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Los idus de marzo: la muerte de un “desclasado” Julio César

Por Alfredo Guillermo Bevacqua  –   

Un ejercicio de imaginación: que habrían dicho La Nación y Página 12

Es ficción. Es contrafactual. Pero el gusto por la historia puede hacer que la imaginación se traslade en el tiempo y nos lleve a vivir un momento de tanta trascendencia que a 2.064 años es motivo de estudio y debate. Si el hombre que conoce historia agrega otra dimensión a su existencia, no podemos resistirnos a que esos “idus de marzo”  en lo que encuentra  fin  la vida gigantesca de Julio César,  formen parte de esa otra dimensión.

La Nación

Pero no nos quedamos en la contemporaneidad del hecho. Imaginamos la repercusión de la noticia, y del enfoque que le darían los medios periodísticos argentinos. Es probable que LA NACION, que siempre se destacó por sus notas necrológicas dedicadas a las figuras de la clase alta porteña, y hoy solo lo hacen si fallecen familiares de su “ilustre” fundador, habría encargado a sus redactores estrellas José Claudio Escribano o Joaquín Morales Sola, la redacción de una extensa nota que comenzaría en su tapa y se trasladaría al interior del diario.

No resulta difícil suponer el título  “EN CONFUSO EPISODIO MURIO EL DICTADOR ROMANO”

A continuación, lo que en el lenguaje periodístico se conoce como “bajada”: “En horas de la mañana de ayer, y cuando se dirigía al Senado, sede de sus funciones, un grupo de personas de las que habitualmente le formulan pedidos (empleo, alimentos o dinero), se arremolinaron en torno al Senador Cayo Julio César. Inmediatamente se observaron forcejeos y lucha en el grupo, y momentos después se vio caer al dictador, con su túnica ensangrentada, dispersándose rápidamente los tumultuosos  protagonistas.  Testigos presenciales del hecho creen haber visto a personas de familias decentes e interesadas en el bien de la República, retirarse del lugar del hecho; pero esto no ha sido confirmado. Campesinos, plebeyos, esclavos y ex soldados se manifestaron acongojados. El patriciado públicamente guardó silencio, aunque  había en los consultados, una actitud de serenidad ante algunas expresiones de algarabía que no se condecían con la gravedad y seriedad que revestía el momento institucional.”

En la nota necrológica, titulada  “AHORA, A RECUPERAR LOS VALORES REPUBLICANOS”, José Claudio Escribano, entre otros conceptos expresó: “Mas allá que no pueden legitimarse actos violentos que terminen abruptamente con la vida de una persona, por mas sesgadas que hayan sido sus acciones, una sensación de alivio sintió la   calificada sociedad romana al enterarse de la muerte del dictador en un hecho del que solo se conoce que fueron veintitrés las puñaladas que pusieron fin a la vida tormentosa de  Cayo Julio César.

Como una cruel ironía del destino en su trágico final, pudo observarse el cuerpo inerte del dictador, caído en el lugar en que se levanta la estatua de Pompeyo, el Senador y Jefe militar cuya cabeza le ofreció en una bandeja el faraón egipcio Ptolomeo, hermano de Cleopatra, la bella egipcia de inquieto corazón y voluptuosa  figura, que se entregó sin dilaciones al fuego amoroso del romano.  Al caer, ya su túnica era de un color morado, pero no se trataba de la lujosa y morada vestimenta con la que  bajaba al combate cuando se había decidido, sino que la tonalidad se la daba la abundante sangre que manaba de sus heridas.

La figura del dictador muerto es llorado por las personas menos calificadas de la sociedad; aquellas a las que concedió favores, ganándose su simpatía. Les cedió tierras, a muchos los sacó de  la esclavitud, otros eran guerreros favorecidos con los botines de guerra contra pueblos indefensos y que proclamaba en su rústica prosa como épicas batallas.

Mostraran su aflicción también muchos de los trescientos senadores que por su arbitraria decisión se incorporaron al Senado (el que pasó de 600  componentes a 900), algunos centuriones y la mayoría hijos de libertos. Lloraran también aquel sinnúmero de mujeres que lo frecuentaban,   las que solo podían sentirse  atraídas por el poder que ejercía, ya que su porte carecía de atractivo, especialmente por una alopecia que trataba de disimular volcando todo su pelo sobre un costado.

Cayo Julio César ha muerto. Es inevitable que quien siembra vientos, no coseche mas que tempestades. Ayer la tempestad se abatió sobre su cuerpo arrogante y de nada ha servido el poder  dado a esas multitudes que, al conocerse la noticia, se volcaron desde las afueras de la ciudad, a poblar las angostas callejuelas para dirigirse al hecho del trágico suceso.

Había obtenido su cargo en la Hispania Ulterior con los dineros que le prestó Craso para sobornar senadores; es probable que también lamenten su desaparición los sobornados, ya que sus ambiciones eran un secreto a voces,  y no sería extraño que para concretarlas hubiera recurrido a métodos que antes le otorgaron pingües beneficios.

