Continúan las audiencias públicas por el asesinato de Diana Sacayán. Su legado y la lucha travesti están revolucionando el mundo jurídico con la categoría de “travesticidio”, incorporada en la carátula por el crimen, y también están revolucionando sus espacios. Una vez más, el lunes 19 la Plaza Lavalle se empapeló con afiches con el rostro de Diana y sus principales consignas. El encuentro, los abrazos, un escenario y una radio abierta desafiaron las lógicas de invisibilización que suele atravesar a la violencia contra la población trans.
Faltan aún la audiencia del 9 de abril. La búsqueda de justicia lleva ya más de dos años, pero esta instancia de juicio oral se presenta como una nueva oportunidad para repensar la transfobia, el movimiento travesti y, por supuesto, recordar a Diana. En esa lucha se planta firme su compañera Marlene Wayar, activista trans, quien evoca en esta entrevista el contexto del travesticidio de Diana, su memoria viva y proyecta, sobre sus bases, los sueños de un movimiento que va en busca de lo imposible.
¿Cómo interpretar el juicio de Diana desde lo jurídico y desde lo político?
Estoy confiada en lo jurídico, me parece que es de esos casos que facilitan que al juez le convenga sentar precedente, hacerse ver y dictar una condena ejemplar. Lo que no quita que en este proceso de visibilizar la búsqueda de justicia aparezcan cuestiones que no están buenas. Por ejemplo, que muchas de las personas que han colaborado en el proceso apelen al currículum de Diana para argumentar que fue un travesticidio. Y el travesticidio es con o sin currículum: la muerte de cualquiera de las chicas es injusta. Que haya gente que cree tener derecho a torturar, a quitar la vida, es espantoso. Son esas estrategias movidas por buenas intenciones, pero que pueden tener efectos contraproducentes. Es como cuando desde el activismo se plantea la estrategia de pedir el plebiscito por el derecho al aborto porque lo vamos a ganar. Pero el punto es que los derechos humanos no se plebiscitan. En este caso es lo mismo. Es aleatorio, es contingente el currículum de Diana; su muerte no vale ni más ni menos por eso. La muerte nunca debería ser un rédito político.
¿Cómo podemos politizar estos crímenes sin entrar en esas mezquindades?
Justo ahora en paralelo sucede lo de Marielle Franco en Brasil. Está bueno que estas muertes nos convoquen, que nos arremetan, que nos muevan, pero hay que tener cuidado con usar a las personas, a su memoria, con cuestiones mezquinas. Ambas son sujetas políticas. No quiero decir que hay que despolitizar, porque sus vidas y sus muertes fueron políticas, pero no cruzar la línea de lo redituable. Nosotras nunca hemos usado a nuestra muertas: solo hemos trabajado por visibilizar la realidad del colectivo. A Lohana le decían mucho: “venís, me tirás las 150 muertas en el escritorio y ahí empieza la discusión política”. Pero eso es así. Ustedes primero nos mataron. Pero en nuestro activismo le damos un giro político a esas muertes que no tiene que ver con regodearse en el victimismo, en lo macabro, en el detalle del suceso. Esta es la realidad y desde acá tenemos que partir, no lo podemos desconocer. Pero hay un respeto por la integridad, la intimidad de las víctimas que hay que sostener.
¿Cómo se cruza la vivencia de este juicio en términos políticos con un plano más íntimo?
