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Julio Argentino Pascual Roca lo hizo

por Mempo Giardinelli     –

Golpe de estado contra Hipólito Yrigoyen La movilización que festejó el primer golpe de Estado del Siglo XX. (Imagen Web)

“No se está sellando una cooperación entre iguales, sino la aceptación expresa de un orden donde uno dicta las reglas y el otro las acata”, escribió ayer domingo, en un medio colega, el reconocido y erudito jurista Alejandro Olmos Gaona.

Con esa definición –adecuada y precisa– recolocó sobre el tapete de esta República al siempre repudiado Tratado Roca-Runciman, que en 1933 desencadenó violentas discusiones en el Senado de la Nación acerca de las inaceptables imposiciones de Inglaterra, y en las que el entonces senador santafesino Lisandro de la Torre denunció, con justa alarma republicana, que solamente “no podría decirse que la Argentina se haya convertido en un dominio británico, solo porque Inglaterra no se toma la libertad de imponer a los dominios británicos semejantes humillaciones”.

La evocación, contundente, está viendo crecer en estos días la virulencia verbal de un pueblo que “con precisión casi quirúrgica” según define Olmos Gaona, describe el acuerdo que en estas horas firmaron los Presidentes de la Argentina y de los Estados Unidos, y que ya viene impactando lentamente sobre el lomo de casi 50 millones de argentinas y argentinos.

Por cierto, cabe decir que Walter Runciman, vizconde de Doxford (1870-1949), fue el más destacado político británico en acción entre los años 1900 y 1940. Hijo de un magnate naviero, fue miembro del parlamento británico desde 1899 por el Partido Liberal. En 1914 y apenas iniciada la Primera Guerra Mundial fue declarado presidente de la Junta de Comercio británica y años después, en Mayo de 1933, se lo nombró representante de Inglaterra ante la República Argentina, por entonces un país sudamericano que –tal como hoy la gran mayoría del pueblo argentino ignora– estaba sometido a la que sería la primera larga dictadura militar y que duraría una década.

Apenas llegado a estas pampas sudamericanas y siendo como era un celoso defensor de los intereses británicos, el astuto vizconde planteó el ominoso y desparejo acuerdo conocido como Pacto Roca-Runciman, que firmó junto con Julio Argentino Roca (hijo) quien ejerció la Vicepresidencia durante la Presidencia del entrerriano general Agustín Pedro Justo (1876-1943).

Este Roca era un ingeniero civil egresado de la UNBA, que siendo ministro durante el segundo gobierno democrático de Hipólito Irigoyen participó de su derrocamiento junto con el salteño General José Félix Uriburu (1868-1932). Y a quien sucedió en dicho cargo autodesignado como Vicepresidente de la República Argentina hasta 1938. Él fue quien al frente de la misión diplomática a Londres en 1933, negoció con el Reino Unido un acuerdo comercial para garantizar la exportación de carnes argentinas frente a las políticas proteccionistas británicas.

Lideró la misión diplomática a Londres en 1933 buscando un acuerdo comercial para garantizar la exportación de carne argentina frente a las políticas proteccionistas británicas surgidas tras la crisis de 1929. Fue el principal negociador argentino, firmando el acuerdo el 1 de mayo de 1933 junto a Walter Runciman, el jefe del Board of Trade británico.

Según ese ominoso pacto, la Argentina se comprometió a venderle carne al Reino Unido a un precio menor al de todos los proveedores de la Commonwealth. Asimismo, obligaba a importar toda clase de productos con exención arancelaria (lo que arruinó a la naciente y pequeña industria argentina) y cedió el monopolio absoluto de los medios de transporte argentinos. La lucha del legislador Lisandro de la Torre en el Congreso, en contra del pacto Roca-Runciman, degeneró en el asesinato de su amigo el también legislador Enzo Bordabehere.

En Inglaterra, Runciman siguió como presidente de la Junta de Comercio hasta mayo de 1937. Y un año después, el primer ministro Neville Chamberlain, lo envió a negociar un acuerdo entre los gobiernos de Checoslovaquia y Alemania por la denominada Crisis de los Sudetesprevia a la firma de los Acuerdos de Múnich, y poco después de la firma de dicho acuerdo, Chamberlain designó a Runciman como Presidente del Consejo, cargo que ocupó hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Y es que el supuesto “acuerdo” entre un gobierno tan poderoso como vulgar y abusivo, que viola a otro al que declara “socio” y que a varios miles de kilómetros al Sur del mismo continente reacciona como falso ofendido y otro tan cipayo como deslucido coinciden con desmesurado entusiasmado en lo que no es sino una simbólica bajada de calzones en la que uno sonríe como si la violación fuera un juego y que como dijo el mismísimo presidente Milei con ese exitismo que lo caracteriza, ”dejemos la barbarie populista y volvamos a ser la primera potencia mundial”. Aunque nadie sabe –y a la vez todo el país sabe– a cuál se refiere.

