Por: Miotto Patricia, Laslo Claudia y Deruder Agustina –
En este artículo quisiéramos dejar algunas impresiones sobre lo que fuimos experimentando con nuestros pacientes, aprendientes, con los padres y madres con los que inevitablemente tuvimos contacto y por qué no, con nuestra propia familia. Escenas que narran acontecimientos, que nos producen extrañezas, y esto “extraño” es en sí mismo importante.
Frente a la hoja en blanco poder escribir pensamientos, acciones en construcción, de esta manera no dejar cerrado a un dogma ni mucho menos a una generalidad.
En estos tiempos inéditos lo que es necesario es establecer relaciones entre diferentes situaciones, formular los problemas, habitar el mientras tanto, como ese espacio en blanco en el que algo inscribiremos. Así en medio de entrecruzamientos que implican idas y vueltas, situadas en un intervalo móvil y dinámico, en una realidad que irrumpe sin velos, abandonar algunas certezas y, ¿por qué no?, algunas obviedades.
Desde hace varias semanas, o meses, estamos en un contexto complejo, en un momento incierto, las escuelas se encuentran cerradas y todas las actividades educativas han pasado a realizarse en entornos virtuales y a distancia. En esta situación, la mejor resistencia posible es unirnos, y el trabajo en equipo es fundamental: este es el momento de co-diseñar, si de enseñanza institucional queremos hablar, pensando en que la creatividad tiene que ser el recurso fundamental.
Pasan los días y nada es igual, el mundo en que vivimos no es el mismo al que conocíamos, nuestras vidas son otras. Pensando de manera horizontal, esta situación nos atraviesa actualmente a todos como sociedad, pero de modo singular en función de múltiples variables. En este texto haremos foco en la de las infancias y adolescencias y sus entornos, y al cambio significativo que sufrieron este tiempo. Aún hoy, luego de varias semanas, muchos niño/as, adolescentes, siguen “quedándose en casa”. Algunos atravesaron por la suerte de salir de ellas y sentir “la libertad” de nuevo, aunque en muchos lugares volver a la fase inicial de la cuarentena implicó volver a ese aislamiento que, de nuevo, vino a habitar los cuerpos, a habitar espacios, a habitar esa casa, que hasta hace un tiempo se significaba de determinada manera y ahora se re-significa de otra.
Y, al pensar en las infancias y adolescencias, ineludible es pensar en las formas de enseñar y cómo habitar esos procesos, los cuales son imposibles sin un sostén.
Invitamos a recorrer estos pensamientos…
Detenernos en este aspecto, de los espacios que se “habitan”, nos resulta interesante a la hora de analizar lo que nos está pasando como sociedad, como familias, como sujetos, pero por sobre todo cómo resuena y cómo esto aportará a la construcción de nuevas generaciones, ¿cómo producirán y se inscribirán esas vidas?.
Pensamos entonces, ¿qué sucede con el habitar la casa, como hogar, como escuela, como lugar de encuentro, de cada uno/a? ¿Qué es habitar? ¿Cómo es habitar estos espacios en tiempos de aislamiento social? ¿Qué sucede con otros espacios que habitamos, los de “afuera”? ¿Hacia dónde se proyecta nuestro deseo luego de varias semanas de confinamiento?
La noción de habitar se transforma. Pasa de construir, permanecer, apropiarse de un espacio, a redefinir este sentido.
Habitar se vuelve un más allá de “estar presente” en un lugar específico, de ocupar un espacio, como la casa, una habitación. Va más allá de la vivienda que nos acoge, si es que la tenemos, y si es que las condiciones en la que se encuentra son adecuadas a nuestra necesidad. Pensamos en habitar lo cotidiano, que quizás sea transformarse en el transcurso de los días; tener la mirada puesta en uno/a y en los otros/as. El habitar se complejiza. En ese “ser en el ámbito cotidiano” se alojan miedos, angustias, inseguridades que también surgen o se reactivan, a raíz del confinamiento. Alojarse en casa, para resguardarnos de un virus, para cuidarnos y cuidar a otros ha relegado necesidades y obligaciones, paradójicamente. En este tiempo se desencadenaron otras dificultades, como la falta de contacto con seres queridos, o la sobredosis de contacto con ellos, ausencia o limitación de actividades que se hacen fuera de casa, o la baja de ingresos, y en el peor de los casos, el desempleo. Ya no se puede ir a la escuela, sino que ella se trasladó a casa, a través de la virtualidad; ahora la escuela se habita mediante las pantallas desde el espacio de los hogares en el que los/as niños/as necesitan del sostén de los padres y sus familiares para realizar las actividades. Sostener sus aprendizajes escolares, los que antes se producían en ese espacio otro (la escuela) ahora también es una función que se sitúa dentro del espacio de la casa. Y lo/as niño/as se les suma también, habitar con el sentimiento de no saber si van a volver a salir a la calle, si van a volver a la escuela, a reencontrarse con amigo/as, abuelo/as, tío/as.
