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Marzo de 1962, victoria de Andres Framini en Buenos Aires. El principio del fin del gobierno de Arturo Frondizi 

Las elecciones generales de la provincia de Buenos Aires de 1962 tuvieron lugar el 18 de marzo del mencionado año, al mismo tiempo que las elecciones legislativas a nivel nacional. Los cargos a elegir eran el Gobernador y el Vicegobernador para el período 1962-1966, y la mitad de los escaños de la Cámara de Diputados y el Senado Provincial. Se realizaron durante el gobierno de Arturo Frondizi, período en el cual el Partido Peronista (PP) se encontraba proscrito e impedido de participar en las elecciones. Sin embargo, Frondizi retiró parcialmente la proscripción y permitió que los partidos llamados neoperonistas presentaran candidaturas para cargos legislativos y provinciales.

EL PERONISMO GANA EN LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
CON LA CONSIGNA «FRAMINI – ANGLADA, PERÓN A LA ROSADA»

En el año 1962 el peronismo iba presentar candidatos para las elecciones de gobernador y de legisladores. En el mes de enero, Perón convoca a Andrés Framini a Madrid y le ofrece la candidatura a Gobernador de la provincia de Buenos Aires para la elección del 18 de marzo.

«Mi amigo, quédese tranquilo. Usted no será caballo sino jockey.» En su estilo inconfundible, Juan Domingo Perón desplegó la metáfora ante Andrés Framini y, para demostrar su veracidad, se autoproclamó allí mismo como el segundo del dirigente textil en la fórmula con que el justicialismo marcharía en pos de la gobernación de la provincia de Buenos Aires. La decisión se tomó en la mítica residencia madrileña de Puerta de Hierro hacia fines de 1961. Tres meses después, el 18 de marzo de 1962, se realizarían elecciones nacionales para renovar parcialmente las cámaras legislativas y la gobernación de algunas provincias.

La fórmula Framini – Perón era más que una opción: con esos u otros nombres, lo concreto era que el peronismo, tras siete años de proscripción, se aprestaba a retornar al ruedo político por los andariveles de la legalidad. Un lejano —y fallido— antecedente del Gran Acuerdo Nacional se bocetaba entonces y uno de aquellos protagonistas lo es nuevamente hoy. «No concurriremos a esas elecciones: nuestra victoria electoral puede trasformarse en nuestra peor derrota política», había afirmado Perón pocas semanas antes. Su opinión varió luego del peregrinaje a Madrid de una delegación gremial encabezada por Augusto Timoteo ‘El Lobo’ Vandor. El propio Framini advirtió «No soy candidato» en el momento de su partida hacia la fortaleza del jefe. Luego justificaría el giro: así integrada la fórmula, aseguró, los pequeños partidos neoperonistas quedaban desarticulados.

Sin embargo, el tándem Framini-Perón no duraría demasiado. Un acta firmada por el ministro del Interior, Alfredo Vítolo, y por los secretarios de Ejército, Marina y Aeronáutica, señaló que «Perón fue declarado rebelde en distintas causas penales y, por su condición de prófugo, ha sido eliminado del Registro de Electores. En consecuencia, no puede ser elegido quien no puede elegir».

Por entonces, el veto no podía sorprender demasiado. El propio Perón conocía su inevitabilidad y a partir de allí los analistas políticos entrevieron en su candidatura una suerte de cuerda de ayuda a Frondizi: al forzar la proscripción, el caudillo justicialista ofrecía al entonces presidente la oportunidad de sortear el callejón creado por la segura victoria peronista.

Se dice que la advertencia de las Fuerzas Armadas a Frondizi fue clara: «Usted haga lo que quiera, señor, pero sepa que si gana el peronismo sobrevendrá una catástrofe y el país marchará inexorablemente hacia la anarquía». Con esa espada de Damocles pendiente sobre su sillón, Arturo Frondizi debía, inevitablemente, jugar su carta. Tras una serie de análisis, consultas y reuniones, se decidió que, salvo Perón, no serían proscriptos otros candidatos justicialistas. Resultó una decisión difícil en una etapa particularmente crítica de la administración frondizista, enfrentada a grandes huelgas, incipientes movimientos guerrilleros y a las resistencias despertadas, en algunos sectores, por sus políticas internacional y petrolera.

Algunos ensayos previos —elecciones provinciales en Santa Fe, Catamarca, Formosa y San Luis, bastiones del oficialismo— otorgaron al gobierno las victorias necesarias como para convocar con prudente confianza a las elecciones del 18 de marzo de 1962. A partir de entonces, y del anuncio de la inexistencia de proscripciones, tanto el peronismo como las Fuerzas Armadas comenzaron a tejer sus estrategias, que confluían en esa encrucijada cuyo vértice caía exactamente sobre las espaldas de Frondizi. Jaqueado, el presidente recibió de Perón la posibilidad de una válvula (la orden de votar en blanco) que finalmente no se abrió.

