por Jorge Capitanich (1) –
En el mes de octubre se cumplen 7 meses de pandemia sin cambios profundos en la organización del sistema político, económico ni social.
Sólo el estado a través de sus redes sanitarias pudo atenuar el impacto de una pandemia que la OMS pronostica se llevará 2 millones de muertos en el mundo y seguramente 50 millones de infectados.
En la actualidad OXFAM (Universidad de Oxford –Reino Unido) estima un ocultamiento de fondos en paraísos fiscales, equivalente a más de 7,6 billones de dólares, que implican reducción sistemática de financiamiento para los estados que disponen de menor cantidad de recursos para afrontar la ejecución de políticas públicas esenciales para garantizar el ejercicio de los derechos sociales de nuestras comunidades.
El Covid-19 ha permitido evidenciar las desigualdades de los sistemas sanitarios en el mundo, sus restricciones y sus capacidades institucionales para organizar sistemas de vigilancia epidemiológica que minimicen el impacto de epidemias, endemias y pandemias.
Las debilidades estructurales del sistema sanitario se traduce en muertes evitables en la medida que el sistema de información pueda llegar antes, que las políticas sanitarias reduzcan comorbilidades y que el ecosistema social reduzca las inequidades; pues la pandemia ha demostrado que se mueren los más vulnerables de la sociedad (ancianos, pobres y enfermos crónicos) porque no pudieron alcanzar estándares de calidad en a atención a lo largo de su vida.
Pero la pandemia puso también en evidencia que la democracia republicana en el sentido clásico está en crisis, ya que la tensión entre libertad e igualdad, entre representación y representatividad, entre legalidad y legitimidad alcanza su punto máximo.
No hay libertad sin igualdad. No hay representación sin representatividad. No hay legalidad sin legitimidad. No hay democracia sin el ejercicio de los derechos por parte de las mayorías, ni tampoco hay democracia con el horripilante desparpajo de la opulencia ilimitada. Un mundo polarizado de ricos que nadan en la abundancia y pobres que no tienen un plato de comida en la mesa de cada hogar.
La democracia social está en peligro. Aquella que surge de la voluntad del pueblo para elegir a sus gobernantes pero también necesita de un sistema de gobernanza que cuide el planeta, que distribuya equitativamente sus bienes y que extinga definitivamente la prepotencia armamentista y la vida idolátrica y hedonista de una materialidad que corroe el sentido de la vida. “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, dice Joan Manuel Serrat en una de sus canciones.
Esta es la verdad y si somos capaces de unirnos para combatir las desigualdades tiene remedio. Pero no es dividiendo derechas con izquierdas, ni naciones, ni pueblos ni tampoco comunidades enteras. Tampoco seremos pretensiosos para concebir una sociedad igualitaria o abolir la existencia de ricos. Simplemente de lo que se trata es de construir una sociedad más fraterna… en fin más humana en donde como decía Hobbes el “hombre no se convierta en lobo del hombre”.
(1) Jorge Capitanich es gobernador de El Chaco, fue jefe de Gabinete de Eduardo Duhalde y Cristina Fernandez de Kirchner, Ministro de Economía de la Nación de Ramón Puerta, senador nacional e Intendente de Resistencia.
Fuente: Ámbito