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Desfile de Modelos: JORGE A. SÁBATO (1924-1983)

Por Rodolfo Oscar Negri    –

Con tanto Sábato que anda por ahí conviene comenzar con un identikit del autor: Nació en Rojas, provincia de Buenos Aires.

Hijo de Vicente Esteban Sábato y Brígida Condron, era sobrino del escritor Ernesto Sábato.

Estudió en la Escuela Normal de Quilmes donde se recibió de maestro en 1942 y en julio de 1947 se recibió de profesor en Física en el Instituto Nacional de Profesorado Secundario de la Ciudad de Buenos Aires (hoy Instituto Superior del Profesorado «Dr. Joaquín V. González»). Fue profesor de las Escuelas Raggio.

De profesión, Físico (¡podría ser algo mucho peor!); de oficio, Investigador (que hace investigación, no que trabaja de «tira»); de vocación, hombre libre (de allí sus desplantes ante la prepotencia, como lo testimonia elocuentemente su renuncia a la presidencia de SEGBA S.A., hace algunos años).

Realizó investigaciones en la Universidad de Birmingham (Inglaterra), en la Comisión de Energía Atómica (Durante el gobierno de Juan Perón en 1953, se sumó a la Comisión Nacional de Energía Atómica), en la Universidad de Stanford (Estados Unidos), en Place Pigalle (Francia), en la Universidad de Sussex (Inglaterra), en Colegiales (donde vive), en el Wilson Center de EE.UU., etc..

Como todo señor bastante maduro que se respete perteneció a una barra de instituciones: Fundación Bariloche, Club de Roma, Insitute of Metals, Centro de Estudios Industriales, Club Gure-Echea, Foro Latinoamericano, Instituto de Desarrollo Económico y Social, etc.

Por las mismas razones biológicas recibió importantes distinciones: Premio al V Congreso Nacional de Ingeniería, Orden del Ladrillo, Llave del Fogón de los Arrieros, Premio Multinacional de Metalurgia, etc. Ha publicado trabajos científicos (y de los otros…) en castellano, francés, inglés, portugués, alemán, lunfardo y hasta en una revista distinguidísima llamada Ekistics.

Fué centro-foward en el barrio de Palermo, socio de una librería de la calle Córdoba, asesor de las Naciones Unidas y del Pacto Andino, expositor en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Profesor en Canadá, gerente en Energía Atómica… y una pila de cosas más.

También pronunció centenares de conferencias, charlas y afines entre las que se destacan «Hipólito Irigoyen y el Surrealismo», «El tango, el fútbol y la crisis nacional» y «Reflexiones sobre la chantocracia».

De sus varios libros prefería «Segba, Cogestión y Banco Mundial» que molestó por igual a peronistas y antiperonistas, a derechistas e izquierdistas, simplemente porque dice toda la verdad o (al menos) SU verdad.

Fue hincha de Gardel, Artaud, el Comandante Prado, Joyce, Arolas, Gramsci, el Malevo Muñoz, Dostoievsky, Arlt, Joyce Cary, la Camerata Bariloche, Dante Panzeri, Vivaldi, el fútbol de potrero, el guiso de arroz, las camperas, los «foratti» con tuco, la siesta… En dos palabras hincha de la autenticidad. También se destacó por ser enemigo de la corbata, los «curriculum vitae», los discursos en las academias y en los cementerios, los organigramas, los agradecimientos por los importantes y patrióticos servicios prestados, los trepadores, las editoriales de los diarios serios, las funciones de gala, los maletines de los ejecutivos, la música enlatada, la literatura exquisita… en dos palabras: enemigo de la solemnidad.

«Después de tanta mishiadura cuesta mucho pensar en cosas grandes». 

Vale transcribir lo que Sábato escribió para rendir homenaje a su amigo Silberstein, que considero se lo puede aplicar textualmente: 

«Enrique Silberstein murió el 5 de Octubre de 1973, a los 53 años. 
No lo mató el cáncer, como dijeron,  
sino la desesperanza, la misma que mató 
a Dante Panzeri, a Oscar Varsavsky, 
a Cora Ratto de Sadosky, a Ricardo Platzek… 
La desesperanza de ver que la vida se les iba 
y el infame espectáculo de la prepotencia y 
la mediocridad, de la mentira  
y la obsecuencia, de la corrupción  
y el acomodo, continuaba sin interrupción 
y que ellos, los creadores, los luchadores,  
los mejores, quedan al costado de la historia, 
masticando su impotencia, 
gritando su mensaje. 
Pido excusas por estas palabras, demasiado  
solemnosas o solemnudas. 
Y en particular se las pido a Enrique,  
que huía de la solemnidad como de la peste». 

 

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 24/4/2017

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