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Los argentinos ahorran en seguros, ante la caída del poder adquisitivo

El deterioro de los ingresos es una amenaza para el desarrollo de la consciencia y la cultura aseguradora de los argentinos. Si bien la importancia del seguro radica en su capacidad de reparación de eventuales siniestros a futuro, la crisis económica hace que el aquí y ahora le gane a la previsión en el presupuesto familiar de muchos argentinos.

La conciencia aseguradora es la comprensión de la importancia de tener una cobertura de seguros ante eventuales riesgos y está muy asociada a la cultura aseguradora, que es el conocimiento compartido de la importancia de la industria del seguro para una sociedad. La injerencia de este sector en cada economía es una radiografía de cuánto planifican sus actores a largo plazo y en la previsión.

La importancia de la actividad aseguradora en la economía la podemos medir a través de las primas emitidas netas de anulaciones calculadas con relación al Producto Bruto Interno (PBI) y el sector alcanza el 3,08% del PBI (incluye la actividad de seguros y reaseguros local).

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Otro indicador importante es el gasto promedio per cápita destinado a esta actividad es la producción per cápita, que indica el monto promedio por habitante que se gasta anualmente en seguros a pesos constantes. El tema es que, en el actual contexto de deterioro de ingresos, es más complejo fomentar la importancia de tener una póliza para cubrir eventuales riesgos.

A medida que crece la conciencia aseguradora, se incrementa la cultura del seguro y, si bien el desarrollo de estos dos elementos está muy asociado a la experiencia positiva de contratar un seguro, a medida que se va encareciendo el costo de vida y las personas tienen mayor dificultad para acceder a ciertos productos básicos para la supervivencia, como la comida, la vestimenta, el pago de la vivienda (alquiler, servicios públicos y expensas), se hace más lejana la posibilidad de pensar en protegerse ante posibles riesgos.

El deterioro del salario
El paulatino deterioro del poder adquisitivo llevó a que, según estadísticas del Gobierno, el salario promedio formal no alcance la línea de la pobreza en enero de 2024, ya que no puede cubrir el valor de una canasta básica. El informe del Instituto Nacional de Estadística y Cencos (INDEC) señaló que una canasta básica llegó a los $596.823 en el primer mes del año, lo que representa el total de gastos que debe hacer una familia de cuatro personas para cubrir la totalidad de necesidades consideradas elementales a lo largo de un mes.

En comparación, la Remuneración Imponible Promedio de los Trabajadores Estables (RIPTE), medida por la Secretaría de Trabajo gubernamental, quedó establecida en $555.269, más de $41.000 por debajo del valor de la canasta básica. El RIPTE refiere al promedio de empleados formales estables en el país.

El análisis alcanza una connotación más negativa, contemplando que el RIPTE expresa los salarios brutos, antes de los descuentos por aportes patronales y previsionales. En ese marco, y si se descuenta el 17% correspondiente a las cargas sociales, el promedio del salario neto de bolsillo de un trabajador formal llega a los $460.873, que no cubre siquiera la canasta básica de tres personas, cuyo valor estimado es de $475.140.

El efecto negativo del deterioro salarial en el seguro
Así es como, en estos contextos económicos complejos, el aquí y ahora le gana, de algún modo, a la previsión y eso atenta contra la cultura aseguradora. Las pólizas obligatorias, como las de Automotores o moto vehículos son las que más resistencia presentan, pero muchos empiezan a prescindir de un seguro de hogar, contra robo o de vida. Y, en el caso de empresas, los de riesgos del trabajo y vida obligatorios se mantienen, pero se deja de ofrecer algunas coberturas extra a los nuevos ingresantes.

El tema es que, al momento de contratar un seguro, el precio es el matiz más sopesado. Sin embargo, el hecho de transferir un riesgo a una compañía es clave para la tranquilidad de quien es el beneficiario de la cobertura.

El mercado del seguro provee el respaldo que necesitamos ante un accidente, un incendio, un robo y, a pesar de que la pérdida del poder adquisitivo parece un justificativo lógico para dejar de contratar una cobertura, en realidad, es todo lo contrario porque es cuando más necesitamos estar protegidos ante eventuales pérdidas o deterioros de nuestra propiedad que no podremos reponer o reparar con una fuerte suba de precios y un salario deteriorado contra la inflación.

La inestabilidad e incertidumbre que caracteriza a nuestro país es justamente una alerta de que hacer planes a mediano y largo plazo es difícil. Y, si algún problema surgiera de repente y no tuviéramos nuestra propiedad asegurada, nuestros planes se verían instantáneamente frustrados.

Fuente: Ámbito Financiero