por Rodolfo Oscar Negri –
¿YO? ARGENTINO. Se utiliza como una forma de desprecio a la nacionalidad, atándola al desentendimiento, a la falta de solidaridad, de compromiso o de involucramiento con lo que pueda pasar a su alrededor.
Enunciado siempre en primera persona, se lo utiliza usualmente como sinónimo de yo no me meto, o bien con un significado cercano al de no me hago responsable –ya sea de un acontecimiento sucedido o por suceder– expresando en este último caso un sentimiento equivalente al del lavado de manos de Poncio Pilato.
¿El origen de la expresión? Al estallar la Primera Guerra Mundial (1914-1918) era presidente Roque Sáenz Peña, quien proclamó la neutralidad de nuestro país. Al sucederlo dos años después, Hipólito Yrigoyen continuó esa política y la sostuvo con mayor rigor.
Esta situación sorprendió en Europa a muchos argentinos pertenecientes a las clases mas acomodadas, sobre todo hijos de estancieros que habían ido a pasear por “Tener la vaca atada” y también a otros que no eran tan ricos pero que, por su carácter de pintores, escritores, actores, músicos, habían obtenido becas o subvenciones para pasar una temporada de estudios en países como Francia, Italia o Alemania. Como el gobierno nacional se declaró neutral, no tomando partido por ninguno de los contendientes, los argentinos que se veían en dificultades para regresar a causa del conflicto bélico, ante cualquier problema que les pudiera surgir con las autoridades de esos países, sacaban a relucir su pasaporte y decían claramente: “Yo, argentino”, es decir, yo soy neutral, no tengo nada que ver con ninguno de los bandos en pugna. Esa frase, que a más de uno le salvó la vida o le permitió seguir haciendo lo que deseaba, perduró en el tiempo como sinónimo de “yo no tengo nada que ver” o “a mí no me involucren”.
Otra versión de esa expresión -tal vez menos conocida- de “¿yo? argentino”, tendría un origen diametralmente opuesto y fue transmitido en forma oral hasta el día de hoy: la frase era gritada por los trabajadores, allá por el principio del siglo XX y su sentido era el de “soy argentino, tengo derechos”. Cuando los obreros eran arrestados por la policía bajo el imperio de la “Ley de Residencia” (n° 4144, sancionada en 1902), dictada por Miguel Cané (si, el mismo de aquella romántica novela sobre la estudiantina llamada Juvenilia), que permitía la deportación de extranjeros con tan solo una orden policial, ellos -a los gritos- alegaban que no eran extranjeros y que debían ser respetados sus derechos.
Este es uno de los tantos argumentos de denigración de la historia, las tradiciones y el ser argentino que sostienen los adoradores de lo extranjero, menospreciando lo nacional (afirmación que sigue la línea de los que sostienen que los argentinos somos vagos, atorrantes, ventajeros, mala gente, etc.) en contraste de los que defienden y tratan de consolidar el ser nacional (entre los que me encuentro).
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 6/9/2016