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EN EL ANIVERSARIO DE MALVINAS,  Hablan los combatientes uruguayenses: “A nosotros nos usaron al llevarnos y cuando volvimos nos volvieron a usar”

Los uruguayenses Ulises Monzón y Armando Scévola son algunos de los ex conscriptos combatientes en Malvinas. Al llegar a los cuarenta años de aquel hecho tremendo, dialogaron extensamente con El Miércoles, reanudando un diálogo que atraviesa décadas…

 

Por AMÉRICO SCHVARTZMAN de la REDACCIÓN de EL MIÉRCOLES DIGITAL

Colaboraron: MARIO ROVINA, MATÍAS DÍAZ, MELINA SCHVARTZMAN y JORGE RUBÉN DÍAZ.

 

Cada vez que charlamos con ellos, aprendemos más sobre la guerra que marcó sus vidas (y las nuestras). Siempre hay nuevos datos, recuerdos, matices para comprender y sopesar.

En esta charla hablan de todo: sus broncas, sus valores, la labor de difusión, los reconocimientos, las luchas, pero también las anécdotas desde el humor o sin tapujos los cuestionamientos al Ejército (“Nos quisieron censurar para que no pasemos la película Iluminados por el fuego”) o a los políticos (“los movimientos sociales rompieron todo el Congreso y no pasó nada, pero a los dos días fuimos nosotros a reclamar al PAMI, porque no lo podemos usar normalmente, y nos cagaron a palos, nos tiraron gas pimienta”).

Monzón y Lucero, 1982 y 2012 en el mismo lugar en Malvinas.

Pero no piensan callarse ni bajar los brazos. “No somos ex combatientes, porque seguimos combatiendo, incluso hoy», explica Armando. Ellos dos son parte de los fundadores del Cecimer, el Centro de Ex Conscriptos Combatientes en Islas Malvinas de Entre Ríos, creado en 1989 para pelear por sus derechos y para conjurar la “desmalvinización”.

Esa labor salvó la vidas del centenar de jóvenes entrerrianos que pelearon allá pero que,  al volver, debieron seguir peleando. Contra la indiferencia, contra el olvido, contra el desprecio. Por la vida.

Son conscientes de que los usaron: “Nos usaron al llevarnos a la guerra y cuando volvimos nos volvieron a usar para criticar a los militares. Y está bien, pero no con nuestro cuerpo”, enfatiza Ulises.

“Siempre sentí que nosotros volvimos porque ellos se quedaron” (Armando).

A la vez, tienen una gran esperanza en la juventud, en la gurisada: “Toda nuestra vida fue con el pie arriba de la cabeza todo el tiempo. Pero hoy la juventud tiene la libertad, genial, maravillosa. ¿Tal vez se exceden? Puede ser, pero dejalos que sean libres, dejá a la gente joven que pueda vivir, que piense a su manera, no a la tuya. Y hablá con un joven, no te digo que todos son iguales, pero hacelo y fíjate cómo piensa ¡te da cinco mil vueltas!”, dice Armando.

Ulises y Armando y sus compañeros estuvieron 75 días en Malvinas, de los cuales pasaron 40 bajo bombardeos ingleses, y 60 adentro de trincheras húmedas y casi congeladas, y nunca los reemplazaron. Vieron morir de manera violenta a sus compañeros y amigos, gurises entonces de 20 años como lo eran ellos. Y también produjeron o vieron a sus compañeros producir la muerte violenta de otras personas también jóvenes. Dominaron el terror ante las balas y hasta estuvieron a punto de morir a manos de sus propios compañeros en episodios confusos como los hay en toda guerra. Cuando sus jefes se rindieron, desfilaron con hidalguía ante los ingleses, y los propios enemigos les presentaron sus respetos.

A pesar de todo eso, no les gusta que les digan ni se sienten «héroes». “Héroes son nuestros compañeros que quedaron allá”, afirman. En ese mismo camino crearon la Sala Malvinas Daniel Sirtori, ubicada en la planta alta del Correo en Concepción del Uruguay, un lugar desde el cual se mantiene viva la causa y se difunde las vivencias de los combatientes.

Lleva el nombre de Sirtori porque “fue compañero de nuestra unidad (en el Batallón de Infantería de Marina Nº 5), y porque el primero y el único veterano que se suicidó en Entre Ríos”, explica Ulises.

Despreciados o ignorados mucho tiempo, hoy no paran de solicitarles charlas: “No damos abasto”, cuenta Armando, quien pone el cuerpo para ir a cada escuela, a cada lugar desde donde lo convoquen para llevar la palabra de los combatientes entrerrianos.

Esta conversación que atraviesa décadas no es solo un encuentro de reconocimiento y destinado a mantener viva la memoria popular. Es también una instancia de aprendizaje y de admiración. Porque de verdad Ulises (Quico, para los amigos), Armando y cada uno de sus compañeros del Cecimer, son combatientes, que nos vienen enseñando a luchar, a ganarle al olvido y a la injusticia.

Con ellos seguiremos. Con ellos, para siempre. Y no con quienes los usaron (en la guerra y después). Con su causa, con el reclamo insoslayable y pacífico sobre nuestras Malvinas, con su labor insobornable de cuidado de la memoria de los hijos del pueblo, esta Redacción va a estar por siempre.

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Pasaron cuarenta años. ¿Cómo ven aquel momento hoy? ¿Lo siguen viendo desde el lugar propio de haberlo vivido o, como pasa a veces, como si le hubiera pasado a otra persona?

