Últimamente hemos hablado, y seguimos hablando, de cambio, de la necesidad de cambio en España, en Europa, en las sociedades del presente. Cambio es una palabra que ha entrado en las vidas de muchos de nosotros con su carga de renovación, de esperanza, pero que también ha producido en otros una cierta sensación de desasosiego.
Andaba yo reflexionando sobre todo esto, a raíz de noticias y acontecimientos recientes, cuando, del modo más natural, como ese amigo al que hace tiempo que no vemos y, que de repente, vuelve a pasar delante de nuestra puerta cuando más lo necesitamos, apareció Erich Fromm y el recuerdo de su reveladora lectura, la lectura de libros tan esenciales como El arte de amar, El miedo a la libertad y ¿Tener o ser?, obra esta última a la que he regresado con avidez, deseando recuperar, argumentos y conceptos que me ayudaran a entender un poco mejor lo que estamos viviendo.
Filósofo, psicoanalista, psicólogo social, Erich Fromm (Hesse, Alemania 1900-Suiza, 1980) ha vuelto a ser, con su claridad expositiva, con su capacidad para analizar en profundidad y para destapar las máscaras de las conductas humanas, las trampas de la colectividad, una gran compañía para mí en estas últimas semanas, del mismo modo que lo fue en otras etapas de mi vida. Como me gusta hacer habitualmente cuando regreso a un territorio conocido de la literatura, del pensamiento, busqué en las librerías un nuevo título para ampliar los márgenes de esa región revisitada, y me alegró comprobar que su legado sigue vivo, actualizado.
No sin dificultad, entre dos o tres opciones, me decanté por una recopilación de artículos, de ensayos cortos, con un sugestivo título, Sobre la desobediencia, porque, tras repasar el sumario, percibí que allí estaban muchos de los temas, de las preocupaciones, que llenaron el trayecto de este hombre inquieto, explorador de verdades. No me equivoqué. El pensador pacifista, que con tanto ímpetu se opuso en su momento a la Guerra de Vietnam y defendió el desarme, está en las páginas de esta entrega, del mismo modo que el humanista convencido que nos hace darnos cuenta de lo alejados que estamos de la esencia, del sentido de lo que debería ser prioritario en la vida, en el llamado Primer Mundo, en esta Europa cada vez más atada a la trampa de los préstamos y los intereses, cada vez más entregada a los beneficios por encima de la solidaridad con los pueblos (pensemos en la situación de Grecia, de los países del sur de Europa).
LA GUERRA DE CLASES Y EL MERCADO DE “PERSONALIDADES”
“La guerra entre clases, esencialmente entre los explotadores y los explotados, siempre ha existido en las sociedades basadas en el principio de la codicia”, leemos a Fromm. “Si hay deseos ilimitados”, prosigue, “ni aun la mayor producción puede mantenerse al ritmo de la fantasía universal de tener más que los vecinos. Necesariamente los más fuertes, más astutos, o más favorecidos por otras circunstancias, tratarán de establecer una posición favorable, e intentarán aprovecharse de los menos fuertes, sea por la fuerza y la violencia, o por la sugestión”.
“LA ORIENTACIÓN DEL TENER ES CARACTERÍSTICA DE LA SOCIEDAD INDUSTRIAL OCCIDENTAL, EN QUE EL AFÁN DE LUCRO, FAMA Y PODER SE HAN CONVERTIDO EN EL PROBLEMA DOMINANTE DE LA VIDA (…) EL HOMBRE MODERNO NO PUEDE COMPRENDER EL ESPÍRITU DE UNA SOCIEDAD QUE NO ESTÉ CENTRADA EN LA PROPIEDAD Y EN LA CODICIA”, TRAZABA FROMM SU DIAGNÓSTICO A FINALES DE LA DÉCADA DE LOS 70.
