por Angelina Uzín Olleros |
La escritora que osó bajar del pedestal de los manuales a los próceres para mostrarlos como seres humanos, abiertos a las pasiones, al sufrimiento, a las contradicciones y al equívoco fue entrerriana y se llamó María Esther De Miguel. Escritora de vocación, premiada y exitosa como pocas, recibió los embates disciplinantes de la varonil autoridad.
María Esther de Miguel siempre afirmó con orgullo que era entrerriana. Su padre era un inmigrante español que instaló y gestionó la usina eléctrica de Larroque. “Vine al mundo con luz; esperemos que cuando lo deje, tenga la otra, con mayúscula”, confesó alguna vez en una entrevista.
En el libro Mujeres Argentinas (Alfaguara) prologado por ella, se presenta: “¿Qué decir de mí?: Que fue en un pueblo pequeño y polvoriento de Entre Ríos, Larroque, donde apenas comenzado el segundo cuarto de este siglo, nací un día de Todos los Santos ‘para servir a usted’, como me enseñaron a decir; que dos ríos distintos poblaron mi sangre: una vertiente se remontaba a Soria, en Castilla la Vieja; la otra se perdía en los campos de Betsarabia; que desde pequeña supe que mi destino era ser ‘cuentera’, como me decía mi mamá, para compartir el mundo con los demás, y por eso escribí novelas y escribí cuentos entre los que están La hora undécima, Puebloamérica, Calamares en su tinta, Los que comimos a Solís, Jaque a Paysandú, La Amante del Restaurador, Las batallas secretas de Belgrano; El general, el pintor y la dama, En el otro lado del tablero; que algunos premios y muchísimos lectores me dan ánimos para seguir, mientras las velas ardan”.
Interés temprano
María Esther sintió la vocación por la escritura desde pequeña. Fue a la edad de ocho años que ganó un concurso literario en la revista “Figuritas” por una composición en el colegio sobre las Islas Malvinas.
Luego de recibirse y trabajar como maestra normal en zonas rurales, partió a Buenos Aires y se consagró a la congregación de las Paulinas de la Obra Cardenal Ferrari. Nunca dijo por qué se hizo monja, pero De Miguel estuvo diez años en esa congregación de laicos consagrados con votos, pero sin hábito. Durante ese tiempo estudió en la Facultad de Filosofía y letras de la UBA y recibió una beca para estudiar literatura en Italia, país donde conoció y tomó clases con Giuseppe Ungaretti. Al regresar, abandonó su vocación religiosa.
Distinciones
En 1961, obtuvo el premio Emecé por su primera novela La hora undécima; ganó el Premio del Fondo Nacional de las Artes y Municipal en 1965 por Los que comimos a Solís; la Faja de Honor de la SADE por Calamares en su tinta; el Primer Premio Municipal y el Premio de Cultura de la Provincia de Entre Ríos en 1980 por Espejos y Daguerrotipos; el Premio Feria del Libro en 1994, el Premio Silvina Bullrich 1995, y el Premio Nacional de Literatura en 1997 por La Amante del Restaurador. Además, obtuvo la Palma de Plata del Pen Club por Pueblo América, el Kónex de platino para cuento, el Premio Dupuytrén y el del Instituto Literario y Cultural Hispánico por su trayectoria. En 1996 los libreros del país le otorgaron el Premio al Mejor Libro de Ficción del Año por su novela Las batallas secretas de Belgrano. En el mismo acto, el jurado presidido por Tomás Eloy Martínez y compuesto junto a Ángeles Mastretta, Mario Benedetti y el agente literario Guillermo Schávelzon, le otorgan el Premio Planeta a su obra El general, el pintor y la dama.
