.ar)