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LA REVOLUCIÓN DEL 80 Y LA FEDERALIZACIÓN DE BUENOS AIRES

 

«El uno [Buenos Aires] gobierna, el otro [la República] obedece; el uno goza del tesoro, el otro lo produce; el uno es feliz, el otro miserable; el uno tiene su renta y su gasto garantido, el otro no tiene seguro el pan.» Juan Bautista Alberdi

La federalización de la Ciudad de Buenos Aires fue el acto por medio del cual en el día 20 de septiembre de 1880 el Poder Ejecutivo Nacional, siendo Nicolás Avellaneda presidente de la Argentina, puso bajo su jurisdicción el territorio de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.

Los hechos

Hacia 1880 ya se habían sucedido tres presidencias sin interrupciones, aunque no sin serios problemas. Uno de éstos, sofocados los últimos bastiones federales, seguía siendo el de la capital federal. En un sentido nada figurado, las autoridades nacionales eran los invitados de la provincia bonaerense y esto producía graves conflictos.

Hacia comienzos de 1880, cuando finalizaba la presidencia de Nicolás Avellaneda, habiendo sido elegido presidente Julio Argentino Roca, el gobernador bonaerense Carlos Tejedor fue autorizado por la legislatura a invertir dinero en armamento policial y en la milicia provincial. Detrás se encontraban sectores del mitrismo, poco dispuestos a ser relegados nuevamente del poder. De inmediato, Avellaneda exigió volver atrás con la decisión, pero no fue escuchado.

Así las cosas, no tardó el presidente en mudar la sede del gobierno nacional al ahora barrio de Belgrano (antes fuera del ejido porteño), mientras convocó a las tropas del ejército nacional dirigidas por Roca para poner a raya a la provincia rebelde. No sólo eso, a instancias de Avellaneda, el Congreso Nacional declaró a Buenos Aires capital de la República.

Antes de la derrota federal, capitalizar la ciudad porteña hubiese representado poner a las provincias en pie de igualdad frente a la oligarquía porteña. Pero una vez que ésta logró aplacar las resistencias provinciales y hacer suyo el gobierno nacional, no había peligro en transformar el estado de la ciudad porteña. Pero un pequeño sector de la oligarquía porteña no lo creía así. Este era el autonomismo a ultranza que representaba Tejedor, que exigiendo la constitución de un Estado porteño independiente, fue a la guerra civil, que estalló el 12 de junio de 1880.

Los ejércitos nacionales y porteños se enfrentaron en varios puntos de la ciudad, produciéndose alrededor de tres mil muertos. Las fuerzas de Tejedor fueron vencidas y la finalmente la ciudad sería federalizada, dando comienzo a la larga hegemonía roquista en la historia política argentina.

En ocasión de la fecha en que comenzó esta guerra civil, recordamos las palabras de Juan Bautista Alberdi sobre la perpetua disparidad de riquezas entre Buenos Aires y el resto del país.

«El uno [Buenos Aires] gobierna, el otro [la República] obedece; el uno goza del tesoro, el otro lo produce; el uno es feliz, el otro miserable; el uno tiene su renta y su gasto garantido, el otro no tiene seguro el pan.» Juan Bautista Alberdi

La historia de la Federalización de Buenos Aires

La federalización de la Ciudad de Buenos Aires fue el acto por medio del cual en el día 20 de septiembre de 1880 el Poder Ejecutivo Nacional, siendo Nicolás Avellaneda presidente de la Argentina, puso bajo su jurisdicción el territorio de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. La desvinculación política de la capital con la provincia en la que se asienta había sido una aspiración constante de las provincias argentinas con excepción de la de Buenos Aires, que reaccionó enérgicamente ante la medida con una revolucion encabezada por Carlos Tejedor

Una república sin capital

Al cerrar las sesiones del Congreso en 1879, mientras Avellaneda anunciaba la llegada de los primeros barcos para la exportación de cereales y la supresión definitiva de las depredaciones indígenas a consecuencia de la conquista de la pampa, adelantó que al año siguiente, el último de su gobierno, propondría la solución de la cuestión capital definitiva de la República, que carecía de ella.

