“Esa mujer me ha mirado para toda la vida”, dijo él sin poder disimular el temor ni el entusiamo. Las batallas en las que había participado en Europa (también en África) no le servían de nada. Era el amor con sus pequeños trucos, con sus premoniciones. Nada podía resultar más pavoroso.
Ella, esa mujer, también sintió miedo. Aquel militar todavía no era un héroe, no era el Libertador de América. Era un patriota que había vuelto para dar batalla, sí, pero que la doblaba en edad. Y ella le había sostenido la mirada como sólo se sostiene aquello que se ama.
El hombre en cuestión tenía 34 años y era José de San Martín; el menor de cinco hermanos, nacido en Nuestra Señora de los Tres Reyes Mayos de Yapeyú el 25 de febrero de 1778; hijo del capitán del ejército español Juan de San Martín y Gómez y de Gregoria Matorras; teniente coronel que había pedido el retiro del ejército imperial para sumarse a la causa de la emancipación americana.
Ahora, otra vez en su tierra, se encontraba con aquella mujer. Y en una tertulia. En la coquetísima casa los Escalada. Y en una ciudad que todavía olía a pólvora, a contrastes, a revolución.
La propuesta matrimonial, según los chicos
Ella era María de los Remedios Carmen Escalada, una jovencita de 14 años nacida en Buenos Aires el 20 de noviembre de 1797; hija de Tomasa de la Quintana y Antonio José de Escalada, una de las familias más ricas de la sociedad porteña.
Una familia que habia sido protagonista en Mayo y cuya hija militaba en la Sociedad Patriotica, organización que se enorgullecía por haber armado “a ese valiente que aseguró su gloria y su libertad”, en poética referencia su papel en el financimiento de la Revolución de Mayo.
El amor no siempre se lleva con los ideales ni con la economía. Entonces, la familia de Remedios puso el grito en el cielo cuando se enteró de aquella mirada y de sus consecuencias.
Pero los enamorados habían sorteado opositores más tenacez (y peligrosos) y terminaron por dar el sí, aunque doña Tomasa jamás terminaría de digerir que su hija se casara con un “soldadote”, un “plebeyo”, un tipo sin fortuna ni abolengo.
«¡Sí, quiero!»
San Martín y Remedios se casaron el 12 de septiembre de 1812 en la Iglesia Nuestra Señora de la Merced, después de una firme pero breve oposición de la familia de la novia. Más de la madre que del padre, ya lo dijimos. A partir de allí, todo ocurrió muy rápido, como veloz era el reguero de la revolución que se extendía por la América hispánica.
En enero de 1812 San Martín se embarcaba en la fragata inglesa “George Canning“ para sumarse a las luchas americanas. El 9 de marzo llegaba a Buenos Aires, donde el Triunvirato le encargaba la creación de un regimiento (los Granaderos a Caballo) para vigilar las costas del Paraná, amenazadas desde Montevideo. En septiembre, se casaba con Remedios.
En febrero de 1813, menos de un año después de regresar, vencía por primera vez a los españoles en el combate de San Lorenzo, donde el sargento Juan Bautista Cabral le salvaba la vida.
La vida junto a Remedios era así y así sería para siempre: atravesada por la distancia que marcan los cuarteles, conmovida por el fragor de la batalla militar. Y política.
El 8 de octubre de 1812 San Martín y la Sociedad Patriótica donde militaba Remedios marcharon sobre la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo para lograr la renuncia del Primer Triunvirato. “No siempre están las tropas para sostener gobiernos tiránicos”, insistía el futuro Libertador.
A partir de allí se sucederán el Segundo Triunvirato, la Asamblea del Año XIII y el Directorio. Será el director supremo Gervasio de Posadas quien aceptará la propuesta de San Martín de ser designado gobernador de Cuyo, a donde viajará con Remedios a fines de 1814.
Bajo el influjo de la Libertad, la Fraternidad y la Igualdad que habían encarnado en la Revolución Francesa, San Martín fomentará en Mendoza “la educación, la industria y la agricultura”. También creará “un sistema impositivo equitativo para que paguen más los que más tienen”, explicó el historiador Felipe Pigna a Télam.
San Martín tenía acento andaluz. Además, le gustaba tocar la guitarra. Algo que, según quienes lo conocieron, hacia muy bien. Las “cantes” eran sus interpretaciones favoritas. Era un hombre austero, acostumbrado a la rusticidad de la vida militar, a la campaña. Pero era guapo, seductor, alegre.
Remedios era mujer sensible, aunque acostumbrada a los lujos de la aristocracia porteña. En la casa de sus padres (en las actuales calles Juan Domingo Perón y San Martín del centro de Buenos Aires) no sólo no faltaba nada sino que todo parecía sobrar.
Las paredes estaban tapizadas en damasco de seda, lujo desconocido por aquel entonces en Buenos Aires; en las amplias ventanas, colgaban pesados cortinados y el piso cestaba ubierto de gruesas alfombras importadas de Europa, relatan los cronistas de la época.
Sin embargo, Remedios se adaptó sin dificultades a la vida austera que junto a San Martín compartieron en Cuyo. Quizás, fueron los años más felices que pasaron juntos. En “El santo de la espada”, Ricardo Rojas describió la actividad de la joven pareja. Y ayudó a construir un mito.
«(Remdios) Dio convites y bailes en que se concertaron algunos matrimonios de oficiales del ejército con niñas de la ciudad; se interesó por los pobres; atrajo la simpatía de todos. Ella y sus amigas bordaron la Bandera de los Andes, que fue triunfante hasta Lima (…)”, describió.