Ese desfile era el disfraz de lo que llaman democracia, esa forma de gobierno en la que, equivocadamente, aseguran debe regir la República. Con el ingreso de estos grupos de personas, analfabetos, sin  formación, de escasos bienes, se han visto relegadas las personas decentes, esclarecidas, que se han nutrido de conocimientos con los grandes maestros griegos, cuyo idioma dominan. Pretendió el caído reflotar proyectos de alto contenido demagógico, como el de reforma agraria, un atentado a la propiedad privada, una incitación a  hacerse de bienes que corresponden sin discusión, a personas que los han heredados de ancestros que constituyen la parte mas sana y sabia de la población; son la heredad misma de quienes tienen vínculos de sangre con los ilustres y legendarios personajes de Roma, que ocupa tan prominente lugar precisamente por ellos.

Esta política de distribución de tierras la implementó el fallecido Dictador en las provincias romanas de Grecia, en el Ponto y Bitinia, en la Galia y en Hispania; los beneficiarios eran en su gran mayoría veteranos de las guerras que había fomentado en pos de un prestigio dado por los iletrados que solo podían subsistir por medio del latrocinio y la fuerza bruta. Al convertirlos en  propietarios premiaba la seguridad que le brindaran en esas luchas, en las que solo abandonaba su lugar de confort, cuando el combate estaba asegurado.

De nada ha servido la integración de ciudades provinciales a la República romana, al solo efecto que defendieran en Roma sus monárquicas pretensiones. Ya la República estaba convertida en una formalidad.

Con una capacidad de emprendimiento y de trabajo, digno de causas éticas y ejemplarizadoras y no que tuvieran como solo fin hacerse del poder absoluto,  propició el relato de vengar la derrota infringida en el 53 a.C. por los partos, comenzando con la preparación de un ejército, el cual no tenía otro propósito, que el dotarlo de una fuerza militar intimidante que protegiera su coronación como rey. Su propósito era compartir la corona con la meretriz egipcia llamada Cleopatra, que le dio un hijo –aunque  en la alta sociedad egipcia se dudaba de la paternidad-, Cesarión, el que sería ungido como sucesor; además, el bastardo sería el encargado de trasladar la capital a orillas del Nilo.

Todo esto justificadamente alarmó a lo mas puro y esclarecido del Senado romano a prepararse para la supresión del tirano; debe recordarse que tanto en Grecia como en Roma, el tiranicidio no es un acto moralmente castigado. Asi el senador Casio, el senador Bruto –que algunos han manifestado que era un hijo bastardo del dictador, aunque esto no ha sido confirmado-  que era un político que reunía en su derredor un gran número de adherentes. Se habría conformado entonces un grupo aproximado de sesenta respetables personas promoviendo el reemplazo de Cayo Julio César, cuando imprevistamente, un grupo de partidarios –seguramente despechados por promesas incumplidas- atacó y mató a la autoridad romana. Entre los conjurados se mencionó a  Cicerón, quien al tomar conocimiento de los hechos, prefirió el silencio, cuando todos clamaban por escuchar sus esclarecedores conceptos dando sustento al acontecimiento.

La túnica morada de la victoria, la túnica morada de los monarcas, se encontraba empapada de sangre cuando los senadores se percataron del tumulto y corrieron hacia el lugar del hecho. El hombre que se había hecho levantar una estatua en el templo de Quirino, con la dedicatoria de “Al Dios invicto”, el que se atribuía ascendencia divina, el que pretendía emular a  Alejandro, yacía a los pies de quienes pretendía despojar de poder. Había quebrantado el protocolo de recibir de pie a un senador, no se incorporaba de su asiento. Ahora, ellos lo observaban de pie; él ya no se levantaría  jamás; si lo hará la República.”

Página 12

Resulta interesante contraponerlo con “lo publicado” por Página 12; que ha dado la información en tapa, y en su interior, incluso ocupándose del relato del hecho criminal, tarea a cargo del especialista en “policiales” Raúl Kollman, mientras que lo político estuvo a cargo del analista político Mario Wainfeld.

En tapa Página 12, tiene un gran encabezado: “ESTUPOR EN EL MUNDO: FUE ASESINADO JULIO CESAR”.  En “la bajada” dice: “Ayer, en el Senado romano, fue asesinado por un grupo de senadores relacionados con el patriciado, el Senador y Jefe Militar de los Ejércitos de Roma, Cayo Julio César, figura esencial de los últimos 30 años de Roma. Mas allá del fragor de la lucha  que envolvió su vida, Roma sentirá la pérdida de un  jefe militar y líder político  excepcional.”

