Ya gravemente enfermo, en febrero de 1820 Manuel Belgrano emprendió el viaje de regreso de Tucumán a Buenos Aires. Había ido a esa provincia con la esperanza de encontrarse con su pequeña hija, Manuela Mónica, fruto de su relación con la bella tucumana Dolores Helguero. Amarga fue su sorpresa al enterarse que los padres de Dolores la habían casado con un hombre mayor a fin de tapar la vergüenza que suponía para esa época ser madre soltera.
Con dinero prestado por un amigo, regresó a Buenos Aires. Primero se instaló en una quinta en las afueras de la ciudad y luego lo trasladaron a la casa paterna, ubicada en la actual avenida Belgrano 430, a metros del Convento de Santo Domingo. Sumido en la pobreza, había reclamado al gobierno la liquidación de los sueldos adeudados. Solo le enviaron 300 pesos.
El martes 20 de junio de 1820, a las 7 de la mañana, Belgrano falleció. El 3 de junio había cumplido 50 años. Le legó a su médico, el escocés Joseph Redhead, la única pertenencia con la que contaba, un reloj de oro, con cadena, obsequio del rey Jorge III de Inglaterra.
Fue enterrado en el atrio del Convento de Santo Domingo. Participaron de la ceremonia unos pocos familiares y allegados. La lápida, en la que grabaron «Aquí yace el General Belgrano», era en realidad el mármol de la cómoda de su casa familiar. Lamentablemente, Belgrano sería destratado aun después de muerto.
Es que había fallecido justo el día en que Buenos Aires tuvo tres gobernadores, producto de una anarquía incontrolable. Solo el diario El Despertador Teofilantrópico Místico Político, del cura Francisco de Paula Castañeda, publicó el obituario días después. Recién el 29 de julio de 1821 se celebró un funeral cívico, con misa, homenaje, traslado de un ataúd que simulaba contener los restos del prócer, y varios discursos laudatorios.
Los años pasaron. En 1873 el presidente Domingo F. Sarmiento inauguró la estatua del general en Plaza de Mayo y en su segundo mandato Julio A. Roca le encargó al artista italiano Ettore Ximenes la construcción de un monumento donde se depositarían sus restos. Primero, había que realizar la exhumación.
La tarea fue realizada el jueves 4 de septiembre de 1902. El gobierno estuvo representado por los ministros del Interior, Joaquín V. González y de Guerra, Pablo Ricchieri; también estaban presentes su nieto, Carlos Vega Belgrano y su bisnieto, el subteniente Manuel Belgrano; los doctores Marcial Quiroga, inspector de Sanidad del Ejército, Julián Massot, jefe de Sanidad de la Armada y Carlos Malbrán, presidente del Departamento Nacional de Higiene redactarían el informe médico legal.
La exhumación comenzó a las 14 horas. La lápida original había sido reemplazada por otra de mejor calidad, por 1865, gracias a las gestiones de Cayetano María Cazón, por entonces jefe de policía.
Cuando se removió la lápida y comenzó la excavación y no se encontró el ataúd, el ministro Ricchieri hizo desalojar el lugar. Dijo que podría tratarse de un presunto caso de sabotaje. No contaba que, con el paso del tiempo, el modesto ataúd, de madera de pino, se había desintegrado. Finalmente, los huesos encontrados, muchos de los cuales se rompían ante la manipulación, junto con algunos dientes, fueron colocados en una bandeja de plata que sostenía el padre Modesto Becco, párroco de Santo Domingo. A las 16 horas había culminado el procedimiento.
«Que devuelvan esos dientes»
Al cronista de la revista Caras y Caretas le molestó que los funcionarios del gobierno no se hubieran quitado sus sombreros, en señal de respeto. Pero lo que más sorprendió a los periodistas y a los presentes fue que los ministros González y Ricchieri se apropiasen, cada uno, de un diente del prócer. «González y Ricchieri se llevaron ‘pequeños despojos del héroe'» puede leerse en el número 206 de la revista. Asimismo, se publicó una caricatura que, con el título «Los ministros odontólogos», Belgrano decía: «¡Hasta los dientes me llevan! ¿No tendrán bastante con los propios para comer del presupuesto?».
Cuando se les pidió explicaciones, ambos ministros argumentaron que la intención había sido mostrárselos al general Bartolomé Mitre. El papelón trascendió a los medios. El diario La Prensa publicó: «Admírese el público: esos despojos sagrados se los repartieron buena, criollamente, el ministro del Interior y el ministro de Guerra. Ese despojo hecho por los dos funcionarios nacionales que nombramos debe ser reparado inmediatamente, porque esos restos forman parte de la herencia que debe vigilar severamente la gratitud nacional; no son del Gobierno sino del pueblo entero de la República y ningún funcionario, por más elevado o irresponsable que se crea, puede profanarla. Que devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida con los dineros de la Nación».
Por supuesto, los dientes fueron devueltos. El padre Becco agradeció a la prensa a la par que criticó a los políticos «que nos avergüenzan».
El mausoleo fue inaugurado el 20 de junio de 1903 con toda pompa. Cuerpos de infantería, caballería, efectivos de la escuela naval y militar y fuerzas de desembarco copaban las calles Defensa, Belgrano, Venezuela y Bolívar. En el palco oficial el presidente Roca estaba acompañado por su gabinete y el cuerpo diplomático, además de dignatarios eclesiásticos. Desde 1838, el presidente Ortiz decretó el 20 de junio como Día de la Bandera.
Las escuelas y el reloj
Por su triunfo en la batalla de Salta, el gobierno había premiado a Belgrano con 40 mil pesos, una fortuna para la época. Destinó ese dinero para cuatro escuelas a construirse en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Tan entusiasmado estaba Belgrano que el 25 de mayo de 1813 elaboró un reglamento para dichas escuelas. No llegaría a verlas. La de Tarija se construiría en 1974, la de Tucumán, en 1998 y la de Jujuy, en 2004. De la de Santiago del Estero no se tiene noticia.
Y el reloj que le había donado a su médico en su lecho de muerte fue robado del Museo Histórico Nacional en junio de 2007.
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(fuente: Infobae)
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 7/12/2020