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Tu comportamiento ante un animal, refleja tu esencia

– Sé que eres muy astuto, pero no más que yo. Y deberías saber que casi todas las cosas que haces, éste viejo general ya las hizo hace mucho tiempo. No estoy enojado, solo intrigado. Eusebio bajó la cabeza sin contestar.
-He visto que comes menos y te llevas comida y agua al camarote. Muchos campos de batalla me han regalado ojos en la espalda, veo tus sigilosos movimientos. Dime, ¿Qué escondes?
-Venga, señor. Le mostraré. Le pido perdón, le juro que nunca mas lo volveré a hacer…
-¿Sabes que me has jurado lo mismo en cinco ocasiones en un año? Extraño significado le das a la palabra “nunca”. Pero bueno, mas me mienten mis oficiales…a ver, vamos a enterarnos que te traes tan secreto, y si es tan grave que merezca un castigo.
Bajaron las estrechísimas escaleras de la goleta hasta el camarote que Eusebio compartía con tres marineros, se metió de panza bajo la cucheta y forcejeó un momento tratando de arrastrar algo hacia el pasillo.
Lentamente asomó un cachorro de perro blanco con algunas manchas negras, sucio de polvo y heces.
Lo tomó entre sus manos y se lo extendió al general, quien se apartó para no manchar sus ropas contra el lanudo animal.
-¿Así que éste era el negocio que traías entre manos? ¿De dónde lo sacaste?
-Lo encontré en el puerto, señor. Le juro que no lo robé. Le prometo que es la última vez que…
-Sí, si, si, ya lo sé. No lo volverás a hacer. Bueno, no es tan grave. Ahora ve y tíralo por la borda.
Eusebio puso cara de espanto, apretó fuerte el perro contra su pecho y le dio la espalda, protegiéndolo con su cuerpo.
 -Si no lo tiras, lo haré yo, y cuando lleguemos a Lima te despediré.
Eusebio apretaba cada vez más al animal, sin responder. San Martín le dio unos momentos, dejándolo pensar.
Sabía que dentro de su cabeza batallaban miles de ideas y sentimientos, y deseaba saber cuál triunfaría.
-No.
-¿Qué quieres decir con no?
-No lo tiraré. Si usted puede quitármelo, hágalo Usted, pero sepa que pelearé. El perro es mío, es lo único que tengo. ¿Qué pensaría mi madre si supiera que no defendí sin pelear la única cosa que tengo en la vida? Y no hará falta que me despida. Me escaparé. Nunca serviría a un amo como usted. Porque ha dejado de ser mi general, desde ahora es mi amo. Soy su esclavo, no su criado.
San Martín lo escuchaba, complacido y en silencio.
-Eusebio, te hubiera despedido si no defendías la vida de ese animal.
Lo cuidaremos juntos. ¿Cómo quieres llamarlo?
-¿Qué le parece “Guayaquil”, señor?
«El cóndor herido. San Martín de Perú a Francia», de Ariel Gustavo Pérez. Novela histórica en preparación.

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