Me va exponiendo de diferentes maneras. En primer lugar, podría haber sido yo. Te distraés un minuto porque te gustó una sonrisa y de ahí hasta el calvario no para. Porque las travas estamos condenadas a caminar en el riesgo, como cuando estamos en situación de prostitución, salimos a un campo minado donde puede suceder lo que sea. En general, yo he tenido el aprendizaje, la enseñanza de otras del ojo avizor, de estar conversando con alguien, en los tres o cinco minutos que dura un planteo de las condiciones. Tanta plata, voy acá o voy allá, esto no, esto sí, y mientras tanto saber de qué es capaz esa persona. ¿Me va a pagar o no me va a pagar?, ¿va a querer esto o lo otro?, ¿es un pesado?, ¿está borracho o no? ¿Me va a matar o no me va a matar? Y ese es un aprendizaje muy fino que vas haciendo en el mientras tanto, a través de la experiencia. Hay algo de eso que teníamos nosotras que por lo menos te preparaba, una suerte de transmisión intergeneracional que me parece que se va perdiendo por cuestiones contextuales, epocales, porque estamos más mediatizadas, porque estamos más solas, más aisladas, no son tantas las redes, no convivimos tanto, el medio social te separa, te divide, te fragmenta. Antes estábamos todas juntas, aprendiendo las más chicas de las más viejas. Las distracciones de la tecnología, de la pantalla, te colocan en otra realidad. Que te invita a no ver, a evadirte, a buscar alivio en esa irrealidad. Esto nos perjudica. Todo el tiempo el contexto se quiere mostrar ficcional en cuanto a la inclusión, la aceptación de la pluralidad, de la diversidad, y una quiere convencerse de eso, pero te distrae de estar preparada para un contexto que en la práctica no es así.
¿Cómo se viven en el día a día esas contradicciones entre lo discursivo y la práctica?
Algo tan sencillo como que un día el policía al que siempre le pagás, por algún motivo te puso la droga a vos y en lugar de ir otra presa por una causa armada de droga, caés vos. Porque ese día no hubo otra. En este momento, no tenemos la capacidad para salir comunitariamente de esta falta de horizonte. Esta fragmentación nos hace perder de vista que sigue siendo sistemático y muy complejo. Nuestro colectivo ha desarrollado históricamente estrategias de supervivencia fundadas en la transmisión oral. Las redes sociales no pueden suplir eso. Porque son las instituciones, porque es la sociedad, por hay una sociedad que tiene miedo, que está intervenida por la implementación del miedo, del terror. Y resulta cada vez más difícil tejer alianzas, redes que superen los particularismos. Por otro lado, el problema es que nos llega el marketing de la “Argentina igualitaria” y otros discursos de empoderamiento que te dicen que no tenés por qué soportar una situación de violencia. Y entonces, un día ponés los límites. Pero la verdad es que muchas veces no podés decirle al policía en un lugar oscuro que no le vas a dar el documento, o que se vaya a la mierda, que esta vez no le vas a tirar la goma. Hasta que los discursos no se hagan práctica, no podés exponer tu vida, te deja sola. Esa convicción no puede ser en soledad. La construcción tiene que ser colectiva, no podemos quedarnos en lo individual. Me parece que lo mismo vale para las mujeres. Porque así llega el día en que dijiste “basta”, pero estabas sola. Primero hay que salir corriendo, abrazarse a lo que sea y desde ahí decir basta. Si no, lo que sucede es que estás en una encerrona trágica, porque estás sola, porque somos finitas, porque nuestros cuerpos son vulnerables.
En relación a la lucha contra la violencia, ¿cómo ves las alianzas con el movimiento de mujeres en iniciativas como las del 8M?
Es un desafío muy grande por delante construir esas redes a partir de consensos mínimos, de juntarnos, de pelear por el espacio público como fue justamente en el paro de mujeres. En el 8M, nosotras las travas no teníamos comunitariamente dónde hacer paro. Porque nuestro paro no es visible si no lo transformamos en algo político. No tenemos trabajo, en general no tenemos niños todo el tiempo a cargo, no se nota nuestra ausencia en los trabajos formales ni en los informales, ni en las tareas de cuidado, pero es importante que estamos en el consenso de “basta de violencia”. Porque se trata de construir una estrategia que a futuro nos dé la posibilidad de que toda esta masa nos albergue, nos abrace, nos continúe conteniendo. Creo que Diana y también Lohana fueron grandes articuladoras con grupalidades impensadas en el feminismo, en el campo popular. Y nuestra participación en esos espacios es transformadora, hace que esos movimientos vean algo que no pudieron ver en su momento. Como por ejemplo, con el caso de Sandra Cabrera y otras compañeras que han muerto por violencia institucional o social. Por lo menos, generar la pregunta de por qué no se mueven por nosotras como se movieron por Fuentealba. Por qué una docente no es lo mismo que un docente. Que hoy haya movimientos diversos que sostengan la bandera de justicia por el travesticidio de Diana habla de la riqueza de estas biografías, de lo que han logrado. Pero también de que debemos insistir por que se consigan resultados diferentes. Por ejemplo, preguntarnos por qué no hay un colectivo de madres y padres de travas asesinadas, o de travas en prostitución.
