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LOS TRISTES DIAS DE JUNIO

 

Por  Alfredo Guillermo Bevacqua  –    

El 16 de junio de 1955 y el 9 del mismo mes pero de 1956, son jornadas que tiñeron de sangre la historia argentina. Para algunos autores desde entonces se ensancha, cada vez mas, una grieta de irreconciliables.

 

El 16 de junio de 1955 y el 9 del mismo mes pero de 1956, son jornadas que tiñeron de sangre la historia argentina. Para algunos autores desde entonces se ensancha, cada vez mas, una grieta de irreconciliables..

Es probable que si algún profesor de historia  interroga a sus alumnos sobre lo ocurrido un 16 de Junio en nuestro país coseche como respuesta un silencio atroz. También es probable que desconocer que Esparta venció a Atenas, en los finales del siglo IV antes de Cristo, convirtiéndose en la ciudad dominante de Grecia, genere un aplazo; lo mismo ocurriría al alumno que ignorara lo que fueron las guerras púnicas, aquel acontecimiento bélico en el que Roma se impuso a Cartago y con ello ganara el dominio del Mediterráneo en un conflicto que se dirimió en mas de 80 años…

Nos animamos a pensar que si no fuera porque el 2 de abril de cada año se realiza un acto alusivo a lo acontecido en ese día de 1982, el silencio también sería respuesta.

¿Cuánto de lo acontecido en el siglo 20 en nuestro país se estudia en el primario o el secundario? Y no sería extraño que medos y persas, Alejandro o los hititas, tengan en los estudios superiores mas espacio que los acontecimientos  que promovieron el peronismo, el radicalismo, la reforma universitaria, las interrupciones de los gobiernos democráticos o Malvinas.

Pero cada tanto alguien recuerda y esos recuerdos se transforman en un libro premiado; recientemente un autor rosarino, ex periodista, Guillermo Paniagua, escribió una novela titulada  Buenos Aires, fin de otoño, que ganó el premio Casa de las Américas. Comienza así: “Un niño solo, cubierto de polvo, camina bajo la lluvia de escombros que todavía cae provocada por el impacto de la última bomba; sostiene en alto la mano de un adulto, amputada a la altura del antebrazo. Los lamentos a su alrededor forman un coro lacrimoso que se funde con el rumor del estallido.”

“Caen los aviones en picada sobre la Plaza se ven clarísimas las cruces dentro de las V pintadas con trazo brutal en los fuselajes acerados, los motores resuenan como un réquiem para los que, aterrorizados, se mean y se cagan encima; abren la metralla, los disparos también llegan desde el Ministerio de Marina. Impactan las bombas en la Casa Rosada y tiembla el piso, retumban en las cabezas aturdidas, en los pechos, en los pulmones, en el silbido agudo de los tímpanos torturados.”

Hasta ahí, lo narrado es real.  Y tiene el valor de dar inicio a una novela que sirve para reflejar y rescatar un momento complejo y silenciado de nuestra historia política, o de la historia “hermosa, pero desgraciada”, de nuestra Argentina, que desde entonces padece una grieta que se agiganta con el tiempo y que ubica por un lado “a los argentinos de bien” y por el otro, a una clase social estigmatizada, odiada, y que los argentinos probos anhelan desaparecida, a estos, un adjetivo calificativo de cuatro letras los identifica –anti-, aunque lo nieguen; tal vez porque les molesta que lo que odian sea utilizado para  identificarlos.

El autor rosarino ha escrito una novela a partir de lo que ha sido el mayor atentado terrorista de la historia argentina: a lo acontecido a partir del mediodía del 16 de junio de 1955 y que convirtió a Buenos Aires en la primera capital americana bombardeada desde el aire por integrantes uniformados de sus fuerzas armadas y civiles, que buscaban terminar con la vida del presidente de la Nación, General Juan Domingo Perón. No lo lograron, pero si mataron a centenares de hombres, mujeres y niños, que se dirigían o salían de sus trabajos y de las escuelas y colegios.

Los aviones “en picada” se desprendían de su mortífera carga en las bocas de subterráneo o en los trolebuses atestados de inocentes; livianos ya, y con la “satisfacción del deber cumplido”, emprendían la huída hacia  la capital uruguaya. Allí los recibirían y les darían asilo las damas de la sociedad montevideana, que los acogían como héroes.

En una nota publicada dos años atrás en esta misma página se brindaron pormenores de aquella nefasta jornada; recordemos algunos detalles.

Horror al mediodía

El jefe de las acciones que debían  terminar con la vida del Presidente de la República, era el el Ministro de Marina, Aníbal Oliviere, quien junto a ayudantes de triste memoria, Emilio Massera y Horacio Mayorga, se internó en el Hospital Naval, para desde allí comandar el operativo que estaría a cargo de los contralmirantes Carlos Samuel Toranzo Montero y Benjamín Gargiulo. Tenían la adhesión de los generales de brigada, Justo Bengoa y Pedro Eugenio Aramburu.

A primera hora de la mañana, el Presidente fue informado de la conspiración armada para terminar con su vida; el Jefe del Ejército, el General Franklin Lucero, lo protegió en el edificio Libertador. Allí no se animaría a bombardear la Marina.

