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Guarumba patriarca de Federación

Por Guarumbá, el 19 de abril fue declarado «Día del americano indio».
Bajo el decreto N° 4276 del M. G. del año 1947 «Relativo al coronel Miguel Guarumba».

El Gobernador de la provincia –Hector Domingo Maya-  decreta que en las escuelas de Entre Ríos el día 19 se deben dictar clases alusivas sobre la obra cumplida por el coronel Miguel Guarumba, representación indígena de valor y de fidelidad al gobierno de la Nación y mantenedor del orden en Entre Ríos.

Traemos a los lectores de La Ciudad un texto extraído de una muy vívida biografía de Miguel Guarumba, caudillo guaraní nacido en la Misiones en 1810 y radicado en la zona de Federación, debida a la pluma de Enrique Mouliá, rescatada del libro «Aguafuertes Entrerrianas» publicado en 1943.

A mí no me entran las balas… —decía el caudillo misionero, y, sin duda, en tal convicción cifraba su bravura y su arrojo en los combates y entreveros.

—Debe estar «retobao» —expresaban los hombres de su tiempo al enterarse de que, a pesar de luchar siempre al frente de sus lanceros, nunca resultaba herido y sólo rasgaban su piel curtida de indio mestizo los rozamientos propios de toda refriega.

Lo cierto es que Guarumba, famoso por su temeridad, y a quién se le atribuye participación principal en hechos sangrientos como los de Pago Largo, fue un guerrillero afortunado. Quizá ello se debió en parte a su destreza en el manejo de las armas, y especialmente la lanza, pero lo más acertado será adjudicado al factor suerte, el mismo que acompañó a Ramírez, al Chacho y al propio Facundo, con la ventaja sobre todos éstos que dicho factor le siguió siendo propicio hasta sus últimos días y, en cambio, a los citados caudillos lo fue efímeramente, de cuyo modo resultó truncada su existencia en la forma bárbara y trágica que registra la historia.

Guarumba, el indio bravo e invencible, era a la vez un hombre modesto y bondadoso. Fue así cómo en su vida civil no supo actuar con la eficacia y la firmeza inquebrantable con que lo hiciera en la lucha armada, teniendo que pasar sus últi­mos años en medio de escaseces, a pesar de que poseía bienes y gozó de la pensión militar que le correspondiera como servidor de la patria. Todo lo daba o dejaba que se lo llevaran sus parientes y allegados.

Miguel Guarumba nació en 1810, en una de las reducciones de indios de las misiones jesuíticas instaladas en la hoy gobernación de Misiones. Perteneció a una de esas tribus que sirvieron a dichas organizaciones religiosas y que defendían a éstas de los ataques continuos de los portugueses o paulistanos.

De modo que, a pesar de ser un analfabeto, re­cibió la influencia de la educación católica, habiéndose criado en el régimen de orden y de obediencia que imponían los misioneros a las tribus reducidas. Esta educación fue determinante, pues a la inversa de la mayoría de los caudillos de la región, que se caracterizaron por su contumacia, Guarumba fue siempre un elemento de parte de las autoridades, a las cuales sirvió con denuedo y consecuencia excepcionales. Algunos historia­dores que lo juzgan ligeramente y en forma des­pectiva, al igual que a la mayoría de los caudi­llos regionales, no advierten la razón de la con­ducta del indio misionero y, sin embargo, ella re­sulta explicada por el antecedente que acabamos de consignar. Era indómito, pero dentro del concepto del orden y del respeto a la autoridad que había aprendido de sus antepasados, influidos por la educación religiosa.

Guarumba llegó a Entre Ríos junto con las tribus que trajo de Misiones el caudillo guaraní Tacuabé, de famosa historia y de destacada actuación en el período de la dominación artiguista. Entonces era muy joven y formaba en los escuadrones de lanceros, como simple soldado. Pero al poco tiempo comenzó a destacarse por su destreza en el manejo de la lanza, por su bravura y su arrojo en los entreveros.

Primeramente actuó a las órdenes del comandante Pablo de la Cruz y luego junto con el coronel Áquileo González Oliver. En batallas sangrientas libradas en el período anárquico del país, en su lucha por la organización nacional, siguió siendo una figura sobresaliente como guerrillero eficaz y valeroso. En Pago Largo, Arroyo Grande, Caaguazú e India Muerta, sangrientas batallas que siempre son recordadas con horror, Guarumba hizo méritos suficientes para merecer lógicas recompensas. Se le ascendió a cabo y luego a sargento. Con este último grado le tocó tomar parte en la batalla de Caseros, donde volvió a singularizarse, obteniendo por ello su ascenso a oficial, en cuyo carácter le tocó actuar en Pavón.

Terminadas las luchas, el general Urquiza le señaló un destino. Ordenó que acampara con su gente en Mandisoví, ya en el límite con Corrientes, y allí se estableció, estando siempre pronto al llamado de sus jefes.

Cuando sobrevinieron las trágicas jornadas del 70, del 73 y del 76, Guarumba prestó su concurso al gobierno y luchó en varios encuentros con las huestes de López Jordán. Por su actitud obsecuente y por su eficacia en la acción, mereció nuevos ascensos. Sarmiento, primero, y Avellaneda, después, le fueron concediendo honorosas distinciones. De tal modo fue que llegó al grado de coronel, el que conservó hasta el fin de sus días (falleció a los 80 años).

