UN MENSAJE INESPERADO
por Rodolfo Oscar Negri –
Siempre había estado enamorado -en secreto- y por primera vez, ante su propuesta, ella había accedido a acompañarlo a bailar.
La sorpresa que tuvo con la aceptación de su invitación fue enorme. Hasta entonces no había hecho más que mirarla, que espiarla cada vez que salía de su casa para hacer un mandado. Nunca se había animado a más, hasta que asumiendo un valor (que no tenía) se atrevió y la invitó… ¡y ella le había dicho que sí! No podía creerlo. Estaba feliz, pero -porque no decirlo- tenía miedo.
La fue a buscar a su casa a la hora convenida y se deslumbró con su belleza realzada por el vestido de fiesta que se había puesto. Tan hermosa la vio que se sintió muy por debajo suyo y sin ser merecedor de acompañarla.
La cita era en el club Sarmiento.
Su charla no fue la mejor camino al baile y a lo largo de todo el recorrido no pudo más que tartamudear ante cada observación o pregunta que ella le hacía.
¿Qué lo esperaría luego? ¿Sería por fin la noche feliz que había soñado o una insoportable tortura? Trataba de controlarse, pero cada instante lo ponía más nervioso.
Apenas llegaron, ocuparon una mesa que había reservado y -caballerosamente- le ofreció tomar algo.
“Una gaseosa” respondió ella.
El salió, solícito, a buscarla. Tenía que ir al bufet, hacer una cola, pagar, recibir un vale y hacer una nueva cola, que -a esa hora- era kilométrica, para que le den lo buscado.
La espera le pareció interminable. Cada minuto parecía tardar más de un siglo. Cada instante que el cantinero se demoraba con algo, era un clavo que le hería el corazón. No obstante, después de aquella espera y con la esperada botella en la mano, volvió a la mesa.
La sorpresa fue que ella ya no estaba. Solo un pedazo de una servilleta había quedado sobre la mesa. No podía creerlo. No estaba. Se había ido.
Se sintió destrozado. Ya no había razón para quedarse allí. Salió del baile y volvió a su casa envuelto en una pena inmensa. Aquella era una derrota amarga y dura.
De ella solo le quedaba el perfume que le taladraba el alma y aquel papelito que guardó, casi de compromiso, en el bolsillo de su saco. Tal vez como recuerdo de lo que pudo haber sido y que -inexplicablemente- se le había escapado.
No tuvo ánimo de nada y sumido en una inmensa tristeza, se fue a dormir. No pudo pegar un ojo y su mente recorría cada momento vivido buscando el motivo de aquel desenlace y culpándose por todo. Pasó una noche terrible.
La mañana no ayudó para nada y solo se dispuso a acomodar la ropa que había tirado en el piso la noche anterior, como una mezcla de revancha y desánimo.
Levantó cada prenda y solo quedó aquel papelito insignificante. Un pedazo sucio de servilleta de cantina. Un recuerdo ¿de qué? ¿de su derrota? ¿de su frustración? Lo hizo un boyo para tirarlo, pero hubo algo incomprensible que le hizo desplegarlo.
Con una letra que denotaba nerviosismo solo decía -a modo de garabato- “Esperame un ratito que voy al baño”.
Este cuento forma parte del libro «De todo como en botica» de Rodolfo Oscar Negri, editado por Editorial UCU en febrero de 2917