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Si todos los burros del mundo: Un libro excepcional de un ex futbolista muy común

Lamadrid es un ex jugador de fútbol a quién, desde chico, le llamó mucho la atención que, al nombrarlo, tantas personas omitieran la d final de su apellido. Acaba de publicar un libro atractivo y conmovedor en el que cuenta muchas historias de vestuarios y, fundamentalmente, cómo hizo cuando, demasiado jóven, el fútbol comenzó a ser pasado en su vida y tuvo que apelar a lo que no tenía para librarse de “los demonios del resentimiento”. Lamadrid, Hugo Humberto, clase 1966, también identificado como Lamadrí, consiguió que este mundo que tan fácil transforma todo en descartable, no hiciera de él un derrotado.

 

“Pasé con pena y sin gloria por varios equipos del fútbol argentino”, refiere con crudeza quién tuvo una carrera colmada de imprevistos. Debutó en primera cuando en 1985 Racing Club lidiaba aún en la segunda categoría. Fue en un partido contra Deportivo Italiano; entró de suplente, calzando botines de tapones altos prestados por un compañero y anotó el gol del triunfo. Supo, desde pequeño, que el primer gran objetivo a superar era el de “la prueba”. Un momento que puede terminar en decepción (“Pibe, vuelva en diciembre”, cuando recién estamos en febrero) o tener que escuchar la hiriente diferencia entre “servís o no servís”. A él lo eligieron cuando tenía 8 años y por la altura parecía de mayor edad. “Desde entonces –escribe– durante los próximos diez años, cada noche me fui a dormir pensando e imaginando cuándo y cómo iba a ser mi debut en primera”.

Ese momento llegó y con poco más de 20 años compartió plantel de un Racing ya de vuelta en la primera categoría con figuras como Fillol, Walter Fernández, Miguel Colombatti, Rubén Paz, Toti Iglesias, Gustavo Costas, Acuña, Medina Bello, entre muchos. Pero, como afirma Lamadrid, “el fútbol muchas veces no te avisa”. Y lo que él, ni ningún otro sabía era que durante un partido iba a sufrir una grave lesión. La tibia, astillada, le hervía y lo dejó re caliente durante largo tiempo. Por eso, el autor de Lamadrí, el renacido, gloria, caída y resurrección de un trabajador del fútbol (Ediciones Al arco), menciona: “Un buen día, casi sin darte cuenta, todo esto termina y ya no sos nadie”. Por esas tres cruciales estaciones pasó él, y se nota que su narración tiene causas y conocimiento.

 

En el Cilindro de Avellaneda.

Me parece escuchar el vozarrón de Alfio Basile, el entonces director técnico de Racing, que participaba en la copa Libertadores. Pensando únicamente en las necesidades del fútbol se comunicó por teléfono con Lamadrid y le consultó si estaba para jugar.

—Coco —intentó explicar Lamadrid—, estoy enyesado.

¿Y si te sacás el yeso y probás? Para el próximo partido te necesito a vos y al Pato (Fillol).

Solo porque era un veinteañero y se imaginaba inmortal o porque intuía los costos de un no, el jugador tomó la pésima decisión de concurrir al cuerpo médico del club para pedir que le quitaran el yeso. Y aún, todavía lesionado, salió a jugar, infiltrado. Las consecuencias fueron dolorosas y probablemente irreparables. Y no lo hizo una vez: fueron varias.

Lo muy interesante de este libro es, primero, que Lamadrid no juega de víctima, ya que, permanentemente, asume las responsabilidades que le corresponden. Y especialmente que el suyo es un auténtico caso testigo, porque representa a tantos jugadores de fútbol que en sus carreras perdieron más de lo que ganaron. Su retiro no fue soñado, con partido homenaje, rodeado de amigos y a cancha llena. El adiós a la profesión que le tocó llegó con panes debajo de la pelota, porque, para sobrevivir, se improvisó como panadero.

Provoca tristeza el destrato institucional que, en varias ocasiones (con su consentimiento, reconoce) lo llevó a saltar a una cancha en inadecuadas condiciones físicas. Lo cierto es que se llame Messi jugando en el Barcelona o Lamadrid disparando sus cartuchos finales en Douglas Haig, de Pergamino, todo jugador de fútbol es una variedad indiscutida del esclavo siglo 21. Por eso, por allegados e influyentes que se sienten autorizados a presionar o por dirigentes que se vuelven dueños de trayectorias y destinos, por clubes tan incumplidores, por contratos tan flojos de papeles, por todo eso, parece pertinente que Lamadrid haya decidido titular uno de los capítulos del libro: El fútbol es una mierda.

El número 5 no tiene quien lo compre

“Lamadrid está roto y no puede jugar más al fútbol”, propiciaron en plan venganza desde el club de sus amores cuando otras instituciones (Boca, Rosario Central, Gimnasia y Esgrima de La Plata) llamaban para averiguar el costo de su transferencia. El motivo era más que claro: indoblegable, era capaz de aguantar infiltraciones con agujas enormes y de mandar muy lejos al presidente del club que le pijoteaba el valor de su contrato. Lamadrid se había roto la tibia y el astrágalo y fundamentalmente terminó con el corazón partido cuando en el equipo que jugaba desde niño una mañana le negaron la ropa para entrenarse, o, más adelante, en otro, pretendieron pagarle una deuda importante con rifas inequívocamente truchas. El volante central, que alguna vez había estado en la consideración de Bilardo para la selección o en millonarios planes de compra por el Atlético de Madrid, terminó como un saltimbanqui del balompié, jugando de aquí para allá en Sportivo Barracas, de Colón, Aldosivi de Mar del Plata, Juventud Antoniana de Salta, Deportivo Mandiyú de Corrientes, Quilmes, San Martín de San Juan, Douglas Haig de Pergamino y, apenas por un ratito, en la Universidad de Chile.

Cuando el escritor Hernán Casciari, uno de los prologuistas del libro, lo escuchó hablar por primera vez, entendió que Hugo estaba en el mundo “para algo más que jugar al fútbol… Su historia es maravillosa, pero no lo es por única. Es la historia de la mayoría de los jugadores de fútbol en la Argentina, y por eso, no se cuenta”. El otro prólogo lo firma Luis Rubio en nombre de su personaje humorístico Eber Ludueña. “Este camino que inicia Hugo Lamadrid –se refiere a la literatura— ya fue transitado por otros. Pero les puedo asegurar que ninguno antes lo hizo con su honestidad, con su avidez de contar y con su pinzamiento lumbar. A la hora de escribir, es doloroso como cachetada de Transformer”.

Algo providencial pasó en su vida que hizo de él quien es hoy y que le posibilitó superar el retiro con dignidad. Tal vez la familia original, acaso la familia elegida, esposa, hijos, amigos, quién sabe. No se convirtió en director técnico (aunque el título lo tiene), ni en representante de jugadores, ni en comentarista de partidos. Tampoco escribió un libro sobre tácticas y estrategias. Se metió en este mundo de reflexiones para que su cabeza no explote y para encontrar la manera de transformar sentimientos negativos en positivos. Se convirtió en un personaje muy seguido en las redes sociales, hizo en FM La Patriada el programa Carentes de talentos y tanto más. En las elecciones de 2017 en Racing fue candidato a vicepresidente de una de las listas que no alcanzó el poder. Sin alejarse de su Avellaneda natal, actualmente ocupa el cargo de director general de medios en la intendencia que conduce Jorge Ferraresi.

 

 

Frente al micrófono de Carentes de Talentos.

 

El libro está cruzado por la ironía, en un estilo en donde el principal objeto de broma y chicana es él mismo. Su sentido del humor debe haber sido otro de sus salvavidas. En años recientes, Lamadrid incursionó en un ciclo de stand-up por televisión del que también participaron otros jugadores. De esa tarea son estos chistes:

  • ¿Alguien me vio jugar? Jugaba de número 5, el volante central. El número 5 es el jugador que se encarga de cortar y distribuir: o sea, es el narcotraficante del fútbol.
  • Me propuse invitar a gente conocida a mi show. A uno de los primeros jugadores a los que invité fue a Diego Armando Maradona, y para mi sorpresa fue uno de los primeros en confirmar. Confirmó que no iba a venir porque no me conocía.
  • En el fútbol, al apodo te lo ponen en los inicios de la carrera, pero te queda para siempre. A mí me dicen el flaco Lamadrid. Y lo raro es que me sigan llamando así. Hoy me parezco al Real Madrid de los años ’90, porque tengo a Redondo en el medio.
  • En Racing hubo épocas en que era muy difícil cobrar, los meses duraban entre 120 y 150 días. En aquellos tiempos la barra brava no venía al club porque tenía temor de que nosotros los apretemos y les saquemos guita a ellos.
  • Fui un jugador muy insultado, por locales y por visitantes. Jugaba en Douglas Haig y tuve una de esas tardes en la que no me salía nada. Bah, una tarde común para mí. Un hincha se acerca al alambrado y me grita: «Flaco, sos un burro, un puto y un falopero». Me enojé por lo que me decía, me acerqué al alambrado, lo encaré y le dije: «¿Por qué burro?»

Fuente: elcohetealaluna.com

Colaboración de Germán Bercovich