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¿Por qué Internet parece hacernos más intolerantes?

 

 

Lejos de abrirnos a otras realidades, internet puede hacer que nos enroquemos en nuestras opiniones, minimizando las posibilidades de formar parte de una sociedad abierta y dispuesta a plantearse sus creencias para evolucionar.

Internet llegó para cambiar el mundo y, de paso, a las personas. Se trata de una red que aceleró la globalización, el acceso a la información y la comunicación social constante. Esto tiene una serie de ventajas, pues nos permite conocer realidades muy dispares y distantes de la nuestra. Pero, según parece, lejos de fomentar la empatía y la apertura a la diversidad, internet nos hace intolerantes.

Las actitudes discriminatorias siempre han existido. Los seres humanos tendemos a señalar al diferente; se puede observar en cualquier situación y contexto histórico. Además, solemos aferrarnos a nuestras creencias e ideologías, incluso si estas se basan en prejuicios o dañan a otros. Y es que el cerebro no busca la verdad ni la justicia, sino la comodidad de lo conocido.

No obstante, internet posee una serie de características que amplifican tales tendencias. Por esto, si no hacemos un uso consciente del mismo, caemos en el error de polarizarnos. Te invitamos a continuar la lectura, para descubrir el motivo.

¿Por qué parece que internet nos hace más intolerantes?

Las redes sociales y otras plataformas virtuales son excelentes medios para visibilizar opiniones y experiencias. Cualquier persona desde su teléfono móvil puede explicar cómo se siente, hablar de lo que vive y compartir esa opinión con millones de internautas de todas las partes del mundo.

Sin esta herramienta, la voz de las minorías apenas se escucharía o difícilmente nos llegaríamos a hacer determinadas preguntas. Así, podríamos pensar que internet nos enriquece y amplía nuestras miras, pero la realidad no es tan idílica.

Los delitos de odio en redes sociales crecen cada año y el 34 % de los jóvenes afirma haber sufrido maltrato en internet. Todo esto se debe a que el mundo cibernético difiere del real en muchos aspectos; además, tiene sus propias reglas y condiciones que no siempre son beneficiosas.

Joven estresada por acoso en internet
Mientras en la vida real hay normas que de alguna manera limitan los abusos, en internet estos comportamientos son deliberados.

Nos ampara el anonimato

En la vida real hay un cierto control social que nos impide ser abusivos, maleducados, egoístas o discriminatorios; nuestros actos quedan de alguna manera ligados a nuestro nombre. Si nos comportamos de manera inadecuada, los demás responderán expulsándonos del lugar o señalando la mala conducta. Este rechazo al que nos exponemos nos lleva a cumplir las normas de convivencia y moderar las acciones.

Sin embargo, en internet esto no ocurre. Al situarnos detrás de la pantalla, podemos verter opiniones de odio amparados en el anonimato, evadiendo sus consecuencias. De hecho, podríamos ser reforzados al recibir la aprobación de quienes piensan igual; personas que, quizás, en el día a día no nos cruzaríamos o no se atreverían a validarnos. De este modo, en la virtualidad, es posible que la intolerancia conduzca a la fama.

El algoritmo confirma nuestra opinión

Como decíamos, todos queremos constantemente reafirmarnos en nuestras opiniones; para ello, buscamos informaciones que las respalden y obviamos aquellas que las contradicen. Este fenómeno, conocido como sesgo de confirmación, se magnifica en internet por el propio funcionamiento de los algoritmos.

Redes sociales, aplicaciones y otras plataformas están configuradas para comprender qué nos gusta, qué buscamos y cómo pensamos y mostrarnos más y más de ello. Así, con cada interacción se acrecienta ese circuito de retroalimentación y más nos alejamos de opiniones y realidades diversas. Finalmente, el contenido que consumimos es una reproducción incesante de lo que ya pensamos y únicamente nos sirve para polarizarnos más.

Nuestro mundo, nuestras normas

Por último, internet nos hace intolerantes porque nos acostumbra a un mundo que se rige según nuestras directrices. Cuando estamos en línea podemos acceder a todo tipo de contenido en instantes y desde cualquier lugar. Vemos lo que queremos cuando queremos y deslizamos o cerramos pantalla ante lo que no nos gusta. Todo se da según nuestras preferencias y apetencias y terminamos por acostumbrarnos a esto.

El resultado es que, al enfrentarnos a la vida real, las relaciones, trabajos y grupos con los que nos encontramos nos decepcionan porque, a diferencia de internet, no se adaptan a lo que queremos o necesitamos. Sin darnos cuenta, hemos perdido la capacidad para negociar, convivir y cooperar con quienes tenemos diferencias.

Acosador virtual sin rostro
El anonimato detrás de una pantalla legitima actitudes que cara a cara jamás pondríamos en práctica.

Internet nos hace intolerantes si no tenemos una actitud abierta

Todo lo anterior sucede cuando actuamos por inercia y nos dejamos llevar por estos mecanismos psicológicos que operan en todos de forma automática.

No obstante, internet puede ser una excelente herramienta si sabemos usarla; de hecho, fomenta una apertura de mente. Pero para ello, hemos de estar dispuestos a salir de una burbuja, esa que construyen la mente y el algoritmo, y aventurarnos hacia lo incómodo y desconocido.

Consumir contenido variado, aquel que desafía nuestras creencias, y acercarnos a él con curiosidad, puede ser muy beneficioso para enriquecernos y hacernos más empáticos y tolerantes. Además, debemos recordar que el anonimato virtual legitima actitudes que en el mundo físico jamás pondríamos en práctica. Hacer un uso respetuoso, consciente y humano de las redes es el camino para que estas nos engrandezcan.

Fuente: La mente es maravillosa

Esta articulo fue publicado por la revista La Ciudad el 27/3/2023

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