LA SORPRESA
por Rodolfo Oscar Negri –
No es ningún sacrificio eso de madrugar todos los días para ir a trabajar. Solo es cuestión de costumbre. Hay que poner en hora el despertador al comienzo y después el reloj biológico se encarga de perpetuar la rutina.
Eso sí, el madrugón sin siesta se transforma en un tormento; porque –de alguna manera- nos lleva a funcionar en contra de la corriente y vivimos a contramano del resto de la gente y no es bueno, porque nos vamos transformando en solitarios y nos hace ver como poco sociables.
El hecho es que me levanto todos los días a las cinco de la mañana porque mi tarea en la empresa así lo requiere. Tenemos un equipo de trabajo y a mí me tocó ese rol. El resto también tiene lo suyo, pero a mí me cuesta cada vez más.
Los años se han ido sumando y ya parece algo natural y poco fuera de lo común, pero es así.
Como bien dice el refrán “los años no vienen solos” y el peso de los mismos se empieza a sentir.
Si hasta hace poquito, el examen físico de rutina que me realizo religiosamente todos los años, mostraba un resultado tan lindo que era como para ponerlo en un cuadrito. Hoy ya no es así.
Algún problemita apareció en el último y el médico quiere investigar. Alguna contra explosión dañina aparece en el corazón y no es cuestión de regalar nada. Hoy la tecnología permite indagar sobre cosas hasta hace no mucho tiempo inimaginables y poder anticiparse a cualquier situación desagradable, por eso esta bueno que sea así.
El diagnóstico este año fue: se detectan problemas durante la prueba de esfuerzo, así que es conveniente hacer un estudio de cámara gamma.
Claro, uno no tiene idea de lo que eso significa (mas allá de la explicación del facultativo) y hoy lo más sencillo es primero buscar en Internet que es lo que le van a hacer. Normalmente se empieza por allí y se terminan consultando un montón de cosas más que provocan una preocupación mayor a la que seguramente el médico no quería exponernos y no son pocas las veces que –incluso- hasta no tiene nada que ver con nosotros.
Pero, somos (está bueno eso de esconderse en un colectivo, como “somos”), somos –decía- pacientes generalizados del Dr. Wikipedia. Incluso conozco gente que ha llegado al despropósito de discutir con quien lo atendía, fundándose en los argumentos que la red virtual le proporcionaba.
Pero sigamos con la historia.
El segundo paso después de la visita médica, es realizar el trámite para lograr la autorización en la Obra Social. No es nada fácil. Todo indica que muchas veces, en las provincias, tenemos una calidad de vida de segunda y estas instituciones, dirigen la vida y fortuna de los argentinos de segunda a gusto y piacere.
Papeles y más papeles. La única ventaja que tenemos en las ciudades del interior, es que las propias empleadas -muchas que conocemos desde la infancia- se ponen en nuestros zapatos y tratan de ayudarnos en todo lo que pueden.
Finalmente, después de idas y venidas, se logra por fin la ansiada autorización.
Siempre me pregunté si quienes manejan estos burocráticos mecanismos, son conscientes del estrés a que exponen a los pacientes; cuando son ellos mismos quienes tienen que discutir y perseguir -y revertir, muchas veces- cada una de las resoluciones, trámites, aceptaciones o rechazos.
No creo que a nadie le importe, más allá del propio involucrado.
Finalmente el estudio fue aprobado, pero solo hay tres lugares en los que se puede realizar en Entre Ríos. Claro, que –para el imaginario porteño- no hay distancias en las provincias y si uno vive en Concepción del Uruguay, el hacerse un estudio en Paraná, parece una cosa normal y que no tiene por qué tener mayores complicaciones. Eso me hace acordar a tantas veces en que fui consultado, con “onda”, como dicen los gurises: “¿así que es entrerriano? Yo conozco a Luciano López, que vive en Concordia, ¿no lo conoce? ¿cómo puede ser que no lo conozca? Seguro que sí… se dedica a tal o cual cosa”. No importa si uno vive en Gualguaychú, La Paz o Concepción del Uruguay ¿Cómo no vas a conocer a Luciano López, si vive en Entre Ríos?
En fin, es el mundo que nos toca vivir.
