El “triángulo” del litio, que conforman los salares altoandinos de Argentina, Bolivia y Chile, alberga el principal reservorio de este mineral concentrado en salmueras, cuyos costos de extracción son más económicos que los que los que insumen los aluminosilicatos (“litio en rocas”).
No es casualidad que los ojos de grandes empresas mineras y automotrices internacionales se hayan posado en esta recóndita e inhóspita región de Sudamérica; primero en Atacama, Chile; luego en la Puna argentina –salares de Hombre Muerto y Olaroz–; y, finalmente, en Uyuni, Bolivia.
¿Qué hay detrás del boom del denominado “oro blanco”, convertido hoy en un recurso apreciado a nivel mundial y llamado a cumplir un rol clave en la impostergable transición energética? Tal como explicó a DEF el investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y del Conicet, Federico Nacif, “el litio tiene un valor económico, un valor tecnológico y un valor geopolítico”. Recurriendo a una analogía, señaló que, tal como sucedió con el uranio en el ámbito nuclear, la única forma de aprovechar realmente el litio es industrializándolo y avanzando en el desarrollo de sistemas de acumulación energética con valor agregado local. Fue lo que hizo la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) a partir de la década de 1950, al ponerse como meta el dominio del ciclo del combustible nuclear, el diseño de reactores y, posteriormente, su exportación a través de INVAP. “En el Código de Minería, el uranio era considerado un recurso estratégico, no se podía concesionar y su explotación quedaba a cargo del Estado”, ejemplificó, al tiempo que lamentó que no haya sucedido lo mismo en el caso del litio, cuyo tratamiento ha sido el de un mero commodity.
Los ámbitos de la energía nuclear y el litio se encuentran, además, históricamente vinculados. Si rebobinamos la película y nos remontamos a las décadas del 50 y del 60 del siglo pasado, las potencias internacionales y la propia Argentina comenzaron a interesarse por el litio, un metal muy liviano y caracterizado por su alto potencial electropositivo. “La importancia estratégica del litio obedecía, en ese entonces, a su aplicación en el campo de la energía nuclear, asociada al desarrollo de la bomba de hidrógeno”, recordó Nacif. En nuestro país, en la década del 60, comenzaron a estudiarse los recursos locales de este mineral y aparecieron dos trabajos publicados por el químico y geólogo Luciano Catalano, subsecretario de Minería del gobierno de Arturo Illia. En el marco del llamado “Plan Salares”, la Dirección General de Fabricaciones Militares determinó la relevancia del salar del Hombre Muerto, ubicado en Catamarca.
‘El interés inicial de las grandes potencias en el litio estuvo orientado a su aplicación en el ámbito nuclear; en la actualidad, su explotación se asocia al desarrollo de baterías para el sector de la movilidad eléctrica’, explicó Federico Nacif, investigador de la Universidad Nacional de Quilmes.
En la última década, a partir de la apuesta de las automotrices por la movilidad eléctrica, los jugadores de ese mercado comenzaron a buscar fuentes de aprovisionamiento para sus baterías. Por ejemplo, para hacer funcionar un auto Tesla, cuya batería tiene unos 6 kilogramos de litio, se necesita el equivalente a 17.000 baterías de celulares. En ese contexto, se anunciaron no menos de 20 proyectos de explotación del litio en la Puna, de los cuales hasta la fecha solo uno ha entrado en producción. Se trata de Sales de Jujuy, una sociedad conformada por la minera australiana Orocobre (66,5 por ciento), la japonesa Toyota Tsusho (25 por ciento) y la compañía estatal Jujuy Energía y Minería (JEMSE), que controla el restante 8,5 por ciento de las acciones. Cuenta con una capacidad de producción de 17.000 toneladas anuales de carbonato de litio en el salar de Olaroz y tiene planes de expansión para alcanzar las 42.000 toneladas. Para 2021, está anunciada la puesta en marcha de un segundo proyecto en Jujuy, conducido por Minera Exar, una joint-venture integrada por la corporación estadounidense Lithium Americas y la china Ganfeng Lithium para explotar el litio también en Olaroz.
Los proyectos de explotación de estos recursos no son fáciles de desarrollar. “La química de los salares es compleja: la salmuera tiene concentraciones altísimas de cloruro de sodio y la química de cada salar es distinta y muy dependiente del clima”, precisó el doctor Ernesto Calvo, director del Instituto de Química Física de los Materiales, Energía y Medio Ambiente (Inquimae) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Cada uno de estos proyectos lleva no menos de siete años de estudio, antes de entrar en la etapa productiva. Al respecto, detalló: “La concentración de litio en la salmuera es mínima, de apenas un gramo por litro, y el carbonato de litio es un compuesto demasiado soluble. El método artesanal, que se ha venido utilizando hasta ahora, consiste en evaporar la salmuera durante más de un año y, al calentarlo, por distinta solubilidad, van precipitando los distintos cristales. Al final, queda un líquido que, tratado con carbonato de sodio –soda Solvay–, precipita en carbonato de litio”. El costo del proceso es de entre 3000 y 3500 dólares por tonelada. Ahora bien, lo que más preocupa al investigador es “la fragilidad del método”, cuyo resultado final no supera porcentajes de entre el 30 y el 40 por ciento de rendimiento. “Se obtienen miles de toneladas de carbonato de litio, pero se pierden millones de galones de agua”, completó.
‘El método actual de extracción en los salares es muy frágil: tiene un rendimiento muy bajo y, en el proceso para obtener miles de toneladas de carbonato de litio, se pierden millones de galones de agua’, señaló el doctor Ernesto Calvo.
El planteo de Calvo es “no considerar el valor de la tonelada de litio, sino el de la tecnología para procesar ese litio”. Bajo su conducción, el Inquimae ha conseguido desarrollar una novedosa tecnología para la extracción del litio de los salares, patentada por el Conicet en Argentina, Bolivia, Chile y China. Se trata de un método electroquímico rápido, eficiente, altamente selectivo y sostenible desde el punto de vista ambiental. “El método en el laboratorio es fantástico y hoy lo estamos escalando a través de la simulación digital; el problema es que se necesita mucha agua para obtener poco litio, por lo que se requería una concentración previa del compuesto para, luego sí, utilizar esta tecnología”, ilustró este especialista, cuyo equipo ganó en 2017 el certamen internacional Bright Minds Challenge en Holanda, justamente por este método.
Con respecto al esquema de explotación que impera en nuestro país, Federico Nacif sostuvo que “es muy difícil que una provincia logre diseñar una política sustentable y razonable de aprovechamiento de sus recursos de litio, así como de gobernanza pública y democrática de sus salares”. El modelo jujeño, con la empresa JEMSE como actor involucrado en los proyectos de explotación, no ha conseguido superar los límites de ese modelo. A modo de ejemplo, indicó Nacif, la empresa concesionaria aceptó “disponer para el mercado interno hasta el 5 por ciento de su producción de carbonato de litio, pero vendido en el mercado local al precio internacional”. Un modelo interesante, a su juicio, es el que encaró Bolivia, primero con un proyecto piloto de ensayos y pruebas piloto de materiales catódicos y batería; y, posteriormente, con un acuerdo estratégico para la industrialización del litio en el salar de Uyuni, firmado por Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB) y la empresa alemana ACI Systems (ACISA). Si bien este último proyecto entró en un cono de sombras con la salida de Evo Morales del gobierno a fines del año pasado, parece destinado a reactivarse en la administración de Luis Arce.
Fuente: Infobae