Mientras hoy los responsables europeos negocian casi secretamente, y con la más mínima trascendencia en los medios convencionales, las condiciones de un tratado con Estados Unidos que ofrecerá aún más capacidad de acción a las corporaciones empresariales frente a los estados (el polémico TTIP, tan cuestionado por los partidos más progresistas y por la ciudadanía concienciada), no puede dejar de resultarnos absolutamente visionario el trazado argumental de Fromm, quien a partir de la definición del “carácter mercantil” retrata los comportamientos dentro de la ansiosa sociedad capitalista.
Una sociedad donde el ser humano se ha convertido “en una mercancía en el mercado de personalidades”, nos dice, explicándolo del siguiente modo: “El éxito depende en gran parte de que las personas se vendan bien en el mercado, de que puedan imponer sus personalidades, de que sean un buen paquete; de que sean alegres, sólidos, agresivos, confiables, ambiciosos; además, influyen sus antecedentes familiares, los clubes a que pertenecen, si conocen a la gente adecuada (…) Lo que modela la actitud ante sí mismo es el hecho de que no bastan la capacidad y las facultades para desempeñar una tarea dada; para tener éxito se debe ser capaz de imponer la personalidad en competencia con muchos otros. Si para ganarse la vida se pudiera depender de lo que se sabe y lo que se puede hacer, la propia estima estaría en proporción con la propia capacidad, con el valor de uso, pero como el éxito depende en gran medida de cómo se vende la personalidad, el individuo se concibe como mercancía o, más bien, simultáneamente como el vendedor y la mercancía que vende...”
El conocimiento de la psicología, la capacidad para observar el devenir colectivo y para desnudar los intereses de la política, se aúnan en Erich Fromm y contribuyen a levantar un análisis tan lúcido que cuando recorremos las páginas de sus libros nos da la impresión de estar quitándonos de encima un ocultador velo, una cortina espesa, o, por elegir una imagen más luminosa, de estar bañándonos en un manantial absolutamente transparente. De la mano del filósofo que tanto estudió las religiones, que bebió en las fuentes de Marx, el Marx no distorsionado ni contaminado, y que, partiendo de los descubrimientos cruciales de Freud, fue capaz de poner en cuestión muchos de sus dogmas, dejamos el campo del estar y avanzamos hacia el del ser.
EL MODO DE “SER”
El modo de ser, nos explica, “tiene como requisitos previos la independencia, la libertad y la presencia de la razón crítica. Su característica fundamental es estar activo, y no en el sentido de una actividad exterior, de estar ocupado, sino de una actividad interior, el uso productivo de nuestras facultades, el talento, y la riqueza de los dones que tienen (aunque en varios grados) todos los seres humanos. Esto significa renovarse, crecer, fluir, amar, trascender la prisión del ego aislado, estar activamente interesado, dar. Sin embargo, ninguna de estas experiencias puede expresarse plenamente con palabras…”
NO AVANZAR”, NOS DICE ERICH FROMM “PERMANECER DONDE ESTAMOS, RETROCEDER, EN OTRAS PALABRAS, APOYARNOS EN LO QUE TENEMOS, ES MUY TENTADOR, PORQUE SABEMOS LO QUE TENEMOS; PODEMOS AFERRARNOS Y SENTIRNOS SEGUROS EN ELLO. SENTIMOS MIEDO, Y EN CONSECUENCIA EVITAMOS DAR UN PASO HACIA LO DESCONOCIDO, HACIA LO INCIERTO…
Me refería al anhelo de cambio al principio de este artículo, a la necesidad de un cambio que se resiste a llegar porque las viejas estructuras se oponen con todas sus fuerzas y porque aún son muchos los ciudadanos que temen dar pasos en una nueva dirección. El párrafo anterior nos explica mejor que cualquier análisis de actualidad por qué sucede esto, más allá de circunstancias concretas. Y, por supuesto, está esa falta de criterio propio que tanto critica y que tanto anima a cultivar Erich Fromm. “La mayoría de la gente está semidespierta, semidormida, y no advierte que la mayor parte de lo que cree verdadero y evidente es una ilusión producida por la influencia sugestiva del mundo social en que vive”, leemos en ¿Tener o ser? Y seguimos la argumentación: “Conocer significa penetrar a través de la superficie, llegar a las raíces, y por consiguiente a las causas. Conocer significa ver la realidad desnuda, y no significa poseer la verdad, sino penetrar bajo la superficie y esforzarse crítica y activamente por acercarse más a la verdad”.