«Pienso —dijo— que la ciudad de Buenos Aires debe ser declarada capital de la República, señalándose al mismo tiempo en la ley un plazo adecuado para que el pueblo de la provincia manifieste su asentimiento o su denegación, después que se haya formado una verdadera opinión pública. Los Estados Unidos erigieron una ciudad para que sirviera de asiento al gobierno que establecían. Pero este ejemplo no es aplicable para nosotros. En los Estados Unidos se creaba lo que no existía, fundando al mismo tiempo una ciudad y designándola como la capital del gobierno naciente. En la República Argentina hay, por el contrario, una capital histórica y tradicional que no podría ser reemplazada sin graves perturbaciones. Por el procedimiento de la ciudad nueva, según la expresión de Madison, se quería tranquilizar a los gobiernos de los Estados, que se hallaban tan sorprendidos como inquietos por la existencia y el poder del gobierno recientemente creado. Entre nosotros, es necesario que el gobierno nacional no exceda sus atribuciones con detrimento del régimen provincial; pero conviene que éstas sean ejercidas con la plenitud de recursos que la nación suministra, para que se empleen en su engrandecimiento y en el bien de todos. Así, no siendo Buenos Aires la capital de la República Argentina, debe serio Rosario, ciudad de cuarenta mil habitantes, con bancos y ferrocarriles, y que se halla en relaciones directas con el comercio del mundo. He ahí la opinión que suscribo deliberadamente con mi nombre y que entrego al debate libre de mis conciudadanos».

Rivadavia y la cuestión capital

Rivadavia presentó al Congreso en 1826 un proyecto de capitalización de Buenos Aires en donde la ciudad y gran parte de la campaña circundante se proclamaba capital del Estado. Pocos días más tarde emitió un decreto en que ordenaba la demarcación de la capital de la república,​ y de la provincia de Buenos Aires. El proyecto originó fuertes resistencias. El federalismo porteño, encabezado por Manuel Dorrego y Manuel Moreno, se opuso, en defensa de las instituciones de las provincias garantizadas por la ley fundamental, en especial el puerto y la aduana, principal fuente de recursos de la provincia. También fue resistido por los estancieros, quienes no estaban dispuestos a perder la ventaja que les daban las relaciones en Buenos Aires y que además comprendían que la pérdida de la aduana significaría impuestos internos más altos. No obstante, la ley fue sancionada el 4 de marzo de 1826. Las Heras cesó en el cargo de gobernador por decreto del Poder Ejecutivo. La Junta de Representantes fue disuelta, y se nacionalizaron el ejército de la provincia, las tierras públicas, la aduana y todas las propiedades provinciales. Los hacendados, alarmados por las consecuencias que  podía tener la capitalización, dejaron de apoyar a Rivadavia, y este quedó políticamente aislado.

Las declaraciones de Mitre, Tejedor y Roca en torno a ese problema caldearon el ambiente de la opinión.

Un problema no resuelto

La cuestión capital no estaba resuelta con la llamada ley de residencia, transitoria y de emergencia o de compromiso; un día u otro debía tener una solución. Desde 1866 a 1877 hubo un total de 7 iniciativas en el parlamento; 10 proyectos personales o sea presentados individualmente por legisladores; 3 proposiciones; 3 proyectos de ley; 4 leyes sancionadas que fueron vetadas, la primera por Mitre, las otras por Sarmiento.

Se propusieron para capital la villa de Fraile Muerto, Rosario, San Fernando, Córdoba, Villa María o Villa Nueva, San Nicolás de los Arroyos y Villa Constitución (Las Piedras). Sarmiento propuso en Argirópolis a Martín García como asiento del gobierno federal.

