No basta con un lazo biológico. El sentimiento de paternidad se construye y puede atravesar distintas vicisitudes.
El que viene, será un Día del Padre 2020 distinto. Quizás no haya regalos -de los comprados en el shopping-, o un festejo con todos los miembros de la familia. Probablemente sea por Skype, Zoom o Whatsapp…
Sin duda, estas diferencias pueden presentarse como una buena oportunidad para pensar en otros aspectos de lo que significa ser papá, hijo o abuelo en momentos como éstos. Y detenernos a reflexionar qué vamos a festejar, en realidad.
Para comenzar diré que ser padre es distinto a sentirse padre. No basta con un lazo biológico. El sentimiento de paternidad se construye y puede atravesar distintas vicisitudes. Tener un hijo no produce automáticamente su correlato afectivo. Contrariamente a lo que se cree, sentirlo como propio es un proceso mutuo, de ida y vuelta, sujeto a complejos avatares. Por eso es necesario que padres e hijos se adopten mutuamente, además de existir como tales dentro de una familia y una sociedad. Y éste es un proceso permanente, que debe renovarse en las distintas etapas de la vida. Por eso no es lo mismo ser papá de un bebé, de un niño en edad escolar, de un adolescente o de un adulto que ya ha armado su propia familia.
Los sacrificios que impone la crianza de un hijo son compensados por las satisfacciones que se obtienen cuando éste da señales de crecer adecuadamente y de devolver de diversas maneras el cariño que se le prodiga; indicios, a su vez, de que se está siendo un “buen” padre. Y así sucesivamente: sus virtudes y defectos serán el termómetro -el “orgullómetro” del estado de la relación padre-hijo, en permanente acomodamiento. Cada uno llevará al otro para siempre dentro de sí.
Si los chicos, en sus primeras etapas, pueden admirar a sus padres, podrán identificarse con ellos cuando necesiten sentirse héroes. Y podrán ser los héroes de sus propios hijos cuando llegue el momento…
Padres e hijos son espejos en los que cada uno devuelve algo de la imagen del otro. Pueden quebrarse, pueden empañarse, entonces tendremos que hacer lo posible para que puedan volver a reflejarse.
Como metáfora más representativa de lo que es ser papá en el momento actual, vuelve a mi mente una y otra vez la película “La vida es bella”, que nos muestra una hermosa y trágica historia acerca de la tarea de un padre intentando preservar la capacidad de juego de su hijo, aún en las circunstancias más extremas. Pienso no solamente en el beneficio obtenido por el niño, sino también por el padre en aquella historia… aún conociendo el final.
A los padres les toca la tarea, nada sencilla, de funcionar como “barrera protectora” frente a los estímulos externos. De cuidar el clima famliar, de acompañar y explicar, de calmar, seguros de la imborrable huella que dejarán en sus hijos, en circunstancias como las que nos toca vivir.
Por María Fernanda Rivas – Lic. en psicología. Psicoanalista. Especialista en niños y adolescentes. Integrante del Depto. de pareja y familia de A.P.A. Autora del libro “La familia y la ley. Conflictos-transformaciones”.
(fuente: ámbito.com)