LA MALA EDUCACIÓN Y EL APRENDIZAJE DEL “NO”
Fromm arremete contra los uniformes y los títulos de cualquier índole, que sirven para ser utilizados como símbolos de autoridad por quienes se benefician de ellos y contribuyen a “embotar” el pensamiento crítico de la gente. “La educación”, se queja, “generalmente intenta preparar al estudiante para que tenga conocimientos como posesión, que por lo general se evalúan por la cantidad de propiedad o prestigio social que probablemente tendrá más tarde (…) Las escuelas son las fábricas que producen estos paquetes de conocimientos generales, aunque usualmente afirman que intentan poner a los estudiantes en contacto con los logros más elevados del pensamiento humano”.
“En el modo de ser, el conocimiento óptimo es conocer más profundamente. En el modo de tener, consiste en poseer más conocimientos”, señala, estimulándonos a poner en cuestión cualquier certidumbre, cualquier verdad entendida por absoluta, cualquier pensamiento único. Partiendo de ahí, en el compendio de textos que componen Sobre la desobediencia, título tomado del primer ensayo, el filósofo argumenta que la humanidad ha ido avanzando sobre actos de desobediencia. “Reyes, sacerdotes, señores feudales, patrones de industrias y padres han insistido durante siglos en que la obediencia es una virtud y la desobediencia es un vicio”, nos dice, enfrentando ese principio con la formulación siguiente: “La historia humana comenzó con un acto de desobediencia, y no es improbable que termine por un acto de obediencia”.
FROMM ARREMETE CONTRA LOS UNIFORMES Y LOS TÍTULOS DE CUALQUIER ÍNDOLE, QUE SIRVEN PARA SER UTILIZADOS COMO SÍMBOLOS DE AUTORIDAD POR QUIENES SE BENEFICIAN DE ELLOS Y CONTRIBUYEN A “EMBOTAR” EL PENSAMIENTO CRÍTICO DE LA GENTE. “LA EDUCACIÓN”, SE QUEJA, “GENERALMENTE INTENTA PREPARAR AL ESTUDIANTE PARA QUE TENGA CONOCIMIENTOS COMO POSESIÓN, QUE POR LO GENERAL SE EVALÚAN POR LA CANTIDAD DE PROPIEDAD O PRESTIGIO SOCIAL QUE PROBABLEMENTE TENDRÁ MÁS TARDE.
Así comienza este ensayo clarividente en el que Fromm nos sigue diciendo que el desarrollo espiritual de las generaciones ha sido posible porque no todo el mundo dijo sí a los poderes; porque no todo el mundo aceptó las mordazas que, a lo largo de la Historia, las autoridades han intentado poner a los pensamientos nuevos; porque no todo el mundo aceptó que los cambios no tenían sentido. Si algo valoro en este pensador, y en otros muchos que admiro, es la capacidad de su vuelo para sacarme de las casillas de lo convencional, para despejarme la mente de ideas preconcebidas, de prejuicios. Sólo por el hecho de agitar nuestras conciencias, de llevarnos a cuestionar las lecciones aprendidas, de destapar ante nuestros ojos las mentiras de quienes nos venden la resignación por encima de todo, merece la pena leer a Erich Fromm.
A la hora de hablar de la desobediencia él distingue, por supuesto, entre las leyes, tantas veces injustas del Estado, y las leyes acordes con los principios naturales de la humanidad. “La obediencia a mi propia razón o convicción (obediencia autónoma) no es un acto de sumisión sino de afirmación”, apunta, desarrollando posteriormente los conceptos de “conciencia autoritaria” (“la voz internalizada de una autoridad a la que estamos ansiosos de complacer y temerosos de desagradar”) y “conciencia humanística (“la voz presente en todo ser humano e independiente de sanciones y recompensas externas”). Dos ejemplos, el de maestro y alumno y el de amo y esclavo, le llevan a distinguir también entre la autoridad racional y la irracional. La primera la podemos aceptar sin someternos; a la segunda nadie se sometería si dependiera de su arbitrio evitarlo.