Monzón: A mí personalmente no. Es como la historia, viste. Va mutando a medida que pasa el tiempo.  Es una de las cosas que seguimos hablando para que no mute tanto. Y si muta, que mute con los protagonistas porque nosotros vamos a ver la entrevista de hace 10 años y seguramente va a haber diferencias, porque no teníamos tanta información. De los otros compañeros nuestros por ejemplo. Por eso si vos no lo dijiste a los diez años lo decís a los cuarenta porque hemos recuperado información de nuestros mismos compañeros que estuvieron allá.

Scévola: En mi caso lo vivo a diario, constantemente. Si no estuviera aquí (se refiere a su labor educativa y de difusión, al frente de la Sala Malvinas) igual lo sentiría, pero con esto se multiplica. Porque es como que todos los que quedaron allá están vivos a la vuelta mío. Es raro, pero cada vez que entro acá están todos, a pesar de que nos los conocía a todos, obviamente. Siempre sentí que nosotros volvimos porque ellos se quedaron. No sé por qué, lo empecé a sentir hace mucho tiempo. Y no sé si antes lo dije, creo que por primera vez lo digo. Me pasa más a menudo ahora, tal vez por la edad. A su vez yo los siento felices, por lo que estamos haciendo, cada vez que se abre la sala y se llena el museo. Ese es el sentimiento que tengo hoy día. ¡Me han pasado tantas cosas! Hay compañeros que recién ahora te cuentan vivencias tremendas… Hoy mismo, un compañero de Las Breñas, Chaco, que ha sufrido mucho, ahora anda muy bien, con su nieto para todos lados. Me llamó porque tenía necesidad de contarme algo.  “¿Te acordás de José Escobar?”, me dice. “Yo estaba con él cuando explotó la cazabobos. ¿Y sabés por qué se metió ahí adentro? Porque el suboficial lo apuntó con la pistola en la cabeza”. ¿Cómo?, le digo. “Sí, el suboficial lo apuntó con la pistola en la cabeza. Cuando él se metió, enganchó el alambre y explotó. Le sacó la mano y el ojo”. Y me lo cuenta ahora, después de cuarenta años.

En la trinchera, Armando Scévola (es el primero, abajo desde la izquierda) A la derecha Daniel Sirtori.

A mí me llamó la atención cuando hace un par de años empezaron a recuperar historias como las de las mujeres. No se había hablado de la presencia de mujeres en Malvinas.

S: Hay muchas historias con respecto a las mujeres. Por ejemplo hay cuatro mujeres que no estaban en los listados de Veteranos de Guerra, sino que a través de la Justicia las reconocieron. Hay cuatro enfermeras que estuvieron en el Bahía Paraíso (el buque que los trasladó desde Malvinas al continente) que bajaron en el primer viaje. Por eso cuando nosotros subimos no vimos ninguna mujer, nosotros volvimos en el segundo viajes. Son cosas que aparecen 30 o 40 años después. Apareció un documento escrito en puño y letra en San Carlos por un oficial del Ejército pidiéndole al presidente armas, munición, medicina para atención de los heridos y al otro día desembarcan. O sea que esa carta no llegó nunca. Esa hoja, escrita a mano con fecha y todo, no llegó nunca. Habrá llegado en el bolsillo del oficial si es que quedó vivo. Y justo desembarcan en ese lugar. Y así como eso hay muchas otras cosas.

Hubo un período bastante extenso en que la sociedad argentina parecía no querer hablar del tema, no querer saber lo qué había pasado. Incluso se ignoraba o desconfiaba de los ex combatientes. ¿Recuerdan cuándo fue el momento en que eso empezó a cambiar?

M: El cambio fuerte fue a los 25 años de la guerra. Ahí fue donde empezó a salir a la luz todo. A los 20 más o menos. Pero te cuento cómo fue acá, que me pasó a mí a los siete años de Malvinas. Estábamos con (Carlos Ariel) González Cardozo, él estaba a cargo de Prensa en la intendencia de Carlos María Scelzi. Me llamó para hacerme una entrevista y yo le dije “¿Cuánto hace que están ustedes? Más de cuatro años y ¿cuándo nos invitaron a un acto?” Quedó helado. Y me dijo “Tenés razón”. Se hacían los actos del 2 de Abril y solo se llamaba a los militares. Nosotros no existíamos. Y, sin embargo, todos sabían que nosotros estábamos. Ahí empezaron los actos y empezamos a ir. Fue tanto el golpe psicológico en la sociedad que anuló a casi todos y a nosotros también. En realidad todo lo que se supo después, lo que se sabe ahora, cómo fueron los combates, cómo terminó la guerra y lo que hicimos nosotros, lo que hicieron los ingleses, todos nosotros lo sabíamos. Pero ¿vos pensás que lo podíamos decir? ¿Quién nos iba a creer? Porque el primer desmalvinizador fue la misma dictadura. Querían que no hablemos. Incluso, yo no me acuerdo de eso, pero Armando y otros compañeros dicen que nos hicieron firmar un papel, un acuerdo de silencio.

“Si yo contaba que rechazamos tres ataques ingleses, o que Armando con la ametralladora le pegó a un avión Harrier, ¿quién nos iba  a creer, si los títulos en los medios eran que estábamos todos llorando, que teníamos hambre, que teníamos frío?”  (Ulises).

S: Sí, nos hicieron firmar que no podíamos hablar sobre la Guerra.