Algunos de los historiadores llaman a Guarumba indio «Tagüé». No está bien aplicada esta calificación. Tagüé quiere decir polilla; también equivale a hombre peludo y algunos sostienen que significa traidor. Todo es según la circunstancia. Sábese que los correntinos decían en aquellos tiempos:

—¡Ou oiná los tagüés!

Para ello eran los tagüés unos hombres peludos que cometían horribles malones en los cuales se llevaban cuanto encontraban a mano. Decían en Corrientes que provenían de Entre Ríos y que los mandaba el diablo.

Guarumba nunca mereció ser considerado como tal. Precisamente si por algo se caracterizó, siendo casi un salvaje, fue por su bondad.

En el combate actuaba, eso sí, con la ferocidad propia de todo guerrillero, pero fuera del campo de batalla fue siempre el hombre más respetuoso de la vida ajena. Lo prueban infinidad de gestos magnánimos realizados con los prisioneros. Recuérdase por ejemplo, su actitud con respecto a Carlos Anderson, el famoso caudillo sanguinario, al cual salvó en momentos en que iba a ser cercenada su cabeza.

Indudablemente, su espíritu estuvo siempre regido por la educación religiosa que hemos mencionado.

La vida de Guarumba ofrece un copioso y pintoresco anecdotario. Lógico es que así sea, pues que siendo un indio sin cultura le tocó actuar en puestos directivos y por ello se vio obligado a frecuentar ambientes que le eran extraños.

Na sabía leer ni escribir, y firmaba su correspondencia con un sello de metal. Le ponía la marca, como él expresaba. Su ignorancia llegaba al extremo de confundir el masculino con el femenino y viceversa. Es famosa su palabra de orden:

—¡Muchachos, a la pelea y a mantenerse firme como un «tronca»!

Cierta vez, el entonces coronel Victorica fue huésped del comandante Aquileo González Oliver. Colocado en el puesto de honor en la mesa familiar, pudo observar que en el patio, debajo de un naranjo, se hallaban dos comensales. Eran Guarumba y el niño Aquileo.

—Esos no vienen a la mesa —dijo el dueño de casa.— porque no saben comer con tenedor…

El coronel Victorica recordaba siempre esta anécdota y desde entonces conservó viva simpatía por el caudillo, al cual lo conocía por sus méritos y hazañas, cosa lógica por tratarse de un ex secretario del general Urquiza.

Esa simpatía la tradujo en un acto concreto, siendo ministro de Guerra del general Roca. Llamó a Guarumba para que regularizara su situación y le hizo reconocer como coronel de la Nación con el sueldo de quinientos pesos fuertes.

Fue en esa circunstancia cuando Guarumba vino a Buenos Aires y, alojándose en el hotel Oriental —frente a la plaza de Mayo—, le ocurrió un percance que pudo resultarle fatal. Al acostar, se apagó el pico de gas de un soplido, y si no es advertida la emanación del hidrógeno por los dueños del establecimiento, hubiera perdido la satisfacción de recibir el reconocimiento oficial de su coronelía.

Una vez aparecido el decreto, Guarumba debió presentarse con el uniforme, y como no lo había traído se fue a la residencia del ministro, su viejo amigo y ahora su «protector», para pedirle en préstamo su traje.

—No puedo complacerte, Miguel —le dijo—, porque mi uniforme es de general.

—¿Y eso qué tiene? —respondió Guarumba—, si cuando yo era oficial, vos no eras nada…

Pero la más interesante de las anécdotas es aquella en que el caudillo misionero tuvo de contrincante a Sarmiento y la cual se recuerda siempre causando gran hilaridad.

La incidencia tuvo lugar en ocasión de ser inaugurado el ramal ferroviario que une a Concordia con Federación, dos ciudades del norte de Entre Ríos. Sarmiento asistió en su calidad de presidente de la República. En su honor y en el de su comitiva oficial fue servido, después de la ceremonia, un gran banquete. Los huéspedes oficiales fueron colocados en la cabecera y en el otro extremo de la mesa fue concedido el sitio de honor a Guarumba, la figura patriarcal de la zona. Al agradecer la demostración, el autor de «Facundo», con una de esas geniales insolencias que le caracterizaban, expresó:

«—Este acto se singulariza porque de un lado estamos los hombres que representamos el porvenir, el progreso y la civilización, y del otro los que, si bien tuvieron actuación benemérita, representan el pasado, el retroceso y la barbarie».

El gran presidente acentuó con un ademán la agresividad de su frase que, desde luego, impresionó muy desfavorablemente. No lo merecieron los que le agasajaban y menos aquel al cual fuera dirigido el «exabrupto».

Pero Guarumba recibió el chubasco sin inmutarse. Predominó, sin duda, en su espíritu aquel sentimiento de respeto emanado de la educación religiosa, y se mostró resignado.

Pero momentos después, ya en el patio del hotel, donde tenía lugar la recepción, Sarmiento pasó por ante el caudillo misionero, y uno de los acompañantes hizo la presentación de estilo. Guarumba, sin hacerle siquiera la venia, expresó:

—Si, ya te conocía yo…

—¿Dónde me has visto? —replicó Sarmiento.

—Y… en el Mosquito, disfrazado ‘e ratón, saliendo d’un queso ‘e bola.

«El Mosquito» era un semanario de caricatura política que tenía gran difusión en aquella época.

Imagen: Libro Historia de la Policía de E. R .Antonio Fote. 1947

Tomado del libro: Aguafuertes Entrerrianas de Enrique Mouliá, Ed. Heroica, Bs. As., 1943

(extraidos de https://genoma.cfi.org.ar y Archivo Entre Rios)

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 20/4/2019

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