La obediencia, el deseo de seguridad, el miedo al cambio. Todo forma parte de la misma cadena y nos permite comprender diáfanamente muchas de nuestras acciones y comportamientos habituales, así como la sumisión a los órdenes viejos, aunque sepamos de sus grietas, caso de la corrupción generalizada en nuestro país, ante la que tanto los gobernantes como muchos gobernados optan por mirar para otro lado, como si nada pasara. “Mi obediencia”, señala Fromm, “me hace participar del poder que reverencio, y por ello me siento fuerte. No puedo cometer errores, pues ese poder decide sobre mí; no puedo estar solo, porque él me vigila; no puedo cometer pecados, porque él no me permite hacerlo, y aunque los cometa, el castigo es sólo el modo de volver al poder omnímodo”.
“PARA DESOBEDECER DEBEMOS TENER EL CORAJE DE ESTAR SOLOS, ERRAR Y PECAR», ESCRIBIÓ ERICH FROMM. «PERO EL CORAJE NO BASTA. LA CAPACIDAD DE CORAJE DEPENDE DEL ESTADO DE DESARROLLO DE UNA PERSONA (…) SÓLO SI UNA PERSONA SE HA DESARROLLADO PLENAMENTE Y HA ADQUIRIDO ASÍ LA CAPACIDAD DE PENSAR Y SENTIR POR SÍ MISMA, PUEDE TENER EL CORAJE DE DECIR NO AL PODER”.
La obediencia es el arma que, a lo largo de la Historia, han utilizado las minorías para gobernar a las mayorías. Podía aplicarse por la fuerza, pero se corría el peligro de que, en un momento dado, los muchos se hicieran con los medios para derrocar a los pocos. Por eso se inculcó a las poblaciones la idea de que la virtud era obedecer y el pecado desobedecer. Así, a grandes rasgos –imposible desarrollar toda la riqueza de sus argumentos– nos lo expone el pensador, quien concluye: “El hombre-organización ha perdido su capacidad de desobedecer, ni siquiera se da cuenta del hecho de que obedece. En este punto de la historia, la capacidad de dudar, de criticar y de desobedecer puede ser todo lo que media entre la posibilidad de un futuro para la humanidad, y el fin de la civilización”.
LA AMENAZA NUCLEAR, LA CATÁSTROFE MEDIOAMBIENTAL
El filósofo partía de una situación diferente a la actual. El mundo que conoció estaba dividido en dos bloques: el capitalista y el comunista (él ya vaticinaba que ambos acabarían convergiendo en lo que denominaba un nuevo “neofeudalismo industrial”). Estaba muy implicado en la oposición a la Guerra de Vietnam, clamaba por la paz y por el desarme y vaticinaba que la humanidad podía propiciar su autodestrucción si no era capaz de parar la catástrofe medioambiental en marcha y la amenaza nuclear. Recientemente en el Foro Internacional Emancipación e Igualdad, celebrado en Argentina, Noam Chomsky se pronunciaba en la misma dirección. “Hasta ahora hemos tenido suerte, pero estas amenazas siguen creciendo y para parar el reloj apocalíptico, la carrera hacia el desastre, no queda otro camino que acabar con las armas y con las centrales nucleares”.
Chomsky y otros pensadores activistas, han tomado el relevo de Fromm y se afanan en contagiar otras ideas a la sociedad, en trabajar por el compromiso y la toma de conciencia. “El sistema capitalista está atravesando uno de sus peores períodos de crisis, pero el resultado dependerá de lo que la gente decida”, señalaba el filósofo y lingüista estadounidense en el citado foro. Sus reflexiones están tan cerca de las del autor de Miedo a la libertad que nos da la impresión de no haber avanzado o, mejor, de que se han ido dando pasos hacia atrás.
