por Rubén I. Bourlot –
Más allá de haber sido el primer ex alumno en ejercer como Rector del Colegio del Uruguay, Honorio Leguizamón fue el menos conocido de los hijos de una familia en la que se destacaron Martiniano y Onésimo. Durante su gestión buscó “argentinizar” el equipo docente, lo que le valió más de un enfrentamiento.
Hace algunas décadas en la casa de unos tíos que vivían en el campo, familia de domadores y troperos, hallé, entre una colección del cancionero correntino Iverá, el libro El ánima del poncho verde, cuyo autor Honorio Leguizamón no me resultaba familiar. Más conocido eran Onésimo Leguizamón -que nombra una calle de Concepción del Uruguay- y Martiniano, autor de una serie de libros dignos de la mejor lectura.
Honorio Leguizamón es, tal vez, el menos visible de los hijos del coronel Martiniano Leguizamón y para algunos el más polémico por su actuación pública. Nacido en Concordia en 1848, cursó estudios en el histórico Colegio del Uruguay; se recibió de médico y fue el primer exalumno que alcanzó la rectoría de la institución educativa fundada por Justo José de Urquiza. Desde ese cargo mantuvo una fuerte polémica con Pablo Lorenz y otros docentes de esa Casa de estudios.
El 9 de noviembre de 1880, luego de que Julio Argentino Roca asumiera la Presidencia de la Nación, Leguizamón fue designado rector del Colegio del Uruguay que lo había cobijado en los tiempos de alumno secundario. Era amigo de Roca y su hermano Onésimo había ocupado la cartera de Justicia e Instrucción Pública durante la presidencia de Nicolás Avellaneda (1874-1880).
Tenía todo a su favor para hacerse cargo de la conducción de la institución y proponer los cambios profundos que tenía in mente. Pero no le resultaría gratuito. En su gestión quiso “argentinizar” el cuerpo docente, hasta el momento ocupado por prestigiosos inmigrantes europeos que sin lugar a dudas prestigiaban las históricas aulas.
El propio general Urquiza había sido quién apeló a esa pléyade de hombres exiliados de la intolerante Europa para edificar la institución pionera del país y Latinoamérica. Docentes como Alejo Peyret, Agustín Alió, Guillermo Seekamp, Pablo Lorentz eran parte de esa herencia que Leguizamón intentó desplazar para otorgarle un ambiente más autóctono a las cátedras.
La “argentinización”
La línea de pensamiento de Honorio coincidía con la de su hermano Martiniano, prolífico autor de una producción referida a las más profundas tradiciones argentinas volcadas en obras como Recuerdos de la tierra, Montaraz y Alma nativa, por nombrar algunas. Pero Honorio pasó del discurso libresco a los hechos. Desde su rectoría modificó los programas de estudio incorporando Historia argentina desde primer año e intentó eliminar las lenguas extranjeras que se dictaban en ese momento. A la biblioteca de la institución le sumó nuevos títulos, sobre todo de autores nacionales. En el intento de poner en práctica estas modificaciones dispuso el desplazamiento de los docentes que no se ajustaban al modelo. El encontronazo más enojoso fue con el entonces vicerrector Pablo Lorentz.
Paul Günther Lorentz había nacido en Kahla, Sajonia, Alemania, el 30 de agosto de 1835. Fue un brillante hombre de ciencia, esencialmente un botánico. Recorrió Entre Ríos haciendo un minucioso relevamiento de sus recursos naturales. Durante el rectorado de Clodomiro Quiroga (1875- 1880), Lorentz contó con pleno apoyo para la realización de sus investigaciones pero su situación cambió al asumir Leguizamón. El nuevo rector no sólo cuestionó su carácter de extranjero sino sus prácticas como investigador que se superponían con las tareas docentes. Así puso en el tapete que Lorentz solía ausentarse para realizar investigaciones en la Academia de Córdoba. Por otro lado, le reclamó por el envío de las colecciones recolectadas en la provincia a otras instituciones y naturalistas del país y del extranjero.
La guerra de los fósiles
Uno de los incidentes más resonantes sucedió cuando el nuevo rector recibió una nota de Lorentz, avisando que iba a despachar a Buenos Aires, en el servicio de vapores, cuatro cajones con objetos que no eran del museo ni del colegio, sino fruto de los trabajos científicos que le había encargado el Gobierno. El rector frenó el envío y encargó inspeccionar los cajones y pedirle explicaciones a Lorenz, quién alegó que todos los objetos eran de su propiedad. Dentro de los embalajes se encontraron herbarios, ejemplares de conchas fósiles, libros y otros materiales, con subdirecciones para remitir a Córdoba, Berlín y Konigsberg.
El rector ordenó retener los mismos, considerando que contenían objetos pertenecientes a colecciones del Colegio por cuanto Lorentz tenía el encargo de formar allí el Museo de Historia Natural “con los objetos que recoja en sus excursiones y con los que adquiriese del extranjero”, para lo cual repetidas veces había recibido sumas de dineros públicos.
El rector consideró que esos objetos eran patrimonio de la Nación y no podían ser enviados al extranjero sin la fiscalización de una autoridad nacional. Sobre este argumento, Leguizamón justificó su proceder ante el ministro de Instrucción Pública y aconsejó, para evitar futuros inconvenientes, reglamentar “el derecho que profesores empleados a sueldo del Gobierno Nacional, podrían tener para hacer en los Gabinetes y Laboratorios fiscales o en excursiones costeadas por el Tesoro Nacional trabajos y colecciones para enajenarlos en el extranjero sin fiscalización alguna por parte de los jefes de los establecimiento de enseñanza ni de la autoridad administrativa de los mismos”.
La vida y la muerte
Lorentz acudió al Ministerio nacional para reclamar por su situación pero el trámite quedó trunco al fallecer el 6 de octubre de 1881. Tras su muerte la polémica no cesó. Ante el propósito de velar sus restos en el Colegio del Uruguay, el historiador Oscar F. Urquiza Almandoz escribió que “el rector Honorio Leguizamón no permitió la entrada de su féretro al colegio. Pero el doctor Parodié, que había sido su alumno, lo hizo entrar y pronunció un discurso que debió interrumpir ante la llegada de la policía, cuya intervención había sido reclamada por Leguizamón”.
Terminada su gestión al frente del Colegio del Uruguay, Leguizamón fue nombrado director de la Escuela Normal de Profesores de Buenos Aires. En 1893 participó en los debates sobre la enseñanza de la educación física en las escuelas presentando una propuesta al Ministerio de Instrucción Pública acerca de la mejor manera de incorporarla.
También fue un estudioso de las propiedades y forma de cultivo de yerba mate. En 1895 trajo desde Paraguay las primeras semillas que le permitieron a Carlos Thays experimentar con métodos de germinación para el cultivo de la yerba mate (Ilex paraguariensis) en el Jardín Botánico de Buenos Aires, y que fue el inicio del cultivo en el país. En 1877 Leguizamón había escrito un trabajo sobre el tema titulado Yerba-mate, observaciones sobre su cultivo y sus usos.
Para seguir leyendo
Leguizamón, Honorio, (1959), Anima del poncho Verde, Buenos Aires.
Silveira Cadra, Carlos Alberto, (1949), Síntesis biográfica del Dr. Honorio Leguizamón, Buenos Aires, Tall. Graf. Claridad.
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Fuente: El Diario
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 6/11/2021