por Rodolfo Oscar Negri –
Más papista que el Papa
El eficientismo es una de las características de este proceso de Globalización que se ha extendido por gran parte del mundo y al que muchos adhirieron.
Nuestra “inteligencia nacional”, los gurúes económico-políticos, como todo lo que hacen, se incorporaron “fervorosamente” a la “novedad”.
Tal vez sea nuestra raíz latina, tal vez la falta de experiencia o madurez como pueblo libre. Todo lo hacemos llegando a los extremos.
Tal vez la desaparición de 30.000 personas que privó a la Argentina no sólo de mentes pensantes y comprometidas, sino también mató o hizo desaparecer (por desaparición física de algunos y por miedo en otros) el espíritu crítico que toda sociedad debe tener para poder evolucionar contrastando ideas.
Los 90
De la mano del presidente Carlos Menem se hizo todo, con la firma de su ministro Cavallo y el apoyo del stablishmen vernáculo.
El menemismo entonces, se disfrazó de peronismo, le usurpó la identidad y le produjo un vaciamiento del contenido filosófico e ideológico. Reemplazó una historia proteccionista, de desarrollo del empresariado nacional, de defensa de los trabajadores y de los derechos de los humildes, por el viejo libreto liberal de “apertura” total. Fuimos más liberales que Margaret Tacher o Ronald Reagan. Estábamos en condiciones de enseñarle liberalismo a Adam Smith.
En fin…
Los que nos quedamos en el 45
Esto generó quebrantos en las economías regionales y desempleo.
Todo un proceso de desindustrialización.
Parecía que el cuestionar “el modelo de la Globalización”, quedaba solo para los ignorantes.
Opinar diferente era “haberse quedado en el 45” (hoy la traducción sería el decir despectivamente «son K»).
Así, se privatizaron todos los servicios que estaban en manos del Estado. En muchos casos otorgando privilegios y manteniendo monopolios. En algunos casos, hasta subsidiando a las empresas que estaban haciendo descomunales ganancias (como es el caso de los peajes).
Se (¿vendieron?) terminaron las “joyas de la abuela” y –por extraño que parezca- esto no sirvió –siquiera- para disminuir la deuda externa. Esta, por el contrario, se incrementó fabulosamente.
Solo basta con hacer las cosas bien
Las cosas se hicieron, con “desprolijidades”, dirían los adherentes al modelo no menemistas, pero se hicieron. Ellos miraban con simpatía las reformas, pero no comulgaban con la torpeza con que se hicieron algunas privatizaciones y la imagen de despilfarro y frivolidad de que hicieron gala quienes gobernaron el país estos últimos años.
El tema es ser prolijos. El tema es que los números cierren. Todo se maneja en función de la oferta y la demanda.
Las “mágicas leyes del mercado” acomodarán todo tipo de desviación que se produzca.
En ese sentido hemos escuchado más de una vez decir que tendrían que dirigir técnicos todas las Áreas, para lograr la eficiencia que hace falta.
Encaminamos las cosas hacia una dictadura técnico-ilustrada, donde los CEOS de las grandes corporaciones y los yupis de la City porteña, se convirtieron en gurúes que deciden prioridades, qué está bien y que está mal, según dicten las sabias leyes de la oferta y la demanda.
Las dos Argentinas
Si -por aquel entonces- hasta creyeron algunos que estábamos realmente en el primer mundo!
Comenzó el proceso de extinción de la clase media y la sociedad se dividió claramente en dos. Una, la de los que pudieron, por el 1 a 1 con el dólar, volver al espejismo de los viajes al exterior, comprar computadoras, Internet, los barrios cerrados exclusivos, colegios privados, las “relaciones carnales”, etc. etc. etc.
La otra, la de los desocupados, los jubilados, las quiebras, el hospital público, los docentes, los piqueteros, el 20,7/1000 de mortalidad infantil, etc. etc. etc.
La ley del mas fuerte
Se llevó al Estado a su mínima expresión y se convirtió al país en una selva, donde los poderosos impusieron las reglas.
Raúl Scalabrini Ortiz sostenía que «lo que no se legisla explícitamente para el débil, se legisla implícitamente para el fuerte», en consecuencia cuando no regula el Estado, lo hacen los poderosos y en función de sus propios intereses.
Hasta los sindicatos (cómplices) acallaron sus voces. ¿Cuántos paros generales hubo en aquellos años, mientras las empresas quebraban y la gente se quedaba sin trabajo?
Mejoría solo para algunos
“La macroeconomía refleja un mejoramiento notable”, decían.
Mejoramiento que pasaba sólo por los bolsillos del reducido grupo que maneja (en realidad) al país. “Los Nuevos Dueños de la Argentina”, los llamó algún periodista adicto al régimen político.
Si hasta nos decían que todo marchaba sobre carriles pero aquí cerca, a dos pasos nuestros cerraban los criaderos de pollo, no se podía vender el arroz y –por otro lado- la parte textil, las fabricas de electrodomésticos o del calzado -solo por dar algunos ejemplos- quedaban prácticamente fuera de competencia por la apertura indiscriminada de las importaciones ¿a quién le está yendo bien? ¿Quién se está llevando esa diferencia?
