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Chaná- Timbú: Explotación colonial y extinción

Por Ángel J. Harman  –     

   A la llegada de los primeros europeos,  la región estaba habitada por pueblos que hacía mucho tiempo habían adaptado su vida a las condiciones ecológicas del área. Entre tantos, se distinguían dos tipos de poblaciones. Uno, estaba representado por los cazadores y recolectores del interior. Al segundo grupo lo formaban las tribus de horticultores, como los chaná-timbú y los mbeguáes (guaraníes), que desde mucho tiempo atrás estaban asentados en el Paraná inferior.

Los pueblos originarios del Delta pueden dividirse en tres grupos: los Guaraníes, los Chaná-Timbú y los Mbeguáes, estos dos últimos relacionados entre sí, formando parte del llamado «Grupo del Litoral».

Los Chaná-Timbú habitaron en ambas márgenes del Río Paraná. En el sur de Santa Fe, nordeste de Buenos Aires, y Entre Ríos. Divididos en varias etnias, (mocoretáes, calchines, quiloazas, corondas, timbúes, caracáes, chanáes, beguaés), compartieron la misma base cultural. La etnia Chaná habitó las tierras bajas de lo que hoy es el Departamento de Victoria en la Provincia de Entre Ríos.

Todos estos grupos se desplazaban por los ríos en canoas de gran porte, fabricadas a partir de troncos ahuecados. Sus aldeas, construidas en sitios altos y cercanos a los ríos, consistían en casas comunales que albergaban a varias familias que vivían bajo el gobierno de un gran señor principal. Enterraban a sus muertos en túmulos en las cercanías de sus aldeas y a orillas de los ríos.

Su dieta consistía en gran medida de pescados, carnes, producto de la caza, y vegetales y frutas silvestres. Los timbúes practicaron en pequeña escala el cultivo de maíz, calabaza y porotos, influenciados por los Guaraníes que vivieron con ellos.

Tradicionalmente se creía que los indígenas del delta eran básicamente cazadores-recolectores y pescadores, que no tuvieron plantas cultivadas hasta la llegada tardía de los guaraníes, que habitaban las elevaciones naturales del terreno y que mantenían una organización política relativamente simple. De acuerdo a las investigaciones recientes, sobre todo en el delta superior, el panorama es distinto. Mariano Bonomo y Gustavo Politis han explicado: “grupos con algún tipo de jerarquía social, es decir, con caciques principales, que en algunos lugares llegaron a formar aldeas estables sobre montículos artificiales de tierra, que practicaban la horticultura en pequeña escala y que mantenían amplias redes de intercambio que alcanzaban las sierras de Córdoba y el área andina”.

“Estos indígenas –señalan los investigadores mencionados- habrían sido los ancestros de los chaná-timbú del siglo XVI. Pero su estilo cerámico, su tecnología y la modalidad de construcción de montículos no estaban restringidos al delta, sino que ocupaban toda la llanura aluvial del Paraná medio e inferior, desde la confluencia con el río Paraguay, y el río Uruguay inferior. Su vida allí habría comenzado hace unos dos mil años; hace unos mil ocupaban todo el delta del Paraná y formaban poblaciones estables en las islas y en las orilla de los grandes ríos. Este mundo de ríos, islas y cerámica persistió hasta el siglo XVI cuando fue desarticulado por la conquista europea”.

   Encomiendas

A partir de la conquista y colonización hispánica en la región, se inició la declinación de los grupos chaná y de los mbeguá. Gran parte de los mbeguáes fueron encomendados a los vecinos de Buenos Aires. En el “Reparto” efectuado por Juan de Garay después de la fundación de la ciudad (1582) había 20 encomiendas de esta estirpe. Según Canals Frau, otra parte de los mbeguáes que no había sido encomendada y quedó en los anegadizos del sur de Entre Ríos, subsistió hasta el siglo XVIII bajo el nombre de “Manchados”.

El resto que fue trasladado a la orilla derecha del río de la Plata por sus encomenderos, se disolvió poco a poco entre la población mestiza que se iba formando, o desapareció diluida entre los distintos grupos indígenas de la región.

Una parte de los chaná fue también repartida en 1582 por Garay entre los vecinos de Buenos Aires. En dicho repartimiento figuran los nombres de 12 caciques con sus respectivos ‘súbditos’. Para 1673 todavía subsistían siete encomiendas de este origen.

Quienes acompañaron a Juan de Garay en la fundación de Santa Fe, recibieron indígenas en encomiendas. Hernandarias en 1603, y Feliciano Rodríguez, en 1606, recibieron sendas encomiendas de indígenas Mepenes, que ubicaron en sus estancias de los actuales departamentos Paraná y La Paz.

A mediados del siglo XVII era evidente la rápida disminución de los indígenas encomendados. Diego Tomás Santucho, vecino de Santa Fe reclamaba una encomienda que había quedado vacante, pues las encomiendas originales, como las de los indios chanás, había quedado despoblada a causa de las pestes; mientras que los chanás “alzados” andaban retirados por las islas del Paraná, en tanto que otros estaban desnaturalizados en las ciudades del Tucumán.

Ese mismo año -1650- al momento de la visita efectuada a Santa Fe por el licenciado Andrés Garabito de León, existían 37 encomiendas de indios originarios, que tenían 121 indígenas encomendados.