Para agregar: “San Martín y su joven esposa llegaban juntos, al caer la tarde, a un merendero de la Alameda, para tomar café (…). Frecuentaban los dos, familiar¬mente, el trato de todos los vecinos, aún de los huasos y de los esclavos”.
En aquellos días felices, en los que San Martín preparaba la campaña para liberar a Chile y Perú, el 24 de agosto de 1816 nació Mercedes Tomasa de San Martín, la única hija de ambos.
La niña crecerá junto a su madre. Se quedará junto a ella en Mendoza hasta las tres años, cuando ambas regresarán a Buenos Aires con Remedios ya enferma.
A San Martín dejó de verlo a los cuatro meses de edad. Es que su papá iniciaba el cruce de Los Andes. El triunfo en la Batalla de Chacabuco del 12 de febrero de 1817 será un paso decisivo hacia la independencia de Chile y la liberación de América.
Merceditas logrará reencontrarse con su padre siete años después, cuando éste (apenas un nombre para ella) regrese a Buenos Aires. Entonces padre e hija se embarcarán en un viaje largo y definitivo al viejo continente, donde ella lo acompañará hasta su muerte.
Para la libertad
Pero había demasiada vida en San Martín todavía. Liberado Chile, emprenderá por mar la campaña para liberar al Perú. Siendo jefe del Ejército del Norte, y después de las derrotas de su amigo y compañero Manuel Belgrano en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma, sabía que sería mucho más difícil avanzar con éxito por tierra.
Sin embargo, este no sería su único desafío. Buenos Aires le retaceaba apoyo y lo miraba con recelo. Su creciente prestigio y la negativa de reprimir en 1820 a los caudillos del Litoral le sumaban enemigos en el Puerto. Bernardino Rivadavia estaba entre los más peligrosos.
Con una escuadra formada por 24 buques y unos 4.800 soldados San Martín fondeó en el puerto de Pisco, se impuso en la batalla de Pasco y bloqueó el puerto de Lima. El 10 de julio de 1821 el virrey De la Serna tuvo que rendirse. El 28 San Martín declaró la independencia del Perú, donde gobernará durante un periodo breve y conflictivo. Así y todo suprimió la esclavitud y la mita. También creó la Biblioteca del Perú.
El 26 y 27 de julio de 1822 San Martín se reunió en Guayaquil con Simón Bolívar (quien avanzaba desde el norte) para discutir el tramo final de la guerra por la independencia americana. Durante el encuentro resolvió entregar la conducción a Bolívar, dar por concluida su misión libertadora.
Regresó primero a Lima, después a Chile y a Mendoza, desde donde buscaba llegar a Buenos Aires. Remedios estaba al borde la muerte. Padecía tuberculosis y su salud se había deteriorado.
En marzo de 1819 Remedios había regresado a la casa de sus padres en Buenos Aires junto a Merceditas. El viaje fue peligroso, a tal punto que San Martín le pidió a Belgrano que la protegiera.
Los caminos solían estar asediados por salteadores, además estaba la guerra. Y la salud, cada día más frágil. A tal punto, que la diligencia que transportó a madre e hija fue seguido por otra que llevaba un ataúd.
Ni la muerte ni la enfermedad
Remedios encontró cobijo y sosiego en la casa de sus padres. Pero anhelaba el reencuentro con San Martín, a quien espero hasta el momento mismo de su muerte. Fueron cuatro años de agonía hasta que el 3 de agosto de 1823 falleció pronunciando el nombre de su amado. Sólo tenía 25 años.
San Martín no llegó a tiempo. No lo dejaron. Sabía que Remedios estaba gravemente enferma y una vez en Mendoza pidió autorización para ingresar a Buenos Aires. Rivadavia, quien era ministro de gobierno de Martín Rodríguez, la denegó aduciendo razones de seguridad.
“Lo que hace Rivadavia –relata Pigna- es amenazarlo y ponerle espías, como dice el propio San Martín, quien sufrió intentos de asesinato, espionaje en su correspondencia y la amenaza de ser detenido si bajaba a Buenos Aires, con la acusación absurda de haber robado un ejército por haber llevado a los Granaderos, que Buenos Aires consideraba propios, al cruce de Los Andes”.
(FW)El 3 de agosto de 1823 falleció pronunciando el nombre de su amado. Sólo tenía 25 años.San Martín desafió la negativa de Buenos Aires. Enterado de la situación, Estanislao López se ofrece a escoltarlo con su tropa. El Libertador le agradece, pero lo rechaza. No quiere más derramamiento de sangre. Decide viajar igual, a su cuenta y riesgo.
Cuando San Martín por fin llega a Buenos Aires, Remedios había muerto hacía ya varios meses. Como si esto fuera poco se encuentra además con una feroz campaña de la prensa unitaria en su contra. No le perdonaban no participar de la guerra contra los caudillos federales.
En honor a Remedios, San Martín decidió construir un mausoleo en mármol en el Cementerio del Norte (de la Recoleta). Junto a la lápida donde descansaban sus restos escribió: «Aquí descansa Remedios Escalada, esposa y amiga del general San Martín».
Después decide partir al exilio, acompañado por su hija Mercedes. Tras una breve estadía en Londres, padre e hija se instalarán en Bruselas. En 1824 llegarán a París para que la niña pueda completar sus estudios.
El 17 de agosto de 1850, a los 72 años, San Martín murió en Boulogne Sur Mer. Acompañado por su hija, logró tener una vida relativamente feliz. Sus últimos pensamientos fueron para ella. Y para Remedios. En su corazón, siempre.
Fuente: Télam
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 2/3/2023