Periodista (P.): ¿Tiene que ver algo de este clima con que hayas puesto privado tus redes sociales?
Emilce Moler (E.M.): Claro. Puse todo en privado porque me insultaban todo el tiempo, por cada manifestación que hacía. Puse algo sobre el cumpleaños de Evita y me llegaron todos los insultos. Puse algo sobre el nieto recuperado y me insultaron de arriba a abajo, fueron más de 100 trolls. Ni siquiera se sabía quién era, puse solo «Bienvenido nieto 133«.
Encima yo no soy funcionaria ni nada, pero los derechos humanos provocan eso. Se hace una simbiosis muy fuerte entre derechos humanos y kirchnerismo e inmediatamente piensan que es lo mismo y te descalifican.
P.: En esta cuestión de una juventud que entiende las complejidades y que no es monolítica, ¿pensás que su apoyo a expresiones de derecha la vuelven necesariamente negacionista?
E.M.: No, un pibe de 16 años que vota a Milei no es porque aprueba una tortura. Pero a 40 años de democracia y a 47 años de la Noche de los Lápices creíamos que se habían consolidado muchos temas, pero la disputa del pasado aparece nuevamente estos días. Hay nuevos cuestionamientos y la manera en que nosotros afrontemos esos cuestionamientos va a determinar la posibilidad de avanzar o retroceder.
Es necesario pensar no sólo en los jóvenes, sino en aquellos que están llevando esos cuestionamientos que no son sólo sobre el pasado, sino básicamente el presente, que es lo que está en juego. Hace muchos nosotros estamos hablando de los logros del campo de los derechos humanos, pero en estos días nos invaden decepciones en un panorama político complejo.
Y hay voces de adultos negacionistas que resuenan demasiado fuerte porque lo que se está tratando de hacer es utilizar la demonización pasada para legitimar la demonización presente de los movimientos sociales, que piensan resistencias ante los proyectos económicos que proponen aumentar la pobreza y la desigualdad. Lo que buscan estas expresiones es cancelar los consensos post dictatoriales para legitimar un accionar represivo.
Lo complejo de la actualidad es que no creo que sea negacionismo, sino un relativismo: no se niega de cuajo lo ocurrido en la dictadura, sino que lo relativizan. «Están mal los abusos que ocurrieron, pero…», y en ese «pero» cuelan que no fue tan duro, que no fueron tantos. Y a la juventud le dicen: «No fue como te la cuentan; no te están diciendo todo». Esos discursos se impregnan en los jóvenes, que buscan siempre otras voces.
P.: ¿Cómo se aborda, entonces, el discurso del pasado para las juventudes?
E.M.: Ese pasado, que no es tan lejano, lo tienen que vivir ellos, los tenemos que hacer parte de ese pasado. No podemos transmitirle la historia como un cuento o un relato, porque para los jóvenes la Casita de Tucumán o la Noche de los Lápices son lo mismo sino se lo hacemos sentir.
Yo por eso destaco el trabajo de todos los programas que existen a nivel nacional en las secretarías de Derechos Humanos porque los hacen partícipes: a partir de su realidad, van para atrás. «¿Por qué esa fábrica está cerrada? ¿Cuándo cerró?». Ahí aparece la dictadura. «¿Qué le pasó al abuelo de tal?». Está desaparecido. «¿Por qué?». Hablar de la deuda con el FMI, ¿quién la tomo antes? La dictadura. Hay que interpelarlos desde sus realidades. Me parece que estaríamos avanzando de otra manera.
P.: ¿Por qué aparecen estos discursos y homenajes más fuertemente después de las PASO?
E.M.: Lo que más nos desacomoda es que estas cuestiones, impensables y que cuestionan públicamente y con intención de rédito electoral la conquista de la lucha popular contra la impunidad, encontraron viabilidad social y política.
El resultado de las elecciones nos crea un desafío muy fuerte a las organizaciones de derechos humanos y a la sociedad. Nos enfrentamos con la posibilidad real de una fuerza política que aboga por la restricción de la realidad que puede acceder a través de los procesos electorales. Esto realmente es una novedad para nuestra idiosincrasia de las luchas.
Pero lo que expresan las voces negacionistas no son novedosas: es la narrativa desplegada por la dictadura. La novedad es que este discurso haya sido desde una precandidata a vicepresidenta; y la más votada. Y acá vuelvo a tu pregunta sobre si los jóvenes son negacionistas. El voto no es por el discurso del pasado, es por su insatisfacción por el presente.
P.: ¿Qué aporte puede hacer el campo de los derechos humanos?
E.M.: Hay que mostrar que la democracia es la mejor forma de gobierno a pesar de sus falencias. Es democracia o dictadura la cuestión. Los derechos humanos, la sociedad civil comprometida, las cuestiones jurídicas y los actores populares pelearon para conseguir una democracia que nos costó tanto y que tiene 40 años, que es muy joven en términos de proceso histórico de un país. Nos falta mucho por recorrer pero tenemos que estar orgullosos de lo que logramos.
Creo que nuestro desafío como sociedad es transformar esas demandas insatisfechas en nuestros tiempos en más derechos y en más democracia. ¿Cómo lo hacemos? Con las herramientas que estamos trabajando desde los derechos humanos creo que llegamos a una meseta.
Estuvo eso de Axel Kicillof que dijo que hay que escribir nuevas canciones. Yo creo que hay que agregar nuevas consignas para estos tiempos para demostrar a las nuevas generaciones que no hay que tirar todo por la borda para vivir mejor, sino que es por el camino de la construcción social de más derecho y más democracia en la que vamos a ganar todos. Esa es una lucha muy fuerte, pero los que venimos de luchas sabemos que los procesos no son lineales ni irreversibles.
P.: Vos tenés encima muchos años de militancia en momentos difíciles. Este ruido que existe en torno a los derechos humanos, ¿tiene diferencias a otros momentos?
E.M.: Sí, muchas diferencias. Nosotros teníamos retrocesos en las demandas, pero no teníamos esta impunidad de la palabra. Hoy eso existe, de todo tipo. Antes tenía peso la palabra, entonces podías argumentar y había posibilidades de diálogo. Hoy no está eso ni para el campo de los derechos humanos ni para nada: nosotros para avanzar necesitamos historizar y tiempo de diálogo, y eso ya no está.
Y después es un poco lo del relativismo que te marcaba: esta metamorfosis que es igualar a las víctimas del terrorismo de Estado con el de las acciones insurgentes es muy difícil de desbaratar en una frase o en un panel de televisión. Es una trampa absoluta, porque para eso necesitás un tiempo. Es fácil instalarlo y es muy difícil desinstalarlo.
Lo último que veo es que antes el retroceso era no poder juzgar a los militares, pero las opciones electorales eran el peronismo y el radicalismo. Todos tenían el consenso de la democracia y el Nunca Más. Hoy tenemos las urnas en manos de negacionistas. Eso es lo complejo: llegan con el voto. Es un retroceso fuerte, pero no irreversible.