Había pasado medio siglo desde la revolución de mayo y todavía no disponía el Estado independiente de una capital definitiva. Aunque se reconocía que las autoridades nacionales podían residir en cualquier parte del territorio, eso no entrañaba jurisdicción directa sobre el mismo. Se propició también la fundación de una ciudad nueva, como Washington, que llevaría el nombre de Rivadavia.

La Batalla de Barracas  fue un combate entre las fuerzas nacionales, leales al presidente Nicolás Avellaneda y las rebeldes que respondían al gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor, como parte de la última guerra civil argentina, la Revolución de 1880, que resolvería definitivamente el problema de la capital de la Nación. Su resultado militar fue una ligera ventaja de los rebeldes, que de todos modos los obligó a replegarse hacia el interior del municipio de Buenos Aires.

Después de frustrada la federalización de Buenos Aires por Rivadavia y de la división de la provincia en 1826, los constituyentes de 1853 acordaron en el art. 39 de la Constitución que la capital definitiva de la República sería Buenos Aires; en 1863 esta provincia propuso reformas, y entre ellas la siguiente: «Las autoridades que ejercen el gobierno federal residen en la ciudad que se declare capital de la república con una ley especial del Congreso, previa cesión hecha por una o más legisfáturas provinciales del territorio que haya de federalizarse». La provincia de Santa Fe ofreció reiteradamente durante años y años a Rosario como capital federal; también hicieron ofrecimientos las provincias de Córdoba y Entre Ríos.

En 1862 Mitre pidió a la legislatura de la provincia de Buenos Aires que se declarase a la ciudad de Buenos Aires capital de la República, federalizando al efecto su municipio. El pedido lo firma Mitre con Eduardo Costa y Norberto de la Riestra, sus ministros. La legislatura rechazó la federalización de la capital y se llegó a lo que se llamó compromiso de la Nación y de la provincia hasta 1867. Ese año el poder ejecutivo de la Nación declaró caduca la jurisdicción que ejercía sobre el municipio porteño, pero continuó residiendo en él hasta que se dictase la ley de la capital definitiva.

Por aquel entonces, en una reunión de jefes militares y civiles dirigentes se propuso dedicar un espacio para el ejercicio del tiro de fusil, con lo que se facilitaría la preparación del pueblo para cualquier emergencia. De ahí surgió el establecimiento del Tiro Federal en Palermo, al que concurrieron numerosos ciudadanos entusiastas, con su fusil y municiones. Comenzaron por reunirse los amigos, luego se vio a pelotones crecientes y no tardó en verse desfilar por Buenos Aires, militarmente organizados, con sus jefes, en dirección al Tiro Federal, doce batallones de voluntarios.

La campaña electoral para la renovación de la presidencia, el anuncio de la cuestión de la capital de la República, los ejercicios de tiro, todo hizo presentir que estaba en marcha una revolución. La exaltación del localismo, la euforia de los recién armados y militarizados, la fantasía sobre su capacidad y su poder, galvanizaron a grandes núcleos de la población. «Somos una provincia de ochocientos mil habitantes en una república de menos de dos millones» —decía orgulloso Tejedor, hiriendo así el amor propio de las provincias.

Partidos de la Provincia de Buenos Aires antes de la federalización de la Ciudad de Buenos Aires. En rojo, la ciudad actual con sus barrios.

La Federalización de la capital

El 24 de agosto, el presidente presentó al Congreso su proyecto de ley declarando a la ciudad de Buenos Aires capital de la República, «bajo sus actuales límites y después que se haya cumplido el requisito constitucional», es decir, una vez que la nueva legislatura provincial hiciese la cesión del territorio federalizado. Varios proyectos con texto similar fueron presentados por el diputado Victorino de la Plaza, y por el senador por Santa Fe, Manuel Didimo Pizarro.