¿Cómo se relaciona esta posibilidad de generar alianzas múltiples con la reflexión sobre la propia identidad en términos complejos, multidimensionales?
Nosotras vivimos muy concretamente la forma en la que opera esa transversalidad, ese cruce del género, con la clase y con la raza. Son marcadores que se van sumando, te van posicionando. Estás parada en otro lado, te pasan otras cosas, tenés distintas posibilidades. Y, por otro lado, porque crecimos con la violencia, la discriminación, el insulto, tenemos mucha capacidad para colectivizar experiencias y necesidades. Diana era un gran ejemplo de eso. No le resbalaba ninguna lucha. Ella era muy consciente de su identidad trava, pero también de su condición de clase, de pobreza, de ver a su madre enfrentarse con muchos hijos al hambre. Era muy consciente sobre los efectos que la pobreza tenía sobre el cuerpo. Los efectos de no tener una dieta equilibrada, los efectos de las intoxicaciones por el agua contaminada por el Ceamse. No le pasaba por al lado, tenía que estar ahí. Porque a pesar de su posición subordinada por ser travesti, Diana nunca renunció a la posibilidad de reclamar. Tenía su perfil fiera, necesitaba hacer, era hacedora, hacer y terminar. No le cerraban los puntos suspensivos. Diana fue la primer trava piquetera. Y en esas luchas, era vocera de toda una comunidad, era ella en quien los vecinos y las vecinas confiaban por su capacidad de analizar la situación, por su capacidad para argumentar un reclamo y por no bajarse del caballo nunca, de estar ahí, discutiendo con cualquiera, sin dejarse meter la impresión de que vos venís de la universidad de la pindonga o que sos del municipio. Y tenía también la posibilidad de acompañar luchas con mucho amor, como la forma en que abrazó la lucha por Luciano Arruga. En la desaparición y la muerte de Luciano se hicieron nudo muchas otras muertes e injusticias. Y también porque le tocaba muy de cerca. El gatillo fácil era algo que no le resbalaba porque le sucedía en su barrio, no tenía posibilidad de distancia. Y, a parte, los pibes como Luciano eran los pibes de los que Diana se enamoraba. Le gustaba el pibe de su barrio, con camperita de jean, con la mochila negra llena de pins, flaquito, pobre como ella.
En relación al deseo y el amor, ¿cómo podemos pensar el nivel de la transfobia ligado a lo afectivo?
Siempre está la posibilidad del enemigo. En nuestro caso no se trata de parejas estables como sucede con las mujeres, son engaños con desenlaces rápidos. Nos interpela a todas. Es muy hipócrita en el sentido de que está fundado en el odio. Pero la raíz última también del otro también es el deseo. De que yo no exista para que no le despierte el deseo a él. Esto que se nos ha inculcado siempre a las feminidades. Por el solo hecho de existir estamos tentando a otro. Somos las demoníacas, el pecado, portamos ese peligro y, en nuestro caso, es doble porque es un deseo socialmente condenado. No quiere decir que no exista. Este deseo les nace y hay un juez-verdugo que es el que te condena a vos mismo. Puede haber toda una sociedad hoy hablando de igualdad, de diversidad, de amorosidad, sin embargo está muy internalizada la condena al deseo y amor que generamos las travas. La única manera en que no sienta este deseo es matando aquello que lo despierta. Y Diana provocaba mucho deseo. Ella tenía un anecdotario amoroso enorme. De los lugares más insólitos e instantáneos. Hasta en televisión. Me acuerdo que una vez la habían invitado a hablar sobre cupo laboral trans y Guido Suller la acusó de estar curtiéndose al camarógrafo detrás de cámara. ¿A quién le importa? Pero nos habla de Diana, de su capacidad de seducción. Seducía donde iba, no desde el artificio, no la drag queen, no la montada, era muy lavada en su maquillaje, hablaba desde su contextura física, desde sus rasgos indios, manejaba la seducción de una manera que a mí muchas veces me sorprendía.
