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LITERATURA, LA HORA DEL CUENTO: LO QUE CUESTA UNA AMISTAD

LO QUE CUESTA UNA AMISTAD

Por Rodolfo Oscar Negri   –   

 

La amistad es una relación que no tiene mayores explicaciones.  Es como el amor, una conexión misteriosa que se produce entre dos personas. Es algo mágico, un chispazo de sintonía entre dos seres.

Muchas veces nace de alguna experiencia común. Por eso lo que une puede provenir de relaciones de familiares, de actividades comunes, de compartir experiencias, vida, momentos. Ejemplos clásicos serían la escuela primaria, secundaria, la universidad, el barrio, salidas nocturnas, clubes, un empleo, etc…

En ocasiones en una fiesta o reunión de amigos, estamos comentando algo y –de pronto- aparece otra persona que no solo coincide con lo que decimos, sino que refleja con sus palabras lo que nosotros pensamos. No es fácil encontrar esas almas gemelas, pero cuando se da es maravilloso. En ocasiones son un tanto efímeras, pero en otras pueden durar toda una vida.

Existe una definición, para mí brillante, de Atahualpa Yupanqui.

Dicen que una vez le preguntaron que era para él un amigo y respondió:

“¿un amigo? lo pensó, fumó dos pitaditas… y dijo: un amigo… es uno mismo, con otro cuero”.

Jorge había venido a estudiar a Concepción del Uruguay desde su Gualeguay natal. Habitaba un departamento en la zona del Puerto Viejo que compartía con dos estudiantes más: Ricardo y Juan Manuel. De ambos se hizo amigo, más allá de que no cursaran las mismas carreras; la vida en común hizo que el vínculo se fortaleciera y que se apoyaran mutuamente a lo largo de toda su vida.

La aspiración del joven gualeyo era la de recibirse de ingeniero en sistemas y en ello puso todo su esfuerzo y voluntad. La muy buena combinación entre inteligencia y constancia dieron sus frutos y terminó con uno de los mejores promedios de la Facultad local de la Universidad Tecnológica Nacional.

El tiempo pasó y después la vida fue marcando caminos separados para los tres amigos y cada uno continuó con su rumbo.

Jorge se casó muy joven con Silvia, una hermosa muchacha uruguayense y casi como una reminiscencia de sus años estudiantiles, decidieron alquilar una casa en el barrio sureño. El sacrificio y esmero que había puesto en su carrera le brindó, una oportunidad inesperada y sustanciosa.

Se presentó a una beca para especializarse en Alemania por cinco meses, con sus antecedentes y superando una muy exigente selección (que incluyó pruebas técnicas, entrevistas y demás), se hizo acreedor a la misma.

El regocijo del joven matrimonio fue enorme porque no solo significaba un paso profesional adelante, sino que –además- recibiría un sueldo de 8.000 euros por mes durante el tiempo que estuviera en Europa.

La vida la dio un regalo más: entre los elegidos para realizar la experiencia, en otra especialidad, estaba Ricardo, su compañero de departamento.

La inesperada alegría posibilitó que lo que parecía una aventura desafiante se convirtiera con aquella compañía en una experiencia hermosa. Así la estadía, un país diferente, con una cultura y un idioma extraño, se hizo mucho más llevadera.

El vínculo de amistad se hizo mucho más fuerte por aquellos días y se veían como hermanos de vida.

Aquel viaje fue una experiencia maravillosa y él vivió con lo mínimo e indispensable. La idea era ahorrar, acumular la mayor cantidad de moneda fuerte posible y que eso pudiera servirle como capital inicial para que la joven pareja pudiera planear la compra de un terreno para hacer realidad el sueño de poder construir una casa propia…

La ilusión no tenía límites.

El viaje y lo aprendido fue extraordinario.

A su regreso, la alegría fue inmensa. El reencuentro con Silvia fue inolvidable. Al poco tiempo tuvieron la mejor noticia: la pareja se convertía en familia. Llegaría un bebé para alegrarles la vida.

Los jóvenes empezaron a imaginar frecuentemente en buscar la oportunidad para encontrar el mejor momento para invertir aquel capital que reuniera Jorge en su viaje y que –por otro lado- habían escondido en una caja de loción para después de afeitar en el botiquín del baño de la casa.

Después del corralito y de la incautación de los ahorros por parte de los bancos, ya no confiaban en ellos. Su futuro no podía ponerse en juego.

Pocos años pasaron desde aquel momento cuando un atardecer recibieron una llamada telefónica. Ricardo anunciaba que tenía que trasladarse a Concepción del Uruguay para realizar algunos trámites y –de paso- pasar unos días visitándolos y disfrutar de las playas entrerrianas y les pedía que le encuentren un alojamiento.

  • De ninguna manera, le dijo Jorge, te hospedarás en nuestra casa.
  • No quiero molestarlos…
  • ¿molestarnos? De ninguna manera…
  • Encima con Silvia embarazada y en un departamento chico…
  • Para nosotros, mi querido Ricardo, será una alegría… si vos, vos sos más que un amigo, vos sos como el hermano que no tuve…

Así quedaron y así sucedió. Pasaron unos días muy lindos. Compartieron y recordaron. Hubo asados y corrió el vino, entre las risas y la alegría de cuentos y anécdotas que revivían épocas y momentos vividos.

