por Guillermo Cichello –
“Los gobiernos de Europa sólo se aperciben de que existimos
en el mundo cuando sienten nuestra resistencia;
de nuestros actos de deferencia hacia ellos no se dan la menor cuenta”
Juan Bautista Alberdi
1) Tres escenas
Una: El presidente argentino Javier Milei irrumpe agitadísimo. Con la fascinación que gotea en su sonrisa, su pueril encantamiento apenas le permite creer que se encuentra corriendo a los brazos del recién electo Donald Trump. En su excitada sumisión se atraganta con el grito: “¡míster president!”, y ya en sus brazos lo mira desde abajo, le babea su “pleased to meet you”, lo abraza y no lo suelta. El norteamericano le propina dos o tres elogios, incluyendo una expresión que quiere ser graciosa, pero que insinúa con malicia la disparidad del superior que pondera falsamente una minucia del vasallo. Mira al público y, refiriéndose a Milei, dice “good looking guy” (“qué fachero es”). Milei, en éxtasis pleno, posa junto a la mole rubia para los fotógrafos con su sonrisa incrustada.
Dos: Cuando uno escucha al primer mandatario relatar su encuentro con Sylvester Stallone durante un encuentro del partido Republicano en el complejo Mar-a-Lago, de Florida -Estados Unidos-, debe hacer un esfuerzo por superar un incómodo sentimiento de vergüenza y reflexionar en el desgraciado efecto que ha tenido la industria del entretenimiento norteamericana en nuestras conciencias. “Imagínese –le dice a su entrevistador- voy a dar el discurso y veo a Sylvester Stallone. ¡Y Sylvester Stallone me conoce…! Era verdaderamente, digamos… Yo me tenía que pellizcar. ¡Esto no puede ser cierto! Además, la gente ha sido maravillosa anoche conmigo, me he sacado cientos de selfies…”.
Revelación epifánica, Milei comprueba con dificultad que su pobre existencia fue descubierta por Rambo y Rocky Balboa, deidades mayores del Olimpo hollyvoodense del cine de acción. Luego de esa admisión, su incrustada sonrisa circulará en las redes en infinitas selfies con señorones, matronas y doncellas del partido Republicano.
Tres: El octavo viaje de Milei a Estados Unidos de Norteamérica acudiendo a la Conferencia de Acción Política Conservadora, en Washington, mostró otro momento de revelación suprema. La euforia del presidente argentino lo metió a empellones a un salón con el grito de rockero metálico: “¡My friend!”. Santiago Oría, el director de Realizaciones Audiovisuales del gobierno nacional, ha puesto su lente en la carrera de Javier Milei hacia los músculos del mega millonario y ahora funcionario, Elon Musk. El abrazo de enardecida devoción del presidente sudamericano será subido a las redes con música épica de batalla legendaria y culminará en la ofrenda al tecno-titán de una motosierra, curioso objeto que Musk blande ahora ante la risa de los asistentes y luego arrojará al olvido, como los juguetes desganados de los niños ricos.
2) Viejas novedades
Si una novedad conlleva Javier Milei es la de su estilo hiperbólico, el exagerado aumento de todo lo que dice o hace, potenciado de una manera grotesca o irrisoriamente infantil: “el mejor gobierno de la historia argentina, faro del mundo”, “el ajuste más grande de la historia de la humanidad”, “yo juego en las grandes ligas, no estoy en el chiquitaje”, etc. Pero tales desmesuras se dan en un sendero clásico, muy viejo, que ha marcado nítidamente la relación de las elites argentinas con su pueblo y con los poderes extranjeros. Esa clase dirigente que se impuso militarmente en Caseros y se organizó institucionalmente luego, tras la batalla de Pavón, ha moldeado su concepción de sí misma y de las naciones centrales en términos de sumisión. Carente de confianza y de interés en el desarrollo de las aptitudes nacionales, ha creído que para ser una nación debería seguir el ideario y los preceptos de los países dominantes, lo que promovió la articulación cultural y económica a esos países en el plano del dominio: el enaltecimiento subordinado a aquellos valores, el menosprecio cruel de los propios. En el momento de su valoración acrítica a Europa, Sarmiento deploraba cualquier reparo ante los poderes extranjeros por “brutal y estúpido”, entendiendo que de esos poderes “dependían la civilización, el progreso y la riqueza del país”. De Mitre a la última dictadura cívico-militar encontramos la misma actitud de devoción neocolonial ante esas potencias e idéntico desprecio por las disposiciones nacionales. Para “ser” deberíamos extirpar lo que somos y convertirnos en ellos, lo que aparejó los momentos más trágicos de la historia patria. (Por eso Milei declaró que el éxito de su gobierno sería convertirnos en Francia, Alemania o Estados Unidos). Esta desidia por nuestro patrimonio cultural y económico, esta indolencia identitaria, fraguó la matriz ideológica que posibilitó (y posibilita) la exacción de nuestra riqueza, impidiendo el desarrollo de capacidades nacionales que esa concepción considera inexistentes.
En el Martín Fierro leemos: “Con los blandos yo soy blando, y soy duro con los duros”. Javier Milei realiza la antítesis. Enfatizando todo hasta la exasperación, inscribe su novedosa exageración en aquella vieja tradición de las elites argentinas: subordinación frente a las potencias económicas extranjeras, ferocidad implacable ante los sectores vulnerables de su pueblo. Blando con los duros. Duro con los blandos.
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