A las 14,00 una escuadrilla de aviones Gloster Meteors descargó 29 bombas sobre la Casa Rosada, informándose inmediatamente que a raíz de ello el General Perón había muerto. No era cierto. Pilotaban los aviones oficiales de la Fuerza Aérea, acompañados de políticos del partido Socialista, del Partido Conservador y el mas relevante de todos  el radical Miguel Angel Zabala Ortiz, quien luego fue Canciller del Presidente Raúl Alfonsín (Siempre nos resultó extraño este halago para quien estaba su figura cubierta por sangre de inocentes y adhería al discurso reinvindicador de la República. Tal vez se haya confesado, aunque la Penitencia seria milenaria en Padres Nuestros…)

Las tropas leales al gobierno intentaron recuperar el edificio de la Marina, cuando estaban por lograrlo una bandera blanca apareció desde una ventana del edificio; desde los aviones la ignoraron, descargaron su carga de muerte y al enfilar hacia Montevideo donde se refugiaron,  uno de los aviones dejó caer un tanque suplementario de combustible sobre una manifestación de obreros; unos dicen que fue el Capítán Carlos Horacio Carus, otros que fue el Teniente Guillermo Palacios. Poco importa: tuvo el mismo efecto que si hubiera caído una Napalm, sobre esos hombres que vivaban a Perón.

Quien no disimuló su acción y dicen lo contaba en tono de “hazaña”fue el Teniente Menotti Spinelli, que ya en camino hacia Montevideo observó que por la Avenida del Bajo, avanzaba una columna de trabajadores que llevaban un cartel que decía “La vida por Perón”.  No titubeó, se dijo a si mismo, “les voy a dar el gusto”, volvió, se lanzó en picada y como ya no tenía bombas, descargó la metralla del avión sobre los manifestantes.

Veintinueve aviones y 110 tripulantes fueron recibidos con honores en Montevideo; un poeta local dedico “a las madres montevideanas que los acogio” una poesía que no merecía “el honor de la tipografía”.

Cuando el sol de otoño caía, los camiones recolectores de residuos, se llenaban de cadáveres y el hedor del espanto invadía a la hermosa y desdichada capital del sur, uno de los cabecillas, el Contraalmirante Gargiulo desenfundó el arma que le dio la Patria para que la defendiera y terminó con su vida… Los sublevados sufrieron tres bajas fatales; en las calles murieron 400, personas, aunque algunos llevan la cifra hasta el millar (Mario Rodríguez, el 10 de Independiente , “Mariulo” que con su gol frente a Nacional, le dio a los de Avellaneda el primer título de Campeón de América, recordaba que tenía 18 años, se fue al centro y sintió y vivió el horror del odio, el  caminar entre cadáveres;  la emoción lo dominó, aquel sábado que escuchamos su voz entrecortada, entrevistado por Alejandro Apo, en Todo con Afecto).

Los fusilamientos

Pero el final del otoño aparece incorregible y un año después, en junio del ´56, vuelve la muerte, esta vez por fusilamientos; 27, militares y civiles fueron fusilados en juicios sumarísimos y otros 7 muertos-tambien en enfrentamientos enttre civiles y militares-, en el levantamiento del Gral Juan José Valle contra el gobierno que encabezaban Aramburu y Rojas, mientras 30.000 peronistas  – políticos, ex funcionarios, gremialistas y militantes- se hacinaban las cárceles del país. Uno de los militares fusilados fue el uruguayense, teniente 1° de banda, Néstor Rafael Videla, cuyo cuerpo fue entregado luego de un largo y penoso peregrinar de sus familiares.

Todo esto forma parte de una historia bien desarrollada en la literatura, pero invisibilizada  en las escuelas, en los colegios, en la universidad.

Y entonces nos acordamos que tampoco sabemos de historia entrerriana; muy pocos recuerdan que la apacible ciudad de La Paz, sostiene el triste titulo de ser la primera población argentina, bombardeada  por buques argentinos, mandados por el presidente Uriburu a sofocar el levantamiento del 7 de enero de 1932, encabezados  por los hermanos Kennedy, pero al que se unió todo el pueblo,  protestando por el derrocamiento del Presidente constitucional Hipólito Yrigoyen.  Entre la población, estaba  un anónimo Héctor Roberto Chavero, de 22 años, al que todos conoceremos años después como Atahualpa Yupanqui; quien desde allí se trasladaría a Concepción del Uruguay y oficiara de cadete en un periódico de la ciudad; la amistad entre el Jefe de Policía y el Jefe de Redacción , posibilitaron que imprevistamente desapareciera, cuando un cablegrama ordenaba su detención.

La literatura y la grieta

Guilermo Saccomano, autor de 77, dice  “La masacre del 16 de junio de 1955 tiene una continuidad política y en sus componentes personales, continuidad que serpentea por un camino plagado de sangre de mártires populares y tiene su gran desemboque criminal el 24 de marzo de 1976.”

Sintetiza diciendo que  son el antecedente de la Esma;  Paniagua autor de Buenos Aires, fin de otoño, piensa que “en el origen de la novela está la idea de proyectar una situación del presente, el antiperonismo y el odio que hay hacia una determinada clase social” y que lo  acontecido en la finalización de esos otoños,”… son agujeros en la memoria… y  tienen que ver con lo que padecemos hoy al frente del país.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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