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Malvinas, el gobierno libertario y los movimientos populares

Han pasado poco menos de dos siglos de la usurpación británica de las Islas Malvinas y más de cuatro décadas de la guerra de 1982. Las líneas de fuerza de ambos acontecimientos -una causa nacional, una guerra perdida- convergerán una vez más, en el 2 de abril, aniversario del desembarco en las islas ordenado por la Junta Militar en el poder desde 1976. Vectores de sentimientos potentes de profunda raigambre popular, como se verificó en los cánticos en ocasión de la tercerea copa mundial de fútbol confluirán en esa fecha.

“La recuperación de las Islas Malvinas no solo no es una de sus prioridades, sino que (el Gobierno) lo resolvería como tantas cosas: vendiéndolo o deshaciéndose de ellas”.

El gobierno de Javier Milei tiene un problema retórico que expresa contradicciones conceptuales en el interior de su fuerza: el anarco capitalismo no se lleva bien ni con las fronteras nacionales, ni con las instituciones estatales (las escuelas, las cancillerías, los institutos científicos, las fuerzas armadas, los medios públicos, los servicios hidrográficos, con las líneas de bandera) imprescindibles para garantizar esa presencia. Los notables traspiés de algunos de sus legisladores y ministros en el pasado, o de su actual canciller, demuestran que conceptualmente la recuperación de las Islas Malvinas no solo no es una de sus prioridades, sino que lo resolverían como tantas cosas: vendiéndolo o deshaciéndose de ellas. Reducidas a un problema económico, “las Malvinas” son solo un problema comercial, una traba para el (imaginario) desarrollo argentino (los movimientos en el área de pesca de la Cancillería son una muestra).

Pero sucede que la vicepresidenta del líder libertario expresa fuerzas para las que la recuperación de las islas y la reivindicación de la “gesta” de 1982 está en el corazón de su identidad. Victoria Villarruel ha dado claras señales al respecto: ubicó a Nicolás Kasanzew en un área del Senado dedicado a reivindicar la “gesta de Malvinas”, mientras que desde el Ministerio de Defensa impusieron al veterano de guerra Esteban Vilgré Lamadrid al frente del Museo Malvinas. En una cadena de WhatsApp, Kasanzew se lamentaba y plasmaba esa diferencia: “Este 2 de Abril, muy lamentablemente, no se podrá realizar el desfile que todos deseábamos; la primera que lo anhelaba era la Vicepresidente Victoria Villarruel. El alto costo que implica organizarlo lo hace imposible, dadas las condiciones de crisis económica que vive el país. Será para más adelante”.

“¿Cuánto falta para que algún funcionario libertario diga que la superposición de pensiones nacionales y provinciales y los beneficios que tienen los veteranos de guerra son un gasto más?”.

El recuerdo de la guerra de 1982 y sus protagonistas, al mismo tiempo, reforzará el evidente re posicionamiento de las miradas apologéticas de la dictadura que el gobierno viene desplegando desde la campaña electoral. Así como en el video institucional del 24 de marzo de 1976 podían reclamar la “memoria completa” sin hacer la menor alusión a las víctimas del terrorismo de Estado, podrán, retóricamente, separar a la guerra de 1982 de la dictadura que la produjo, y aprovechar los homenajes para incluir represores entre los héroes nacionales.

En ese sentido, “Malvinas” es funcional a la mirada sobre el pasado que propone el gobierno, pero a la vez, reivindica sectores que su política económica encuentra como un signo de atraso. Para sostener una causa nacional hay que “gastar”: en buques que controlen las aguas argentinas, en instituciones científicas que produzcan conocimiento, en educación. ¿Cuánto falta para que algún funcionario libertario diga que la superposición de pensiones nacionales y provinciales y los beneficios que tienen los veteranos de guerra son un gasto más?

Es muy probable, entonces, que el gobierno resuelva la contradicción al viejo estilo: el hecho de que las islas sean un territorio irredento, ajeno al cuerpo de la nación por estar usurpado, les permitirá hablar de ellas sacándolas del contexto histórico, el de 1982, pero el actual. Es lo que la mayor parte de los actores políticos, desde 1982, han hecho: la guerra fue por una causa sagrada, y es sagrada, porque el reclamo argentino lo es; los malos tratos a soldados, la improvisación, el lavado de cara de numerosos represores, algo completamente secundario.

“Un territorio usurpado puede encontrar su mayor relevancia no en ser recuperado, sino en ofrecer a los argentinos una oportunidad para pensar qué país quiere ser aquel que en el futuro recupere las islas Malvinas”.

Seguramente entre los votantes de Milei hay muchos reivindicadores de la “gesta de Malvinas”: deberían saber que su recuperación encarna todo lo que el anarco liberalismo quiere “erradicar” del país. ¿Les alcanzará con la evocación de glorias añejas el 2 de abril? ¿Cómo procesarán las contradicciones insalvables entre lo que podríamos llamar las alas economicista y nacionalista del gobierno? Porque es evidente que el contenido supuestamente revolucionario del gobierno está concentrado en la retórica anti estatal y anti política (que proclama sobre todo Milei), mientras que “Malvinas” es el alimento del ala conservadora y negacionista del Poder Ejecutivo, alineada tras la vicepresidenta.

En todo caso, la pregunta importante es esta: ¿puede cualquier movimiento que se denomine popular hablar de las Islas Malvinas con el mismo repertorio que un gobierno anti nacional y anti popular, aunque haya llegado al poder por ese voto?

El actual y desastroso contexto es una gran oportunidad para volver a pensar términos como soberanía, las relaciones entre las provincias, el lugar del mar en el imaginario como nación de los argentinos. Después de la derrota, ¿por dónde pasa la épica de los combatientes? ¿Cómo es una retórica democrática sobre la guerra de 1982? Sería una equivocación confrontar con un gobierno como este, similar al de la dictadura militar por sus objetivos económicos y su ideología anti popular y clasista, disputándole los símbolos que remiten a la guerra de 1982 y el conflicto con Gran Bretaña en los términos en que fue pensada en aquel entonces; más bien, conviene que se quede con ese repertorio, que es el que llevó al país a la guerra como una prolongación del terrorismo de Estado en el continente.

Una vez más, un territorio usurpado puede encontrar su mayor relevancia no en ser recuperado, sino en ofrecer a los argentinos una oportunidad para pensar qué país quiere ser aquel que en el futuro recupere las islas Malvinas.

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