Existía quien decía que el derrame de “tanta riqueza” (que generaba toda esta política globalizadora) iba a beneficiar a todos. No fue así. Si hubo riqueza, no hubo derrame. El beneficio fue solo para que unos pocos se enriquecieran más. Los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
La Cultura del Individualismo
Se avanzó también en el aspecto de los valores.
Dada la selva, solo había que salvarse. El individuo se privilegió al conjunto.
El medio de llegar fue más importante que el fin.
Los que puedan irán a vivir a barrios exclusivos con vigilancia privada. Las apariencias, lo superfluo.
El problema va a ser la seguridad. No la miseria. No el hambre. No la educación. No la Justicia.
El tema no es tener “mano dura” con la evasión, con la corrupción.
La “mano dura” debe ser para los ladrones de gallinas.
El tema es que van a terminar enfrentados el pobre con el pobre, solo por el mendrugo.
¿Solo basta con hacer las cosas bien?
Se abandonaron principios morales y éticos, como la solidaridad o la ayuda mutua.
Solo se prioriza el “administrar bien”. El que los números cierren.
Ojo, no quiero decir que no deba ser así, que se deba administrar mal. Pero eso no alcanza.
Uno aspira de la dirigencia social, no que se distinga por saber administrar o solamente ser decente (esto debe asumirse en todos los casos, no es admitible otra cosa).
No debe concebirse que no sea así.
Uno aspira a que se conduzca a la sociedad hacia un nivel de vida mejor.
A que piense o imagine una sociedad mejor.
A que para llegar a ese proyecto de sociedad mejor se pongan todas las energías.
Dicen que Bolívar solía hablar de sus sueños de un país distinto, lo imaginaba, lo soñaba. Después trató de hacerlo realidad. No creo que fuera diferente ninguno de los grandes hombres que imaginaron a nuestra Argentina.
Uno aspira a que se tenga una visión superadora de los grandes problemas: trabajo, pobreza, educación, salud, seguridad, justicia…
Hay una disyuntiva: Administrar o Conducir (o gobernar o liderar). Administrar significa hacer funcionar bien las cosas que están.
Conducir (o gobernar o liderar) significa transformación. Imaginar un escenario mejor y caminar hacia él.
Hay que hacer bien las cosas correctas
Alguna vez me enviaron un texto que decía: Si la misión del capitán del barco fuera solamente la de conservar la nave, no saliendo del puerto estaría cumplida. La misión del capitán del barco es llevar la carga a destino. Es marcar y dirigir el rumbo, además de conservar el barco.
No alcanza con hacer las cosas bien, sino que se deben hacer bien las cosas correctas.
Aquí el tema (¿cuáles son las cosas correctas?) ya es opinable. Pero hay algo que nadie discute: el objetivo de cualquier sistema de gobierno es mejorar la calidad de vida de la población. Si no no tiene sentido.
¿Como termino todo?
Parece mentira que haya que hacerlo recordar: en la explosión del año 2001, que no solo se llevó un gobierno democrático puesto (muchos de cuyos funcionarios son nuevamente funcionarios del actual), sino que -además- costó 39 vidas y la Argentina sufrió la crisis mas tremenda de su historia -hasta ahora-.
Deja vu o volver al pasado
Este término fue acuñado por el investigador psíquico francés Émile Boirac (1851-1917) en su libro L’Avenir des sciences psychiques (El futuro de las ciencias psíquicas), basado en un ensayo que escribió mientras estudiaba en la Universidad de Chicago. Es el fenómeno de tener la fuerte sensación de que un evento o experiencia que se vive en la actualidad se ha experimentado en el pasado. El psicólogo Edward B. Titchener, en su libro Un libro de texto de Psicología (1928), explica el déjà vu como causado por una persona que tenga una breve visión de un objeto o situación, antes de que el cerebro ha terminado de «construir» una percepción consciente total de la experiencia. Una «percepción parcial» tal luego se traduce en una falsa sensación de familiaridad. Enfoques científicos rechazan la explicación de déjà vu como «precognición » o «profecía», sino más bien lo explican como una anomalía de la memoria, lo que crea una impresión distinta que una experiencia es «ser recordado».
¿Que tiene que ver esto con la realidad de la Argentina de hoy?
El mundo es diferente, las circunstancias son distintas, las personas también lo son (aunque los dirigentes son en su mayoría los mismos, reciclados y «blanqueados» de sus «pecados») pero se sigue el mismo camino. Esta vez -a diferencia de entonces- con una impronta netamente anti-peronista, pero avalados por algunos dirigentes oportunistas que no dudan en saltar, no importa de donde y hacia donde…
¿Que nos espera?
No nos gusta ni queremos ser agoreros o pájaros de mal agüero, pero -como bien decía Maquiavelo- «todo aquel que desee saber que ocurrirá debe examinar que ha ocurrido: todas las cosas de este mundo, en cualquier época, tienen su réplica en la Antigüedad«.
De alguna manera es lo que pasamos a lo largo del año que finalizó y lo que estamos viviendo: NO ES UNA IMPRESIÓN, es una realidad que -día a día- se pone más de manifiesto. Quiera Dios que Maquiavelo y quien escribe estas líneas se equivoquen, pero -si no es así- caminamos por un sendero que ya recorrimos y que sabemos cómo termina.
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 2/1/2017