M: Bueno. Y yo conté siempre. A mis íntimos, a las personas que se animaban a preguntarme. Pero después yo no quería que otras personas sepan, me daba como vergüenza, no quería que me miraran distinto. Pero sobre los acontecimientos, nosotros no hablábamos mucho. Y muchas cosas no sabíamos, los nombres de los lugares por ejemplo. Cuando recién volví un periodista me preguntó en qué lugar estuve y dije “Monte Kent”. Porque yo había escuchado que en Monte Kent  se había combatido a muerte. Y creí que era donde estábamos nosotros. Pero nada que ver: nosotros estábamos en Tumbledown pero yo no sabía. Nos costaba hablar de lo que vivimos. Si yo a los diez años contaba que rechazamos tres ataques ingleses, o que Armando con la ametralladora le pegó a un avión, yo lo vi al avión cuando pasaba, lo vi ahí (hace el gesto de cercanía). Pero ¿quién nos iba a creer, si los títulos en los medios eran que estábamos todos llorando, que teníamos hambre, que teníamos frío?

La imagen que se instaló era la de los pobres gurises enviados a la batalla sin preparación, impotentes, temerosos, temblando de frío y quizás de miedo… Como en “Los chicos de la guerra”, esa película que a ustedes les cayó tan mal.

M: Y sí, claro que hay fotos así, hay un soldado con un parche en la cara, toda hinchada, y lo mostraban diciendo “pobrecito el colimba” ¡pero era un oficial! A los 20 años supimos que era un oficial, que había estado en combate y que estaba herido, y claro que estaba con dolor el tipo. Pero esa propaganda nos fulminó. Mucha gente que había puesto la expectativa de ganarles a los ingleses, esa movilización en la Plaza de Mayo tremenda, después del 2 de abril, más allá de que cantaban “Malvinas sí, Proceso no”, y en ese momento eso no se decía. Después se dieron cuenta de que fue una farsa la información. Y también es entendible. Pero a nosotros nos hizo mierda. El proceso que tuvimos que hacer para sobrevivir a todo eso fue muy doloroso.

Un retrato de Daniel F. Sirtori, por quien lleva nombre la Sala Malvinas de Concepción del Uruguay.

Hablando de eso, el tiempo va mostrando la importancia que tuvo el hecho de que en Entre Ríos se empezaran a juntar tempranamente entre ustedes. La formación del Cecimer, en 1989, fue decisiva para salir adelante ¿verdad? ¿Cómo fue?

M:  Claro. Yo fui al banco y lo encuentro a Ramón De León, un compañero de San Salvador. Me dice “mirá que los de La Plata hicieron un Centro, vamos a organizarnos acá”. Lo busco a Armando, el Negro (Ricardo) Lucero estaba en el sur, y ahí arrancamos. Primero íbamos en el auto de mi hermano cuando hicimos las actas para formar el Centro y después tuvimos que salir a censar, a buscar gente.

S: Entrábamos a los campos a buscar a nuestros compañeros. Dormíamos en estaciones de los trenes, en San Salvador en un hospital que no estaba inaugurado todavía.

M: Teníamos un Dodge amarillo que le decíamos “El Canario”. Lo fundimos dos veces (risas).

S: ¡Y si íbamos nueve en el Dodge!

M: Recorríamos la provincia. Pedíamos nafta porque no teníamos un mango. No teníamos nada.

¿Cuántos integrantes tiene el Centro?

S: Éramos noventa y cinco, en la actualidad quedamos vivos ochenta y ocho.

Un dato que me impactó, creo que en cada entrevista lo conversamos, es que es mayor la cantidad de ex combatientes muertos después por suicidio que los que murieron en la guerra misma. ¿Hay muchos casos de entrerrianos que se hayan quitado la vida?

M: En Entre Ríos, aparte de Sirtori creo que no hay ningún suicidio.

S: Los que han muerto ha sido por diferentes motivos de salud. Lamentablemente por la bebida, cosas así. Pero ha habido casos de depresión, situaciones muy difíciles. Pero a nivel nacional es tremendo. El último caso que conocemos se clavó un cuchillo en el pecho.

M: Y nosotros pasamos también por ese proceso. En distintos momentos. Sin duda nos ayudó mucho tener contacto, compartir las vivencias con nuestros compañeros, los encuentros todos los meses… Pero la crisis de los cuarenta más todo el quilombo que tenés en la cabeza, que se te caen todas las fichas de Malvinas, las desilusiones, las promesas no cumplidas. Y sobre todo, el sentir que te usan, que te forrean.

“Yo siempre digo que lean los libros que hacen los ingleses, ahí van a saber lo que nosotros hicimos. Acá nunca muestran cómo peleamos, sino lo que sufrimos, porque es una forma de pegarles a los militares. Que ojo, está bien, pero pegales por otro camino, no con nuestro cuerpo, no usándonos a nosotros”. (Ulises).

Esta última medida, creo que del gobierno de la provincia de Buenos Aires, de poner “Héroe” en el carnet de conducir ¿qué opinión les merece? ¿Cómo reciben ese tipo de gestos de parte de los gobiernos?

S: Eso fue una propuesta de un veterano de guerra. Pero el problema que tiene es que no se ven. Los cuatro  o cinco carnets que he visto, la palabra “héroe” está tapada con las otras letras. Es como lo que dice el documento nuestro, es chiquito.

M: En el DNI está bueno. Me gusta tenerlo, no lo voy a negar. Pero de verdad no significa nada, porque todavía tenemos cosas sin resolver y no se ocupan y no se van a ocupar. Mirá lo que pasó unos días atrás: los movimientos sociales rompieron todo el Congreso. No pasó nada. Lo rompieron y se fueron. A los dos días fuimos nosotros a reclamar al PAMI, porque no podemos usarlo normalmente. Y nos cagaron a palos, nos tiraron gas pimienta. Y también hay una deuda con nosotros de ocho años.

¿Deuda de qué?

