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Literatura, La Hora del Cuento: La Caza

supermercados 1LA CAZA (con zeta)   (*)      

Por Rodolfo Oscar Negri     –    

Costó ponerse el pantalón. Le pareció, horrorizada que tal vez estuviera otra vez con algún kilo demás y se dijo tengo que volver al régimen de Ravena, porque si sigo por este camino todo será inútil…

En fin, el pantalón superajustado, la blusa algo provocativa, el perfume, el maquillaje, adorno por aquí, adorno por allá, detalle por detalle, todo preparado como titulaba la vieja película: “vestida para matar”.

Se miró detenidamente en el espejo. Por adelante y por detrás. Se dio una palmada en la cola, simuló sonreír, reír, puso cara de sorpresa, de inocente, de pícara, de seductora, levantó las cejas, hasta que finalmente hizo un gesto de aprobación.  El anzuelo tiene que estar en perfectas condiciones, pensó, todo de modo tal que parezca natural y con un toque de distinción. Nada de parecer un yiro ni una desesperada.

Así salió a la calle. Otra vez de caza. Sí, de caza (con zeta). Hacía casi diez años que se había separado y desde entonces no había encontrado un hombre que considerara a su nivel como para formar una pareja. Porque ella quería formar una pareja. Nada ocasional. Ni siquiera una canita al aire. Ella es una dama y una dama no busca otra cosa. Pero, claro, no cualquier pareja. Una que estuviera a la altura física, económica y social que merecía. Porque para mugroso y ordinario, ya había estado doce años casada con Enrique y no soportaría nuevamente fealdad, estrecheces o vulgaridades, por la sola escusa del amor o una simple calentura.  Su cuota ya estaba cubierta con creces. Además se sentía todavía apetecible. Se veía atractiva, pero… siempre hay un pero… el tiempo no perdona y los cuarenta habían pasado hace rato. Los hombres de su edad buscan muchachas mucho más jóvenes y los jóvenes, ah… los jóvenes, ellos solo buscan sexo y sacarle plata.

Pero, optimista por naturaleza, no perdía las esperanzas y allí estaba, otra vez de cacería. Nuevamente al acecho de una presa que estuviera a la altura de su cazadora.

Había planeado esta salida meticulosamente. ¿El escenario? Un supermercado. Claro que no era cualquier supermercado, sino el más caro de la ciudad. Allí no va cualquiera.  Es un primer filtro.

¿La hora? Después de la siesta. Es el momento en que los hombres solos aprovechan para hacer las compras para su hogar antes de volver a trabajar.

Llegó sin prisa. Estaba tranquila y segura de lo que estaba haciendo y de lo que pretendía.  Tenía fe en el plan. Cruzó las puertas automáticas y vio con alegría que su hipótesis no era errada: No había demasiada gente, pero si muchos hombres.

Ahora el cebadero. No cualquier lugar es apto para encontrar el objetivo. Por lo menos el que ella buscaba. La verdulería es de cuarta. La carnicería de tercera. El sitio es la góndola de los vinos. Un hombre que se precie de tal, no puede sino ser un buen conocedor; así que el plan consistía en poner cara de duda e incertidumbre frente a los estantes de vino blanco en cuanto apareciera algo apetecible.  Después de un rato y de varios desechables, se acercó uno. Primero, ver si tenía anillo de compromiso, de inmediato estudiar su ropa y luego el contenido del carrito. Si los productos eran de oferta, estaba totalmente descartado. Si eran de primera marca, seguía en carrera. En este caso puntual, el examen, resultó aprobado.

Cuando lo tuvo algo cerca hizo el primer disparo. Susurró con voz sensual:

          Perdóneme caballero, pero ¿Ud. no me aconsejaría que vino blanco comprar? No sé nada de vinos, estoy totalmente desorientada y no querría quedar mal ante invitados muy especiales.

Primero ver si es arrebatado o reflexivo. Sí, sin mediar palabra, va derecho a sacar una botella y se la entrega, es un autoritario y eso, con ella, no va. Si elige uno dulce y con gas, seguro que es marica y si va directamente a uno seco, es un agrio y un amargado. Todo esto lo pensaba, mientras esperaba su contestación.

        ¿Para acompañar algún tipo de comida especial? Respondió él.

Epa, epa… respuesta muy buena, se dijo sorprendida. Hay que observar mejor a este prospecto. A ver que veo. Cincuentón, con algo de panza (pero no demasiada). La ropa no dice gran cosa, pero es sobria y ella cometió –otra vez- la boludez de no ponerse los lentes de contacto para ver si podía pispiar la marca. El cuerpo no es su fuerte. No es un Adonis justamente, pero es un hombre. Le jode un poco la calvicie, pero –se dice- si le hice pagar el boludo de mi ex, un par de tetas, un culo y una cara, ¿Por qué no hacerle pagar a éste un trasplante de pelo para él y dejo el problema solucionado?  Sigamos, a ver que sucede.

