Lawrence Summers, un nombre que apareció alguna vez en algunos discursos relacionados con la contaminación del planeta pero que, despues, pareció borrarse, cuando en realidad es el de uno de los “cerebros” desde donde sale la ideología que se está llevando a cabo –en temas ambientales- en el mundo.
Ese nombre personalmente lo había escuchado en ocasión de una disertación que me tocó presenciar -hace algunos años atrás- en el Concejo Deliberante de Concepción del Uruguay, cuando había concurrido en representación del Foro Social. En aquella oportunidad fue mencionado por Sergio Daniel Verzeñassi (del Foro Ecologista de Paraná).
Verzeñassi desarrollo con pelos y señales el fondo de esta cuestión y la “ideología” que fundamentan estos personajes.
Pero, volviendo a nuestro nombre, el mismo es el de Lawrence Summers.
Para conocer un poco mejor el tema, vale la pena remitirse a un artículo que me hicieran llegar.
El comercio en residuos tóxicos es más que una industria lucrativa; también es una estrategia central del Nuevo Orden Mundial, una forma intencionada de cercar tierras y recursos -el mismísimo aire que respiramos- previamente de propiedad común y establecer el comercio en «derechos de polución.» Es un medio de proletarizar a campesinos y aldeanos, llevándolos a nuevas formas de explotación del trabajo y de la naturaleza. Como la oposición al vertido de residuos tóxicos y a la incineración de basura peligrosa se apasiona, convirtiéndose en movimientos políticos masivos, hay un entendimiento creciente de que «ni las regulaciones gubernamentales ni el mercado capitalista son capaces de suministrar una protección adecuada para los ecosistemas naturales o para las comunidades afectadas por la contaminación medioambiental.»
En diciembre de 1971, Lawrence Summers era el economista jefe del Banco Mundial. En esa capacidad, publicó un memorando sorprendentemente directo al personal superior del Banco Mundial llamándolos a planificar sus programas de ajuste estructural y renegociar los planes de pago de deudas para estimular las áreas relativamente poco contaminadas del mundo para que, entre otras cosas, aceptaran una «redistribución» más justa de los residuos y de la contaminación del mundo industrial. Esto sería un gran progreso hacia, como dijo, la rectificación del «desequilibrio» tóxico actual.
«Siempre he pensado,» escribió Summers, «que los países de baja densidad de población en África están infinitamente subcontaminados; que es probable que la calidad de su aire sea ineficientemente más baja [en contaminantes], en comparación con Los Ángeles o Ciudad de México.»
Summers, que redactó el Informe del Banco Mundial sobre el Desarrollo Mundial para 1992, afirmó que había desarrollado «la lógica económica que justifica que se vierta un volumen de residuos tóxicos en el país de salarios más bajos.» Descubrió que la lógica era «impecable, y que debiéramos confrontar ese hecho.»
«Se genera tanta polución con industrias que no se pueden trasladar (transporte, generación de electricidad) [que hace que] los costos de transporte por unidad de residuos sólidos… sean tan altos,» se quejaba Summers. Por desgracia esas industrias no trasladables «impiden que se haga un beneficioso comercio con la polución del aire y los residuos» como se estipula en la Ley de Aire Limpio de 1991 para los contaminantes locales. En lugar de ilegalizar los contaminantes y los carcinógenos peligrosos, la Ley otorga «créditos de polución» -cuotas de destrucción ecológica- a las corporaciones y a las municipalidades en EE.UU. Aquellos que «contaminan menos» pueden vender sus créditos de «exceso» de polución -su «derecho» a asolar el medio ambiente – a compañías que rehúsan o que no pueden reducir sus residuos tóxicos y así siguen manteniendo sus niveles de beneficios -el «libre mercado» en su forma más brutal y salvaje.
Summers continuaba, burlándose de las quejas de los pobres que decían que su salud estaba siendo destrozada por el vertido de toxinas en sus comunidades. Por su pobreza, argumentó, los pobres jamás vivirían lo suficiente para contraer las enfermedades que la exposición a los residuos vertidos o incinerados causarían ordinariamente a gente que vive más tiempo -en otras palabras, aquellos que viven en EE.UU., Europa, y partes de Asia. «La preocupación por un agente que causa un cambio de un punto en un millón en las posibilidades de cáncer de la próstata,» escribió, «será obviamente mucho más elevada en un país en el que la gente vive lo suficiente para contraer cáncer de próstata, que en un país donde la mortalidad por debajo de cinco años es de 200 por mil.» Así, concluyó Summers, verter residuos tóxicos en áreas donde la gente ya tiene vidas más cortas, no preocupa a nadie.
(Extraído de “Los residuos tóxicos como estrategia. El valor comercial de la polución. (Residuos tóxicos y el Nuevo Orden Mundial) de Mitchel Cohen).
Parece mentira; pero estos nefastos personajes son los que manejan los resortes intelectuales del mundo.
Lawrence Summers, fue vicepresidente del Banco Mundial –además- secretario del Tesoro norteamericano de la administración Clinton, es uno de los economistas mas influyentes en la administración Bush, presidente de la Universidad de Harvard y consejero del presidente Obama.
El también es quien afirmó -en enero de 2005- que las mujeres eran mas “lentas” en ciencias y matemáticas porque había un conjunto de diferencias innatas que hacían a su conformación cerebral. Afirmaciones que desataron un mar de críticas porque no están probadas científicamente y que provocó una serie de renuncias del personal femenino de la Universidad.
Estos son los sostenedores de Tratado de Libre Comercio con EEUU.
Dios nos libre y guarde…