La guerra de la Independencia fue una guerra entre hermanos. De un día para el otro, amigos, parientes y camaradas, terminaron en bandos diferentes, por razones que no siempre podían comprender. Manuel Belgrano y Pio Tristán habían sido compañeros de estudios en España, cuando ninguno de los dos imaginaba que serían los jefes de ejércitos contrincantes. ¿Cómo actuar con el vencido? Ese fue el dilema de Belgrano el 20 de febrero de 1813, cuando en las vecindades de Salta enarboló por primera vez la enseña que había creado.
A principios de enero de 1813 después de la victoria en Tucumán, el Ejército del Norte se puso en marcha hacia Salta, donde los realistas se habían atrincherado. Para el 11 de febrero el grueso de las tropas había cruzado el río Pasaje. Belgrano decidió que las tropas prestasen juramento de fidelidad a la Asamblea General Constituyente y enarboló la enseña patria. De allí en más este río será conocido como Juramento.
Las fuerzas españolas, bajo el mando del general Pío Tristán se encontraban acantonados en la ciudad de Salta. Belgrano encontró que la desmesurada fortificación realizada por el general español dificultaba el único paso de acceso a la ciudad, el Portezuelo. Este hecho planteaba para los criollos una disyuntiva: entablar un combate en circunstancias desventajosas o desistir del propósito y retroceder.
El 17 de febrero de 1813, el capitán Apolinario Saravia, ayudante del Gral. Belgrano, se ofreció para conducir al ejército por un camino que, como salteño y habitante del lugar, bien conocía. Era esta una senda extraviada que pasaba por el escabroso laberinto de las montañas hacia el norte. El sendero de dos leguas finalizaba en la pequeña quebrada de Chachapoyas que desembocaba en la estanzuela de Castañares, lindero con la ciudad de Salta.
Belgrano decidió avanzar por allí para sorprender a los realistas.
Esa noche, azotados por una lluvia espantosa, se inició la marcha de las fuerzas patriotas a través del terreno cubierto de malezas, portando cincuenta carretas con pertrechos y doce piezas de artillería. La estrechez del camino y lo torrencial de la caída de las aguas por las laderas circundantes, dificultaban el paso, pero al amanecer del día 18 arribaron a la finca de Castañares donde permanecieron hasta las 11 de la mañana del día siguiente. Desde allí se dirigieron a las chacras de Gallinato.
El general Belgrano pernoctó el día 18 en una de las habitaciones de la casa de campo del Coronel Saravia, progenitor del capitán, el baqueano que había guiado a los suyos en el escarpado terreno que los separaba de los españoles.
Este leal oficial, a quien llamaban «Chocolate Saravia», prestó otro invalorable servicio a la causa. Vistiendo ropas de paisano, y arreando una recua de burros cargados de leñas, se dirigió hacia la casa de sus padres en la ciudad de Salta. Su disfraz le posibilitó cruzar frente al ejército realista y llegar a destino, para después regresar a Castañares, donde informó a Belgrano sobre la cantidad y calidad de las fuerzas españolas.
El ataque patriota comenzó el día 19, a las 11 de la mañana, en la pampa de Castañares atacando la posición realista por la retaguardia. Belgrano, seriamente enfermo, (al igual que lo estuvo en Tucumán), había preparado un carro para efectuar en él los desplazamientos ante el enemigo, pero a último momento pudo reponerse y montó a caballo.