FROMM ESTABA MUY IMPLICADO EN LA OPOSICIÓN A LA GUERRA DE VIETNAM, CLAMABA POR LA PAZ Y POR EL DESARME Y VATICINABA QUE LA HUMANIDAD PODÍA PROPICIAR SU AUTODESTRUCCIÓN SI NO ERA CAPAZ DE PARAR LA CATÁSTROFE MEDIOAMBIENTAL EN MARCHA Y LA AMENAZA NUCLEAR. RECIENTEMENTE NOAM CHOMSKY SE PRONUNCIABA EN LA MISMA DIRECCIÓN. “HASTA AHORA HEMOS TENIDO SUERTE, PERO ESTAS AMENAZAS SIGUEN CRECIENDO Y PARA PARAR EL RELOJ APOCALÍPTICO, LA CARRERA HACIA EL DESASTRE, NO QUEDA OTRO CAMINO QUE ACABAR CON LAS ARMAS Y CON LAS CENTRALES NUCLEARES.”
A comienzos de los 60 Erich Fromm escribió un ensayo titulado Hagamos que prevalezca el hombre, un ensayo en el que observaba que por primera vez en la Historia los habitantes del mundo occidental podían ocuparse fundamentalmente de vivir bien más que de luchar para procurarse las condiciones materiales de vida. Estaba lejos de saber que el siglo XXI, en su arranque, volvería a ser el siglo de la precariedad y que la supervivencia volvería al primer plano. Estaba lejos de saber que la insolidaridad y el ansia de beneficios de las élites iban a ser los pilares del presente. Sin embargo, ya observaba, como más tarde haría Tony Judt, otro pensador esencial para comprender y comprendernos, que algo iba mal, que algo estaba torcido en el trayecto.
“Aún dentro del país más rico del mundo, Estados Unidos, alrededor de la quinta parte de la población no participa de la buena vida”, constataba entonces. Y señalaba: “Tenemos abundancia, pero no llevamos una vida placentera. Somos más ricos, pero tenemos menos libertad. Consumimos más, pero estamos más vacíos. Tenemos más armas atómicas, pero estamos más indefensos. Disponemos de más educación, pero tenemos menos sentido crítico y convicciones menos firmes. Tenemos más religión, pero nos hemos vuelto más materialistas”.
Las palabras de Fromm nos trasladan al momento anterior al estallido de la crisis económica actual, un momento que sólo se convertirá en la grieta necesaria y dolorosa para cambiar de rumbo si se cambian los valores, si se adquieren nuevos usos y costumbres, si todos, hombres y mujeres, somos conscientes de la necesidad de comprometernos en la construcción de un mundo diferente. Ya se planteaba el filósofo la siguiente pregunta: “¿En qué nos hemos transformado y hacia dónde nos encaminamos si seguimos la trayectoria que ha tomado nuestro sistema industrial?”
Ahora ya conocemos la respuesta a esa pregunta: nos hemos encaminado, y por ahí se nos quiere seguir llevando, hacia el neoliberalismo más salvaje, pero en su día nuestro hombre ya identificó la ruta, los rasgos del sistema que se iba imponiendo: la concentración del capital, las empresas gigantescas, la burocracia jerárquicamente organizada… “Las corporaciones gigantes que controlan el destino económico, y en gran medida también político, constituyen exactamente lo opuesto del proceso democrático; representan el poder sin posibilidad de control por parte de los sometidos a él”.
Añoraba Fromm las ideas de los padres fundadores de Estados Unidos, enraizadas en la tradición espiritual del mesianismo profético, los Evangelios, el humanismo y los filósofos iluministas del siglo XVIII. “Todas estas ideas y movimientos se centraban en torno a una esperanza; que el hombre, en el curso de su historia, pudiera liberarse de la pobreza, la ignorancia y la injusticia, y construir una sociedad de armonía, paz y unión entre unos y otros y con la naturaleza”, señalaba, lamentando que todo se hubiera “deteriorado y convertido en un chato concepto de progreso, en una perspectiva centrada en la producción de más y mejores cosas, en vez de promover el nacimiento de personas más vivas y productivas, en el mejor sentido de la palabra”.