En momentos de crisis como el que estamos viviendo, es absolutamente necesario analizar algunos aspectos. Pensemos que, antes de la disposición a realizar la cuarentena, quizás el espacio de la casa, era un lugar de paso para muchos. Hoy nos toca resignificar el habitar ahí, aquí en casa. Nuestra cotidianidad, específicamente la de los/as niños/as, solo transita en el hogar; es proyectada a su vez hacia el afuera, des-habitado corporalmente. Por tanto, si sabemos aprovechar la oportunidad que abre la pandemia del COVID–19, seguramente podremos encontrarnos con un sistema educativo con capacidad para adaptarse a los cambios, que se permita pensar estos espacios “des-habitados” por este aislamiento físico.
Entonces, al pensar en los “espacios des-habitados”, ¿espacios en blanco?, nos detenemos en la escuela, como espacio habitual en lo/as niño/as, adolescentes. Lugar físico y humano en el que la familia deposita la confianza para que sus niño/as, adolescentes habiten y se construyan como sujetos, además del hogar. La escuela u otros espacios de actividades “exogámicas” (si se quiere), en los que lo/as niño/as, adolescentes, se vinculan con otro/as y se construyen. Las actividades de gimnasia, arte, casas de abuelo/as, tíos/as, etc. Esos espacios no están, pero surgen otros, conocidos o desconocidos, significados o para significar.
Habitando el hogar, surgieron nuevas redes hacia ese afuera deshabitado, y hacia adentro también. En esas redes se fueron construyendo, a través de la disponibilidad de los padres/madres y docentes, lazos para sus hijo/as escuchando sus demandas, con el fin de sostener necesidades e intereses.
La virtualidad es una de las tramas de estas redes en todas sus variantes, como un contexto que ha facilitado el contacto entre los afectos, la/os maestra/os, familiares, amigo/as, compañero/as de escuela. Que ha habilitado la proyección de las ideas, de la imaginación, el contacto con el afuera, a través de las percepciones sensoriales, la vista, el oído. Pero que ha superado esos “sentidos” dando lugar a la (re)creación de ese todo que aparece en las miradas, la escucha, la espera, en uno/a y lo/as otro/as.
Habitar cuerpos-pantallas:
Durante la cuarentena debimos aprender a mirar-nos de una manera diferente, a través de una pantalla intentamos alcanzar al otro, a quién o quiénes están del otro lado de la pantalla.
Tuvimos que aprender a escuchar-nos, también de una manera diferente; con la sonoridad diversa de los audios que nos devolvían los dispositivos utilizados, con los sonidos que nos devolvía el silencio de algunos hogares o el griterío de esas casas llenas de niño/as. También atender al silencio en la escucha de la comunicación es todo un aprendizaje; el silencio muchas veces se nos impone por deficiencias de la conexión, sin que podamos saber si es intencional a quien está comunicando, o ajeno a él.
En las pantallas aparece y vemos nuestra propia imagen, imagen como en espejo (podríamos aquí pensar en el mito de Narciso pero lo dejamos para otro escrito), nos miramos y a la misma vez nos miran, y la imagen de nuestros aprendientes, y/o pacientes, imagen que a veces surge en pantalla completa o a veces compartida. “Compartir pantalla”, un nuevo concepto que se nos presenta y nos permite pensar ¿Cómo compartir esas pantallas?, ¿qué es hoy compartir?, compartir dispositivos, compartir pantalla, compartir espacios. Y nuevamente aparece una nueva forma de “habitar”, en este caso las pantallas.
Nos esforzamos por completar la imagen corporal de nuestro interlocutor dentro del cuadro, porque vemos tan solo un fragmento de su cuerpo. Esos rostros, que con el tiempo pasaron a ser cuerpos-rostros o rostros-cuerpos se nos aparecen desde distintos ángulos, es como la imagen elegida por las pantallas, que en ocasiones, deforman la imagen del rostro que conocíamos previamente. Los cuerpos-rostros, aparecen con variedad de luces, tonalidades y diferencias de calidad en la imagen, que dependen de las características del dispositivo tecnológico y las posibilidades singulares de accesibilidad a la virtualidad. Esto mismo podemos afirmar en relación a la voz.
Hoy más que nunca podemos decir que ver y oír no es lo mismo que mirar y escuchar; las primeras tienen que ver con lo puramente orgánico mientras que las segundas, las que realmente nos importan, son acciones que nos subjetivan y con las cuales subjetivamos al otro/a.