En un pequeño recuadro se relata el asesinato bajo el título de: “¡TU TAMBIEN HIJO MIO!”  “En la mañana del 15 de marzo, cuando se dirigía al recinto senatorial, el senador Julio César fue abordado por otros senadores para informarle y pedir su opinión sobre una petición que presentarían. Todo fue un ardid. No bien se detuvo César contra una pared para interiorizarse del escrito fue atacado por esos senadores, a los que se sumaron otros; debajo de sus vestiduras llevaban afilados cuchillos que hundieron en 23 oportunidades en un cuerpo fatigado de luchas y hazañas. Julio César, intentó resistirse, pero la superioridad numérica era aplastante; cayéndose observó que su hijo natural, Bruto integraba el grupo asesino, y a él dirigió sus últimas palabras, sin rencor, solo un reproche: “¡Tú también, hijo mío!”…

En la nota necrológica, firmada por Mario Wainfeld, titulada: “HAY INTERESES QUE NO PUEDEN SER TOCADOS”, dice: “El mundo conocido se estremeció ayer con la noticia del asesinato del Jefe militar romano, Cayo Julio César. Si bien en  la guerra para un militar, la muerte es una posibilidad que lo roza en cada batalla, cuando acontece por medio de una conjura de iguales y tratándose de una figura que ha alcanzado tamaña dimensión, sorprende, conmueve y genera dolor popular.

Porque es eso, dolor, los que expresaban en su caminar hacia la sede del Senado, una vez conocida la noticia, quienes simpatizaban con el líder fallecido. Largas caravanas de campesinos, de libertos, de ancianos ex combatientes; incluso de esos personajes que muchas sociedades marginan, como alcoholícos, desválidos, desocupados, prostitutas, desobedientes sexo genéricos, en fin, todos sin distinción mostraban su congoja.

Habían asesinado vilmente al hombre que sin concretar una reforma agraria , le otorgó a los que habían servido para gloria de Roma en sus ejércitos, parcelas de tierra para que produjeran;  el hombre que  mejoró  la vida urbana evitando la densificación de las ciudades,  otorgando tierras a los desocupados; el que otorgó franquicias para que se desarrollaran todos los oficios;  el que protegió a poetas, el que apoyó el teatro, el que se hizo amigo de los mimos, en fin, habían matado al hombre que les había hecho mas digna la vida.

El hombre que habían visto ser compasivo con los vencidos; el que reformó el calendario para que sea usado en los milenios por venir.

Le atribuyeron arrogarse facultades extraordinarias, ser desafiante ante sus pares, cultivar el personalismo; incrementar en su favor el número de senadores. Lo mataron quienes dicen ser defensores de la República.  ¿Se habrán preguntado quienes llevaron a cabo el magnicidio, qué es la República? No es otra cosa que la soberanía popular; y solo una representación, amplia, de todos los sectores de la sociedad, y que no solo los de una determinada capacidad económica sean quienes ocupen las bancas legislativas. Fue cuestionado por ampliar la representación popular. En lo particular, creemos, que molestaba su capacidad, su inteligencia, su carisma, la abrumadora diferencia intelectual que establecía entre él y los demás.

Fue un escritor de fuste: dos obras lo destacan, De bello Gallico, donde narra en tercera persona todas las batallas e intrigas que padeció en lo que se llamó la guerra de las Galias y que duró 9 años. En ella extendió las fronteras de Roma y holló la niebla tenebrosa de las islas de Bretania. Se trata de una  verdadera obra maestra, escrita con sobriedad, sin adjetivos que magnifiquen sus victorias y con un claro legado de conocimiento de los hechos.

Otra obra importante es De bello civil, es decir La guerra civil. Se ocupa de la segunda guerra civil, en la que tiene un gesto que revela su porte cuando cruza el Rubicón, contrariando la orden de desarmar su ejército. Narra su llegada a Alejandría y el momento en que el faraón egipcio le entrega la cabeza de Pompeyo, con quien integrara el triunvirato. Deja aquí expreso el malestar que le causó ese gesto: Pompeyo había sido su rival, pero era un romano. Es probable que muchos se hayan  sentido defraudados porque esperarían detalles de ese apasionado amor que viviera con Cleopatra, a quien entronizó como reina de Egipto. En definitiva, son dos obras que lo revelan como un escritor preciso en los términos y con un objetivo que va mas allá del propagandístico que le atribuyeron quienes ayer le dieron muerte.

Otras obras que aún no han alcanzado la trascendencia de las nombradas son: Discursos; Cartas; Anticatón (una réplica a “El Elogio” de Catón, dos tomos); De Analogía (tratado gramatical); Apotegmas, y por último, Poemas, en el que expone el fino y culto espíritu que lo animaba.

Fue un brillante orador; a la edad de 25 años, no conforme con su estilo oratorio, se instaló en la hermosísima isla griega de Rodas, y allí tomó clases con los maestros de la oratoria.

El llamativo silencio de Cicerón, uno de los conjurados, es inequívoca  demostración de arrepentimiento; había sido cómplice, en definitiva, de la muerte de un líder popular,  de un revolucionario. ¿Los motivos?: era un miembro mas de la rancia oligarquía patricia, sin embargo entendió que la política era el arma que permitía mejorar las condiciones de vida del bando popular y que la República necesitaba cambios. Ayer lo mataron. Tenía 56 años.”

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 15/3/2021

 

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