El 7 de junio se celebra el Día del Periodista, fecha especial para la actual Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, pues a instancias de la delegación platense que concurrió al Primer Congreso de Periodismo, realizado en la ciudad de Córdoba en 1938, decidieron que los hombres y mujeres que ejercían el oficio tuvieran su día de reconocimiento.
En este artículo, me limitaré a reseñar unas pocas columnas de las muchas relacionadas con nuestro país, con el fin de acercar a los lectores el discurso periodístico de tan particular periodista.
Digamos, para empezar, que “Descartes” contaba con innumerables recursos lingüísticos, por caso, los refranes populares, matizados con principios de autoridad –Napoleón, Alejandro Magno, Bismarck–; apelaba, asimismo, a formas dicotómicas para dejar negro sobre blanco las explicaciones que deseaba transmitir. De tal modo, sugería a las grandes potencias que la solución pasaba por el “justicialismo”, es decir, por la “Tercera Posición”. Hacía disquisiciones entre las naciones, los gobiernos y los pueblos, a los que rescataba inexorablemente frente a las actitudes que pudieran asumir las naciones y los gobernantes.
En ese sentido, el 31 de julio de 1952 ilustraba al respecto: “la lucha de los imperialismos por meter a los pueblos detrás de la ‘cortina de hierro’ o detrás de la ‘cortina del dólar’ les ha cegado al extremo de no ver sino enemigos por todas partes. Como no les da la habilidad, recurren a la fuerza o a la injusticia, y por ese camino es difícil persuadir a los pueblos. Con los gobiernos solos no se va lejos en este camino”.
Con el ánimo de reforzar su discurso, apelaba al ingenio popular valiéndose de la parábola de la gallina: “a este noble animal se lo puede matar, desplumar, meter en el horno, asarlo y aun comerlo. Todo eso puede hacerse con él. Lo que no se puede es hacerle poner un huevo a la fuerza. Lo que los imperialismos necesitan de los pueblos son sus ‘huevos’, y esos no se los podrán hacer poner a la fuerza”.
Luego, con tono desafiante, remataba: “con los métodos actuales se dominará a gobiernos impopulares, se impondrán sacrificios y dolores a los pueblos, los conquistarán por la fuerza si es preciso, pero jamás contarán con su apoyo afectuoso o su cooperación si no lo merecen. Para merecerlo hay un medio: la justicia y la libertad, materializadas en la independencia económica, la justicia social y la soberanía política de las naciones. El justicialismo lo ha hecho. Ahora queda por ver si los imperialismos se animan y son capaces de hacerlo”.
Otra columna memorable, escrita con una pericia magistral, se publicó próxima a las elecciones. Allí, “Descartes” explicaba a su heterogéneo espectro de lectores qué había hecho el gobierno justicialista con los dólares que la potencia del norte retaceaba a la Argentina: “cuánta incomprensión y cuánta estupidez hemos escuchado en la crítica por haber gastado las divisas. Ellos hubieran preferido que se evaporaran bloqueadas en las cuentas de las metrópolis que sirven. Fue precisamente ese fabuloso negocio del Estado y la Nación Argentina lo que permitió al país llegar a 1951 habiendo pagado la totalidad de su deuda externa, formado su flota- mercante y aérea, modernizado sus Fuerzas Armadas, realizado y consolidado su independencia económica y justicia social, mantenido la plena ocupación, reactivado la economía y ejecutado más de 75.000 obras públicas en todo el territorio”.
A continuación, entendiendo que los opositores lo leían detenidamente, recurría a un célebre programa radial de la época: Mordisquito a mí me la vas a contar, basado en monólogos escritos y verbalizados por Enrique Santos Discépolo: “Los detractores dicen: ‘Sí, pero hay cierto desequilibrio económico’. Ello recuerda el cuento de Discépolo: “Tenía un amigo a quien nada le conformaba del todo. Asistía un día al circo. Allí un equilibrista ponía sobre una mesa una silla; sobre ella, una botella; apoyando la cabeza en la botella, hacía la vertical; con las piernas sostenía un arpa, que tocaba con las manos. ‘¿Qué te parece?’, le preguntó el amigo. ‘No me gusta cómo toca el arpa’, le contestó”.
