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Políticamente correcto

por Rodolfo Oscar Negri     –

En un momento en que en todo el mundo parece estar sumido en una confusión y en un barajar y dar de nuevo, parece la sociedad -que ya se asumía como globalizada- como estar en un momento bisagra, no obstante los análisis que se realizan se hacen a través de lo que se denominaba el “pensamiento único”. Parece que salirse de esa lógica de los esquemas ortodoxos es una cosa totalmente desubicada. El pensar diferente está muy mal visto.

Y esto no pasa ya solamente con el poder omnímodo que irradian militarmente los EEUU y que reverdece después de una etapa donde el poder parecía dirigirse hacia una sistema multipolar, sino también –y tal vez como acto reflejo- por todos y cada uno de los que tienen responsabilidades de dirección.

El tema de que del intercambio de ideas, surgen las mejores propuestas, ha sido desplazado por el “estar de acuerdo” con el que manda. Sea político, empresario o dirigente de cualquier índole.

El no hacerlo, suele poner al sujeto en una situación difícil, donde tiene que pagar “los costos” de no ser “políticamente correcto”, un desubicado o poner palos en la rueda.

Ahora, la base de la evolución de la humanidad ha estado en quienes han cuestionado lo establecido. Los que han tenido otras miradas. Los que han buscado otras salidas. Las épocas más oscurantistas de la historia son aquellas en las que se acalló la voz y el pensamiento (la Edad Media, la Inquisición, etc.). ¿Y quiénes son los portavoces de esos cuestionamientos? Las nuevas generaciones, las mentes mas brillantes o quienes razonan desde otros puntos de vista. Ellos son los que tienen -con fundamento- la mayor capacidad de hacerlo…

Dentro de este contexto, es notable la importancia que va teniendo el lenguaje. Las palabras, pero no como un mero enunciado; sino por el contenido, el valor y el sentido de las mismas.

«Miente, miente, miente, que algo quedará», decía Goebbels.

Y es así. Hay conceptos que se asocian al fascismo, al totalitarismo, al oscurantismo o a lo que sea y ellos se emparentan o asocian automáticamente con la intolerancia, la falta de libertad, la tortura, la corrupción, etc. etc. etc.; de tanto repetirlos aviesamente- a través de los medios, los «comunicadores sociales», etc. aparecen como socialmente aceptados.

Entonces, después y con un desparpajo total, se adjudican a una persona (grupo, sociedad o país), y automáticamente dicho destinatario queda impregnado de aquellos adjetivos descalificadores.

Ahora, lo más importante y que es -desde mi punto de vista- el fondo de la cuestión, es desde el lugar desde donde se emite el concepto.

Se dicen las cosas que parecen «caer bien», que son «aceptadas por todos», que son «políticamente correctas»… ¿Políticamente correcto, para quien? ¿Políticamente correcto para mantener un status quo de desigualdad, prepotencia, guerra, etc.? Políticamente correcto para defender lo indefendible. O -desde el punto de vista- de la derecha ultra conservadora, con aquello que tiene que ver con «lo que queda mal». No parece simpático o “políticamente correcto” defender la polución, la contaminación, el exterminio, etc. Se hace, pero no se dice. Se disfrazan las palabras. Se confunden -aviesamente- las expresiones para ocultar acciones.

Entonces o bien de esos temas no se habla o se habla con eufemismos.
Recuerdo un chiste de Mafalta, de los años 60, donde Mafalda -desde la ventanilla del tren que la llevaba a su primer viaje a Bariloche- veía una villa miseria y decía «¡pobre gente, que miseria!» y al lado suyo un señor -todo pituco él- le corregía «que pintoresco, nena, pintoresco».

Sin dejar de lado la hipocresía de marcar faltas en los demás, que sobran en uno mismo. Aquello de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Hoy, un ejemplo claro, lo vemos con el término «populismo».
Todos los gobiernos constitucionales latinoamericanos que gobernaron durante los primeros años del siglo tomaron medidas para la defensa de sus intereses nacionales y en beneficio de los mas humildes a traves de una mas equitativa distribución de la riqueza; pero  desde los centros de poder (y sus discípulos o socios vernáculos) fueron calificados (o descalificados, porque se decía en modo despreciativo) como «populistas».

Pero, volvemos al argumento anterior, todo depende desde donde se dice lo que se dice. Eso nos permite ver adónde se apunta.

El tema es que lo que es «políticamente correcto» para el dominador, no coincide con lo que es «políticamente correcto» para el sometido. Uno justificará o mantendrá el estado de dominación, el otro bregará por lograr su libertad.

Recuerdo que en una reunión de la Fundación Avina -a la que había sido invitado en el Uruguay- se hablaba permanentemente de «Cambio» y de «Compromiso». Me paré, interrumpiendo a los organizadores y les pregunté «¿cambio hacia dónde?, ¿compromiso con qué? Así que es bueno darle contenido y sentido a las palabras». El cambio que quiere la derecha y el conservadurismo no es el cambio que yo quiero, ni el compromiso que deseo asumir, porque implica más desigualdad, postergación, discriminación, etc.

Si hoy hay mas de tres cuartas partes de la población mundial pasa hambre, no creo que pueda haber dudas de hacia dónde tiene que ir el cambio. Si hoy la riqueza se concentra en el 10% de la población del mundo, no me parece difícil ver hacia que horizonte se debe caminar.

Todo esto me hace acordar a un cuento que alguna vez utilicé –en épocas pasadas cuando me tocaba hacer de instructor- como disparador:

«Había un Hombre que estaba muy enojado con Dios. Camino a su trabajo vio calles cortadas por desocupados que protestaban. Una o dos veces se cruzó con chicos que le pedían «unas moneditas».
Mientras caminaba por la vereda gambeteando charcos y mascullando su disconformismo,  se encuentra con Dios. A la pucha. Nuestro Señor en persona venía caminando -por la misma vereda- en el otro sentido. Lo reconoció enseguida. A medida que se le acercaba, se decía «ya me va a escuchar…»
Cuanto estuvo frente a frente lo detuvo y le dijo: «Señor, yo siempre creí en vos, pero resulta que en este mundo están pasando un montón de cosas y vos no hacés nada. Parece que en todos lados reina el odio y la maldad. Chicos que se mueren de hambre, falta de trabajo, de salud, de educación, injusticias, corrupción. Mas allá de cualquier apreciación política, invasiones  donde se masacra pueblos inocentes y tantas, tantas cosas mas que podría decirte. ¿No es que estás en todos lados? ¿No ves estas cosas? ¿Qué es lo que hacés para que esto no pase?…»
El Señor lo miró compasivamente y luego de respirar profundamente le dijo: «¿Qué he hecho? Te he puesto a ti en el mundo».

El mensaje es Claro. No tenemos que quedarnos de brazos cruzados esperando que las cosas cambien. Tenemos que comprometernos. 

Tenemos que disentir, si creemos firmemente en algo diferente; porque –en definitiva- SOMOS NOSOTROS LOS INSTRUMENTOS DEL CAMBIO.

Si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará por nosotros.

Esta nota fue publicada origialmente en la revista La Ciudad el 31/1/17

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