La manipulación, la sugestión, la publicidad… Todo se ha aliado para crear a consumidores, a seres materialistas, conformes con el discurso único, con un sentido crítico cada vez más escaso. Todo esto lo analiza Fromm una y otra vez. “El individuo no se experimenta como portador activo de sus propias capacidades y de su riqueza interior, sino como una cosa empobrecida, dependiente de poderes ajenos a él…”, expone. Y más adelante: “Hemos creado un difuso sistema de comunicación mediante la radio, la televisión y los diarios. Sin embargo, la gente está desinformada y adoctrinada, no informada, acerca de la realidad política y social. Existe en verdad un grado de uniformidad en nuestras opiniones e ideas que podría explicarse sin dificultad como resultado de la presión política y del temor”.
EL “SOCIALISMO HUMANÍSTICO”
Pese a sus diagnósticos certeros, capaces de tocar donde más nos duele, de agitarnos, Erich Fromm no era un pesimista. Capaz de contagiar ideales, de devolvernos al lenguaje del corazón, de la solidaridad, del nosotros, en sus libros se dibuja un horizonte de renovación. Los seres humanos no estamos hechos para ser “cosas” y, pese a todas las satisfacciones que pueda proporcionar el consumo, nuestras fuerzas vitales no podrán mantenerse permanentemente inactivas. Ahí, en ese convencimiento, está la semilla de su confianza, de su ilusión. “Tenemos una sola opción, la de volver a dominar a la máquina, convirtiendo la producción en un medio y no en un fin, utilizándola para el desarrollo del hombre, pues en caso contrario las energías vitales reprimidas se manifestarán en formas caóticas y destructivas...”, seguimos escuchándole.
Erich Fromm, absolutamente crítico con los regímenes totalitarios que fracasaron en su aplicación de las ideas comunistas, así como con el voraz capitalismo, reflexionó mucho sobre los principios de una nueva sociedad que participase de los valores de un socialismo de tipo humanista. En la parte final de este texto intentaré transmitir las bases de ese mapa imaginario de organización, de convivencia, pero, eso sí, recomiendo que se abstengan de seguir leyendo los acomodados, los absolutamente escépticos, todas esas personas que siempre califican de imposibles, de ilusorias, de utópicas, las propuestas innovadoras, diferentes.
“El socialismo humanístico está a favor de la libertad, de liberar al hombre del temor, de la necesidad de la opresión y de la violencia. Pero la libertad no es sólo liberarse de, sino tener libertad para; libertad para participar de forma activa y responsable en todas las decisiones referentes a los ciudadanos, libertad para desarrollar el potencial humano del individuo en el grado más pleno posible”, señala, y nos convence de que somos las personas quienes tenemos que dominar al capital y gobernar nuestras circunstancias de vida, “porque si bien para vivir humanamente deben satisfacerse necesidades básicas, el consumo no puede constituir un fin en sí mismo”.
Hasta aquí el discurso, un discurso lleno de sentido común que a menudo olvidamos, pero no pensemos que Erich Fromm se queda en un bello discurso. En sus libros encontramos propuestas, líneas de acción que de haberse tenido en cuenta, de haberse probado, habrían conducido a las sociedades a un presente completamente distinto. El principio del cambio tiene que estar en extender la democracia a la esfera económica (volver a la política con mayúsculas) y eso significa, nos dice, “el control democrático de todas las actividades económicas por los participantes: trabajadores manuales, ingenieros, administradores, etcétera…”
HACIA UNA NUEVA SOCIEDAD: LA RENTA BÁSICA
Fromm aboga por la colaboración y por la participación ciudadana como mecanismo central de la vida social. Expone que para evitar los peligros de la burocratización, el debilitamiento de la integridad, el Estado debe someterse a un eficiente control de sus ciudadanos y deja claro que el poder social y político de las grandes corporaciones debe neutralizarse. “Que desde el comienzo mismo”, indica, “se promuevan todas las formas de asociaciones descentralizadas y voluntarias en la producción, el comercio y las actividades sociales y culturales”.