¿Qué recordás de su experiencia con las muxes en México?
Ella fue a las velas muxe en Oaxaca. Allá las muxes no tienen el problema de una severa discriminación social como acá, están más o menos insertas, no están inmunizadas contra el occidentalismo, pero no hay tanta exclusión, la prostitución por ejemplo no aparece como la única alternativa. Pero en ese momento empezaron a reclamar de manera firme poder pensarse en el amor, en las relaciones, porque para ellas no estaría habilitado en Oaxaca el matrimonio. Pueden ser las amantes de cualquier hombre, pero ese hombre va a tener una mujer, y ni la mujer ni la muxe van a poder tener otro amante. Ellas reclaman la posibilidad de ser sujetas de deseo legítimas. Y a Diana eso le cerró un capítulo en su vida, porque en la multiplicidad de relaciones instantáneas, ella sabía de la pasión y del amor que generaba en los demás, que generamos las travas, y lo que hay que superar es esa barrera social. Que puedas ir caminando agarrada de la mano. Ese era el reclamo de ella, a la masculinidad, a tantos desamores.
¿Qué rol cabe demandar a los varones en este proceso?
Va a ser sanador socialmente el momento en que los varones puedan también reconocer el daño que se hacen en tanto víctimas también de este sistema, puedan desarmar y repensar su masculinidad. Y nosotras podremos ayudar desde nuestra experiencia a que procesen el haber sido sistemáticamente humillados y forzados a responder a un mandato de macho. Porque también en un punto entendemos la raíz de que hubiera tipos que salían a la Panamericana a hacer tiro al blanco con las travestis que estaba prostituyéndose, porque tiene que ver con vidas de mierda, que creen que ahí van a conseguir el alivio, que ahí van a poder sentirse machos. Porque están tan impotentes frente a las instituciones, frente otros hombres que manejan las instituciones, frente a los gobiernos, frente a las condiciones laborales… Creen que pueden reconstruir eso que les falta a través del maltrato hacia nosotras, sus parejas, amantes, hijas, etc. Y no es abusando de condiciones puntuales de poder o jerarquía, que vas a construir tu masculinidad. También tenemos la experiencia las travas de que no es gratuito el golpe. Con Diana hablábamos mucho respecto de cierta personas que en la jerga llamamos “esclavitas”, que vienen y te ofrecen mucha plata y quieren que los humilles, que los maltrates. Y en el primer análisis es redituable, te exponés menos. Pero desempeñar ese rol, sobre todo cuando no sos actriz y está tu subjetividad puesta en juego, se lleva puesto mucho en vos. No es algo que elegimos ser, la violentadora. Lo vas cargando. En principio, lo tapás, riéndote de ellos colectivamente, pero terminamos pagando precios carísimos. Terminás haciendo el papel de una toturadora por plata. A mí me tocó en alguna ocasión saber que el otro es militar y empezar a fantasear de alguna forma qué habrá hecho ese otro, qué culpa está pagando conmigo, a qué estoy siendo funcional. Por otro lado pienso, yo soy la puta, necesito esta plata y punto. Pero termina siendo un peso demasiado grande. Pensábamos mucho con Diana por qué teníamos que hacer ese papel, cuánto estoy degradando de mi propia identidad frente a ese otro al acordar ese rol. Es otra expresión de la violencia que padecemos como colectivo.