Es posible que nunca se haya tomado tanta conciencia sobre la importancia de contar con el cuerpo para enseñar y aprender, como así también de los condicionamientos a los que son sometidos los cuerpos en la escuela.
La escuela des-habita cuerpos: (los pone en blanco)
La corporeidad como territorio escénico es un elemento indiscutible a tener en cuenta y visibilizar. Y de esta manera habitar y habilitar. La escena educativa pierde un aliado poderoso cuando intenta silenciar el cuerpo, aquietarlo manteniéndolo anónimo e invisible. La escuela no sólo olvida, sino que ¿niega intencionadamente el cuerpo?, podríamos decir que lo des-habita y lo inhabilita, uniformándolo, inmovilizándolo, enmudeciéndolo, ignorándolo, fragmentándolo, transformándolo, al decir de Carlos Cullen(1997) en un cuerpo “violentamente sujetado”[1]
Se ha reflexionado y analizado sobre el supuesto de que el cuerpo históricamente ha estado ausente en la escuela, lo cual deberíamos cuestionar esto: los cuerpos siempre estuvieron, y están, pero ¿cómo?, no es lo mismo estar que habitar un espacio.
La mayoría de los actores de la trama educativa ha insistido en la poca o nula atención a la educación del cuerpo. Suponiéndose que en este proceso los cuerpos no han sido objeto de regulación, ni de control. Vale decir, los cuerpos no han sido «educados», ni formados, ni reformados.[2]
El cuerpo, demuestra ser un espacio, un territorio privilegiado donde los/las niños/as y adolescentes muestran, inscriben, escriben, dan a ver su proceso singular en el trayecto de convertirse en mayores. El cuerpo debe ser pensable; la sabiduría de un cuerpo que no se niega permite poder resignificar las cosas que le pasan. Lo psíquico es corporal y lo corporal es psíquico, ya que el cuerpo se construye a través de la palabra, de la mirada.
Es decir que el cuerpo “nunca” puede estar ausente en los escenarios pedagógicos, y mucho menos en estos tiempos de encuentros “virtuales, visuales y auditivos” tecnológicos, donde el enseñar y el aprender pasa por pantallas de diversos dispositivos. Que el cuerpo en la escuela sea, en parte, «olvidado» no significa que no esté “pensado” desde la trama pedagógica institucional, pues siempre que se niega y reprime, existe una anterior instancia afirmativa y productiva.
Las pantallas imponen una redistribución espacial: una nueva escena aparece, se potencia, lo extraño propicia una nueva forma de encuentro con el otro, con los otros. Parece ser que un espacio en blanco comienza a tener colores brillantes y una cuadrícula digital reemplaza la estructura de las aulas escolares.
Habitar enseñantes:
Los maestros también habitan esa misma escena, enseñan desde sus casas, que son vistas por sus alumnos, en una especie de ventana a la vida cotidiana de la/el docente.
Los/as adultos/as enseñantes por su parte, en este escenario absolutamente inédito, ponen en juego una exigencia adaptativa, de gran magnitud, adaptación como lo plantea Piaget: en esa cinta de moebius, entre acomodación y asimilación por lo cual uno a su vez se transforma y se es transformado de acuerdo como va configurándose en la relación con los otros o en las circunstancias o contexto que se nos van planteando, para poder continuar, ensayando otros modos de intervención. Ello exige reconocerse en ese extranjero que nos habita para poder pensar y aceptarlas o descartarlas.
En tiempo récord, los/las enseñantes han tenido que readaptarse. El contexto de pandemia puede abrir la posibilidad para la innovación pedagógica, permitiéndonos repensar las planificaciones hacia nuevas experiencias. Es tiempo de imaginar de qué manera podemos apropiarnos de estos entornos y salir del terreno de lo conocido para pasar a la búsqueda de recursos a través de la colaboración colectiva. Así como nadie se salva solo, nadie encuentra en soledad la solución ya que la docencia también es una construcción colectiva, afectiva, subjetivante y emancipadora, porque enseñar es un acto político. Vale la pena aprovechar esta oportunidad para construir nuevas utopías, habitar estos nuevos espacios, dejar huellas y provocar nuevas inscripciones.
Habitar tiempos espacios pedagógicos
En un primer momento, la reacción que surge de la escuela frente a esta crisis, es cierta improvisación y ligereza en las estrategias emprendidas, pero es cierto que ninguna escuela en el mundo estaba preparada para enfrentar la suspensión total y abrupta de las clases presenciales.
