Por la Prof. Marina Isabel Pagani (*) –
Quiero compartir con los lectores de La Ciudad, la sensación que tuve al entrar a un aula en clase presencial en plena pandemia por el virus de Covid -19, el primer día después de un año virtual.
Me levanté muy temprano. Anoche no dormí casi nada. Estaba nerviosa y expectante, pensando ¿cómo saludo? ¿cómo empiezo a hablar? Y el barbijo? ¿me molestará?¿qué actividades voy a hacer? ¿escribo en el pizarrón? ¿me manejo sólo con dispositivos digitales?¿de qué voy a charlar con los alumnos? ¿qué preguntas les puedo hacer?
Me empiezo a preparar…no me tengo que olvidar del alcohol, toallitas por si acaso, dos o tres barbijos más finos y más gruesos por las dudas uno me de más calor que otro.
Tengo que pensar qué ROPA ponerme de la cintura para abajo… volver a usar zapatos y ropa que combine. Ahora recuerdo que no me compré ropa ni zapatos en el 2020 y tampoco ahora. Busco algo elegante de taco y de color. Peinarme bien, maquillarme bien los ojos para que se destaquen porque los labios están tapados por el barbijo y eso que a mi me gusta usar color.
Pasó un año de clases por zoom, por plataforma Moodle, por Meet, por Wattssap . Nos acostumbramos a estar horas sentadas y levantarnos a tomar un café o un mate.
Salgo con mucho tiempo de anticipación, afuera está hermoso y fresco. Me preocupa que dé el sol y que haga mucho calor porque el barbijo me hace transpirar porque es un poco grueso. Tengo que comprar uno más fino.
Llego a la universidad y las puertas están cerradas. Hay que tocar timbre y se abre la puerta. Me recibe una mesa con alcohol líquido y alcohol gel y también guantes. No dice que hay que colocarse en las manos pero lo intuyo acorde al protocolo y lo hago como una gran ceremonia.
Me doy cuenta que están todos los alumnos separados y las ventanas abiertas. Saludo, se escucha mi voz a medias debajo del barbijo. Tengo que elevar el tono de voz. .Se oye el canto de los pájaros en el patio. Aroma a árboles y plantas recién regadas. Brisa fresca. Las ventanas muy abiertas y corre fresco. Uno de los chicos dice. Profe en invierno nos morimos de frío con esto abierto. Vuelvo a saludar. No sé si me escucharon. Las ventanas abiertas y la gente pasa por la vereda y escucha lo que hablamos. A los vecinos les llama la atención, se paran en la ventana y algunos me saludan. Adiós profe! Los reconozco. Nos reconocemos. Empezamos a reírnos y hacer chistes sobre qué bueno que tenemos un cuerpo además de las caras, además de ese pequeño mundo doméstico, de esas habitaciones que son las pantallas en la virtualidad.
Empezamos a charlar sobre cómo están, de cómo se sienten, de dónde son y cuáles son estas primeras impresiones de clase presencial. Los alumnos no están muy seguros de qué vamos a hacer. Al principio pensaron que esto de volver a la universidad era para hacer actividades con todos, y si, trataremos de hacerlo.
Hablo cada vez más fuerte porque creo que no me escuchan por el barbijo. Empezamos a compartir un momento, les pregunto cómo empezaron con el resto de las materias, me contestan, empiezan a reírse… hasta hacen chistes entre ellos. Una alumna me dice ¡qué raro es todo! Yo me quedo pensando y le digo… -Bueno ¡ bienvenidos!
La charla comienza. Empezamos a compartir algunas cosas, triviales, cotidianas. Direcciono un poco la conversación sobre los temas a trabajar, sobre lo cognitivo y lo empezamos a hacer a través del celular y Tablet que algunos estudiantes tienen. Están tan habituados. Buscan información, armamos el grupo, les subo documentos de estudio en Word, PDF, etc.
Me olvido del pizarrón, hay fibrones, borradores, alcohol y me paso en las manos por las dudas, ¿por las dudas de qué?
Que esté el virus dando vueltas por el aula.
El aula está más silenciosa que nunca pero comparten con sus compañeros y me maravilla cómo empieza a fluir el diálogo pese a estar distanciados. Por momentos los alumnos que están más lejos no me escuchan. No me puedo mover del escritorio, me siento atrapada. Me siento atrapada en ese pequeño espacio. Me piden que me acerque porque no escuchan, Les digo que no puedo .Entonces trato de gritar un poco más, de hacer chistes, aunque sea estar un poco más cerca desde la magia de la palabra.
Cuando eso pasa siento que los alumnos se enganchan, se relajan y empiezan a hablar, a contarme cosas, a compartir sus experiencias, a compartirme cosas de su día a día, de sus familias con covid y cómo están de salud y de qué lugares geográficos vienen, en definitiva, de las emociones que experimentan en el día a día en pandemia.
Se acerca la hora de salida. Estoy agotada y transpirada por el calor y por el barbijo. Me voy a comprar uno más fino aunque no proteja tanto. Sigo pasando documentos y la clase va fluyendo y el pizarrón queda allí impecable.
Termino la clase, qué alivio! Los saludo y les digo que se cuiden…son grandes…. pero igual…nunca está demás un consejo.
Afuera está fresco y soleado, salgo y cierro la puerta por protocolo. No puede quedar abierta. En la vereda miro y no veo a nadie.
(*) Docente Investigadora de la Universidad de Concepción del Uruguay-UCU.