En el mensaje con que el presidente se dirigía al Congreso se decía que la capital en Buenos Aires «es el voto nacional, porque es la voz misma de la tradición y la realización bajo formas legales del rasgo Más característico de nuestra historia. La capital en Buenos Aires nada innova ni trastorna, sino que radica lo existente, dando seguridades mayores para el futuro. Es la única solución de nuestro problema, fecunda para el porvenir, porque es la sola que no se improvisa o inventa, la que viene traída por las corrientes de nuestra propia vida y la que se encuentra en la formación y en el desenvolvimiento de nuestro ser como Nación. Es también la única solución en la verdadera acepción de la palabra y ante los intereses presentes, porque da estabilidad y crea confianza, mientras que cualquiera otra solución, proyectándose con sus consecuencias en lo desconocido, infunde sospechas o recelos y engendra peligros. Erigiendo los argentinos la ciudad de Buenos Aires en capital definitiva de la República, daremos influencia permanente para el gobierno y sobre el gobierno al grupo de hombres que vive en la esfera más culta, más espaciosa y más elevada; pero se la daremos con la autoridad de la Nación, en su nombre y con su sello, evitando así competencias y antagonismos locales que han dejado tantos surcos oscuros o sangrientos en nuestra historia».

Tristán Achával Rodríguez fue uno de los más tenaces exponentes de la fijación de la capital de la República, para poner término a una acefalía de la que se originaban y se originarían grandes perturbaciones. «No hay capital aún, la República no está constituida definitivamente y la situación de las autoridades nacionales es deplorable y peligrosa. No tienen en la ciudad de Buenos Aires la jurisdicción plena que los constituyentes quisieron que tuviesen en el lugar de su residencia. El poder legislativo no puede por sí mismo abrir las puertas del local donde se reúne. El poder judicial carece de los medios necesarios para hacer cumplir sus sentencias. .. La coexistencia de los poderes nacionales y provinciales envuelve grandes peligros. Esa sola posibilidad bastaría para que el Congreso, inspirándose en altos fines patrióticos, los supri: miera, dictando la ley de capital de la República».

El Congreso sancionó el 20 de setiembre la ley propuesta por Avellaneda y quedó así resuelto el problema planteado por Rivadavia en 1826, renovado por Mitre en 1862 al hacerse cargo de la presidencia de la República y convertido in realidad después de un choque sangriento entre las fuerzas nacionales y las de la provincia de Buenos Aires.

Carlos Tejedor

Carlos Tejedor se presentó como candidato a Presidente de la Nación en 1880, para oponerse a Roca y a al federalizacion de Buenos Aires. Tejedor contaba con el apoyo de la provincia de Buenos Aires y confiaba en el apoyo que darían a su candidatura la Provincia de Corrientes y los partidos liberales del interior.
Pero ante el triunfo de Julio A. Roca a la presidencia y la federalizacion de Buenos Aires ,Carlos Tejedor ordenó movilizaciones militares y la formación de milicias para adiestrar a los ciudadanos bonaerenses en el manejo de las armas. El Congreso sancionó una ley que prohibía a las provincias la movilización sin permiso expreso federal, pero Buenos Aires la desconoció, y cuando el gobierno federal ordenó la requisa de un barco cargado de armas destinadas a la milicia provincial, el coronel José Inocencio Arias impidió, por orden de Tejedor, la maniobra de las fuerzas nacionales.
Ante la actitud beligerante, Avellaneda dispuso el retiro del gobierno federal de la ciudad de Buenos Aires y decretó la designación del pueblo de Belgrano, entonces fuera del ejido porteño, como sede transitoria de gobierno. El Senado, la Corte y parte de la Cámara de Diputados se trasladaron posteriormente allí. El ejército nacional al mando de Roca, estableció su caballería y su artillería en la zona de Chacarita, a la espera del desarrollo de los acontecimientos.
Se produjeron algunos enfrentamientos entre tropas de infantería de ambos bandos. Hubo feroces combates en Puente Alsina, los Corrales y en Barracas. En este último caso, las tropas del gobierno no solo derrotaron a las de Tejedor, sino que pasaron a controlar el puerto del Riachuelo y el acceso sur de la ciudad, con lo que Buenos Aires quedó sitiada por completo. La opción que se presentaba entonces era la de soportar un sitio prolongado o presentar una batalla en campo abierto; pero la ciudad no contaba con fuerzas suficientes. Por un acuerdo gestionado por Mitre, se dispuso el desarme de la milicia provincial y la renuncia de Tejedor, que renunció a la gobernación en favor del vicegobernador José María Moreno.