El propio facultativo seleccionó al sanatorio que le pareció el mejor de las tres opciones.
El siguiente paso es conseguir un turno apropiado en el centro especializado ¿Por qué apropiado? porque el mismo debe hacerse a primera hora y en pleno comienzo del invierno se hace muy riesgoso un viaje en auto durante las primeras horas de la mañana, por la pertinaz niebla que suele encontrarse en el camino que constituye un riesgo muy grande, porque la visibilidad es casi nula.
Había que apostar a que eso no ocurriera.
Llamada tras llamada, acomodar la vida a esta verdadera aventura, no es fácil; pero se logra. Parecía estar todo, al menos administrativamente, arreglado.
Aquella mañana me levanté, como si fuera una más; pero en lugar de ir al habitual lugar de trabajo, subí al auto y el destino era Paraná.
No olvidarse ninguno de los múltiples papeles, recetas, estudios, autorizaciones, etc.
Ya, en camino, más allá del movimiento de camiones habitual que tiene la ruta 39 –que une Concepción del Uruguay con la capital provincial- el viaje se hizo tranquilo.
No obstante después de algo más de cien kilómetros recorridos, comencé a sentir sueño. La combinación era explosiva: niebla en las partes bajas de las cuchillas, camiones, camino angosto, poca luz (y el sobrenombre de “Ciego” no me lo pusieron de casualidad) y –ahora- sueño.
Una parte de mi comenzó a decirme «Seguí viaje, tenemos algo más de una hora de ventaja. Si nos pasa algo -una pinchadura, por ejemplo- tenemos tiempo de resolver el tema y todavía llegar a tiempo…»
Otra me aconsejaba «Si tenés algo más de una hora de hándicap, mejor es detenerse, reponerse y después seguir. ¿Porque va a pasar algo?»
¿A quién hacerle caso?
No obstante, cuando vi una estación de servicio, decidí detenerme para lavarme la cara con agua fría y tomar un café. Después de despabilarme y reponerme por unos minutos, continué rumbo al destino.
No había transitado más de treinta o cuarenta kilómetros, cuando vi algo extraño en la ruta. Dos camiones y algunos autos estaban parados en la banquina y trataban de iluminar hacia el campo, sobre el costado de la ruta.
Algo me dijo que debía detenerme. Miré el reloj y todavía tenía tiempo de sobra. Me recosté sobre una de las banquinas detrás de los vehículos detenidos. Baje del auto y comencé a caminar hacia las personas que –reunidas- miraban lo que parecían los restos de un auto totalmente irreconocible.
Algo me dijo que debía aproximarme. Así lo hice.
- Ya llamamos a una ambulancia… dijo alguien
- No va a hacer falta… más que ambulancia, hay que avisar a la policía, acotó un camionero.
- Ya lo hice, aportó otro.
- La niebla en junio es terrible, decía una de las personas.
- Parece que el conductor se durmió, porque si no no se explica cómo no vio la curva, comentaba otro.
- No hay explicación posible, si no es así.
- Que tragedia, pobre.
- Jamás vi un auto tan destrozado, reflexionó uno de los conductores.
- Suerte que iba solo.
Un comentario que se sumaba a otro y otro, se confundían en un murmullo apenas perceptible.
Algo me dijo que debía acercarme aún más y comencé a caminar hacia el vehículo siniestrado.
Me guiaban las lucen de los autos detenidos en la banquina e iba caminando con cuidado por el pasto, internándome en el campo, más allá del alambrado destruido por el paso arrasador del bólido descontrolado. La gente presente, lo había hecho antes y ahora miraba desde lejos. Era más que comprensible, porque el espectáculo se presentaba francamente desagradable y por la víctima ya no había nada que hacer.
Seguí caminando. A medida que la distancia se acortaba, comencé a notar cosas familiares en las características del vehículo, en las cosas que estaban desparramadas y que apenas se visualizaban.
Hasta que llegué.
Allí me dí cuenta de que mi viaje había terminado para siempre.
Este cuento forma parte del libro “Historias de la Rys y otros cuentitos” de Rodolfo Oscar Negri, editado por UCU en diciembre de 2014 y reeditado en diciembre de 2020.