Por Lic. Prof. José Alejandro Vernaz – Centro Cultural “Justo José de Urquiza” –
Una prolongada fisura entre argentinos.
Desde que nace nuestra patria en 1810, comienzan a darse las primeras diferencias entre los argentinos. Estas primeras divergencias asomaron entre saavedristas y morenistas. Cada uno de ellos tenía una receta de país. Lo deja bien en claro Alberdi en discusiones mantenidas con Mitre:
“¿Qué quería Saavedra? Que el gobierno argentino fuese la obra de todas las provincias de la Nación: ¡a eso llama Mitre conservador!
Y Moreno ¡qué quería? Excluir a la Nación del gobierno, que sólo debía existir en manos de Buenos Aires: a eso llama demócrata…
El partido de Saavedra era el partido verdaderamente nacional, pues quería que la Nación toda interviniera en el gobierno; el de Moreno era localista, pues quería que el gobierno se ubicase en la capital, no en la Nación.”
Como puede advertirse, desde entonces prevalecen las disensiones entre Bs. As. y el interior en su afán de poder, protagonismo y defensa de sus intereses políticos y económicos. Sólo fueron cambiando los protagonistas a medida que trascurrieron los años.
Los modelos en pugna serían, en aquel entonces, el centralismo-unitario, liderado por Buenos Aires, contra el autonomismo-federalista, liderado por el interior del país.
Entre triunfos parciales de unos y otros, parecía que el federalismo, ganaría terreno definitivamente -curiosamente, de la mano de un hombre nacido en Buenos Aires- con Juan Manuel de Rosas, a partir del año 1829, al iniciarse oficialmente su primer gobierno provincial.[i]
Sin embargo, al comenzar el segundo mandato de Juan Manuel de Rosas a cargo de la Provincia de Buenos Aires y de los asuntos generales de la Confederación Argentina en 1835, ese federalismo y su imagen empiezan a desacreditarse. No son pocos los que se desilusionan con su postura autorreferencial y soberbia, sumado a una política económica muy perjudicial al interior del país. Claro ejemplo de ello, fue que los puertos y aduanas de los ríos del litoral se veían especialmente perjudicados mientras que el puerto y aduana de Buenos Aires se enriquecían sospechosamente. Así describe a Rosas el célebre historiador Cayetano Bruno:
“… el Rosas dominante, absolutista y avasallador, así en lo político como en lo eclesiástico y llega a extremos de todo punto censurables, que han dañado enormemente su memoria, hasta oscurecer otros aspectos de su personalidad y su gobierno, que despiertan el interés de cuantos lo contemplan con desapasionada objetividad.”
Entre los defraudados por su proceder, estaba Justo José de Urquiza. Si bien militaban en su mismo Partido Federal, Urquiza consideraba que estaba traicionando los principios genuinos del ideario federalista. Además, creía llegada la hora de poner punto final a un período tiránico, que tanto derramamiento de sangre había provocado en nuestro país y que en gran postración económica había dejado a toda una nación. Por otra parte, no era posible, que en la mitad del siglo XIX, nuestra patria no estuviese guiada por una Carta Magna y, por ende, que no habláramos aun de la presencia de instituciones republicanas.
Desde Concepción del Uruguay, comienza a concretarse un sueño postergado
Con el artículo del periódico de Concepción del Uruguay, “La Regeneración”, del 5 de enero de 1851, titulado “El año 1851”, las relaciones entre el gobernador de Buenos Aires y el de Entre Ríos se recienten severamente. Su contenido era desafiante y hablaba de Organización.
Finalmente, en la histórica jornada del 1º de mayo de 1851, a los pies de la primitiva pirámide en el corazón de la Plaza Ramírez, Justo José de Urquiza, hace leer el acta del Pronunciamiento en un emotivo acto. Así se quebrantaban definitivamente las relaciones entre ambas personalidades. Estaba asomando en el país, desde la Histórica, un acontecimiento por tantos años postergado: el de la Organización Nacional. De aquí en más, el caudillo entrerriano comenzaba a ultimar los detalles para preparar el famoso “Ejército Grande”, que tendría como primer objetivo terminar con Manuel Oribe, aliado de Rosas en Montevideo, para luego, sí dirigirse a Buenos Aires y terminar con los 17 agotadores años de la dictadura rosista.
3 de febrero de 1852 y la batalla que cambiaría el rumbo de una nación
Sin haber ofrecido la resistencia esperada, Oribe capituló ante Urquiza en la Banda Oriental. Ahora sí quedaba abierto el camino, para que este enorme ejército de 30.000 efectivos se dirigiese al objetivo final. Las elevadas temperaturas y el ardiente sol del verano de fines de diciembre de 1851 y enero de 1852, acompañarían a los libertadores de la patria, hasta las primeras horas del histórico febrero del año ’52. Desde las 9 de la mañana hasta alrededor de las 14 horas de aquel inolvidable 3 de febrero de 1852, en los campos del Sr. Diego Casero, en un cuadro jamás visto en el historial bélico nacional del siglo XIX, las fuerzas urquicistas y las rosistas -con un número poco inferior en hombres-, lucharían encarnizadamente. A aquel lugar se le llamaría más tarde, Caseros. En la actualidad alberga las instalaciones del Colegio Militar de la Nación, en la localidad de El Palomar, en el Partido de Morón, Prov. de Buenos Aires. Aún se conserva en el lugar, en medio de un hermoso parquizado, y como único y mudo testigo, el histórico palomar. El mismo es de forma circular y posee tres pisos concéntricos, que refleja Juan Manuel Blanes en su cuadro de la batalla.
