La suerte de la América se dirimiría en Ayacucho, cerca de Cuzco, una pampa de un kilómetro y medio de largo y 800 metros de ancho que los indígenas conocían como «el rincón de los muertos», donde sus antepasados habían dejado sus osamentas en sus antiguas guerras contra el invasor inca.
A fines de julio de 1824, Simón Bolívar le había otorgado el mando del ejército independentista al venezolano Antonio José de Sucre.
En noviembre de 1824 se acercaba el final, y Bolívar creyó necesario dirigir unos sabios consejos a Sucre. Fueron los siguientes: “…es preciso tener una extraordinaria circunspección y sumo tino en las operaciones para no librar la batalla… sin tener una absoluta seguridad de un suceso victorioso… Hay que tener en cuenta –agrega- que el Genio de San Martín nos hace falta y sólo ahora comprendo por qué se dio el paso, para no entorpecer la libertad que con tanto sacrificio había conseguido para tres pueblos… Esa lección de táctica y de prudencia que nos ha legado este gran General –le dice finalmente Bolívar a Sucre- no la deje de tomar en cuenta V.S. para conseguir la victoria”.
Esta carta revela la hombría de bien del Libertador de Colombia y su nunca desmentida admiración por San Martín. Fue remitida a Sucre dos años después de la partida de San Martín del Perú, y un mes antes de la Batalla de Ayacucho. (…)
En aquellos momentos de negra incertidumbre, a nadie puede extrañar que Bolívar pensara en la capacidad organizadora de San Martín y sintiera la falta de colaboración que el genio militar del argentino podría prestarle. Porque no hay nada más poderoso que los reveses de la vida, ni más dura maestra que la fatalidad, para abatir a los grandes hombres y hacerles recordar a sus pares en la gloria. Y aquellas eran horas fatales para Bolívar. En medio de tan tremenda circunstancia, aproximábase la hora definitiva.
Las tropas libertadoras estaban formadas por 5780 soldados de un ejército con un ADN bien americano: había argentinos, chilenos, bolivianos, paraguayos, peruanos, venezolanos y colombianos.
El ejército español, de casi diez mil soldados, estaba encabezado por el virrey José de la Serna y Martínez de Hinojosa, y por el general José Canterac, quien unos meses atrás había sido derrotado en Junín. Independentistas y españoles tenían algo en común: venían desgastados, faltos de provisiones, llevando sobre sus espaldas la carga de una campaña demasiado larga. Y las fuerzas españolas veían cómo, día a día, hombres que habían sido reclutados a la fuerza desertaban.
La caballería patriota estaba al mando del general Guillermo Miller, un militar inglés de 30 años que combatió a Napoleón, que había participado en la guerra anglo-estadounidense y que un buen día se preguntó por qué no probar fortuna en América del Sur.
Uno de los cuerpos que integraban la caballería eran los últimos Granaderos a Caballo de Buenos Aires, unidad que San Martín había creado en 1812 y que supieron dejar su impronta en más de treinta campos de batalla, respondía al mando del coronel Alejo Bruix, quien comandaba los últimos ochenta, de los cuatro mil que cruzaron los Andes.
Dicen que más allá del desempeño de la infantería y de la inteligencia militar de Sucre, fue clave la arremetida de los escuadrones de caballería de Húsares de Junín, al mando del teniente coronel Manuel Isidoro Suárez, y de los granaderos comandados por los coroneles Félix Bogado y Alejo Bruix. Fue tal la carga contra las tropas españolas que la confusión provocada determinó un desbande general de los godos. San Martín escribiría: «De lo que mis granaderos son capaces solo lo sé yo; quien los iguale habrá, quien los exceda, no».
El combate comenzó a la mañana del 9 de diciembre de 1824 y para las 15 horas ya estaba decidida la victoria para los patriotas.
Los españoles tuvieron 1400 muertos y 700 heridos, y los patriotas, 300 muertos y 600 heridos. «Usted es el rival de mi gloria», le escribiría Bolívar a Sucre. América del Sur dejaba de ser española y esa batalla fue entonces la coronación de un proceso que, años más tarde, tendría otras aristas.
Antes de la batalla de Ayacucho (o de Guamanguilla. como se decía entonces), a finales de 1824, no era indefectible una victoria patriota. El reino español había enviado numerosos refuerzos, varios buques que habían vuelto a dominar las costas del Pacífico y habían tomado el puerto de El Callao, a la entrada de Lima. A finales de octubre, Simón Bolívar, entonces Dictador del Perú, y su gran aliado José Antonio de Sucre, se debatían sobre cómo resistir los embates realistas, cuyas tropas buscaban cortar los caminos de los patriotas y disponerlos a combatir. Luego de algunos pocos encontronazos, las filas comandadas por el mariscal Sucre llegaron el 9 de diciembre a la pampa de Ayacucho, al sur del Perú, donde se detuvieron y tomaron posiciones. Eran unos seis mil hombres, los que esperaban hacer frente a unos diez mil, comandados por el virrey del Perú, José de la Serna, que componían el último ejército realista en América del Sur.