M: Los ocho años que van de 1982 al 1990 no tuvimos nada. El Proceso tuvo sus víctimas, y fueron indemnizadas. A nosotros en cambio nos ponen millones de trabas. Nos van a terminar dando un bono. Por eso digo que ese tipo de cosas son secundarias. Una vuelta nos ofrecieron ser ciudadanos ilustres de la ciudad, ¿para qué? ¿cuál es el fin? No pasa por ahí.

S: De todos modos, no todos pensamos igual. Desde el tiempo que hace que estamos acá con este Museo (la Sala Malvinas) la mayoría de la gente a la que vamos a dar charlas te entrega algo, como la placa que nos entregaron el otro día en la carrera. Por ahí te lo entregan y no les importa, no lo anuncian, no salimos en la televisión. Las caras nuestras no son como para mostrar (se ríe) pero por lo menos anuncialo, que la gente sepa que los Veteranos de Guerra de Concepción están vivos. Creo que cada vez es peor, es una burla. Hace poco tuvimos una reunión en el Municipio, que hay que decirlo, nos ha brindado muchas cosas en este último tiempo. Por ejemplo, ésa es una (señala el televisor de 75 pulgadas donado hace poco a la Sala Malvinas). Y según ellos, hoy están al servicio nuestro. Entonces de gusto tiré una porque me pasó. Yo estoy saliendo a dar las charlas con la camioneta, y llenar el tanque hoy sale 10.000 pesos. ¿Sabés lo que me dijeron? “Por lo menos es gasolero, no gasta tanto”. No me importa la plata que tenga que poner, porque yo estoy vivo gracias a esto. Pero no pienso callarlo, lo voy a decir y lo lamento si a alguien no le gusta. Antes no lo hacía, y lo empecé a hacer. En esa misma reunión (Mary) Tourfiní de Córdoba dijo: “Tendríamos que declararlo de Interés Educativo”, por la Sala. Pero cuando era Directora Departamental de Escuelas dijo que no podíamos ir a las escuelas si no nos invitaban. ¿Sabés cuántos papeles de interés educativo tengo? Cuatro, y ninguno de acá: uno de Nación, otro de la Provincia, vinieron primero que éste. Para mí, el mejor interés educativo es cuando veo que están los gurises sentados acá. O como cuando hoy un gurí de sexto grado me pregunta: “Disculpe, le voy a hacer una pregunta técnica: ¿El sistema de armas era mejor el de ustedes o el de ello ellos?” Eso es lo que me gusta. Eso es el papel.

Y contabas, Armando, que en este momento no das abasto, que te llaman de todos lados… a diferencia de lo que pasaba antes.

S: Sí. Esto viene desde hace tiempo, tanto que en época de pandemia trabajé muchísimo, esto viene desde seis o siete años atrás. Llaman desde distintos lugares, para ir a escuelas o para que vayamos (como en Nogoyá) a un cine teatro y llevan a todas las escuelas ellos. A veces son cuatrocientos, quinientos chicos. ¡Es increíble! Sobre todo en las ciudades pequeñas, como en Pueblo Cazes, en Aldea San Juan, en Colonia Paraíso. Conocí escuelitas en el medio del campo que nunca me imaginé que estaban. Es maravilloso, desde los chicos hasta los docentes. Gente hermosa. En una de esas comunas, justo cuando fuimos habían ido funcionarios a entregarles computadoras, no eran muchos, y les dijeron que les iban a colocar internet, todos trajeados, una pinta… “Van a tener internet, aquí está la computadora y esto y aquello”, y dice la maestra: “Bueno, nos gustaría si también nos pueden hacer un pozo de agua porque estamos acarreando doscientos metros” (se ríen), empezamos a aplaudir, se quedaron pegados. Cuando empezamos con esto de la Sala Malvinas la primera traba que tuvimos fue el Ejército, incluso quisieron censurarnos para que no pasáramos la película “Iluminados por el fuego”. 

“Nuestra vida fue con el pie arriba de la cabeza todo el tiempo” (Armando).

Hay un punto en el que ustedes decidieron no callarse más.

S: No voy a bajar los brazos, pero no me voy a pelear más allá de que por ahí se me salta la chaveta, como pasó con el premio  Gaucho Rivero, pero no es bueno para mí porque me hace mal. Esas cosas suceden a diario no sólo para mí, sino para todos, no sólo para el veterano de guerra. Es injusto, quiero comprenderlo y no puedo. Toda nuestra vida fue con el pie arriba de la cabeza todo el tiempo, desde que nos tocó la colimba hasta que finalizó y hasta el día de hoy. La juventud tiene la libertad, genial, maravillosa. Esa libertad de que hace lo que quiere. ¿Tal vez se exceden? Puede ser, pero dejalos que sean libres, dejá a la gente joven que pueda vivir, que piense a su manera, no a la tuya. Y hablá con un joven, no te digo que todos son iguales, pero hacelo y fíjate cómo piensa ¡te da cinco mil vueltas! Esas cosas me apasionan, nos pasa a menudo acá, muchos gurises que vienen no quieren irse, es una pregunta tras otra y una devolución tremenda…

Eso te llena de energía ¿verdad?

S: Para que yo llegue a leer, para poder aprender tienen que pasar cosas así, porque a mí no me gusta leer, yo soy mecánico. Hay palabras que me las dicen y las tengo que buscar en el diccionario, sin vergüenza, porque no sé lo que me dijo y quiero saber, yo tengo séptimo grado nada más. Eso es parte de todo lo que me da la Sala, el Museo. Hubo un tiempo en que no me podía levantar por la mañana, sentía mucho peso encima, la mochila que llevás arriba, mas allá de que la descargamos bastante cuando fuimos a Malvinas en 2012. 

El regreso a Malvinas, en 2012. De los uruguayenses están en la foto Ricardo Lucero, Armando Scévola y Ulises Monzón.