Ricardo se marchó, luego de varios días y todo volvió a la normalidad.

Una mañana, Silvia le preguntó a Jorge:

  • ¿vos viste la caja de la loción para después de afeitar?
  • Si, respondió Jorge, debe estar donde siempre
  • Estar esta…
  • ¿pero…?
  • Pero está vacía…
  • No puede ser…
  • Está vacía…
  • ¿te fijaste bien Silvia? Le respondió, mientras una ráfaga de aire helado comenzó a congelarle la columna vertebral…
  • ¿vos no la tocaste? Insistió su pareja.
  • No, para nada…
  • Busquemos bien…

En los días siguientes, prácticamente dieron vuelta la casa y el resultado fue infructuoso. No pudieron encontrar el dinero.

¿Qué pudo haber pasado? Era la pregunta que ambos se hacían, sin animarse a dar una respuesta.

Hasta que Jorge lo dijo:

  • El único extraño que estuvo en la casa en estos últimos tiempos fue Ricardo…
  • Ricardo jamás podría haber hecho algo así…
  • Pero fue el único…
  • No puede ser…
  • Pero es…
  • ¿Y si le escribís un correo electrónico?
  • Pero Silvia, vos sabes cómo lo ofendería una insinuación así…
  • No le preguntes directamente, tratá de hacerlo con el tacto suficiente como para que él lo deduzca…
  • No sé…
  • Es nuestro futuro y el de nuestro hijo…
  • Tenés razón.

Los días siguientes se esforzó para encontrar la redacción adecuada. Escribía y borraba. Le leía a Silvia y hacía correcciones. Después de trabajar muchísimo el tema, ya estaba todo listo como para darle contenido a un correo electrónico donde comenzaba preguntándole como había pasado sus días en Uruguay y –tal como para que se diera por aludido- “si no sentía que se había llevado consigo algo extraño, ajeno”.

La respuesta no se hizo esperar y pudieron leerla en pocos minutos. Ricardo agradecía lo bien que lo habían tratado y la generosidad de haberlo recibido en su hogar. Después de recorrer cada momento de su visita, terminó diciéndole que no comprendía la frase final, pero –aclaraba- que de ninguna manera se había llevado algo que no fuera suyo, porque había vuelto con el amor que sus amigos le habían brindado, que era lo que él más valoraba. Ambos sentados frente a la pantalla de la computadora, quedaron helados. Se miraron desorientados.

  • ¿Qué hacemos ahora? Se preguntó Silvia.

Jorge fue categórico.

  • Mira, si con sutilezas no sirve; tengo que ser más claro y que sea lo que Dios quiera…
  • ¿te parece?
  • Una actitud así, no se puede perdonar…

Dudaron mucho. Discutieron casi dos días seguidos, pero por fin se decidieron a hacerlo. Otra vez y con el aporte de ambos se fue escribiendo un nuevo correo, esta vez más claro y directo y mencionando el faltante de dinero explícitamente. Si bien decía que comprendían que pudiera estar pasando un mal momento y que se lo podían prestar, pero que el dinero les era fundamental para su futuro y debería ser devuelto.

A Jorge le costó muchísimo el apretar el enter final para que el mensaje parta, pero –una vez que lo hizo- los dos se quedaron esperando la respuesta. Esta vez no fue rápida.

Mientras esperaban, observaban la pantalla y eso llevó a Silvia a comentar:

  • ¡cuántos mensajes dejas sin leer…!
  • La verdad es que miro los correos cada vez menos. Uso sobre todo el WhatsApp…
  • Mirá… si hasta tenés un correo de mi papá…

En ese momento ingresó la respuesta de Ricardo. Profundamente dolido y negando que hubiera tocado el dinero, les respondía que no solo jamás hubiera tocado algo que no era suyo; sino que, y muchísimo menos, ni en los peores de los momentos que pudiera llegar a vivir, les robaría a ellos. Justamente a ellos, que él –hasta esta acusación- los consideraba como su familia. Calificaba a la carta como una infamia y terminaba diciendo, con profundo dolor, que de allí en más se olvidaran para siempre de su existencia.

Dolidos, pero sin el dinero ambos se quedaron paralizados, se abrazaron amargamente. ¿Qué hacer?

Mientras pensaban, Jorge comenzó a abrir algunos de los correos que no había visto. Entre ellos el de su suegro, fechado dos meses atrás, que decía: 

“Mi querido Jorge: estuve los otros días en tu casa y cuando fui al baño tuve que abrir el botiquín y se me cayó, sin querer, una caja de loción para después de afeitar. Resulta que estaba llena de euros que se desparramaron en el suelo. Me acorde que eso era tu ahorro del viaje y me pareció que lo tenías demasiado expuesto. Así que me tomé la libertad de ponerlo dentro de tus zapatos de casamiento (si el par que tenés arriba del placard). Supongo que estarán mejor escondidos y más seguros. Disculpame si me metí en algo que no me correspondía, pero si se me cayó la caja a mí se le puede caer a cualquiera que vaya al baño en tu casa y no deja de ser un riesgo. Abrazo grande. Tu suegro Ernesto”.

 

 

Este cuento forma parte del libro “¿Te cuento un cuento?  De Rodolfo Oscar Negri, realizado por Editorial El Miercoles en febrero de 2020

 

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