En pocas semanas se hizo el traspaso de la jurisdicción provincial a la nacional, ya en los primeros días de la presidencia de Roca. La legislatura de Buenos Aires, renovada después de las luchas de junio, bajo la autoridad del interventor nacional y presidida precisamente por Juan Bautista Alberdi, cedió la ciudad capital a la Nación y así lo comunicó al gobierno el 4 de diciembre el presidente del Senado, Juan José Romero.

Las elecciones en la provincia se realizaron el 19 de setiembre bajo la intervención federal del general José María Bustillo y fueron electos diputados Luis Sáenz Peña, Bernardo de Irigoyen, Miguel Goyena, Carlos D’Amico, Vicente Villamayor, Eulogio Enciso, Rafael Ruiz de los Llanos, Nicolás A. Calvo, Luis Lagos García, Bernardo Solveyra, Miguel Gané, Enrique B. Moreno, José Fernández, Juan Coquet, Antonio E. Cambaceres, Pedro Goyena, Saturnino Unzué, Estanislao S. Zeballos, José Juan Araujo, Mariano Demaría, José C. Paz, Delfín Gallo, Hipólito Yrigoyen y Lucio V. López.

Se hallaba ya en el ejercicio de la presidencia el general Roca, que dio cuenta a la Nación del gran acontecimiento en una proclama. «La Legislatura de Buenos Aires, inspirándose en los altos intereses nacionales, ha dictado la ley que conocéis cediendo el municipio de esta ciudad para capital permanente de la Nación, y el poder ejecutivo de la provincia acaba de prestarle su sanción».

Aunque ya el 13 de febrero de 1880 se había prohibido por decreto a las provincias la creación de cuerpos voluntarios armados, siendo Sarmiento ministro del interior, el desenlace de los acontecimientos en el alzamiento tejedorista llevó a la aplicación de esa ley por acuerdo del Congreso nacional.

Una voz se destacó, sin embargo. en el Congreso, y en pleno estado de sitio, para objetar el proyecto de ley acerca de la federalización de Buenos Aires, denunciando los procedimientos violentos empleados y los inconvenientes que traería la declaración de Buenos Aires como capital de la Nación para las autonomías provinciales: fue la voz de Leandro N. Alem.

José María Moreno fue electo Vicegobernador de la Provincia de Buenos Aires en 1878, cuando resulto electo gobernador Carlos Tejedor, asumiendo su cargo el 1 de mayo. En 1880, este último organizó una sublevación contra el presidente Nicolás Avellaneda, puesto que se oponía a la federalización de la Ciudad de Buenos Aires, siendo derrotado, por lo que tuvo que renunciar a su cargo. Así Moreno asumió como gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el 1 de julio. De todas formas Moreno también renunció a su cargo semanas más tarde

Alem hizo historia de la cuestión capital desde sus comienzos en el congreso de 1826 y encontró justificada la opinión de los unitarios que sostuvieron la capital en Buenos Aires en nombre de la necesidad de fundar una autoridad nacional, cuando la entidad política de las provincias quedaba absorbida por la Nación misma. Pero en presencia del régimen federal de gobierno, fundado en la acción propia de las provincias para robustecer los poderes nacionales, Alem se declaró contrario a la designación de la ciudad de Buenos Aires como capital, porque decapitaría a una provincia para retornar al pasado, mistificando el régimen de gobierno y engendrando gobiernos fuertes. Alem quería sostener la integridad de la principal base con que contaba el gobierno federal en la República, contra los que querían fragmentar esa base, cosa que no era necesaria para el fin perseguido. Su intervención en la Cámara de representantes de Buenos Aires insumió vastas sesiones.