¿Cuántas veces volvieron a Malvinas?

 M: Una sola. Iba a volver con Lucas y Mateo, el más chiquito, pero tengo que ver cuando se puede ir.

Ahora está complicado otra vez.

M: Creo que si.

S: Sí, se complicó de vuelta.

M: Yo voy a ir, por mis hijos.

La relación con las Fuerzas Armadas en general ¿nunca logró ser buena?

M: Se sanó mucho, pero quedaron cosas, hablo personalmente, se sanó un 80 por ciento, pero no comparto mucho con las cosas que han quedado. Pero podemos convivir, cada uno opina y no se llega a polémica.

Ustedes reivindicaban a un superior que tuvieron en el BIM 5.

M: Sí, un comandante que ya falleció, era el jefe, Carlos Hugo RobacioPero también hubo casos que más vale no mencionar, que no estuvieron a la altura. Con el tiempo por ahí comprendés que las personas no reaccionan igual, y por eso no tenés que culpar. Pero sí cuando hay una mala acción, sí cuando es algo que está pensado para hacer una maldad.

Hubo un momento, en los primeros años de la democracia, donde los veteranos estaban asociados con las posiciones más conservadoras de las Fuerzas Armadas, parecía que por ser ex combatiente debías compartir el pensamiento de Seineldin o de Aldo Rico.

M: Hay de todo. Yo siempre fui medio rebelde. Pero no puedo entender a algunos que después con el tiempo se pusieron el uniforme. Son polémicas que todavía tengo con algunos de mis compañeros, que reivindican la institución y la forma de proceder. Después de 40 años, es arcaico. Lo ves en las redes, y eso me extraña, no lo entiendo. Yo a los militares los vengo sufriendo desde que tenía 14 años. El 24 de marzo del 76 a las 12.15 de la noche estaba preso. Mi vieja venía de Buenos Aires en tren, y llegaba a medianoche, mi viejo era ferroviario. Fuimos con mis amigos a esperarla a la vieja, ni enterados de lo que pasaba. Y ocurre que los milicos siempre lo primero que tomaban eran las vías de comunicación, subtes, las terminales, el ferrocarril. Aparece el “suba-suba”, nos apuntan, “vayansé porque ahora mandamos nosotros”. Y yo agarro una piedra y se las tiro. Nos detuvieron, cuatro horas presos. Y antes, cuando éramos chicos, si estábamos en una plaza nos sacaban corriendo, solo porque estábamos jugando.

Bueno, ahora está pasando algo parecido. No sé por qué, pero a los gurises los sacan de los espacios públicos.

M: Todo el Proceso, salvo algunos profesores, los demás era como tener milicos. Yo después me di cuenta por qué no estudiaba: tenía una rebeldía contra los profesores, porque no podía tener el pelo largo, te degradaban, te hacían desfilar. Y después la colimba, y Malvinas, ¡imaginate!

S: A mí me metieron preso acá. Venía caminando por calle Galarza y me cazó la Federal, me llevó porque no tenía documentos, tenía el pelo largo, y me hicieron un franja acá arriba. En la Federal me hicieron arrodillar, dos horas y media hasta que vino mi viejo con el documento a buscarme.

Ustedes volvieron de Malvinas y no tuvieron ningún tipo de contención psicológica ni acompañamiento, tuvieron que salir a reclamar para pedir laburo.

S: Sí. Estamos hablando de una edad que sos pendejo todavía, volvimos de la guerra y nuestros amigos nos parecían chiquitos. Escuchaba a un compañero o amigo y me decía “¿qué le pasa a este?”, sentía que estaba hablando tonterías, boludeces. Era raro, era difícil, nos costó insertarnos, darnos cuenta de que nosotros éramos los que teníamos que aceptar las cosas, porque ¿cómo hacés para cambiar el mundo? Es imposible, ¿cómo hacés para cambiar a toda la cantidad de gente? Y nos han pasado tantas cosas…

M: Nos dicen “ustedes tienen un montón de cosas”, pero lo construimos nosotros, no lo hizo ningún político, lo que conseguimos fue todo laburo nuestro. Después salen con la bandera de lo “que nos dan”.

S: Así fue toda nuestra vida hasta hoy, fue así. No cambió nunca.

M: La gente habla, se emociona… tal vez te lo dice un fiscal, un juez, “nosotros le vamos hacer un homenaje”. No necesito homenaje ¿para qué necesito un papel? Necesito tener una vida digna, si el Estado me quiere dar un reconocimiento, hagan otra cosa. Entonces te dicen “Bueno, prepará un proyecto”. ¡Yo no voy a preparar ningún proyecto! A mí me tuvieron 20 años sin ascenderme en el trabajo, era un desprecio. Y después te dicen “vos estuviste en Malvinas, ustedes son un ejemplo, se merecen esto y lo otro”, y después las realidades son otras. O te dicen “vos sos un rebelde”. A mí no me da el cuero para aguantar tanto. Hay personas como Armando que tienen esa capacidad y siguen yendo para adelante.

 S: Es que lo hago por los chicos, no lo hago por otra cosa…

 M: Está bien, por los chicos, yo también lo hago por los chicos, pero prioricé mi salud, porque nosotros veníamos haciendo desde allá abajo, todo el trabajo social que contamos lo hicimos nosotros. Juntar gente que estaba muy mal, alguno que no salía de una casilla o que lo veían como un loco, que no hablaba con nadie.