Carmen Fusca[3] en una conferencia dijo: “Nos quedamos sin escuela en lo físico, teníamos una fuerte ilusión como un imperativo, ¡hagamos que estamos en la escuela, como que nada está pasando! es decir, se trasladaron rápidamente los contenidos planificados a la necesidad impostergable de la virtualidad, mandar tareas al revoleo porque “los tiempos están fuera de quicio” (metaforizando a Hamlet). Sostener la noción de tiempo se hizo insoportable en un primer momento, arrasó, así como arrasó lo extraño, pero no se tardó mucho en comprenderse que esto era una ilusión, porque ninguno de los tres agentes educativos – alumnos, maestros, padres y madres- estaban preparados para migrar repentinamente de una modalidad presencial a una modalidad virtual.
La educación en la virtualidad como una salida de emergencia a estos tiempos de pandemia es más que necesaria, pero con todas las complejidades que esto conlleva no se puede enseñar lo mismo ni de la misma manera. Debemos plantearnos muchas cuestiones, muchas preguntas y resolver otras tantas. Philippe Meirieu[4] dice que la escuela en casa no pude ser escuela porque la escuela es justamente eso que está por fuera de casa, ese otro espacio por fuera de la familia que permite acceder al conocimiento, a la alteridad con otro, a conocimientos compartibles.
Es necesario sostener una continuidad pedagógica en la cual no exista un espacio en blanco, el tema es no renunciar al contacto, a seguir creando lazos con los pares aprendientes, con y entre maestros, con el aprendizaje. Consideramos como otros tantos teóricos y pensadores pedagogos y del campo de la salud mental, que los contenidos escolares ritualizados no son lo que más importa en estos tiempos extraños.
Los y las enseñantes deben estar permeables al encuentro con la diferencia, la cual siempre debe sorprendernos, llevándonos a abrir espacios de aprendizaje y esto se producirá sólo si logramos conectarnos y reconocernos en nuestra ignorancia. Mirar con ojos de extranjero, darse el permiso de no conocer, dejándose sorprender, descubriendo el placer de conocer lo nuevo.
Los adultos enseñantes deben estar en disponibilidad para escuchar a sus aprendientes, para mirarlos, para atender esos cuerpos que a través de la palabra siguen diciendo lo que les pasa, atender a los gestos de esa imagen que nos devuelven las pantallas.
Habitar el encuentro:
Lo que proponemos es pensar a la educación como un encuentro de lazos virtualizados, entre esos cuerpos-rostros que escuchan y miran, que gesticulan. Intentemos dejar en las infancias huellas a las que luego puedan retornar. Huellas/marcas que generen subjetividades, que aunque queden latentes por un tiempo puedan volver a desenterrarse y permitan el reconocimiento de sí mismos, el reencuentro, con aspectos de la vida de las personas que permitan la re-significación de la propia historia. Que no se vuelva a un espacio en blanco sin sostenes que imposibilite nuevas escrituras.
Entonces el desafío es trabajar “entresostenes”: sostener a un otro que sostiene en un entre, el maestro y el aprendiente, entre el maestro y otro maestro, entre maestro y la familia, entretejiendo redes en este aquí y ahora, pero para un futuro que no será igual al de antes de la pandemia.
Estamos convencidas que se habitará la escuela, habiéndose reconocido ese nuevo espacio habitado por el encuentro, donde el aprendiente es un sujeto a ser “mirado, escuchado y tocado con amorosidad”, que los docentes son “sujetos de la educación especializados” a ser respetados, que la enseñanza no es para cualquiera, como no es para cualquiera ser médico/a, sacerdote, abogada… se requiere de una vocación, y que no cualquiera puede enseñar, para esto hay que construirse y que las familias, dentro de las posibilidades y realidades singulares, se posibiliten a acompañar estos encuentros.
[1] Cullen, C. (junio de 1997). Lecturas: educación Física y Deportes, revista digital. Cuerpos y Sujeto Pedagógico: de malestares, simulaciones y desafios. Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina. Recuperado el 4 de 3 de 2019, de https://www.efdeportes.com/efd13/ccullen.htm
[2] Scharagrodsky, P. (2007). El cuerpo en la escuela. Explora las ciencias en el mundo contemporáneo. Obtenido de Programa de capacitación multimedia, M.E Cs y T (UNLP/CONICET/FLACSO): http://ceip.edu.uy/IFS/documentos/2015/sexual/materiales/pedagogia-elcuerpoenlaescuela/pedagogia-elcuerpoenlaescuela.pdf
[3] https://www.youtube.com/watch?v=j8gGUuDrm94
[4] «LA ESCUELA DESPUÉS»… ¿CON LA PEDAGOGÍA DE ANTES? Philippe Meirieu Publicado el 18 abril, 2020 por MCEP de Madrid.