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El largo camino a la libertad

por Pablo Stein    –

El 11 de abril de 1811, Artigas instala su campamento en Mercedes, localidad que se encuentra en la margen izquierda del Rio Negro en el lugar exacto donde hoy se encuentra la plaza Independencia.  

Pedro Viera y Venancio Benavidez previamente acampados en las afueras de esta localidad y encontrándose a orillas del arroyo Asencio el 28 de febrero habían proclamado la voluntad de los orientales de sacudirse el yugo español, por lo que cuando llega Artigas ya la campaña estaba en pie de guerra. 

Hacia la libertad
Actualmente Mercedes está a unos 180 kms de Paysandú si se realiza el trayecto por ruta, pero viajando a campo traviesa 

la distancia en mucho menor. 

 Despuntaba el sol del amanecer cuando iniciaron la marcha en dirección al campamento. 

Los teros alborotaban los campos alarmados por la invasión de hombres y caballos que avanzaban poniendo en peligro sus pichones que aún estaban cerca de los nidos en los que habían nacido. 

Al frente iba el “padre” Larrañaga un viejo conocido de Artigas y que años atrás expulsaran las autoridades virreinales de Montevideo por sus alocadas ideas de independencia. 

Detrás de él, un grupito de gauchos ataviados de chiripa y botas de potro, indios descalzos y montados en pelo, mulatos y negros, sumando una comitiva de doce voluntades dispuestas a incorporarse a la lucha, con el objetivo de ganar su libertad. 

Joaquín y Guidai, la única mujer el grupo, se encontraban entre ellos. 

Cuando Joaquín huyo junto a su compañera de los campos de Joseph de Urquiza, tenía 41 años, de los cuales 30 fueron en su condición de esclavo. 

Los cielitos de Bartolomé Hidalgo
Al atardecer divisaron a lo lejos movimientos de gente. 

Se fueron acercando al paso de sus caballos, recelosos de quienes podían ser y que intenciones tendrían. 

Los vieron desmontar cerca de un gigantesco ibirá-pitá, un árbol al cual solía arrimarse el gauchaje para protegerse en los días de sol fuerte o al anochecer para protegerse del sereno cuando les tocaba dormir a la intemperie. 

El sonido de una guitarra llegó claro a sus oídos y luego la voz que entonaba un cielito que seguro había escuchado andando por los fogones:  

Cielo, cielito y cielo 

Cielito siempre cantad 

Que la alegría del cielo 

Del cielo es la libertad 

Cielo, cielo festivo 

Cielo de la libertad 

No somos esclavos ya. 

Los gauchos rodeaban respetosamente al cantor, mientras el mate pasaba de mano en mano. 

Los recién llegados silenciosamente se incorporaron al grupo. Hicieron noche allí y al amanecer partieron todos juntos rumbo al Mercedes. 

Conociendo al protector de los Pueblos Libres
Si bien Joaquín y Guidai habían cruzado el Rio Uruguay a lomo de sus caballos y siguiendo a la pequeña tropa de Artigas, no habían tenido la oportunidad de conocerlo personalmente ya que Don José fue llevado en una canoa arribando antes que sus soldados a Paysandú. 

Cerca del mediodía, los viajeros divisaron el campamento con sus tiendas de cueros y los fogones que nunca se apagaban ya que siempre había un mate pronto para recibir a los nuevos que iban llegando desde los más remotos confines de la provincia oriental. 

Les llamó la atención que repentinamente cesaron las conversaciones y casi todos se incorporaran y comenzaran a dirigirse hacia el mismo lugar. 

Ni alto, ni bajo, más bien de regular estatura, sin barba, vistiendo una chaqueta azul, pantalón ajustado, botas negras y un sombrero de alas anchas que al quitárselo dejo entrever el inicio de una calvicie estaba ante ellos un hombre de unos cuarenta y picos de años, que todos reconocían como “Protector de los pueblos libres” 

Proclama de Mercedes
Su voz sonó fuerte y clara, su mirada irradiaba convicción. 

“He convocado a los patriotas de la campaña y todos se ofrecen con sus personas y bienes” 

No fue uno de esos largos discursos llenos de citas de pensadores europeos que realizaban casi a diario los “revolucionarios” de Montevideo o Buenos Aires y que nadie entendía. 

Sus palabras finales fueron concluyentes:” ¡A la empresa compatriotas! Que el triunfo es nuestro. Vencer o morir sea nuestra cifra. Tiranos temblad por no advertir que los americanos del sur están dispuestos a defender y a morir antes con honor, que vivir con ignominia en afrentoso cautiverio” 

Un negro que había permanecido al lado de Artigas durante su proclama, se acercó a Joaquín y Guidai, estrecho su mano y lo invito a compartir su carpa. 

¡Cómo te ubico? Pregunto Joaquín. 

Pregunta a cualquiera por “Ansina”, aquí todos me conocen, respondió el moreno. 

Una jovencita minuana por su parte, invito a Guidai a la carpa de las mujeres. 

Las guitarras sonaron hasta muy entrada la noche. En la carpa de Ansina, Joaquín tardo en conciliar el sueño. 

La revolución estaba en marcha. Para Joaquín sin embargo la palabra mágica era Libertad y miles de los más despojados e infelices serán los que lucharán por una Patria libre de cadenas. 

Bibliografía consultada: 

Jesualdo; “Artigas, del vasallaje a la revolución”; editorial Losada S.A; Bs. Aires; 1961. 

Bartolomé Hidalgo; “Poesía gauchesca”; Ed. Ayacucho; 1977 

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