El veto a la candidatura de Perón no significó —como pudo haberse previsto— la desaparición del peronismo como participante directo en las elecciones. La candidatura del dirigente textil Andrés Framini aparecía ya lo bastante consolidada como para seguir vigente: el abogado Marcos Anglada suplió a Perón para el cargo de vicegobernador. El justicialismo, a través de sus propios partidos —de acuerdo a los distritos éstos eran el Blanco, Populista, Tres Banderas, Laborista o Unión Popular—, se lanzaba a una batalla de la que había sido erradicado en los años previos. La orden de Perón de votar finalmente en blanco no detuvo un mecanismo que ya había echado a andar y escapaba a su voluntad.

PREPARANDO EL DIA D

A Frondizi no se le ocultaba cuál sería el resultado de las elecciones. Así, los doctores Colombres y Oyhanarte, miembros de la Suprema Corte de Justicia, elaboraron en los días previos a los comicios un proyecto de decreto de intervención a la provincia de Buenos Aires. El arma, sin embargo, no iba a ser disparada inmediatamente; la idea consistía en entregar el poder a los previsibles triunfadores y, desatada la agitación que seguramente provocaría, poner en vigencia el decreto. De ese modo nadie podría acusar al gobierno de proscriptor, ni las Fuerzas Armadas llegarían a materializar sus amenazas golpistas.

Entretanto, la campaña electoral seguía adelante fragorosamente. La maratón de Framini se inició en Berisso y alcanzó su cénit en San Isidro, con un discurso vitriólico, en cuyo ataque a las Fuerzas Armadas muchos creyeron ver una invitación a la revuelta. La posibilidad de un harakiri fue insistentemente mencionada en esos días, e incluso La Nación dio cuenta de una presunta entrevista entre Framini y Frondizi, en la cual aquél habría pedido la proscripción. El dirigente peronista no sólo lo desmintió; además contraatacó asegurando que un funcionario oficial lo buscaba afanosamente para pedirle que no se presentara a las elecciones. Mientras Framini reafirmaba su candidatura, la fórmula del radicalismo del Pueblo sufría una modificación ajena a los tejes y manejes políticos de la situación: mientras hablaba en Berisso, el triunfo. La superioridad en las urnas, sumada al fervor de los festejantes, parecía indicar que difícilmente se podría privar a los candidatos electos de sus cargos. No fue así. El lunes 19, el proyecto de intervención caía sobre las cinco provincias más importantes ganadas por el peronismo. Vítolo se negó a convalidarlo y renunció; firmó, en cambio, el ministro de Defensa, Villar, luego reemplazado por Rodolfo Martínez, mientras Hugo Vaca Narvaja asumía el cargo en Interior. Las masas peronistas, que menos de veinticuatro horas antes se paseaban en jubileo, no fueron convocadas como factor de presión para defender lo ganado. En cambio, Framini prefirió presentarse con un escribano a reclamar su puesto, en la Casa de Gobierno de La Plata.

COMIENZA EL FINAL

Quienes en cambio sí presionaron drásticamente fueron los mandos militares, obligando así a precipitar los planes del presidente. Los planteamientos de las Fuerzas Armadas, elevados durante el mismo domingo y anunciados por el general Raúl Poggi, comandante en Jefe del Ejército, se resumían en : a) intervención; b) erradicación del frigerismo; c) eliminación del comunismo (que había apoyado al peronismo); d) proscripción del peronismo incluyendo sus emblemas doctrinales y partidarios.

Dos días después, las presiones se ampliarían y profundizarían. El Ejército y la Aeronáutica coincidían en que Frondizi podía seguir siendo presidente en tanto aceptara un gabinete de coalición y un plan de gobierno, ambos lucubrados por las Fuerzas Armadas. La Marina iba más allá: exigía la renuncia voluntaria e indeclinable del presidente —modo de eliminarlo manteniendo la constitucionalidad—; de lo contrario proponía su destitución.

Lo que siguió fue una pendiente inexorable. La capacidad de maniobra de Frondizi, la mediación de Pedro Eugenio Aramburu, el legalismo de un sector de la Aeronáutica y de Campo de Mayo (cuyo jefe era Juan Carlos Onganía) fueron postergando un hecho previsible: la caída de un gobierno constitucional.

Finalmente las reservas y los conciliábulos se agotaron, la presión de Poggi se hizo incontenible y, el 29 de marzo, Frondizi era destituido y trasladado por la fuerza a Martín García.

(fuente: Pensamiento Discepoleano)

Para reproducir citar la fuente Pensamiento Discepoleano

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 20/3/2022

 

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