Mariano Moreno imaginó un país soberano, industrial y justo. Pero su plan fue desplazado por una elite aliada al poder británico. La historia argentina quedó atrapada en esa bifurcación fundacional, cuyas consecuencias llegan hasta hoy.
Si nos remontamos a la revolución de mayo de 1810 caemos en la cuenta de que ya existían por entonces las fuerzas ideológicas que hoy pujan por imponer su proyecto político de fondo, y que, como decía el propio padre de nuestra Independencia en carta del 5 de abril de 1829 a su amigo Bernardo O’Higgins, esos «dos partidos» (en sentido amplio) «son incompatibles entre sí». La realidad nacional planteaba una verdadera encrucijada de caminos que llevaban, ayer como hoy, a distintos y opuestos destinos.
En los comienzos como país en la lucha por nuestra independencia política y desarrollo soberano, el sistema económico reposaba esencialmente en la actividad de los comerciantes monopolistas españoles, en los criollos e ingleses ligados al contrabando y en los ganaderos que deseaban vender a Europa sus excedentes.
No existía virtualmente una burguesía industrial (como ya existía en los países europeos e incluso en Norteamérica), ni capitales particulares (dispuestos a invertir en el desarrollo industrial) para montar un aparato productor realmente nacional y poderoso a través del cual pudiéramos mantenernos por nosotros mismos, crecer, desarrollarnos como sociedad independiente y constituirnos como Nación.
Si bien en las provincias existía una embrionaria industria artesanal (luego arrasada por la política porteña pro inglesa), a toda la América Criolla le faltaba su burguesía, que en Europa había comenzado a hacer su «revolución nacional» en cada Nación constituida, bajo la fórmula general de formación de un Estado Nacional, revolución industrial y Estado de bienestar. Salvo en España, que, a falta de burguesía y de proletariado propios, se había mantenido gracias al oro y la plata extraídos de América, oro y plata que pasaba directamente a manos de las potencias en desarrollo proveedoras de manufacturas y bienes de consumo, contribuyendo de esa manera a la acumulación capitalista de Europa y en particular de Gran Bretaña -así se convirtieron en naciones desarrolladas-, sin demasiados beneficios a mediano o largo plazo para España y menos para América.

Fue en tales circunstancias que el secretario de la Primera Junta de Gobierno, concibió un «Plan de Operaciones». No se trataba tan solo de un esquema de defensa militar y política de la revolución recién iniciada, sino que «implicaba ante todo una concepción económica de índole americana poseída de un carácter eminentemente creador», como señala Jorge Abelardo Ramos en su obra esencial sobre la historia argentina. Cuesta creer que ésta fuera idea de los ingleses, como asegura una de las versiones de nuestra historia que relaciona lisa y llanamente la revolución de mayo con los intereses británicos.
El Plan de Operaciones de Mariano Moreno revela, por el contrario, un verdadero proyecto de Nación frente a dos alternativas igualmente opuestas y/o contradictorias con dicho plan: el proyecto colonial sustentado por el absolutismo español, del que queríamos emanciparnos; o, en su defecto, el proyecto semicolonial sustentado por los ingleses, que fue el que primó finalmente. Ya lo había advertido el Dr. Manuel Belgrano durante las invasiones inglesas: no se trata de cambiar de collar sino dejar de ser perros.
En efecto, Mariano Moreno y sus compañeros planteaban en principio una verdadera política revolucionaria, no porteña ni dependiente del extranjero, sino nacional americana, que desafortunadamente nunca logró llevarse a término, con el consecuente atraso y retrocesos frecuentes.

El plan del secretario de la Primera Junta Revolucionaria del Río de la Plata -refiere Ramos- sostenía «el monopolio del comercio exterior, fundamental ayer como hoy para la defensa económica de un país semicolonial» en proceso de emancipación política y económica, que a 200 años de la Revolución de Mayo no hemos logrado hacer efectiva.
Planteaba además «el control de cambios y del tráfico de oro y divisas; la expropiación de las grandes fortunas improductivas y su utilización por el Estado para el desarrollo de la industria nativa, de la educación técnica, de la agricultura y de la navegación; el monopolio estatal de la industria minera; la expansión americana del movimiento revolucionario y la aplicación de medidas severas para exterminar los focos de la contrarrevolución». Todo lo contrario de lo que han pretendido hacer en nuestra tierra los virreyes sin títulos ni patriotismo que se han sucedido a lo largo del tiempo.
El Plan de Operaciones de Mariano Moreno
En «Mariano Moreno y la revolución nacional», Norberto Galasso analiza en detalle la significación del Plan de Operaciones para recaudar los fondos necesarios, a fin de ser puestos «en diferentes giros en el medio de un centro facilitando fábricas, ingenios, aumentos de agricultura, etc.».