El juntarse fue central para salvar a esos compañeros ¿no? Porque aquel que quedó aislado no tenía forma de salir solo…

M: ¿Y quién lo iba hacer a eso si no lo hacíamos nosotros? Hay cosas que la gente habla al pedo… y siempre es polémico el tema porque uno lo vivió. Por ahí, hay gente que le cuesta entenderme a mí que soy más rebelde. Pero bueno, yo la sufrí y te la voy a discutir hasta lo último si veo que estás diciendo algo que no es o me estás atacando.

S: Como nos pasó con (Nicolás) Kasanzew.

¿Te referís a Kasanzew, el que cubrió la guerra como periodista de ATC?

M: Sí. Él no cruzó nunca a donde estábamos nosotros. Yo me enojé, y se lo dije en una charla, ¡cómo va a decir que el frío no fue problema para los soldados! Si él no lo sufrió, dormía en una casa en el pueblo. Todavía da charlas, yo estuve en una en Paraná. Nosotros estábamos en la trinchera con agua en las patas.

S: Hace poco me dijo uno “¡Pero ustedes se quejaban de todo!”

M: Te quieren ver sin un brazo, sin un ojo. El morbo, eso es lo que quieren.

Respecto del conflicto en sí, ¿siguen leyendo material? ¿Compran libros sobre el tema? ¿Ven los documentales que salen? Ahora salió uno de los ingleses. ¿Cómo viven con eso?

(Ambos) Sí, todo lo que puedo.

M: Y es polémico. Va a ser siempre polémico.

S: Hay que entender que muchas cosas se hacen para vender. La película “Iluminados por el fuego”, por ejemplo, no es un documental, desde ya. Y no va a haber un documental.

Las entrevistas con los combatientes a los 10, los 20 y los 30 años (revista Juntos, la primera, El Miércoles las otras dos).

M: A los militares no les gusta porque muestran que ellos no nos trataban bien a quienes fuimos soldados, y a la mayoría de nosotros nos molesta que siempre muestran el sufrimiento del soldado, esa cosa llorosa.

S: Yo analizo cada libro que leo sobre el tema, y siempre noto que no es la realidad que viví, o que le falta algo.

Pero entre “Los chicos de la guerra” e “Iluminados por el fuego” hubo un cambio grande ¿no?

M: Sí, pero aquello sigue estando. Yo siempre digo que lean los libros que hacen los ingleses, ahí van a saber lo que nosotros hicimos. Acá nunca muestran cómo peleamos, sino lo que sufrimos, porque es una forma de pegarles a los militares. Que ojo, está bien, pero pegales por otro camino, no con nuestro cuerpo, no usándonos a nosotros. Y eso es lo que pasó, a nosotros nos usaron al llevarnos y cuando volvimos nos volvieron a usar como victimas para reventar a las Fuerzas Armadas. Y yo estoy de acuerdo con eso, pero no con mi cuerpo. Y eso es lo que te digo que cuando nos cayó la ficha nos queríamos comer al que nos pasaba por al lado.

S: Nos ha pasado mucho. Acá hubo un par de obras de teatro donde nos pidieron que estuviéramos o que asesorábamos.

M: Querían que lloremos y nos tiremos al suelo. Le decíamos pará un poco… y se enojó todavía… “Ustedes son muy soberbios”, nos dijo el director. Y yo le digo ¿Pero vos vas a hacer algo con mi historia? Entonces hacelo con lo que yo pasé, no con lo que vos querés.

S: Nosotros le contamos todas las cosas, pero cuando la vimos a ver nos preguntaron qué nos parecía y se acabó todo. El director nos dijo que en el teatro si no hay eso, no funciona. Y hubo otra, una me acuerdo que la fuimos a ver. Que vos la echaste al carajo.

M: A la otra que fuimos a ver, cuando terminó la obra dijo si queríamos dar una opinión. Y ahí le dije, estaba toda la gente ahí… “Mirá, bárbaro el trabajo que hiciste, pero te doy un consejo, si vos querés hacer algo sobre nosotros, vas al Museo, te asesorás y ahí hacé lo que quieras. Y si me pedís una opinión yo te la voy a decir”.

Quiero detenerme en algo que dijeron un par de veces y me parece interesante que desarrollen. Eso de que nadie contó lo que hicieron. Interpreto que se refieren al coraje con el que pelearon. ¿Ustedes sienten que nadie narró eso?

M: Nadie. Lo contaron primero los ingleses, segundo los ingleses, después nosotros, y lo siguen contando los ingleses. Inclusive nosotros no nos dábamos cuenta de la dimensión de lo que vivimos. Te voy a contar una anécdota que es una pavada: un día venía caminando, un día lindo, con el fusil, los puchos, me ponía un rollo de cable y me iba, porque como no te dejaban andar, si me paraban yo decía que andaba reparando cables. Era una pequeña montaña, caía, subía de nuevo y ahí estaba Armando con las ametralladoras. De pronto siento un zumbido raro, me doy vuelta y era un Harrier, como yo venía en bajada pasa a esta altura (hace el gesto a la altura de su rostro). No me dio el tiempo a nada. Le vi la cabeza al piloto, no atiné a nada, me quedé congelado, como si lo hubiera visto a Maradona. Le estaban tirando. Me llevó años recuperar este recuerdo. Debe haber millones de historias y cada uno tiene la suya… Pero yo me enteré, después de 25 años, que el que le estaba tirando al avión, era Armando.

¿Y lo tumbaste?

S: Mis compañeros me dijeron que salió con humo y cayó después. Y también me entero ahora, no hace mucho, porque Ricardo (Lucero) lo cuenta, incluso lo armó, hizo un video, él vio cuando le pegamos al avión. Lo tuvimos adelante, nos ametralló a los dos, a Sírtori y a mí, pero no nos pegó.

M: Y el Harrier tira 30 milímetros, eso no es joda. Si te pega te parte al medio.