          Un pescado a las finas hierbas, le respondió.

          Ah, para un pescado a las finas hierbas… yo compraría un chardonay. Es seco, pero perfumado. Me parece ideal para ese plato.

¡Bravo, bravo…! Aprobado. Sigue participando, pensó entusiasmada.

          Muchas gracias, no sabe cuánto se lo agradezco, respondió y cuando quiso comenzar a conversar, él continuó caminando alejándose y mirando las góndolas, mientras respondía:

          Por nada, por nada.

Así que te hacés el difícil, se dijo, mejor; a mí me gusta más la pelea que la rendición incondicional o le entrega sencilla. Comenzó a seguirlo tratando de que no lo advirtiera.  La segunda estación fue la fiambrería. Otro sitio de prueba ideal. La marca del queso, el tipo de fiambre son típica muestra de quien es quien.  Si pide mortadela, Milán o fiambrín fuiste, pensó. Pero no, otra agradable sorpresa, llevó jamón crudo y un cuarto de roquefort. Ahora sí que estás en la mira.

El siguió con sus compras y ella vigilándolo. Hasta fingió uno o dos encontronazos chocándolo con el carrito a la vuelta de alguna estantería. Lo suficiente como para que le permitiera expresar, solo para que él la escuche:

          Parece que al destino le gusta vernos juntos… mientras practicaba su ya ensayada hasta el cansancio sonrisa cautivadora.

El parecía complacido, pero nada más. Hasta ahí.  

¿Puede ser que tenga ya la pólvora húmeda? Se preguntó. ¿Cómo es que no pica todavía?

Otro “choque” y ella dejó que él tomara la iniciativa.

          ¡Otra vez…! me parece que Ud. tiene razón. Esto ya no parece ser casualidad… le dijo con una sonrisa.

Caíste chorlito.  Ahora a seguirlo de cerca para que no se le escape y poder llegar justo detrás de él a la cola de la caja. Lo logró. Había varias personas en la fila y ella comenzó a fantasear con la presa, imaginando lo que vendría luego. Primero pagaba, le pedía ayuda y después solo le quedaba ver que auto tenía y –si este también era aprobado- al ataque final. No se le escaparía por nada del mundo. Si todo andaba bien, esa misma noche estaría cenando en un restorán de lujo y después, se veía, paseando juntos -tomados de la mano- por la avenida Collins, mirando el mar… y después, después… quien sabe…

Volvió de su fantasía y aprovechó. La espera era otra oportunidad para el diálogo. Buscó sus ojos y disparó:

          Falta que nos vayamos juntos…

Hizo una corta pausa y agregó:

          Para cargar los paquetes por supuesto… digo…

          No se preocupe señora, que si necesita ayuda,  la espero y le doy una mano para cargar los suyos, respondió la víctima.

Tal vez no se afeite todos los días, pero es cortés y respetuoso. Una en contra y dos a favor, contabilizó.

          ¡Pero qué amable, no sabe cuánto se lo agradezco! Ah y no me llamo señora, me llamo Laura.

          Encantado Laura, soy Agustín. Parece mentira, pero hace casi una hora que no dejamos de encontrarnos. Qué cosa loca ¿no es cierto? Parece que hay un magnetismo entre ambos, le dijo incrédulamente mientras comenzaba a descargar la mercadería de su carrito para que la cajera fuera pasando uno a uno los artículos frente al lector óptico.

Ya lo tengo a punto de caramelo, se dijo y empezó a esperar tranquilamente. Cuando termine, le digo casi en forma de súplica que me espere para ayudarme y fuiste… estas en el horno.

¡Pero no! No puede ser. Qué horror ¿Qué es lo que hace este hombre? Que digo hombre, esta bestia. No paga ni con Diners, ni American Express, ni siquiera con Visa… ¿Qué sacó? Por Dios, qué asco si no es más que una chequera de vales de un Sindicato… ¿Cómo pude equivocarme tanto Señor mío?

Habrá que comenzar todo de nuevo.

Otra partida. Otra búsqueda. Otra vez de caza…

 

(*) Cuento seleccionado para integrar  la VIII Antología Internacional Digital de Poesía y Narrativa “Elegidos 2012”.

Este cuento esta incluído en el material del libro “¨Palabras” del Taller Literario de Susy Quinteros, editado en mayo de 2013.

Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado por Editorial Dunken en enero de 2013

Este cuento fue publicado por la revista La  Ciudad el 11/2/17