LA BATALLA
«Nuestra infantería estaba formada en seis columnas de las que cinco estaban en línea y una en reserva, en la forma siguiente: 1° principiando por la derecha, el Batallón de Cazadores a las órdenes del comandante Manuel Dorrego, 2° y 3° eran formadas del Regimiento N° 6 que era el más crecido, una a las órdenes del comandante Carlos Forest, y la otra, aunque no puedo asegurarlo á las del comandante Ignacio Warnes, 4° del Batallón de Castas á las órdenes del comandante José Superi, 5° de las compañías del N° 2 venidas últimamente de Buenos Aires, al mando del comandante D. Benito Alvarez, 6° y última compuesta del Regimiento N° 1 al mando del comandante D. Gregorio Perdriel. La artillería que consistía en doce piezas, si no me engaño, estaba distribuida en los claros, menos dos que habían quedado en la reserva»
A las nueve de la mañana del día 20 se desplazó el Ejército del Norte cubriendo el ancho de la planicie que en leve plano inclinado conducía a la ciudad. Marchaba compacto sobre el centro, con la caballería e infantería separada por sectores, la reserva plegada y dos columnas de caballería en ambos flancos. Tristán lo esperaba fortaleciendo el lado izquierdo de su formación, pues el flanco derecho se apoyaba sobre el cerro San Bernardo, donde había distribuido una columna de tiradores que obstaculizaban las cargas sobre ese sector. Precisamente esta disposición posibilitó al español controlar los ataques porque además de prevalecer en el llano, rechazaba los avances sobre el flanco derecho por acción de los tiradores del cerro y porque el terreno dificultaba las operaciones de caballería.
Al promediar el combate, Belgrano cambió su táctica. Movilizó la reserva, dotada de más efectivos de infantería y caballería y ordenó a Dorrego, (que había reemplazado al segundo jefe, Díaz Vélez, gravemente herido), atacar vigorosamente.
La impetuosa carga de Dorrego arrasó el flanco izquierdo junto a las columnas de Cornelio Zelaya, Francisco Pico, Carlos Forest y José Superí (todos compartieron el honor de ser los primeros oficiales triunfantes en entrar en la ciudad) sostenían la persecución en las calles. En tanto el centro y el ala izquierda patriota fue quebrando la resistencia.
Con la retirada cortada, los realistas retrocedieron desordenadamente quedando entrampados en el corral que circunda la ciudad, (el Tagarete del Tineo), donde fueron diezmados por los criollos. El tramo final de la lucha se concentró alrededor de la Plaza Mayor. El desbande y la persecución fueron confusos y cruentos.
La calma llegó cuando desde la iglesia de La Merced doblaron las campanas, anunciando la rendición incondicional de los españoles.
Al día siguiente los soldados realistas salieron de la ciudad con los honores de guerra, a tambor batiente y con las banderas desplegadas, quedando obligados por juramento, desde el general hasta el último tambor, a no volver a tomar las armas contra la Provincias Unidas hasta los límites del Desaguadero. Belgrano devolvió todos los prisioneros, a cambio de igual actitud por parte de los realistas.
Belgrano dispensó al general Tristán de la humillación de entregarle personalmente la espada, y lo abrazó, como viejos amigos, ante todos los presentes.
Tres banderas fueron los trofeos de esta victoria. Diecisiete jefes y oficiales fueron hechos prisioneros en el campo de batalla; hubo 481 muertos, 114 heridos, 2.776 rendidos. En total, 3.398 hombres que componían el ejército de Pio Tristán, sin escapar uno solo. Además, diez piezas de artillería, 2.188 fusiles, 200 espadas, pistolas y carabinas y todo el parque y la maestranza.
Las magnánimas condiciones impuestas a los derrotados, desataron contra Belgrano, las críticas de los partidarios de una acción enérgica., comenzando por el mismo Dorrego. ¿Pero cómo podía el ejército patrio disponer de tantos prisioneros? ¿Qué podían hacer con ellos y a qué costo? ¿Los debía ejecutar a todos? Aunque muchos no cumplieron con la palabra dada, hubiese sido difícil tenerlos presos, más aún pasarlos por las armas. La generosidad del general tenía su sentido.
El 8 de marzo, la Asamblea Constituyente, dispuso premiar a Belgrano con 40.000 pesos y un sable con guarnición de oro por el brillante triunfo obtenido.
Manuel Belgrano declinó el obsequio, y al hacerlo, comprometió para siempre la gratitud de Tarija, Jujuy, Tucumán y Salta, para quienes dispuso, con ese dinero, la creación de cuatro escuelas.
Sin embargo, este objetivo demoró decenas de años en concretarse.
Fuente: Historia Hoy
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 21/2/2020