En el empadronamiento de 1673 se registraron 81 encomenderos correspondientes a las jurisdicciones de Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes. “Nada más que 80 eran Chaná-Timbúes; 54 Chanáes, 20 Colastinés y 6 Guayquirarós”, y para mediados del siglo XVIII se había extinguido.

Un siglo después de iniciada la conquista hispánica, las poblaciones costeras de Entre Ríos habían sido desestructuradas. En poco tiempo desaparecieron los “guaraníes de las islas”, mientras que los pueblos que fueron sometidos en las encomiendas y en las reducciones se consumieron por la explotación y por las epidemias. Los charrúas de Entre Ríos pudieron mantener su independencia hasta mediados del siglo XVIII.  Luego de liquidar su resistencia, los campos de Entre Ríos comenzaron a ser ocupados por estancias de ganados y por grupos de pobladores criollos que en forma espontánea fueron estableciéndose en las tierras desocupadas. Junto con ellos, familias de estipe guaraní procedentes de las reducciones jesuíticas meridionales  se afincaron en el nordeste uruguayense.

   Las Reducciones:

La creación de reducciones de indios fue parte de los dispositivos de poder y dominación implementados por la sociedad colonial, y desde donde se pusieron en práctica políticas de corrección del comportamiento social indígena.

Con respecto a las reducciones del área pampeana –en las que fueron reducidos grupos indígenas chanás-, Florencia Carlón considera “que los sistemas reduccionales pampeanos, como espacios de disciplinamiento social indígena, se orientaron en este período a generar productores de excedentes y cristianos”.    Con indígenas chanás se formaron varias reducciones: la de Santiago del Baradero, fundada en 1616 al noroeste de Buenos Aires, que comprendía además a algunos mbeguás. Para 1776 ya se había extinguido. Con un grupo de chanás procedentes de la reducción del Baradero, se fundó la reducción de Santo Domingo Soriano.  Al ser trasladada definitivamente se le agregaron algunos charrúas de la parcialidad bohán.

En territorio santafesino se fundó a principios del siglo XVII San Bartolomé de los Chanáes, frente a Gaboto, en la desembocadura del Carcarañá. En un recuento de 1621 había 321 personas.  En 1650, los chanás originarios de esta Reducción  y que estaban encomendados a Diego Tomás de Santuchos, se hallaban distribuidos en distintos puntos de la jurisdicción de Buenos Aires y del Tucumán, trabajando para diferentes vecinos.

En 1662 fue fundada la reducción de Santo Domingo Soriano en la banda occidental del río Uruguay. Se nutrió con indígenas que habían formado parte de la reducción de Santiago del Baradero. La misma estaba integrada por indígenas guaraníes y chanás que habían sido evangelizados por fray Luis de Bolaños. Según los informes del gobernador Diego de Góngora y del obispo Pedro de Carranza el número de pobladores de Santiago del Baradero osciló en torno a los 200 habitantes. Cuando en 1651 la reducción fue afectada por una epidemia, un grupo numeroso de chanáes y guaraníes la abandonaron y emigraron en dirección al arroyo Yaguarí Miní, hacia el norte. Una década después, esos mismos indígenas concurrieron a fundar la Reducción de Santo Domingo Soriano, cuyo emplazamiento original estuvo situado en la Banda Occidental del río Uruguay, en la costa entrerriana. Luego, fue trasladada a la Isla del Vizcaíno en 1702, pero debido a los ataques de los yaros y charrúas, en 1708 se resolvió trasladar la reducción de Santo Domingo Soriano a la Banda Oriental del Uruguay, lo que se efectivizó recién en 1718.

Luego de la extinción de las reducciones, los chaná no volvieron a ser mencionados en la documentación oficial ni religiosa. Pero en 2005 un artículo periodístico conmocionó a los círculos académicos, al conocerse la existencia de un hablante –quizás el último- de lengua chaná en la provincia de Entre Ríos, llamado Blas Wilfredo Omar Jaime.

 

Fuentes

BONOMO, Mariano; DI PRADO, Violeta; SILVA, Carolina Belén y SCABUZZO, Clara; RAMOS van RAAP, María Agustina; CASTIÑEIRA LATORRE, Carol; COLOBIG, María de los Milagros; POLITIS, Gustavo Gabriel, Las poblaciones indígenas prehispánicas del río Paraná Inferior y Medio, Revista del Museo de La Plata 4(2):575-610,

CARLÓN, Florencia, “Políticas correctivas del comportamiento social indígena y formas de resistencia en las reducciones de Baradero, Tubichaminí y del Bagual (primeras décadas del siglo XVII)”, Mundo Agrario, v.7 n.13 La Plata jul./dic. 2006

CERUTI, Carlos N., La población indígena del Litoral (Siglos XVI a XVII), Publicación de la Municipalidad de La Paz, (Entre Ríos), Paraná, 1980

HARMAN, Ángel J., Los rostros invisibles  de nuestra historia. Indígenas y africanos en Concepción del Uruguay, Vice-gobernación de Entre Rís/Uader, Concepción del Uruguay, 2010

MAGNANI, Esteban, “La última palabra”, Diario Página 12, 12 de noviembre de 2005

POLITIS, Gustavo G., BONOMO, Mariano y DI PRADO, Violeta, “Ceramistas de la ribera. Los antiguos pobladores del delta del Paraná”, Ciencia Hoy, volumen 23, número 133, Junio-Julio de 2013, pp. 31-37

 

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 12/10/2021

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