Finalmente, el triunfo en manos de Urquiza y el exilio de Rosas a Inglaterra, anunciarían al resto del país y del mundo, que aquí no había “ni vencedores, ni vencidos”. El gobernador entrerriano tenía como únicos objetivos buscar la unidad de los argentinos a los efectos de organizar definitivamente el país, lo cual quedó claramente demostrado en los días que vendrían. Primero. llegaría el Protocolo de Palermo, para dar cumplimiento al Pacto Federal de 1831. Más tarde, el Acuerdo de los gobernadores de todas las provincias en San Nicolás de los Arroyos, para ultimar los detalles del futuro Congreso Constituyente. Por último, la cita en Santa Fe de la Vera Cruz, de la cual nacería la esperada Constitución Nacional de 1853.
El vencedor de Caseros, y la falta de reconocimiento a sus méritos
Desgraciadamente, hay quienes se resisten a reconocer los esfuerzos de Urquiza en bien de todo un país, ya sea por intereses ideológicos, por localismos o por simples celos y envidias al vencedor de Caseros. Convengamos que personas carismáticas como Urquiza siempre despiertan temores. Solamente sostenemos que hay que reconocer en Urquiza lo que hizo. Nadie niega que como cualquier mortal hubo cosas que no hizo y otras no hizo bien. A nuestro modesto entender –y quizás por ser hombre del interior– no se le reconoce debidamente lo que ha hecho por una nación, especialmente, en orden a la organización y en la búsqueda de la unidad nacional. Hay historiadores que tan sólo se esfuerzan por aludir razones económicas mezquinas por parte del caudillo entrerriano en su interés por desplazar al gobernador bonaerense. Más aun se le suele acusar de traidor a la patria por haberse coaligado con fuerzas extranjeras para su desplazamiento, buscando de esta manera desvalorizar la gran importancia que tiene y que debería de tener a nivel nacional el 3 de febrero de 1852. Sin embargo, debemos sincerarnos. Estas vertientes de opinión han de reconocer que todo aquel que quiere perpetuarse en el poder, como lo hizo Juan Manuel de Rosas, ningún beneficio puede traer a una nación. Ningún régimen que se atornille en el poder y ningún mandatario que gobierne despóticamente y sembrando el terror en medio de los que piensan distinto, puede traer paz y unidad a una nación. No era posible que todo argentino que pensara diferente al gobierno, tuviera que exiliarse de su patria o tuviera que hacer frente a la muerte. Cómo no se iban a coaligar las naciones para ver fuera del poder a un hombre que no sólo perjudicaba a sus propios compatriotas, sino a la concordia y a la armonía de las naciones de una región, bajo pretexto, muchas veces, de “nacionalismo” y lucha contra “las fuerzas imperiales”.
Todo lo contrario ocurrió con Urquiza, quien buscó inmediatamente la unidad entre los gobernadores de provincia para alcanzar la tan anhelada organización nacional. Al ser designado presidente, se sujetó a la Carta Magna con rigurosidad, pues de aquí en más el país debía regirse a través de las instituciones republicanas y bajo la Ley (Constitución Nacional). Tras el 3 de febrero de 1852, se abrieron las puertas del país a los inmigrantes como nunca antes. Relevantes políticas de Estado favorecieron el establecimiento de pujantes colonias agrícolas; se fortalecieron y crearon programas y centros educativos y culturales; y se impulsaron significativos proyectos económicos para el crecimiento de las economías regionales.
Urquiza quiso terminar, con un pasado de luchas civiles. Se focalizó en pensar en una Argentina unida, con proyección de futuro, en la base de la educación y el trabajo, sin rencores. Y sobre esto último, vale acercar el testimonio del mismísimo Rosas:
“Lo poco que tengo lo debo al General Urquiza, ¿cómo así podría dejar de serle perdurablemente agradecido?” y En otra ocasión, el exiliado en Inglaterra, expresó: “¡Errores! ¿Quién no los ha cometido? El que no los ha padecido da pruebas de su imbecilidad. Los míos; los de Vuestra Excelencia. Me los ha perdonado Vuestra Excelencia como yo he perdonado los de Vuestra Excelencia. Si no nos perdonamos los unos a los otros estaríamos ya en el infierno.”
[i] Téngase en cuenta, que desde la desaparición del cargo de Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en 1820, desaparece el cargo de una autoridad nacional, como hoy lo fuera la del Presidente de la Nación. Por lo tanto, el gobernador de Buenos Aires, hará las veces de esa autoridad nacional sin desatender sus obligaciones provinciales.
Articulo publicado por la revista La Ciudad el 30/1/19, bajo el título «1852-3 de febrero-2019. 167 aniversario de la Batalla de Caseros»