De Miguel logró convertirse en una de las escritoras argentinas más leídas, con un promedio de 50.000 ejemplares por obra. En dos años vendió más de 150.000 ejemplares, siendo la suya la más exitosa de todas las novelas premiadas por la editorial Emecé. Se destacó por sus novelas históricas, donde buscaba mostrar a los próceres como personas normales, con defectos y virtudes, el éxito del género fue rotundo, seguramente la mayor repercusión en la década de los ‘90 fue entre las lectoras que encontraban en las historias de amor y desamor de los próceres una fuente inagotable de imaginación.
Campos
No pasó desapercibida la impronta de las novelas ante los historiadores de profesión que salieron a defender su disciplina, aclarando que una cosa es la Literatura y otra muy diferente la Historia. María Esther respondió que: “Los padres de la Patria seguramente no eran ni tan pulcros ni asépticos como nos contaron. Eran hombres con sus debilidades y sus pasiones. No me imagino al sargento Cabral, mientras agonizaba en San Lorenzo, diciendo: ‘Muero contento, hemos batido al enemigo’. Seguramente pensaría: ‘La puta, ¿por qué me tocó a mí?’.”
Fiel a su vocación literaria hasta el día de su muerte, María Esther dejó el libro Ayer, hoy y todavía que apareció una semana después de su fallecimiento publicado por la editorial Planeta. En ese libro regresa al estilo coloquial que la caracterizaba, narrando su trayectoria y su formación como escritora, desde sus vivencias de niña en el polvoriento Larroque hasta la emoción con que recibió la noticia del Premio Nacional de Literatura: “Cortá, que me pongo a llorar y después te llamo”, le había susurrado a Luis Gregorich. Entre las páginas de Ayer, hoy y todavía encontramos los personajes reales que luego harían parte de sus cuentos como el Bichi-Bichi.
En 1998 donó su casa quinta “La Tera” a la comunidad de Larroque para que se convierta en un Centro Cultural; la misma se encuentra abierta al público y con la posibilidad de recorrer el interior, donde se aloja su biblioteca personal. Se pueden solicitar visitas guiadas comunicándose con la Municipalidad de Larroque. En su computadora quedó inconclusa la novela que estaba escribiendo mientras luchaba contra un cáncer, La dama de los arándanos.
María Esther de Miguel (1929-2003)
Nacida en la entrerriana localidad de Larroque, desde muy joven María Esther De Miguel se dedicó al estudio de las humanidades y a la creación literaria. Su trabajo siempre se concentró en la escritura. Ha sido también muy destacada su actuación en la docencia y el periodismo cultural. Su labor como animadora e impulsora de la creación artística y literaria en Argentina la condujo a ocupar destacados cargos como el de directora del Fondo Nacional de las Artes. También ha sido miembro del Consejo de Administración de la Fundación El Libro, y ha colaborado asiduamente en algunos de los medios de comunicación argentinos, convirtiéndose en una de las voces más autorizadas dentro de la crítica literaria de finales del siglo XX. Trabajó en la justicia y, como periodista, dirigió la revista literaria Señales. Fue directora del Fondo Nacional de las Artes, miembro del Consejo de Administración de la Fundación El Libro y crítica literaria del diario La Nación, al igual que en El Cronista Comercial. Pese a que vivió pocos años entre lomadas, ríos y arroyos, De Miguel siempre mencionó con cariño a Entre Ríos y, en particular, a Larroque. Estuvo casada con el editor Andrés Alfonso Bravo, a quien conoció en la década del ‘60. Falleció en Buenos Aires a causa de un cáncer.
Motivos de un espacio
Cuando hablamos del espacio el sentido común nos lleva a pensar en astronautas, naves y satélites que recorren la galaxia; pero el espacio en general y los espacios en particular tienen relación aquí con los lugares que ocupan las mujeres y que fueron negados históricamente. Las mujeres espaciales salen del universo doméstico cerrado y delimitado por los poderes de turno para ocupar espacios laborales, políticos, económicos, artísticos, luchando por conquistar derechos en lo público y terrenal.
Fuente: El Diario
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 28/9/2021