FUE EL (1)
Por Rodolfo Oscar Negri –
El 7 de mayo de 2014 falleció el sacerdote y amigo Rodolfo Ciuffo Cortese, conocido como “el Padre Cacho” en Concepción del Uruguay, donde estuvo varios años al frente de la capilla San Vicente. Este es mi humilde homenaje en su recuerdo.
En memoria del amigo Rodolfo “Cacho” Ciuffo.
Sábado, 11 de la mañana, Confitería Rys, el encuentro de los amigos para compartir una charla con la excusa de un vermut y lo de siempre: una discusión.
- Pero Ciego, dejate de joder con la Iglesia, en su momento justificaba la esclavitud, después la inquisición, mas tarde el genocidio de los aborígenes… y más acá, lo mismo… acompañando las torturas de la dictadura, en contra del matrimonio igualitario, el aborto, protegiendo pedófilos, etc. etc. etc.
- Mira Julio, en muchas de las cosas que vos decís puedo estar de acuerdo, en otras –decididamente- no; pero creo que lo que no hay que confundir: una cosa son las diferentes posiciones de la Iglesia o de algunos sacerdotes y la otra es la fe, es otra cosa, va más allá de lo temporal, incluso de lo terrenal. Mucho más allá. Es creer en El.
- Explicate un poco mejor, me haces el favor…
- Si tenés un poco de paciencia y me dejás, te cuento una historia, para poder explicarme mejor…
- ¿Para qué me preguntas, si la vas a contar de todas maneras…?
- Durante mucho tiempo hice un trabajo solidario en la Parroquia San Vicente. El sacerdote era el padre Cacho Ciuffo, además de sacerdote, Cacho era un ser excepcional que interpretaba el Evangelio ayudando a los pobres, mas allá de sus propias posibilidades. El tenía una forma muy especial de seleccionar a los ministros de la eucaristía. Solo hacía seña al elegido, cuando llegaba el momento y si este se hacía el distraído lo mencionaba puntualmente. Un día me llamó y no le hice caso. Después me preguntó por qué no respondí a su llamado. Le dije que no me sentía digno, que había gente mucho mejor que yo para realizar semejante tarea. El me replicó que el convocarme no era por ningún mérito mío, que Dios solo precisaba de mis brazos para llegar a la gente. Me descolocó el argumento. Nunca más me negué.
- ¿Y, que me queres decir con eso…?
- Voy a la historia, tené un poquito de paciencia. En una oportunidad, teníamos a un entrañable amigo en terapia intensiva. Se estaba muriendo. El cáncer con el que venía luchado hacía años comenzaba a ganar la batalla. Un domingo, al término de una misa, le digo a Cacho, si no podía llevarle la eucaristía y él me responde “a mí me gustaría que fueran vos y Juan (otro amigo presente) a llevarle Cristo al Negro (que así le decíamos al enfermo). Uds. son sus amigos y ¿quienes mejor para hacerlo?”. En realidad no nos dejó muchas opciones. A mí me dio un librito y comenzó con la explicación de lo que tenía que hacer y leer, a Juan le dio las ostias. Así encaramos la misión. Eran como las diez y pico de la noche y marchamos hacia la Clínica Uruguay. Fue un momento muy duro. El mismo Negro nos daba ánimo, mientras cumplíamos con lo nuestro. Cuando salimos de la sala de terapia, parecía que nos habíamos sacado un peso de encima, pero teníamos el corazón contento por haber cumplido. Sabíamos que para él era importante.
- ¿Y eso es todo…?
- Mirá que sos impaciente Julio. Callate y escuchá. Nos estábamos yendo y una señora se acercó y nos dijo: “¿Uds. Están dando la eucaristía?”. Nos miramos con Juan y le respondí “Si… en realidad…”. No nos dejo hablar más y nos rogó: “mi hermano está muy pero muy grave, ¿no me harían el favor de llevarle la palabra?”. Nos miramos sorprendidos y ¿Cómo negarnos? ¿vos le hubieras dicho que no? La acompañamos. El hombre estaba muy mal. Abrí el librito y le leí las mismas partes que para el Negro me había indicado Cacho, Juan le dio la eucaristía y después –antes de marcharnos- rezamos juntos tomados de la mano. Nos despedimos y le deseamos lo mejor. No supe nada hasta la noche del día siguiente, cuando volví a la Clínica a visitar a mi amigo. En el pasillo me encontré con la señora que nos había convocado. Se acercó y con una expresión que mezclaba la tristeza con el consuelo me dijo: “Que suerte que lo encuentro ¿Ud. Sabe que mi hermano murió anoche? quiero agradecerle porque se fue sonriendo, con una paz enorme y todo gracias a ustedes. No sé cómo expresar mi gratitud. Gracias. Muchas Gracias”. Me abrazó y se puso a llorar.
- ¿Y vos que hiciste? ¿Que le dijiste?
- Me quedé helado y solo le respondí “No me agradezca señora, por favor, no fuimos nosotros. Fue El. El nos puso allí. Incluso nos empujó a dar el paso”. ¿y sabes lo que creo Julio? Que en realidad la misión que El quería que cumpliéramos, no tenía que ver con nuestro amigo, el Negro, sino que quería que llevaramos a cabo la tarea con ese pobre hombre que falleció aquella noche. ¿Ahora me entendés cuando te digo lo que te digo? Para mí no se puede dudar y no es cosa de la Iglesia, es cuestión de creer en El o no.
Este cuento forma parte del libro “Historias de la Rys y otros cuentitos” de Rodolfo Oscar Negri. Editorial UCU. Diciembre de 2014
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 8/5/2020