En el campo de batalla, desde el inicio de las operaciones, los patriotas desbarataron los planes del ejército realista. Pasado el mediodía, el virrey había caído prisionero y la bandera de Colombia flameaba sobre las faldas del cerro Condorkanqui. La acción había terminado y la independencia de América del Sur quedaba asegurada. En el campo de batalla quedaron 1.400 realistas y 309 patriotas muertos.
Al conocerse el rumbo de la batalla, las guarniciones realistas que quedaban en el territorio entregaron sus armas y solo una, en El Callao, debió ser abatida, tiempo después. La victoria de Ayacucho fue el éxito del “plan sanmartiniano”.
Reproducimos aquí el anuncio sobre el triunfo en Ayacucho, “el último monumento que faltaba para la gloria “del ejército libertador”, publicado en Lima, Perú el 18 de diciembre de 1824 sobre la batalla que selló la independencia de América tras más de catorce años de luchas, donde se decidió “si el mundo debe gobernarse por el poder absoluto de los que se llaman legítimos, o si es llegada la época en que los pueblos gocen de sus libertades y derechos”.
Aviso al público, Lima, 18 de diciembre de 1824
Gran victoria. Triunfo decisivo
El ejército libertador al mando del general Sucre ha derrotado completamente al ejército español el 9 del presente mes en los campos de Guamanguilla (Ayacucho). El general La Serna, que lo mandaba, ha sido herido y se halla prisionero con los generales Canterac, Valdés, Carratalá y demás jefes oficiales y tropa. Por consiguiente, todos los bagajes del enemigo, su armamento y pertrechos se hallan también en nuestro poder. El teniente coronel Medina, ayudante de S. E. el Libertador conducía los partes oficiales de la acción; y es de lamentar la desgracia que tuvo de ser asesinado en Guando por los rebeldes de aquel pueblo. Mas todas las autoridades de los lugares inmediatos al sitio de la batalla avisan oficialmente el triunfo de nuestras armas, añadiendo que el general Canterac, que quedó mandando el campo, después de haber sido herido el general La Serna, capituló con el general Sucre estipulando expresamente, que la fortaleza del Callao se entregará al ejército libertador.
El 9 de diciembre de 1824, se ha completado el día que amaneció en Junín: al empezar este año, los españoles amenazaban reconquistar la América con ese ejército, que ya no existe. Los campos de Guamanguilla han sido testigos de la victoria que ha terminado la guerra de la independencia en el continente de Colon. Allí se ha decidido la cuestión que divide la Europa, que interesa inmediatamente a la América, que es trascendental a todo el género humano, y cuyo influjo alcanzará sin duda a mil de mil generaciones que se sucedan. Esta cuestión es: si el mundo debe gobernarse por el poder absoluto de los que se llaman legítimos, o si es llegada la época en que los pueblos gocen de sus libertades y derechos. En fin, el ejército libertador ha resuelto el problema y ha levantado el último monumento que faltaba a su gloria: la gratitud escribirá en él los nombres de los vencedores de Guamanguilla, y del ilustre genio que ha dirigido la guerra, que ha salvado al Perú y que en los sucesos de febrero no ha encontrado sino nuevos caminos para la gloria; su fama durará hasta la muerte del mundo, y este es un presentimiento que tienen todos los corazones que suspirar por la libertad.
Juan Bautista Alberdi, su visión de Ayacucho, las “causas generales” o los “grandes hombres”
La victoria de Ayacucho fue el éxito del “plan sanmartiniano”. Por ello mismo, Juan Bautista Alberdi consideró que “en la guerra, San Martín enseñó a Bolívar el camino de Ayacucho”. Pero el intelectual de la Generación del ‘37 veía con mayor profundidad el porqué de Ayacucho y el rol de los grandes hombres en la historia. Con sus reflexiones, recordamos la victoria militar que puso fin definitivo al dominio colonial español.
“Lo que no hubiese hecho San Martín, lo habría hecho Bolívar; a falta de un Bolívar, habría habido un Sucre; a falta de un Sucre, un Córdoba, etc. Cuando un brazo es necesario para la ejecución de una ley de mejoramiento y progreso, la fecundidad de la humanidad lo sugiere no importa con qué nombre. No dar a los grandes principios, a los soberanos intereses, a las causas generales y naturales de progreso, que gobiernan y rigen el mundo hacia lo mejor, el papel natural que la ceguedad de un paganismo estrecho les quita para darlo a ciertos hombres, es erigir a los hombres al rango de causas y de principios, es desconocer y perder de vista las bases incontrastables en que descansa el progreso humano y que deben ser las bases firmes e invencibles de su fe.”
Juan Bautista Alberdi
Fuente: Gran victoria. Triunfo decisivo, Lima, Imprenta administrada por J. María Concha, 1824.
Fuente: Juan Bautista Alberdi, El crimen de la guerra, en Obras Selectas, Nueva edición ordenada, revisada y precedida de una introducción por el Dr. Joaquín V. González, Buenos Aires, Librería “La Facultad” de Juan Roldán, 1920, t. XVI, p. 87.
(Extraído de: www.elhistoriador.com.ar, infobae, investigación propia)
Nota publicada por La Ciudad el 10/12/18