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Cada generación en su tiempo y espacio escribe su memoria

 

 

Escribe: Dra. Sara Liponezky

Directora del Museo Provincial Hogar Escuela Eva Perón.

 

Cada vez que se reivindica el Día Internacional de la Mujer surgen voces que lo cuestionan. Dicen que no es necesario fijar una fecha para tener en cuenta a las mujeres. La misma sutileza argumental con que se ridiculizó y rechazó la Ley de Cupos, la cláusula de equidad del art 17 de nuestra Constitución provincial (texto 2008) y más recientemente la Ley de Paridad Integral. En verdad esas posiciones encierran una resistencia a cambiar paradigmas ancestrales muy vigentes. 

 

Esas quejas recurrentes también aparecieron cuando se instauró en el año 2002 por Ley de la Nación 25.633, el Día Nacional de la Memoria. Para qué exaltar una aptitud natural a los humanos, que no se adquiere por mérito ni se pierde por voluntad. Sin embargo, fue absolutamente necesario. 

Memoria e Historia son indisociables, a nivel individual como colectivo. Y la historia que transcurre no siempre se ha relatado con fidelidad a los hechos. Es que el relato de la historia no es ingenuo, ni desinteresado de las motivaciones políticas que lo inspiran. La estrategia del olvido, la omisión y la desmemoria ha sido útil a esos propósitos. La historia de las personas y de los pueblos se construye sobre la memoria. No solo bajo la forma de tradiciones y transmisiones orales, sino fundamentalmente sobre los testimonios simbólicos, físicos y documentales de cada tiempo y proceso. 

Por eso toda vez que grupos minoritarios atentaron contra la voluntad popular, se ocuparon de aniquilar a quienes la representaban y sostenían, como también de borrar y prohibir todo vestigio, toda huella que identificara sus acciones. Así lo hizo la contrarrevolución de 1955, en una tarea sistemática y brutal de destrucción, prohibición y difamación de imágenes, ideas, obras, nombres y emblemas asociados a aquella etapa de transformaciones inéditas entre 1945 Y 1955. No obstante, fue tan potente su impacto en la vida de las argentinas y los argentinos, tan intenso en lo emocional y cotidiano como para resistir y construir un soporte de memoria imbatible. 

El 24 de marzo de 1976 nuevamente minorías militares apoyadas por civiles repitieron un escenario de devastación, silenciamiento, proscripción, oscurantismo, liquidación del patrimonio público y de las expresiones adversas. En esa conjunción siniestra de las Fuerzas Armadas, sectores empresarios, partidos y políticos, hubo claramente una responsabilidad compartida. El contexto estaba cargado de una violencia sin límites. Y ante la magnitud de esa tragedia persistimos en sostener la memoria. Fue la última vez quizás en que miles de voluntades diversas, por encima de las parcialidades de opiniones e ideas, nos unimos en una energía formidable con el inmenso objetivo común de recuperar la democracia. En ese momento significaba volver a pensar la vida con esperanza, dignidad y derechos.

Nos habíamos fortalecido en esa lucha fraternal de tantos compatriotas y resolvimos reconstruir sin olvidar. Había que pararse sobre cimientos sólidos y eso es la memoria. 

Así llegamos al 30 de octubre de 1983, iniciando un tiempo ininterrumpido de gobiernos electos por la voluntad popular y sin interrupciones por usurpación de extraños. Esto último es importante, ya que siendo rigurosa con la historia reciente no puedo omitir que tanto Raúl Alfonsín como Fernando de la Rúa cesaron antes de finalizar su mandato por decisión propia. Lo cierto es que, con avances y retrocesos, con enormes dificultades, crisis económicas, financieras, sociales y políticas, con desencuentros que parecen irremediables, procuramos consolidar esta democracia. En un contexto mundial del salvaje capitalismo que ha contaminado todas las relaciones humanas y distorsionado todos los valores al punto de condicionar el suministro de vacunas en medio de una pandemia. Se ha agravado la inequidad, la pobreza y la hegemonía de los poderosos en perjuicio de las regiones más débiles, en una disputa donde las personas son apenas un número para la estadística. 

 Es cierto que vivimos una democracia limitada, porque el acceso universal a los bienes y servicios básicos, la igualdad ante la ley, el bienestar general, la protección a los derechos de consumidores y usuarios entre otros, son aspiraciones pendientes que están en la letra constitucional. Pero podemos decirlo, ejercemos el derecho de participar con voto y opinión, disfrutamos una libertad de prensa irrestricta, fluyen expresiones y reclamos diversos en las calles, las plazas y todos los espacios públicos. La Comunidad genera nuevas formas organizativas para defender sus intereses, que son atendidas por su representatividad y requeridas por el Estado en acciones conjuntas.

Es la dinámica virtuosa de esta Democracia expuesta a riesgos locales y externos porque los actores del pasado, remodelados y disfrazados de republicanos, libertarios, o demócratas pretenden reincidir. Pero gracias a esta jerarquización de la memoria, sus archivos están a la vista de todas y todos. Cada generación en su tiempo y espacio escribe su memoria y carga una parte de esa historia. La Patria sobrevive asumiéndola y avanzando con sus  glorias y sus dolores.

Según Jorge Luis Borges: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

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