¿De qué se trata tu proyecto de ley de reparación histórica para el colectivo trans?
Históricamente en nuestro movimiento LGTBI y en el movimiento trans hay como dos posiciones: la de conseguir lo posible y otra, en la que me inscribo, de ir por lo imposible. En mi caso, yo necesito irme de este mundo sabiendo que los niños y las niñas no van a nacer en las condiciones que nací yo ni que nacimos todas nosotras. Necesitamos una ley que nos saque del barro, que nos saque del barro que crea la heterosexualidad. Quiero que este país aprenda, que se empiece a cuidar de las acciones que comete, por las consecuencias que provocan. Esas consecuencias se van a pagar caro. Es un proyecto de ley que yo amasé durante muchísimo tiempo. Lo trabajé a partir de legislación comparada, mirando los resarcimientos a las víctimas del terrorismo de estado y también algo de lo que sucedió con las víctimas del Holocausto en la Alemania nazi. Después me suma Claudia que era más clara la experiencia de afrodescendientes tras la abolición de la esclavitud en EEUU. La intención es establecer una reparación a partir de lo que ha sido un plan sistemático desde el Estado, con gobiernos democráticos y dictatoriales, y con connivencia de la sociedad que hace parte de ese propio Estado. Con distintas responsabilidades, como por ejemplo aquellos que han sido parte de fuerzas de seguridad que nos han perseguido y violentado muy especialmente. Pero implica a todos porque nadie ha sido indiferente al movimiento travesti, que ha denunciado estas cuestiones permanentemente. Una sociedad que desde la infancia nos ha perseguido, invisibilizado y excluido de las instituciones. Que violaron nuestros derechos sistemáticamente. Una sociedad que intentó convencernos de que no somos sujetas deseables, amorosas, vivibles, apreciables, queribles. Desandar todo eso es muy difícil. Con qué van a pagarnos habernos sacado la posibilidad de ser escolta de la bandera, o ser elegida mejor compañera de la clase, o irte de viaje de egresados. El entrenamiento de seguir un estudio sistemático. La condena a una vida expuesta al alcoholismo, la drogadicción, el cansancio, el hambre. No tenemos la memoria, la voluntad, la esperanza, porque nos las han degradado. No hay números para calcular esto. Lo que nos inspira es que haya un cambio, que haya una educación desde la diversidad en todas las escuelas desde nivel inicial hasta universitario. Romper la ESI para ir hacia toda la currícula. Los seres humanos no nos relacionamos solo sexualmente. Que los niños y las niñas puedan disfrutar plenamente de su infancia, de sus deseos, de sus juegos. Quiero que se cuiden de esto. Quiero que empiecen a preocuparse todas las instituciones por tener un cupo trans. Adonde sea que llegue una persona trans, que la reciban como un reina, porque este país nos llevó la vida. Tenemos menos de 40 años de expectativa de vida y no ha sido solo la policía. La policía ha sido solo el instrumento de toda una sociedad. Queremos que de inmediato, de manera urgente, se deje de mutilar a los nenes y las nenas intersex en los hospitales públicos y privados. Que dejen de llenarnos de la palabra hombre y la palabra mujer, que nos dejen vivir la experiencia. Somos las únicas sujetas sobre las que la experimentación médica ocurre continuamente, sin ningún protocolo. Practican con nosotras como si fuéramos cualquier ratita blanca. La ley de reparación para mí tiene que ser compleja, seria, tiene que haber un instituto encargado de monitorear a los organismos públicos, que se ocupe de mantener activa la memoria trans. Y es también necesaria la ley a modo de disculpa pública y colectiva, porque es terrible vivir en el remordimiento: es un obstáculo para la construcción de la política viva, de la cotidianidad.
(Fuente: lavaca.org)