En la sociedad ideal que imaginó Fromm y que tanto se acerca a lo que tanto empezamos a soñar muchos, sectores aún minoritarios, las grandes empresas deberán ser controladas por administradores designados por el conjunto de los trabajadores y será básica la participación de sindicatos, de representantes de los consumidores, así como la aportación de todos y cada uno de los protagonistas en las distintas actividades. Fromm nos abre un nuevo camino. Apuesta por el modelo de las cooperativas, que propiciarán que se repartan las ganancias y el control de la administración en condiciones de igualdad; defiende el principio de las asambleas urbanas, a través de la formación de centenares de miles de pequeños grupos que trabajen cara a cara (habla de un nuevo tipo de Cámara Baja capacitado para compartir la toma de decisiones con un parlamento elegido por voluntad nacional) y proporciona argumentos a los defensores de la renta básica, una opción que en la actualidad cada vez gana más adeptos, aunque los poderes arraigados pongan toda su maquinaria de propaganda en marcha para disuadir a las poblaciones de su defensa.
“Hay que proteger al individuo del temor y de la necesidad de someterse a la coerción de cualquier otro. Para lograr este propósito, la sociedad debe proporcionar a cada uno, sin cargo, los elementos necesarios mínimos de la existencia material, en lo referente a alimentos, vivienda y vestimenta. Quien aspire a un mayor confort material tendrá que trabajar para lograrlo, pero al estar garantizadas las necesidades mínimas de la vida, nadie tendrá poder sobre ningún otro sobre la base de coerción social directa e indirecta”, expone con absoluta claridad y convencimiento.
FROMM ABRE UN NUEVO CAMINO. APUESTA POR EL MODELO DE LAS COOPERATIVAS, QUE PROPICIARÁN QUE SE REPARTAN LAS GANANCIAS Y EL CONTROL DE LA ADMINISTRACIÓN EN CONDICIONES DE IGUALDAD; DEFIENDE EL PRINCIPIO DE ASAMBLEAS URBANAS, A TRAVÉS DE LA FORMACIÓN DE CENTENARES DE MILES DE PEQUEÑOS GRUPOS QUE TRABAJEN CARA A CARA, Y PROPORCIONA ARGUMENTOS A LOS DEFENSORES DE LA RENTA BÁSICA.
Y tiene respuestas para quienes argumentan que el sueldo asegurado puede reducir el incentivo del trabajo. “Puede demostrarse que el incentivo material de ningún modo es el único que impulsa hacia el trabajo y el esfuerzo (…) Hay otros incentivos: el orgullo, el reconocimiento social, el placer del trabajo, etcétera...”, expone, poniendo como ejemplo la labor de los científicos, de los artistas, “cuyas realizaciones más destacadas no han sido motivadas por el incentivo del provecho monetario”.
Erich Fromm no obvia tampoco el hecho incontestable de que no hay trabajo para todos, razón de peso para apoyar medidas de este tipo. Leyéndolo pienso que quienes critican y ridiculizan estas posibilidades; quienes ignoran el problema de la pobreza y de la desigualdad social, cada vez más acentuado; quienes maltratan la naturaleza; quienes sólo conciben seguir por la senda del neoliberalismo feroz, en el fondo tienen poco amor por la humanidad.
“El carácter mercantil no ama ni odia. Estas emociones anticuadas no encajan en una estructura de carácter que funciona casi enteramente en los niveles cerebrales y evita los sentimientos, sean buenos o malos, porque son obstáculos para llegar a la meta principal: vender y comprar (…) Como los caracteres mercantiles no sienten un afecto profundo por sí mismos ni por los demás, no les importa nada, en el sentido más hondo de la palabra, y no porque sean egoístas, sino porque sus relaciones con los demás y consigo mismos son muy débiles. Esto también puede explicar porque no les preocupan los peligros de una catástrofe nuclear o ecológica, aunque conocen todos los datos que indican estos riesgos”, escribe el psicólogo social, quien prosigue. “Que no les preocupe personalmente el riesgo de su vida podría explicarse suponiendo que son muy valientes y poco egoístas, pero que no les preocupen sus hijos y sus nietos excluye esta posibilidad...”