A falta de una burguesía nacional preexistente como en los países de Europa y en EE.UU. (desde antes de la guerra de secesión), ese motor en Nuestra América no podía ser otro que el propio Estado, instrumento institucional por excelencia «para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc.», que produciría en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, «sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes».
Como vemos, lejos de soñar con un Estado modesto, desinteresado, «libre» y generoso con los ricos y los de afuera -tal como convenía a los ingleses-, «Moreno proyectaba compensar la debilidad de las fuerzas económicas nacionales con el fortalecimiento del Estado, asignando a éste una función de empresa, de banquero y de industrial, con el fin de echar las bases para un capitalismo nacional todavía inexistente» (como habían hecho a su tiempo los países de Europa y Estados Unidos de Norteamérica). A su vez, «establecía expresamente la limitación de importar aquellas «manufacturas» de tipo suntuario, por las que tanta predilección sienten los núcleos oligárquicos de ayer y hoy», propias de una verdadera casta social y económica sin patria, solo inspirada en el dios dinero.
Además, Moreno prohibía en su Plan «a cualquier particular explotar minas de plata o de oro, tarea que reservaba para la Nación (Estado Nacional) y cuya violación se castigaba con la pena capital». Y con el propósito de impedir la fuga de metálico, «prohibía asimismo por el plazo de 15 a 20 años vender cualquier clase de establecimiento, salvo por causas bien claras para el Estado». Todas esas medidas, entre otras, permitían al Estado «procurar todos los recursos que sea menester introducir, como semillas, fabricantes e instrumentos, comenzando a poner en movimiento la gran máquina de los establecimientos para que progresen sus adelantamientos».

En los países desarrollados, durante sus propias «revoluciones nacionales» (inglesa, francesa, alemana, italiana o norteamericana), los marginados de entonces (burgueses, campesinos, artesanos y proletarios) expropiaron sin más a los privilegiados de entonces (aristócratas, señores feudales y esclavistas).
En nuestro caso, ha sido al revés y de manera opuesta al «Plan de Operaciones» de 1810, como lo demuestran los golpes de Estado de 1955, 1966 y 1976 y gobiernos pseudo democráticos liberales o neoliberales (contrarrevoluciones duras y blandas) contra los intereses y beneficios de las mayorías nacionales, cuando se expropia o confisca por ley o por decreto los ingresos, recursos, bienes y derechos del pueblo argentino en favor de las clases privilegiadas (nativas y extranjeras). Después de doscientos años, esta verdadera casta sigue lucrando con nuestro atraso e infortunio como Nación, a pesar de lo realizado y logrado por nuestros grandes movimientos nacionales a lo largo de dos siglos.
No sería casual que al caer en desgracia Mariano Moreno, e iniciar su viaje al más allá en un buque inglés, prontamente el poder fuera ocupado por la camarilla probritánica de entonces, representada en el Primer Triunvirato, del que su secretario ejecutivo era Bernardino Rivadavia, fundador del partido unitario porteño y pro inglés.
La política pro británica en el Plata
La política rivadaviana a partir de 1811 perjudicó a todo el Interior, dando origen por oposición al federalismo argentino. La política de «Buenos Aires» combatió a Artigas y su proyecto nacional, social y federal americano; boicoteó el Congreso Federal de Córdoba de 1821 convocado por Juan Bautista Bustos, que le hubiera dado al país una auténtica Constitución Nacional y Federal treinta y dos años antes de 1853. Dejó el manejo del comercio exterior y las finanzas en manos de extranjeros. Persistió en el monopolio del puerto único y de los ingresos exclusivos de la Aduana de Buenos Aires, que debía ser la fuente de ingresos participables a las provincias, y que no lo fue en forma efectiva hasta la federalización de Buenos Aires en 1880.

Generó la primera deuda externa del país con la banca británica por el término de 120 años, cuyo empréstito servía solo a Buenos Aires, aunque hipotecó con esa deuda a todas las provincias y al país al poner sus bienes y recursos como garantía, sin realizar tampoco ninguna de las obras para las cuales se había tomado semejante deuda, aparte de recibir solo la mitad del monto acordado.
Llevó a cabo una política económica librecambista que favorecía a la ciudad de Buenos Aires y perjudicaba a las demás provincias, impidiéndoles su desarrollo industrial, social y cultural. Generó una reforma «liberal» a nivel militar, eclesiástico e institucional que «elevaría a Rivadavia a «Presidente» en 1826 contra la voluntad de las provincias, sin dar solución a los problemas nacionales. Le negó su apoyo a la prosecución de la guerra por la Independencia americana (no había plata) y condenó al Gral. San Martín a su exilio de por vida.
El dilema entre Moreno o Rivadavia, «Buenos Aires» o Interior, Nación o No-Nación, revolución nacional o contrarrevolución representa dos proyectos incompatibles y excluyentes de país, dilema que sigue estando vigente y nos impide realizarnos como Nación, como comunidad y como personas.
(fuente: https://www.diarioelzondasj.com.ar/)