S: El otro avión que entró después de ese, lanza una beluga, que es una bomba de racimo, un arma de fragmentación, cae una dentro del pozo de la ametralladora y una adelante. Ninguna de las dos explotó. Las sacó Sirtori, las tiró para afuera. Son 41 bombas de vidrio, como un aislador de los viejos que hay en los caminos vecinales, ni mas ni menos que eso. ¿Pero qué pasa con el vidrio? Te entra en el cuerpo y corre. Es terrible.

“Yo no me siento héroe. Tengo la medallita nomás, me la regalaron y por eso la uso. Los héroes son nuestros compañeros que quedaron allá” (Armando).

M: De ese tipo son las que se están quejando los ingleses ahora, porque las tiran los rusos en Ucrania. Ellos nos las tiraron en el 82, hace 40 años. Imaginate que en el 88, no podíamos contar esto nosotros. Nos sacaban a bolsazos.

¿Sentías que si lo contabas no te iban a creer?

M: ¡Pero claro que no! Lo que mostraba la propaganda, la televisión, eran chicos llorando, cagados de frío. Hay una filmación que hasta hoy pasan, donde se ve un soldado herido, cagado de frio, temblando. La muestran como que estaba llorando con miedo. Pero estaba herido, está en los registros de los ingleses. Todo eso a nosotros nos afectó para poder hablar. Los ingleses nos ayudaron a nosotros a revertir nuestra imagen, al contar ellos cómo los habíamos combatido.

Es paradójico, que los ingleses reflejaron más la valentía de los combatientes argentinos que en nuestro propio medio.

M: Mirá, nosotros estuvimos unos 75 días ahí, con alguna diferencia porque Armando llega a la isla el 4 de abril y yo el 10. De esos 75 días, estuvimos 40 días bajo bombardeos. De los 75 días estuvimos 60 dentro de trincheras húmedas y heladas, y nunca fuimos reemplazados. No lo podían creer los ingleses. Y cuando llegó el momento se los combatió, con lo que había. Ni hablar de la diferencia en tecnología que ellos tenían.

S: En Sapper Hill había munición que habíamos llevado con el helicóptero cuando llegamos el 4 de abril. Munición para una semana aproximadamente, esa era el calculo que había.

M: Estábamos en el mismo batallón, pero Armando y sus compañeros no sabían que iban a Malvinas. Nosotros, unos días después, sí sabíamos, y también que iba a haber guerra. Pasa que a ellos los llevaron al toque porque fueron primero para llevar cosas. Nosotros tuvimos una charla previa del comandante. “Vamos a Malvinas y va a haber guerra”. Incluso recuerdo una discusión con un suboficial, que decía que los yanquis nos iban a apoyar. Y yo le decía “pero si son aliados de toda la vida”. Casi me fusilaron me acuerdo. El loco estaba creído que los yanquis nos iban a apoyar.

S: Hubo compañeros que bajaron los heridos en el hombro y volvieron a seguir combatiendo. Eso, contá. Pero eso nadie lo contaba…

M: A veces nosotros mismo no nos dábamos cuenta de lo que hicimos. Pero la edad, ser tan joven, te da que seas un poco inconsciente. Cuando ya estaban todas las fuerzas allá en Puerto Argentino, nosotros hicimos a pie la última montaña a resistir y hubo otro combate ahí. Estaban bombardeando fuerte. Un grupo traía un compañero en una camilla y los que lo traían venían arrastrándose, hechos mierda.  Yo los veo, voy corriendo a ayudar con otro compañero, que no sobrevivió. Llegamos a la retaguardia y ¡un suboficial estaba escondido ahí! Encima nos cagó a pedo porque lo descubrimos. Pero de todo ese barullo, del combate a la noche, el repliegue, el bombardeo, teníamos una nube en la cabeza… El loco tenia un agujero pero tenia pulso todavía, lo dejamos en una ambulancia ahí… ¡y volvimos arriba, adonde estaban bombardeando! Nos podríamos haber quedado, o ido para el pueblo. Vos lo pensás ahora y no lo entendés…

S: Y de esas te podemos contar un montón. Tomamos muchas decisiones increíbles. Porque esto no era cuestión de que éramos Rambo, eran decisiones propias en situaciones difíciles.

M: Y por supuesto que teníamos cagazo, todos tuvimos miedo. Pero lo tenés que superar.

¿Cuántas veces volvieron a las Islas?

S: Solo en el 2012. Esto lo trajimos de allá en el 2012 (muestra vainas de proyectiles).

M: Y éste es mi poncho, estaba en mi trinchera ¿sabias? Recuperamos cobijas, las medias de Ricardo… La cuchara… Yo traje tierra, y mi poncho lo pasamos como ropa… Lo metimos adentro de la valija…

¿Volverían a ir? ¿Sienten la necesidad de hacerlo?

M: Sí, yo tengo ganas de ir otra vez. Tuve unos años que no. Pero ahora pienso que me gustaría ir con mis hijos, estaría bueno.

S: Yo iría en verano, para ver los pingüinos en la arena blanca.

Ulises Monzón en Malvinas, es el segundo de pie, abajo desde la izquierda (foto de la revista Gente).

M: Nosotros fuimos en 2012 en mayo, en la época que estuvimos, es decir el mismo clima. Y a mis hijos los llevaría en esa época, para que vean como fue.

S: Un viento de noventa kilómetros por hora, te pegaba en la cara y parecía que te clavaban agujas.

M: Y sin embargo en 1982 el viento era lo de menos para nosotros. Nosotros veníamos de la colimba en el sur, estábamos acostumbrados a Tierra del Fuego, el frío, la nieve. Antes de salir nos llevamos cosas que sabíamos que íbamos a utilizar, yo me llevé como diez pares de medias y los iba cambiando para tener los pies secos. El uniforme era adecuado para esa zona, pero no para la circunstancia.