Fromm sí cree, pese a todo, en las cualidades positivas del ser humano, en su capacidad para el sacrificio, para dar y compartir. Pero para que se manifiesten plenamente habrá que dar un salto hacia el “ser”. He aquí el gran reto, el cambio fundamental, que hará que todos los demás sean posibles. “Si soy lo que soy, y no lo que tengo, nadie puede arrebatarme ni amenazar mi seguridad y mi sentimiento de identidad. Mi centro está en mí mismo; mi capacidad de ser y de expresar mis poderes esenciales forma parte de mi estructura de carácter y depende de mí (…) Mientras que tener se basa en algo que se consume con el uso, ser aumenta con la práctica”, nos indica.
“Los poderes de la razón, del amor, de la creación artística e intelectual, todos los poderes esenciales aumentan mediante el proceso de expresarlos (…) La única amenaza a mi seguridad de ser está en mi mismo: en mi falta de fe en la vida y en mis poderes productivos, en mis tendencias regresivas, en mi pereza interior y en la disposición a que otros se apoderen de mi vida...”, sigue diciéndonos.
El pensador se pregunta si existe una oportunidad razonable de salvación para la sociedad. En su época veía signos tan alentadores como la creciente insatisfacción de las personas, de la gente corriente, cada vez más consciente del vacío de sus vidas, de que tener mucho no les procuraba el bienestar, la alegría anhelada. Lejos de avanzar, en Occidente hemos retrocedido hacia la precariedad, lo que nos ha conducido hacia una mayor falta de atención, de solidaridad, con los problemas del Tercer Mundo. Pero la insatisfacción sigue aumentando y se convierte en un acicate para la práctica del altruismo, para la unión en pos de la defensa de los derechos básicos.
Son muchas las enseñanzas, las orientaciones, que nos ofrece Erich Fromm. Leer sus libros es una experiencia transformadora. Os recomiendo ir a sus obras, a cualquiera de ellas, si queréis sentir que algo se mueve, se agita, en vuestro interior, que la manera de mirar experimenta un giro poderoso. Desde las nuevas perspectivas que nos abre podemos reflexionar, de una manera renovada, enriquecida, sobre todo: sobre el amor y las relaciones de igualdad entre hombres y mujeres (indispensable aquí acudir a El arte de amar). Pero hay que ser desobedientes, hay que hacer un ejercicio de desobediencia para decir no a lo establecido, para no aceptar tantas verdades asumidas, para preparar el cambio hacia un mundo en el que nuestros descendientes realmente puedan “ser”.
“Cambiar del modo de tener al de ser, en realidad es un cambio del equilibrio de la balanza, y para lograr el cambio social se favorece lo nuevo y se combate lo viejo. Además, no se trata de que el nuevo Hombre sea tan distinto del antiguo como el cielo de la tierra, sino sólo de un cambio de dirección. Un paso en una dirección será seguido por otro, y si se toma la dirección indicada, estos pasos significarán todo”, concluyo con este párrafo de ¿Tener o ser? que es toda una esperanza.
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- Los libros de los que he partido para escribir este artículo son: ¿Ser o estar? (edición del Fondo de Cultura Económica, 1978, con traducción de Carlos Valdés) y Sobre la desobediencia, recopilación de ensayos traducidos por Eduardo Prieto Paidós, 1984). Paidós también ha publicado en castellano otros títulos esenciales del autor como El arte de amar o Miedo a la libertad.
- No hemos podido localizar los créditos de las fotografías de Erich Fromm. Tampoco el de la fotografía de la guerra de Vietnam. El Resto de fotografías fueron tomadas por Nacho Goberna. De él, música, letra y realización, también es el vídeoclip que aparece al final del artículo.