En su extensa exposición en torno a la cuestión capital puso de manifiesto su oposición a la política de Tejedor y negó que el gobernador vencido contase con la opinión provincial en su «política violenta y en sus actos irregulares». También Aristóbulo del Valle, en el Senado pro-vincial, advirtió que la rebeldía de Tejedor no era la provincia.

Se refirió Alem a las dos tendencias que más han preocupado a los hombres públicos del país, y que más trabajaron en la organización política, «la tendencia centralista unitaria y aun puedo decir aristocrática, y la tendencia democrática, descentralizadora y federal que se le oponía». Temía Alem que se llegase a tener un gobierno centralista tan fuerte que al fin concluiría por absorber toda la fuerza de los pueblos y de los ciudadanos de la República. Aunque se equivocaba al juzgar el porvenir económico de la provincia sin la capital, privada de sus industrias y reducida a ser simplemente pastoril, su preocupación por la formación de un gobierno absorbente y centralista tenía una sólida base.

Así razonaba Alem:

«La provincia de Buenos Aires, con la sanción de este proyecto (de federalización), quedará en pobrísimas condiciones políticas y económicas. Si estos principios no refluyen también en mal de la Nación, sino que, por el contrario, le reportarán los beneficios que tanto pregonan, entonces debiéramos ahogar todos los porteños estos sentimientos de hogar, en presencia del interés general del país; pero estoy perfectamente convencido de que los perjuicios que sufrirá la provincia de Buenos Aires no los necesita la Nación para consolidarse y conjurar peligros imaginarios, sino que, por el contrario, tal vez ellos comprometan su porvenir, puesto que de esta manera se va a dar el más rudo golpe a las instituciones democráticas y al sistema federativo en que ellas se desenvuelven bien. Porque de esta manera arrojamos alguna negra nube sobre el horizonte, y acaso si hasta ahora nos hemos salvado de aquellos gobiernos fuertes que se quieren establecer por algunos, es muy posible que una vez dada esta solución al histórico problema político, que en tan mala situación y en tan malas condiciones se ha traído al debate, tengamos un gobierno tan fuerte que al fin concluya por absorber toda la fuerza de los pueblos y de los ciudadanos de la República».

Coincidía con la opinión de Delfín Gallo en 1875 cuando decía que Buenos Aires había resistido a ser capital, porque habían hecho camino en ella las ideas federales, «y porque se comprendía que la capital de un Estado federal no podía establecerse en un centro populoso como la ciudad de Buenos Aires porque era ir derecho al unitarismo», algo similar a lo que había dicho también Tristán Achával Rodríguez.

Alem, sostenía: «Gobernad lo menos posible, porque mientras menos gobierno extraño tenga el hombre, más avanza su libertad, más gobierno propio tiene, y más fortalece su iniciativa y se desenvuelve su actividad»…

Opinaba de otro modo Juan Bautista Alberdi: «Si hay en el mundo una ciudad capital para la que hayan sido escritas estas palabras es la ciudad de Buenos Aires, en que está resumida la Nación Argentina, no por ser su simple y nueva capital histórica y tradicional, ni tampoco por ser la más grande, culta y opulenta de sus ciudades, sino porque todos los elementos y recursos del poder nacional argentino, puerto, tráfico, aduana, crédito, tesoro, administración, registros, archivos, oficinas, monumentos históricos, se hallan reconcentrados, establecidos y arraigados en la ciudad de Buenos Aires, por la legislación, la historia y las costumbres del país argentino».

La centralización política en Buenos Aires, que era ya el más poderoso centro comercial, industrial y cultural, disminuiría las posibilidades de los entes provinciales 3r favorecería la instalación de gobiernos fuertes, centralistas, con un poder incontrolable y absorbente. El peligro para el federalismo, señalado por Alem, surge más bien del hecho de la gravitación natural y económica de la gran ciudad que de la instalación en ella del poder central.

 

(fuentes: https://www.elhistoriador.com.ar/ y https://www.todo-argentina.net/ )

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 20/9/2020

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