En 1933, aquel Pacto quedó claro que del lado argentino no era más que un abusivo acuerdo comercial firmado entre Argentina y el Reino Unido que garantizó a la Argentina una cuota de exportación de carne vacuna al Reino Unido (que igual y gratuitamente se hubiera concretado) a cambio de concesiones tan significativas para los intereses británicos que para la Argentina no fueron más que vergüenza republicana porque incluían que el 85% de las exportaciones de carne se hicieran a través de frigoríficos británicos, la compra de carbón a Gran Bretaña libre de impuestos, y un trato preferencial para todos los negocios que hicieran las empresas británicas en la Argentina.

Entre ellos la exportación de carne, que le aseguraba a Inglaterra una cuota de exportación de carne enfriada pero el 85% de la cual debía ser transportada por buques frigoríficos de capital británico. Y el colmo era que el 15% restante solo podía ser exportado por frigoríficos argentinos que no tuvieran “fines de beneficio privado”.

Y aún eso no era todo: Argentina se comprometía a comprar carbón exclusivamente de Gran Bretaña y a eximir de impuestos a las importaciones de carbón y otros productos británicos. Esto perjudicaba obvia y directamente a la producción de petróleo argentina y a la recaudación fiscal.

A las empresas británicas, además, se les garantizó un trato “benévolo” para sus empresas radicadas en Argentina, y además recibirían beneficios sobre la deuda externa. También se crearon corporaciones de transporte para asegurar el control británico sobre los ferrocarriles, tranvías y ómnibus. Y hasta se pactó la adquisición de empréstitos en Inglaterra para que las empresas británicas pudieran repatriar sus ganancias.

En resumen, así se garantizó por décadas la salida de productos agrícolas argentinos al mercado británico, pero a costa de ceder el control sobre la exportación de carne, otorgar ventajas a las empresas británicas y favorecer sus importaciones a expensas de la industria nacional. Muchos consideraron este acuerdo como una nueva sumisión de la economía argentina al Imperio Británico.

Y es que las ventajas eran todas para Inglaterra, y hasta se les garantizaba un “trato benévolo” para las empresas que se radicaban aquí y encima recibirían beneficios sobre la deuda externa. Y se crearon corporaciones de transporte para asegurar el control británico sobre los ferrocarriles, los tranvías y los ómnibuses.

Lo más notable de todo lo que Olmos Gaona expone y describe con precisión no es solo la semejanza histórica, sino que además “la estructura del documento acordado con los EE.UU” implica “una secuencia repetitiva, programada, casi automatizada, donde el sujeto gramatical Argentina aparece ligado a todos los verbos de acción dura, mientras que para el sujeto Estados Unidos se reservan todos los verbos más suaves, vagos o condicionados. Así, donde Argentina “adoptará”, “permitirá”, “eliminará” o “se compromete”, Estados Unidos “podrá considerar”, “cooperará”, “tiene la intención”. Ejercicio de filología política que serviría para demostrar la asimetría: basta contar verbos y observar quién hace y qué hace”.

Además, en el terreno arancelario Argentina otorga ahora un amplio paquete de preferencias a productos estadounidenses estratégicos: medicamentos, químicos, maquinaria, tecnología, dispositivos médicos, vehículos automotores y una larga lista de bienes agrícolas. Y la contrapartida estadounidense no deja de ser irrisoria: consiste en eliminar aranceles sobre recursos naturales no disponibles o insumos sin patente. Es decir: abre donde no pierde, concede donde de todos modos no tendría interés, y se protege donde sí importa. En palabras de Olmos Gaona: “Una fórmula tan eficiente que debería enseñarse en cursos de Cómo negociar sin ceder”, lo que no debe extrañar, ya que se sabe cómo EE.UU. procede comercialmente y no va a hacer ahora ninguna excepción con la Argentina.

Nuestro país, en cambio, desmantela barreras no arancelarias, elimina formalidades consulares, y se compromete a reducir el impuesto estadístico. Todo esto sin que se exija a Estados Unidos medidas equivalentes, quedando en evidencia que la liberalización argentina es real, concreta y verificable; la estadounidense, más conceptual que efectiva. Milei lo hizo.

(Fuente: Pagina 12)

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