Por Sara Liponezky. –
Lo cierto y evidente es que el máximo representante institucional de su país natal, cuyo pueblo lloró intensa y sinceramente la partida de Francisco, priorizó un placer personal – acompañar a su amigo libertario- antes que asegurar su presencia en la ceremonia.
La inconsistencia e impunidad de su jefe no soporta un archivo, aunque sea de ayer. Pero bueno, no le pidamos peras al olmo. Aunque nos estalle la indignación como argentinos, la deliberada ausencia de quien preside nuestro país ya es irrelevante.
Y como condenó la “cultura del descarte”, en un Estado que se ausenta frente la vulnerabilidad y las asimetrías sociales, – visible y descarnada en la Argentina actual – predicó la práctica del abrazo interviniendo para superar conflictos y enfrentamientos, aun en los escenarios más desgarradores.