Un relato del viajero Vicente Quesada nos incorpora a la dinámica administrativa de la Confederación; a las costumbres en general y a las de Justo José de Urquiza en particular. Se trata de notas que dan cuenta de una época lejana, propias de círculos a los que no todos accedían.
Griselda de Paoli / coordinacion@eldiario.com.ar
Víctor Gálvez (seudónimo de Vicente Quesada) fue un incansable viajero, de destacado desempeño en la Confederación como funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto; en la misma época, redactor de “El Nacional Argentino”, que se editaba en Paraná al igual que la Revista del Paraná, que nucleaba a destacados colaboradores. Gálvez, en 1888, publicó Memorias de un Viejo. Escenas de costumbres de la República Argentina”, un libro delicioso que ayuda a recomponer una época.
En la revista Páginas Entrerrianas, editada en 1956, prologada por Leandro Ruiz Moreno y con notas biográficas de Miguel Ángel Andreetto, se incluye un relato sobre Los hombres del Paraná. Allí mismo se ilustra no sólo sobre la dinámica administrativa cotidiana de la Confederación sino de las costumbres en general y de Urquiza en su trato con quienes le rodeaban.
Quesada, vivó en Paraná, en casa de Guindón, maestro armero del ejército del General Urquiza. Inicialmente lo hizo en comunidad estudiantil con otros dos jóvenes hospedados allí, Benjamín Victorica y Juan F. Monguillot que estaban iniciándose en la carrera diplomática, mientras soñaban con la nación constituida y la integridad nacional.
La sociedad
La patrona de la casa era Madama Guindón, empresaria, en fin. Era ella la que alquilaba las piezas. La sala y dormitorios de los tres muchachos estaban adornados como era moda en la provincia y en la modestísima capital provisoria de un gobierno sin rentas, de una nación que había jurado recientemente la Constitución Nacional.
Y se sacaban sillas a la vereda, por la que nadie transitaba. Al toque de ánimas se cerraban las tiendas y ya era para dormir los que tuviesen sueño o pelar la pava o acercarse a uno de los clubes que fueron centro social. Los domingos se bailaba y había muchos aficionados al naipe, se frecuentaban las tertulias de juego, donde quedaban muchos sin un cuartillo.
“He oído muchas veces repetir a un amigo, una anécdota característica y gráfica.
“El doctor Quesada, joven entonces casi imberbe –se trata de 1854– había renunciado a sus empleos en el Paraná y se marchaba a Corrientes, donde a la sazón gobernaba el ilustrado don Juan Pujol. Pero el doctor Derqui, que era ministro del interior pidió a Quesada que esperas la llegada del doctor Eusebio Ocampo, quien debía ser nombrado oficial mayor de esa repartición, por renuncia del doctor Victorica y a causa también del viaje de Quesada, que tenía el cargo interinamente.”
Avatares
“De modo que, después de aceptada la renuncia, quedó solo como amigo del ministro sirviendo el cargo.
“Ya dije que las oficinas de la administración se cerraban a mediodía y se abrían por la tarde. Pero, cierto día en que el despacho fue excesivo por varias circulares a los gobiernos de provincia, el doctor Quesada no quiso se cerrase la oficina a medio día, sino que ordenó se concluyesen las copias para aprovechar el correo del día siguiente. Era preciso entregar la valija antes de las ocho de la noche.
“El general Urquiza vivía en esa época en la antigua casa de gobierno provincial, en la cual estaba también el Ministerio del Interior.
“El despacho había terminado. El general solo, porque entonces no vivía con la familia, se paseaba en la sala que tenía ventanas a la calle. El edificio en esa época tenía un solo piso; después fue completamente reedificado y convertido en el que actualmente sirve para Escuela Normal de Maestros, que hace poco visité.
“Una puerta de esa sala daba al zaguán, donde había varios edecanes y militares. El oficioso joven llega a la puerta del salón, con las varias carteras para recoger la firma del presidente. Este apenas le vio le dice con aire de desagrado:
–Esta no es hora de despacho.
–Advierto a V.E. que no soy empleado a sueldo, le respondió Quesada. Vengo a la hora que es posible, y haciendo una cortesía dióse vuelta.
–Venga, ¡eh! Venga; le respondió el general. Hízolo sentar y que le explicase lo que sucedía. Impuesto de todo, firmó, y luego le dice: V. y todos los empleados van a comer conmigo , oyes: ¡Todos¡
“No era una invitación, propiamente fue una orden, que debió ser imperativamente transmitida. No faltó ningún empleado.
“El comedor del general Urquiza en esa época era muy modesto. Una pieza blanqueada, una gran mesa cuadrilonga y sillas de esterilla, la comida tenía su originalidad. La mesa se dividía en dos: una parte, que era donde se sentaba el general y aquellas personas de más distinción; y la otra era servida por los edecanes. Un mismo mantel y los mismos platos cubrían toda la mesa; pero el general Urquiza era muy frugal y tenía él su comida personal. Hizo sentar a Quesada a su lado, y él personalmente le servía; le hizo poner una botella de vino, que nunca probó el general.”
AL MARGEN
Siempre es oportuno reflexionar sobre la ciudad. El desafío en este caso ha sido enriquecer una acción conjunta llevada adelante entre EL DIARIO y la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Uader. De esta experiencia participan docentes, alumnos e invitados, con la idea de poner en valor los bienes comunes y también repasar los asuntos pendientes. Para comentarios y contribuciones, comunicarse a coordinacion@eldiario.com.ar griseldadepaoli@gmail.com y/o comunicacion@fhaycs.uader.edu.ar
Fuente: El Diario