Atajó en Estudiantes, jugó en la B de Suecia y fue técnico en Mozambique. Pero por sobre todo era un militante político. Se exilió durante la dictadura y en 1999 fue candidato a presidente de la Nación por el Frente de la Resistencia. Murió en La Plata en junio de 2016.
La historia lo dice
Jorge Reyna fue algo más que el candidato a presidente de la Nación por el Frente de la Resistencia en 1999, exiliado en los 70 y militante montonero. Su historia también estuvo vinculada al deporte, con la curiosidad de que transcurrió en tres países muy diferentes entre sí: Argentina, Suecia y Mozambique. Cordobés, nacido en Laboulaye, su familia lo trasladó a La Plata cuando él apenas tenía seis meses. Jugó por poco tiempo y en simultáneo en las divisiones inferiores de Estudiantes y en las categorías menores de La Plata Rugby Club, que tiene el triste récord de veinte desaparecidos en sus distintos planteles durante la última dictadura cívico-militar.
En la época en que Osvaldo Zubeldía, Juan Ramón Verón y Carlos Bilardo se aprestaban a ganar todo, Reyna tuvo a compañeros que tiempo después llegaron a integrar la Primera: “Jugué hasta la quinta división y me acuerdo de Zucarelli, De Marta, Taverna y el Bambi Flores. Como yo era arquero, con el Bambi teníamos una disputa desde el baby-fútbol. El técnico que más recuerdo es Miguel Ignomiriello”. El mismo que reparó en él cuando lo fichó Estudiantes.
Reyna dejó el fútbol y el rugby por su militancia en el GEL (Guerrilla del Ejército de Liberación), las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros. Estuvo detenido en el penal de Rawson, recobró su libertad cuando asumió el gobierno Héctor Cámpora y salió al exilio desde la clandestinidad durante la dictadura. Vivió una fugaz estadía en Brasil y se trasladó a Suecia bajo el amparo de la ONU. Esas sucesivas experiencias políticas culminaron en su reencuentro con el fútbol.
“Estaba en un campamento de refugiados y ahí se organizó un torneo en la ciudad de Alvesta, que tenía un equipo en la Primera B sueca. Me vieron jugar de arquero y al día siguiente vino el asistente social para decirme si quería jugar en ese club. Cuando me lo preguntaron, pregunté: ¿Cuánto pagan? Me respondieron que lo mismo que por limpiar hospitales o cuidar enfermos y no lo dudé”.
Pese a esa oferta seductora, Reyna recordaba que trató de zafar de Alvesta –el lugar, una especie de páramo, lo comparó con Siberia– y terminó jugando en el Limhamns, un equipo filial del Malmöe FC, el club más importante de Suecia. “Estuve como un año y medio, pero me fue tan mal con la relación humana, que en los últimos seis meses preferí limpiar escuelas. Y no exagero, pero durante el tiempo que pasé en el Limhamns, que también era de la B sueca, solo tres jugadores me dirigieron la palabra en un plantel donde éramos como veinticinco. Ganaba tres mil y pico de coronas, unos setecientos dólares”.
Cuando decidió abandonar Suecia tenía dos posibles destinos para viajar como cooperante internacionalista: Nicaragua o Mozambique. La alternativa del país africano salió primero y hacia allí viajó, con su primera mujer y sus hijos.
“Fui a trabajar a la Empresa Nacional de Propaganda donde hacíamos campañas para el Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) y de apoyo a Mandela en Sudáfrica. Cuando llegué me mandaron a Nampula, que es una provincia al norte de Maputo, la capital. Y bueno, el problema era que en Mozambique, cuando terminabas de trabajar a las cinco de la tarde no tenías nada para hacer. Entonces me ofrecí a la Dirección Nacional de Deportes y les conté la experiencia que tenía, sobre todo, la que había vivido en Suecia, donde aprendí algunos métodos de entrenamiento. Me puse a disposición y agarraron viaje enseguida. Designado director técnico del Muhaivire, un equipo provincial, ganamos el torneo que jugábamos, un certamen clasificatorio para el Nacional de Mozambique”, contaba Reyna.
«Pedí comida y casa»
El buen desempeño de sus jugadores provocó que recibiera una oferta para dirigir a uno de los grandes de la ex colonia portuguesa: el Costa do Sol, los canarinhos. “Cuando me vinieron a buscar les pedí casa y comida. Un tarro de leche para las pibas, una docena de huevos por semana, que me consiguieran eso. Se comprometieron y volví desde Nampula a Maputo”. Con su nuevo club, Reyna ganó la Copa de Mozambique.
“Yo había mamado un fútbol muy planificado, muy táctico. Había vivido la época de Zubeldía y Bilardo. Ellos, los mozambiqueños, eran de otra escuela, la portuguesa”, decía. Tiempo después, reconocido por sus progresos en el fútbol local, le ofrecieron conducir a la selección nacional africana. Había rechazado el cargo el portugués Coluna, ex compañero de Eusebio en el exitoso Benfica de los años 60 y el seleccionado de su país. Reyna también dijo que no y regresó a la Argentina para siempre. En Mozambique le pusieron de apodo el Míster Montonero, como se llama a los entrenadores en España.
El 4 de junio de 2016 murió tras una enfermedad que le devoró rápidamente toda la vitalidad que tenía. Sus compañeros de militancia lo reivindicaron como lo que era: un luchador del campo popular que casi seis meses antes de su fallecimiento había sido reprimido de manera brutal en La Plata, frente a la intendencia. La gestión de Julio Garro, de Cambiemos, había dejado cesante a su compañera Marcela López. El la acompañaba en una manifestación pacífica. Reyna era diabético y recibió varios balazos de goma que impactaron en sus brazos y espalda. Tenía 67 años. Dejó a un hijo discapacitado y a una mujer desocupada.
(fuente: Página 12)