¿Otros combatientes no estaban tan bien equipados?

S: Yo no estaba tan preparado, como no sabía a donde iba, manotée un overol, me lo puse y salimos. Así nomás, no lleve ropa civil, algunos llevaron calzoncillo, polera, pero yo no llevé nada. Si no sabía adónde iba, no nos habían dicho.

¿Hay lugar para el humor, para la risa, en el drama de la guerra?

M: Claro. A mí las anécdotas que más me gustan son esas para cagarse de risa. Una noche me tiraron como doce tiros mis mismos compañeros. Porque en uno de los bombardeos se cortó el cable de comunicaciones y fui yo a arreglarlo, con un viento terrible que venía del otro lado. Y me vieron que venia, de noche, no podían distinguir quién era. Me pegaron el grito, y yo les grité quién era, pero por el viento nunca me escucharon. ¡Y empecé a ver los fogonazos!

“La gente que se había puesto la expectativa de ganarles a los ingleses, después se dieron cuenta de que fue una farsa la información. Y es entendible. Pero a nosotros nos hizo mierda: el proceso que tuvimos que hacer para sobrevivir a todo eso fue muy doloroso”. (Ulises).

S: Nosotros nos bañábamos en el chorrillo. Nos mojábamos, nos enjabonamos bien y nos metíamos en un piletón donde juntaban el agua para después purificarla. Y nos tirábamos ahí, era tremendo, no terminabas nunca de respirar. Pero un día nos vieron y no nos dejaron entrar más. Fueron las únicas dos veces que nos bañamos en los 75 días en Malvinas. También armamos una bañera con un tambor de doscientos litros, lo calentábamos, pero después no se podía hacer más fuego, para que los ingleses no nos vieran. Cuando fuimos en 2012 todavía estaban los tambores y las chapas que habíamos puesto para bañarnos.

M: Yo había llevado una tira de cabo primero y otro loco una insignia de oficial. No nos permitían andar en el pueblo, que estaba a unos diez kilómetros. Y un día, antes del primer ataque que fue el 1º de mayo, imaginate la mugre que teníamos, casi un mes llevábamos en Malvinas, llega información a la trinchera que el padre de uno de los chicos había muerto y lo iban a evacuar para que fuera. Entonces el jefe de compañía me manda a que lo lleve, en una hora salía. Lo llevamos y después nos metimos en el pueblo. Yo iba con la tira y los colimbas, mis amigos, atrás. ¡Los del Ejército me saludaban! Entramos al supermercado, compramos con los billetes viejos, aquellos pesos de la ley 18.188, un billete de 10 mil pesos. Compramos cosas y el tipo nos daba el vuelto en plata inglesa. Después me entero que ahí donde estaba el cartel de los Royal Marines se bañaban solamente el personal de cuadro, oficiales, suboficiales. Y yo dije, me voy a ir a bañar, me llevé un par de medias y una toalla, me puse la tira de cabo primero y me presenté en la guardia: “Cabo primero Monzón de Infantería de Marina solicita permiso para bañarse”. Sí, cómo no, pase por acá… Cuando entro… vapor, agua caliente, jabón, todo. Me miraban porque cuando me saco la ropa tenía el calzoncillo largo negro, ¡una mugre de un mes! Y se arrimaron para preguntarme, “dónde está usted” “yo estoy en primera línea…”. Así que me regalaron de todo, para afeitarme, desodorante, calzoncillos nuevos, camiseta. Cuando volví a la trinchera los locos me miraban ¡hasta olía a perfume! Fue la única vez que me bañé en las Islas.

¿Cómo prefieren que les digan: “veterano” o “ex combatiente”?

S: Combatiente. Ex conscripto combatiente. Porque seguimos combatiendo.

M: Yo prefiero veterano. Veterano es una persona que tuvo una experiencia en algo, fue, lo hizo y volvió y no va a participar más.

“Salimos de la guerra y nuestros amigos quedaron chiquitos al lado nuestro, nos parecía que solo hablaban pavadas” (Armando).

Los dos hicieron mención a una palabra que era muy dolorosa, que define la actitud de gobiernos, medios, e intereses que querían dejar de lado lo sucedido: “desmalvinizar”.

M: Desde que pisamos el continente, empezó el gobierno militar y siguieron todos los gobiernos constitucionales. Y más allá de algunos reconocimientos y beneficios que tenemos hoy, la causa siempre fue para destruirlo lamentablemente. Por eso somos los encargados de hacer la memoria, la cultura callejera, que va a perdurar. Lo que hace Armando, con su trabajo enorme, que yo lo acompaño poco, pero es lo que va a enriquecer para siempre lo que pasó.

Los uruguayenses Ulises Monzón, Ricardo Lucero y Armando Scévola, en 2012 en Malvinas.

La última. ¿Cómo se llevan con eso de “héroes”? ¿Se sienten héroes?

S: Yo no. Tengo la medallita nomás, me la regalaron y por eso la uso.

M: Acepto que me lo digan, porque entiendo al que está del otro lado. Pero para nosotros los únicos héroes son nuestros compañeros muertos. Que no pudieron tener la vida que tenemos nosotros hoy, y lo que hicieron, dejaron la vida ahí, y por nosotros. como dijo Armando gracias a ellos también estamos aca hoy. Entonces los héroes nuestros son ellos. Yo siempre digo: me tocó a mí, pero te pudo haber tocado a vos, a mi hermano.

(fuente: El Miércoles Digital)

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 3/4/2022

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