Aunque convivan con sus padres y madres, legiones de chicos y chicas viven una epidemia de orfandad funcional y andan a la deriva por la vida, sin un faro que guíe su navegación. Sobre ello escribe, en esta columna de opinión, Sergio Sinay.
Tras un tiroteo en una escuela de Estocolmo, Maja, de 18 años, una chica como tantas, es acusada de asesinato. Durante el juicio, se revelan los entresijos de sus vínculos con otros estudiantes, con sus padres y con un profesor. Para saber si ella es, o no, una asesina habrá que transitar los seis capítulos de la miniserie sueca Arenas movedizas, en Netflix.
Algo similar ocurrirá si se pretende seguir las peripecias de Otis Milburn, un adolescente tímido y virgen que vive con su madre, una famosa sexóloga. La aparición en su vida de Maeve Wiley, una chica desenfadada y transgresora, dará nacimiento a un vínculo en el que quedará al descubierto la orfandad afectiva de ambos. Esto ocurre en Sex Education, otra serie que se ve en streaming.
Aunque muchas personas creen hoy que la vida pasa por Netflix y otras plataformas digitales que ofrecen contenido audiovisual y dedican preciosas horas de su vida a doparse con series, lo que muestran estas historias de ficción es un pálido reflejo del mundo verdadero.
En ese mundo, hay una epidemia de orfandad funcional traducida en legiones de adolescentes que andan a la deriva por la vida, sin brújulas orientadoras (tanto en lo afectivo como en lo moral) y sin un faro que guíe su navegación cuando arrecian las tormentas existenciales.
«Lo que muestran estas historias de ficción es un pálido reflejo del mundo verdadero»
Orfandad funcional significa que sus padres y madres están vivos, que conviven con ellos, que incluso los atiborran de bienes materiales, que acuden prestos a todos sus deseos, pero que están ausentes de las funciones parentales cuya responsabilidad es ineludible e indelegable. Estas son: transmisión de valores a través de conductas y actitudes, fijación de límites orientadores, presencia real y encarnada (no digital, vía celular y redes sociales), contención afectiva, diálogo y escucha, preparación y entrenamiento para un crecimiento psíquico, no solamente físico y cronológico, que les permita en el futuro cercano abandonar el nido y funcionar en el mundo como seres autónomos.
¿Parece demasiado? En verdad, no es ni mucho ni poco. Se trata de la tarea de criar, guiar y educar, que es inherente a la función materna y paterna. Este trabajo no puede ser tercerizado, aunque con frecuencia se pretende hacerlo recargando sobre la escuela y otros ámbitos lo que solo padres y madres pueden y deben hacer.
Un hijo o hija (sean biológicos o adoptados) se presentan en nuestra vida de padres como una pregunta que nadie podrá responder por nosotros. La pregunta es: ¿a qué vine la vida, para qué estoy aquí, hacia dónde y con qué recursos debo ir?
Ya que ustedes me convocaron, de ustedes espero la respuesta. Precisamente de la acción de responder deviene la noción de responsabilidad. En su raíz latina esta palabra significa capacidad de responder. Y no de hacerlo con palabras y formalmente, sino con actitudes, con acciones.
Cuando la respuesta parental no llega, ese silencio deja a los adolescentes como náufragos y les genera peligrosas confusiones. La ausencia de límites y referencias les hace creer que pueden prescindir de estos, que pueden lidiar por su propia cuenta con los asuntos de la vida, que tanto los adultos como las normas y reglas que ordenan la existencia y permiten la convivencia son obstáculos y que, en fin, la libertad consiste en hacer lo que se desea y cuando se lo desea, y no en saber elegir cuando no se puede todo. Pero habitualmente los límites y orientaciones que no ponen quienes tienen la responsabilidad de hacerlo, suele ponerlos la vida, y muchas veces de manera trágica.
Mientras tanto, esta situación puede medirse en números. La Fundación Varkey, dedicada a la educación y con sede en Londres, realizó recientemente un estudio internacional para detectar el bienestar emocional de los nacidos entre 1995 y 2001, la llamada Generación Y. El trabajo abarcó 20 países de los cinco continentes. Argentina ocupó el puesto 19, el anteúltimo, lo que significa un alto grado de malestar emocional.
En las conclusiones del trabajo la Fundación Varkey enumera los factores que contribuyen al bienestar emocional de los jóvenes: no sentirse ansiosos, poco amados o solos, tener sólidas relaciones personales con padres y amigos, sentirse saludables, bien alimentados y con suficiente sueño, tener tiempo para la reflexión. Cuando se les preguntó a quiénes toman como referencia en momentos de decisión, de angustia o desconcierto, el 70% de los chicos y chicas respondió que a alguno de sus docentes. Una pregunta cae de maduro: ¿dónde están los padres?
Una investigación del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires, publicada en 2018, ofrece pistas para la respuesta. Revela que, entre los 15 y los 17 años, el 60% de los chicos y chicas participa de «previas», en las que ya no solo corre en abundancia el alcohol sino también las drogas y psicofármacos con los cuales se lo mezcla. La cifra surge de una encuesta que abarcó a 14 mil estudiantes en 500 escuelas. Seis de cada diez adolescentes admitieron haberse emborrachado al menos una vez. Las previas, como su nombre lo indica, son solo el comienzo de lo que sigue después, con una sucesión de finales no siempre felices.
«Cuando la respuesta parental no llega, ese silencio deja a los adolescentes como náufragos y les genera peligrosas confusiones»
Ante estas y otras conductas adolescentes muchos adultos acuden rápidamente a las comparaciones. «Nosotros no éramos así». «En mi época era diferente». «¿Qué les pasa a los chicos de hoy?». Sin embargo, quizás la pregunta deba ser otra. ¿Qué pasa hoy con los adultos?¿Por qué esta deserción de las funciones y espacios de crianza, liderazgo moral, asistencia emocional y orientación existencial?
Un trabajo de la Universidad Abierta Interamericana encontró que el 50% de padres de adolescentes permite las previas en sus casas porque considera que ese es el mal menor. Que se emborrachen, pero en casa. Muchos de los padres entrevistados consideraron que, efectivamente, es «más seguro» que «tomen en casa» que en un boliche.
«¿Qué pasa hoy con los adultos? ¿Por qué esta deserción de las funciones y espacios de crianza, liderazgo moral, asistencia emocional y orientación existencial?»
Cuando esto se combina con algunas creencias disfuncionales, como la de creer que los padres deben ser “amigos” (es decir, pares y no guías o líderes actitudinales) de sus hijos, o que deben mantenerlos eternamente satisfechos para no lidiar con sus malas caras (y para dejarlos desprovistos de sistema inmunológico frente a la frustración o a los obstáculos de la vida), el panorama oscurece. Más aun cuando aflora el miedo a los hijos, lo que termina por convertir al vínculo con ellos en una transacción casi comercial (te doy a cambio de que me quieras, no me discutas, no me cuestiones o te portes bien) y no en una relación de amor. El barco navega entonces sin capitán. Y su destino no es auspicioso.
Nunca fue fácil ser adolescente ni ser padre o madre. En cada época por diferentes razones. Pero en todas es esencial mantener la asimetría necesaria, fecundante y orientadora de un vínculo que no es entre pares, sino que se gestó por la decisión y elección de unos de sus miembros (los padres). Y son ellos quienes tienen las respuestas que los adolescentes buscan como pueden y a través de conductas a menudo riesgosas y trágicas. Esas respuestas se esperan en la vida, no en Netflix.
Por Sergio Sinay
(fuente: http://www.sophiaonline.com.ar/)