Por Ferny Kosiak –
El 29 de septiembre de 1820 se inauguró un proyecto revolucionario, democrático y federal que marcaría nuestra provincia: la creación de la República de Entre Ríos. Las figuras de Ricardo López Jordán, la Delfina y del llamado Supremo Entrerriano, Francisco Pancho Ramírez, fueron algunas de las que planearon una nueva república, con reglamentos de avanzada que garantizaban educación, regulaban el trabajo del campo, organizaban el ejército desde una democracia republicana.
A través de la Secretaría de Cultura de la provincia se realizan por estos días una serie de actividades para celebrar este bicentenario con los cuidados y las medidas propios de la actualidad. Desde la Editorial de Entre Ríos propusimos hacer un recorrido por algunas obras literarias que, de diferentes maneras, géneros y estéticas se detienen en los hechos y personajes de esta fecha. Es apenas un muestrario mínimo de un tema que ha sido escrito y reescrito por autoras y autores de nuestra provincia. Comencemos.
En 1943 Leoncio Gianello publicó su primera novela, Delfina, reeditada en 2011 por la Editorial de Entre Ríos. Allí aparece esta descripción de la llegada de los hombres que querían formar parte del ideario federal: “El ejército de Ramírez estaba formado en su mayoría por hombres de la provincia de Entre Ríos y el resto, por correntinos y misioneros. Todos nacidos en regiones de ríos y consumados nadadores que realizaron a nado el cruce del Paraná, ayudándose con sus caballos de cuyas colas se sostenían para descansar luego de haber nadado largos trechos. La luna ponía un reflejo de aventura romántica en aquel cruce del río por los guerreros gauchos. Algunos desde canoas, cantaban entusiastas canciones de tierra.”
En el libro Muestra literaria departamental de Entre Ríos 1973-1975 encontramos el Soneto para el Supremo, escrito por Tuki Carboni:
“Un portal de dolor se abre en tu flanco
liberando el arroyo de la vida
y tu sueño, paloma estremecida,
se despeña gimiendo en el barranco.
El siniestro arabesco de una espada
te cercena de cuajo un alarido;
¡tanto crece tu cauce que ha invadido
la llanura, el bajío y la lomada!
Pero surge tu sombra en la cuchilla,
asombrando los sauces de la orilla,
al ancestral llamado de tu tierra.
Y te regresa del ayer perdido,
un resplandor de ceibo florecido
en tu tacuara federal en guerra.”
En el mismo libro encontramos el poema El chasqui de Ramírez de Carolina Margarita Grimaux de Gil, del que compartimos fragmentos. Es interesante cómo dos textos de escritoras de diferentes ciudades pero compendiadas en una misma antología se detienen en el eco de la muerte de Ramírez, de su inscripción en la geografía y en la esencia entrerriana utilizando imágenes poéticas similares: las tacuaras y la flor de ceibo, la roja flor nacional, color insignia del federalismo.
“El grito de los caudillos
inaugura la alborada.
¡Se revolean los ponchos
se levantan las tacuaras!
(…) La figura de don Pancho
se agiganta a la distancia.
Parece un sol encendido
su poncho color de grana,
que llena el alma de fuego
como una gran llamarada.
(…) El río negro dormita
en noche seminublada
se perfuman las gramillas
las cuchillas entrerrianas
y hacen un alto en el monte
las voces de la alborada.
De pronto un gran alarido
y grito: ¡Viva la Patria!
¡Viva Ramírez! ¡Cobardes!
—Se tiñe de rojo el agua
roja como los ceibales.”
Los historiadores difieren sobre cuándo y cómo se conocieron Pancho Ramírez y la Delfina, una mujer que, justamente por el borramiento que tuvo en nuestra Historia, tiene un aura legendaria y secreta y sobre la que se escribieron bellísimos versos. Guillermo Saraví, Ángel Vicente Araoz, entre tantos otros, dedicaron sus letras a esta mujer envuelta en la batalla.
El libro Colinas de octubre de Juan José Manauta, premio Fray Mocho en Cuento en 1993, publicado por la Editorial de Entre Ríos en 1995, tiene una breve escena en la que el personaje principal es llamado a entrevistarse con Ramírez luego del regreso triunfal a Entre Ríos. Allí, como compañera y estratega, está la Delfina: “Entramos en la Casa de Gobierno y anduvimos pos pasillos atestados de milicos y paisanos de poncho rojo que iban y venían, hasta que llegamos a un espacio vacío y nos acercamos a una puerta sin llamar y sin pedir permiso. La guardia no nos registró. Allí estaba el general Francisco Ramírez. A su lado, detrás de una mesa, había una mujer rubia, muy buena moza, vestida de soldado. Según supe después, al salir, por boca del sargento, esa mujer era la señora Delfina no sé cuantos, acompañada de Ramírez.”
En 1972 la Dirección de Cultura de la provincia publicó De todo un poco de María Luisa Cresta de Leguizamón, premio Fray Mocho en Poesía en 1971. El poema Contornos de un poema con provincia adentro se detiene en una serie de elementos propios del imaginario entrerriano. Estos son los versos que dedica a la Delfina; Ramírez aparece en un segundo plano, desdibujado por el amor.
“La trenza de la Delfina
va enredando coronas de amanecidas ilusiones,
mientras cabalga con el alma suelta
para prenderla al poncho
de quien ilumina los caminos al solo conjuro,
Ramírez, de su nombre.”
En 2011, Stella Berduc publica A la mínima luz. El último texto de este poemario, titulado Delfina, le da voz a esta mujer que se proclama a la altura de Ramírez.
“Delfina… Soltera… Portuguesa.
En la tumba olvidada, así mi nombre reza.
Nunca tuve apellido,
ni novio, ni marido, nada de eso.
Yo fui botín de guerra.
Bien haiga que así fuera.
Así me encontró el Pancho
y en una ardiente siesta que dijo:
Mi Delfina! Comencé a ser su hembra.
Fue cobrando importancia mi cabellera roja
un banderín que siempre iba a la delantera.
Los que hubo antes de Pancho
no importan a mi historia.
Las que hubo antes de mí
tampoco me interesan.
Alguien alguna vez me contó
que en un pueblo bordaba y esperaba
la novia, la Norberta.
Pero yo fui a su lado.
Por arriba de su hombro
vi apagarse tantas veces las últimas estrellas.
De día me vestía de varona
me convertía en las noches
en potra o en princesa.
Y yo con mi casaca guerrera iba a su lado
sabiendo que las balas no tocan la belleza.
“Ahí lo trae loco al Pancho”
comentaba la tropa
cuando en bandera roja iba mi cabellera.
Por esa cabellera fue que encontró la muerte
y a mí me dejó sola con mi sangre revuelta.
Pero él me hizo una potra.
Pero él me hizo una yegua.
Seguiré galopando calando mis ardores
otra historia me espera.
Y quiero que comprendan le duela a quien le duela
que en la Patria entrerriana
paso a ser la Suprema.”
Leopoldo Lugones dedicó los tres primeros poemas de Romances de Río Seco a Ramírez y a la Delfina, de quien nos cuenta su muerte tranquila y de pueblo en 1839. “Falleció Doña Delfina” dice el libro de defunciones de Concepción del Uruguay. Una mujer sin apellido, un mito, por el que dio la vida Francisco Ramírez, el Supremo Entrerriano. Un hombre y una mujer que se amaron y que más amaron la idea de la libertad, por la que batallaron, por la que fundaron la República de Entre Ríos.
(Fuente: unoentrerios)