“Hemos alcanzado un consenso hemisférico, del que participan 32 de los 34 países del sistema interamericano, de cara a la Conferencia de Partes (COP27) de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, que tendrá lugar en Egipto en noviembre”, afirma Manuel Otero, director general del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), con sede en San José de Costa Rica.
En conversación con DEF, el médico veterinario argentino, quien preside desde 2018 este organismo regional, se muestra convencido de que es necesario revertir cierta prédica que existe en los sectores ambientalistas y que tienen en la mira al sistema de producción agrícola de nuestro continente. “El concepto que tenemos que dejar bien claro es que no puede haber sostenibilidad ambiental si no hay seguridad alimentaria”, señala Otero. Al respecto, agrega: “No hay seguridad alimentaria si no hay producción agropecuaria y si no hay zonas rurales dinámicas, que progresen, generen empleo e incorporen tecnología”. En ese sentido, destaca que ya existe un antecedente, cuando se logró, en septiembre de 2021, una “posición unificada de las Américas” en la Cumbre de Naciones Unidas sobre Sistemas Alimentarios, que tuvo lugar en Nueva York.
-En el contexto de la guerra en Ucrania y sus consecuencias en la seguridad alimentaria del planeta, ¿qué rol puede desempeñar el sector agrícola latinoamericano?
-América Latina es un continente muy rico en recursos naturales. En muchos países, además, cuenta con recursos humanos muy buenos. Estos factores explican nuestra participación en el comercio internacional de alimentos, que es del orden del 25 %, una tendencia ha ido creciendo y que estamos llamados a fortalecer, sobre todo cuando vemos que otras regiones del mundo ya han agotado sus fronteras agrícolas. Nosotros tenemos acceso a tecnologías de punta, que deben volcarse en favor de una intensificación productiva sustentable.
-¿Cómo se explica la paradoja de la falta de acceso de un sector importante de la población latinoamericana a una alimentación adecuada?
-Es un problema macro, que se traduce en indicaciones de inseguridad alimentaria que no podemos soslayar. En 2021, 56 millones de personas sufrieron hambre en la región y 268 millones enfrentaron problemas de seguridad alimentaria. Cuando lo vemos en perspectiva, esa tendencia se había ido reduciendo. Es cierto que la pandemia de COVID-19 nos ha golpeado y tenemos que ver cómo nos reposicionamos para fortalecer el acceso de la población a los alimentos, sin renunciar al lugar que ocupamos en el comercio internacional.
-Hay una fuerte discusión, particularmente en Argentina, sobre cómo desacoplar los precios domésticos de los alimentos de los precios internacionales de las materias primas agrícolas.
-Es un tema complejo. No es tan sencillo desacoplarse de los precios internacionales porque, por un lado, estaríamos aceptando las ventajas de nuestra participación en el comercio internacional, pero, por el otro, estaríamos intentando aislarnos del mercado global. Tenemos que proveer más alimentos, aumentar sostenidamente nuestros niveles de oferta y tratar de que esto impacte de la menor manera posible en la capacidad adquisitiva de nuestra población. Debemos trabajar para fortalecer los salarios y generar empleos de mejor calidad, sin perder de vista que necesitamos una agricultura intensiva en conocimiento.
La prédica antiagro y la agenda ambiental
-¿Le preocupa la prédica antiagro que se ha instalado en algunos sectores?
-Está claro que los sistemas agroalimentarios son perfectibles, pero debemos partir de la base de que la agricultura es parte de la solución y no del problema. Hay que dejar de lado los planteos extremistas. El agro es un sector estratégico que puede y debe contribuir a la producción de alimentos, al desarrollo de nuevas matrices energéticas y, de manera fundamental, a un nuevo equilibrio ambiental. Estamos hablando de un sector complejo y diverso, que incluye aproximadamente 16,5 millones de agricultores familiares, que son la columna vertebral del abastecimiento de los alimentos básicos en nuestra región. Con ellos tenemos que encarar mejores estrategias de transferencia tecnológica. Necesitamos políticas de largo plazo en favor del sector, que permitan alcanzar una mayor productividad, una mayor sostenibilidad y, sobre todo, una mayor inclusión.
-Si analizamos el caso de los sistemas productivos en el sector de la ganadería, usted cuestiona ciertas afirmaciones respecto de su huella de carbono.
-Primero, tenemos que aclarar que esta actividad no se ubica en las tierras más fértiles de la región, sino en tierras marginales. Segundo, la ganadería toma el anhídrido carbónico del ambiente y lo transforma en metano, que es un gas que se descompone en la atmósfera en 10 años, a diferencia del anhídrido carbónico que dura 100 años. Si analizamos la situación desde una mirada sistémica e incluimos las pasturas, tenemos que considerar que estas últimas secuestran el carbono. Es una ecuación compleja, pero, cuando se hacen estudios que toman en cuenta todas las variables, resulta que nuestros sistemas ganaderos generan créditos de carbono.
-¿Qué potencialidad tiene, desde el punto de vista del IICA, la denominada “bioeconomía”?
-Nosotros planteamos que la bioeconomía es el gran puente para vincular la producción con el medioambiente. Implica un uso mucho más intensivo de la biotecnología, uniendo la producción con el consumo y haciendo una utilización más eficiente de la biomasa. Usando los residuos que quedan en los campos, es posible generar biocombustibles e incursionar en los biomateriales, en la biofarmacéutica y en la biocosmética. En lugar de insistir en una visión reduccionista de una agricultura que genere solamente alimentos baratos para la población, lo que tenemos que hacer es industrializar todo lo que ofrece el sector. Podemos incursionar en cadenas de valor no agropecuarias que posicionan a la agricultura, generando mucho más valor agregado y alejándonos de los vaivenes de los precios de las materias primas.
Fuente: Infobae