De forma amena, desprovista de acartonamientos, Perón entregaba a su público las colaboraciones semanales. De estilo campechano pletórico de refranes populares, atraía la atención de propios y extraños. En esas notas se leían, entre otros: “La incapacidad y la traición han sido siempre las causas de las derrotas”; “La avaricia rompe el saco”; “quien pretenda alcanzarlo todo, a menudo termina por no lograr nada”; “si me engaña una vez, lo maldigo; dos veces, lo maldigo y me maldigo; si tres, me maldigo”; “quien le da de comer a perro ajeno, se queda sin el pan y sin el perro”; “quien siembre vientos no puede sino recoger tempestades”.
Debo al Dr. Enrique Oliva, quien bajo el seudónimo “François Lepot” se desempeñó como periodista de Clarín durante la última dictadura, el rescate del estilo de “Descartes”. En una entrevista que le realicé me comentó: “el 24 de mayo de 1951, Perón decía que el general Omar Bradley, jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército de EEUU, había declarado ante el Senado que la guerra de Corea comprometería a su país en un conflicto desacertado, en un lugar inapropiado y en un momento inoportuno”. En el conflicto coreano (1951-1953) conocido como la “guerra olvidada” o la “primera guerra de la guerra fría”, los norteamericanos perdieron 44 mil soldados, un poco menos que en la ocupación de Vietnam pero en un tiempo mucho más breve.
Posteriormente, “Descartes” incorporaba su aguda opinión a las declaraciones del general Bradley con una frase que aún hoy utilizan muchos instructores en algunos institutos de inteligencia militar: “el que no tiene buena cabeza para prever, ha de tener buenas espaldas para aguantar”. Naturalmente, el eventual lector del diario extraía rápidamente las justas conclusiones: “prever” es estudiar con anticipación lo que puede ocurrir, barajar hipótesis o posibilidades, intentar adelantarse a los hechos. ”Aguantar” es hacerse cargo de las consecuencias no previstas.
En su libro La chispa de Perón, Fermín Chávez se refiere al artículo favorito de “Descartes”, titulado “Confesión de Partes”: “Refiérese que en Francia, en los tiempos de lucha y de ‘milicia cerrada’ de la Revolución, abundaban en París las reuniones sociales en las que la concurrencia de los guerreros ya famosos era casi un espectáculo. Un joven general napoleónico concurría a ellas como a un acto de servicio. Intrigada una joven ante el sello puramente militar del general, se le ocurrió un día preguntarle: ‘¿Cómo hace usted el amor, mi general’. ‘Señorita’, contestó el general sin perder su gravedad, ‘yo no hago el amor, lo compro hecho’. El Departamento de Estado de Norteamérica parece haber seguido el método del general: no hacer amigos sino comprarlos hechos. Contra ello reacciona Nelson Rockefeller en la Conferencia Internacional de Fomento Económico y Social cuando afirma: ‘Los esfuerzos que se hacen para utilizar la ayuda económica como medio de comprar amigos políticos o de contar con su cooperación militar sólo servirán para socavar o corromper nuestras relaciones con otras naciones. Los amigos que necesita y desea Estados Unidos no pueden ser comprados hechos’”. Considero que si era el “elegido”, por el autor, huelgan las palabras.
El conocimiento de la elección del seudónimo “Descartes” por parte del general Perón me la transmitieron Fermín Chávez y Alberto González Arzac, quienes tuvieron oportunidad de tratarlo personalmente. Hace más de una década Chávez insistió para que investigara al general en su participación en el diario Democracia y el estímulo fue acercarme un artículo suyo publicado en un matutino. Ahí, el veterano historiador afirmaba: “en 1643, Descartes, en comunicación dirigida al Consejo de la ciudad de Utrecht, agregó a su patronímico su calidad de ‘seigneur du Perron’”. Y Alberto González Arzac, con su característico estilo, gesticulando, representaba, al tiempo que repetía la pregunta retórica del líder justicialista: “si Descartes firmaba como Perón, ¿por qué Perón no va a firmar como Descartes?”.
He procurado acercar al presente una faceta desconocida de Perón, quien como se sabe exponía su prédica en actos y reuniones políticas, discursos oficiales pero, también, la llevaba a cabo por otro medio –no habitual para un Presidente– a través de las notas de opinión publicadas en un órgano gráfico que llegaban a su pueblo y, por qué no decirlo, a sus más fervorosos detractores.
(*) Historiador, integrante y profesor del Centro de Estudios en Historia/ Comunicación/ Periodismo/ Medios (Cehicopeme de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP).